—¿Tiene aquí un traje espacial? —preguntó Geordi de pronto mientras ajustaba su pistola fásica para máxima intensidad y mínima dispersión.
Shar-Tel negó con la cabeza.
—El único que tengo está en la cámara de descompresión. Si lo han dejado allí.
—¡Maldición! Nuestros trajes de campo nos protegerán a nosotros cuando cortemos la compuerta, pero usted…
—¿Pueden ustedes cortar el acero macizo? ¿Aquí, sin el material adecuado?
—Probablemente, sí —dijo Geordi—, pero el vacío…
—Sálvense ustedes, entonces —dijo Shar-Tel sin vacilación—. No tiene sentido que muramos todos… si ustedes dos pueden vivir.
Geordi miró al anciano, con un repentino nudo formándosele en la garganta. Una vez más, Shar-Tel le recordó de forma extraordinaria al capitán Picard, y la idea de dejarlo morir…
—Geordi —dijo de inmediato Data—, creo que tengo una solución. —Mientras hablaba, se quitó la unidad proyectora de campo del cinturón y se la ofreció a Shar-Tel—. Yo puedo sobrevivir y funcionar en el vacío durante un tiempo considerablemente más largo que un ser humano, y sin duda durante el suficiente como para llegar a la cámara de descompresión del hábitat.
El anciano le dirigió una mirada interrogativa a Geordi.
—¿Es verdad eso?
Geordi asintió, enfadado por no haberlo pensado antes él mismo.
—Lo es. Cójalo.
Tras activar su propio traje, Geordi se volvió hacia la compuerta. Con el tricorder, localizó el temporizador electrónico, muy cercano al centro de la compuerta. Detrás de él, Data le enseñaba a Shar-Tel a manejarse con el traje de efecto-campo.
—Pero usted… —comenzó a objetar otra vez el anciano.
—Yo sobreviviré con toda seguridad sin sufrir daños importantes —volvió a asegurarle Data—. Mi cuerpo no es del todo orgánico, como lo son el suyo y el de Geordi. Por lo tanto, puedo soportar un mayor esfuerzo durante un período de tiempo mucho mayor.
—Pero si el traje está todavía en la cámara cuando lleguemos allí, Data —intervino Geordi—, póngaselo. No tiene sentido el correr más riesgos de los absolutamente necesarios.
—Por supuesto, Geordi —asintió Data, y luego se retiró al quedar Shar-Tel de pronto envuelto del traje de campo.
—¿Dice usted que me protegerá tan bien como mi propio traje? —preguntó el anciano con la voz algo amortiguada por el halo de energía y el tono aún algo escéptico.
—Tal vez mejor, al menos a corto plazo —aseguró Data, y luego se volvió para reunirse con Geordi junto a la compuerta de la cámara.
Utilizando su visor para localizar los pernos que trababan la compuerta, Geordi le señaló uno a Data y apuntó su pistola fásica hacia el otro. Sosteniendo las armas a menos de treinta centímetros de la superficie de la compuerta, pulsaron los disparadores.
Durante medio minuto, luego un minuto entero, se oyó sólo el crepitar de los rayos fásicos al penetrar en el metal. Luego, de pronto, el aire comenzó a escapar con un silbido.
Pero las pistolas fásicas continuaron con su labor, y para cuando los pernos y sus tuercas quedaron escindidos el vacío en el interior era casi tan completo como en el exterior.
Data, que en apariencia no estaba afectado excepto por la ligera hinchazón de sus facciones, cogió la puerta por la agarradera y la abrió en un silencio sobrenatural.
Geordi tocó a Data en un brazo, y le indicó mediante gestos y con determinación el traje espacial que aún colgaba en la cámara abierta. Una vez pasó Data flotando a través de la puerta, Geordi volvió su atención hacia el temporizador y los explosivos. Haciendo caso omiso de los incomprensibles símbolos entre verdes y azules que cambiaban en la pantalla del temporizador, localizó sin tardanza los cables que, cuando se acabara el tiempo, transmitirían la corriente detonadora hasta la pastilla explosiva, pero antes de que pudiera arrancarlos, Shar-Tel estaba junto a él aferrándole el brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Geordi desconcertado, y el sonido de su voz fue transmitido débilmente a través de la conexión entre ambos trajes de campo.
Señalando los cambiantes números, Shar-Tel respondió:
—Quedan casi diez minutos. Tendremos tiempo más que suficiente para llegar hasta la cámara y…
—¿Quiere dejarlo explotar?
—Puede que sea más seguro si quienquiera que haya hecho esto piensa que ha tenido éxito.
Geordi miró hacia el atestado interior.
—¿Y qué hay de todo lo que tiene aquí? Quedará destruido.
—No tengo nada aquí. Esto es un lugar para reuniones.
—Entonces dónde…
—Los llevaré allí, si nos dejamos de tanto hablar. De otro modo acabaremos explotando.
Apartando la mano del brazo de Geordi, Shar-Tel cortó la conexión y pasó junto a él hacia Data, que acababa de ponerse el traje espacial. Tras lanzar una última mirada recelosa a los cambiantes símbolos verdes y al explosivo, Geordi lo siguió.
En este viaje de regreso, Geordi avanzó con mayor rapidez por el cable de lo que lo había hecho en el de ida, y los tres hombres se hallaron dentro de la cámara de descompresión con tiempo de sobra. Data se quitó rápidamente el traje espacial y lo colgó con los otros que se alineaban en la cámara. La visión infrarroja de Geordi le dijo que uno de los trajes había sido utilizado hacía poco, pero no tenía forma de saber quién se lo había puesto. Luego, una vez dentro del eje, Data sacó su tricorder.
—Forma de vida humanoide en el otro extremo —anunció.
—Ése es —dijo Geordi—. Intenta llegar allí para que puedan verlo testigos cuando tenga lugar la explosión. Vamos.
Los tres estaban recorriendo el camino entre los tubos y turbinas de la estación energética cuando se produjo, una conmoción breve y amortiguada, como un silencioso terremoto. Reinó el silencio mientras los tres se volvían a mirar en dirección a la cámara.
De forma repentina, tanto el comunicador de Geordi como el de Data despertaron a la vida.
—Teniente Data, teniente LaForge —les llegó la enérgica voz de barítono de Riker, terminante, apremiante—. Respondan de inmediato.
—¡Sabía que el capitán no iba a renunciar! —casi gritó Geordi, y luego le dio una palmada a su insignia—. Aquí el teniente LaForge, señor. Data y yo…
—¿Se encuentran ustedes bien, Geordi? ¿Data? Hemos visto la explosión.
—¿Dónde están? —interrumpió la voz de la teniente Yar.
—Data y yo estamos de vuelta dentro de lo que parece un hábitat, en su estación energética —contestó Geordi—, y estamos bien… ahora que ustedes se encuentran cerca. Pero antes de que nos transporten a bordo…
—Lo siento, teniente —lo interrumpió Riker—, pero no podemos transportar a bordo a nadie. La Enterprise no está aquí, sólo la teniente Yar y yo.
—¿No está aquí? ¿Entonces cómo…? —Geordi se interrumpió—. La nave abandonada —dijo tras unos segundos, el entusiasmo de un momento antes reemplazado por el recurrente recelo—. ¿También se apoderó de ustedes?
—Así es —repuso Riker, y luego continuó explicando el plan que los había llevado allí y cómo había transcurrido, incluida su captura por los transportadores de la nave abandonada—. No podemos estar seguros —concluyó Riker—, pero es probable que la nave abandonada fuera destruida.
Un plúmbeo peso chafó las esperanzas que había acariciado Geordi.
—Entonces, incluso si tuviéramos la posibilidad de invertir el transportador, continuaríamos sin poder regresar.
—Probablemente, pero no hay razón alguna para no probarlo. Con la ayuda de Shar-Lon podríamos…
—¿Han conocido a Shar-Lon? Él estaba con nosotros cuando…
—Cuando fueron atacados —lo interrumpió Riker—. Nos ha contado lo sucedido. Está aquí en el… el Santuario. Se encontraba aquí cuando llegamos. Pero ¿quién los atacó? Y, ¿son los mismos que provocaron la explosión?
—No, eso lo hizo otra persona. No podemos estar seguros pero… —Las palabras de Geordi llegaron a un seco pero momentáneo alto—. Puede que no fuera una mala idea el apagar sus traductores —dijo, manipulando rápidamente su comunicador para asegurarse de que captaría sólo su voz pero nada de su propio traductor o de lo que dijera Shar-Tel. Data, que advirtió las acciones de Geordi, imitó su ejemplo.
—Han estado apagados desde que contactamos con ustedes, teniente —contestó Riker—. Por lo que nos han dicho, resultaba obvio que habían estado ustedes siguiéndole la corriente de la suposición de que eran los llamados Constructores. Pareció lo mejor el dejar que continuara pensando así, al menos hasta que tuviéramos la oportunidad de hablar con ustedes con el fin de que las historias coincidieran. Ahora bien, estaba a punto de decirme quién los atacó. Y por qué.
—No fue un ataque, sólo un…, una especie de secuestro. El hermano de Shar-Lon, Shar-Tel, quería hablar con nosotros, pero Shar-Lon no sabe que Shar-Tel está vivo. Cree que…
—Ya es hora de que lo sepa —interrumpió Shar-Tel—. Los acontecimientos están precipitándose, y he decidido que ha llegado el momento de que hablemos, en particular ahora que han llegado ustedes. Nunca me escuchó en el pasado, ni a mi gente después de mi «muerte», pero tal vez los escuche a ustedes, al menos mientras continúe pensando que son los Constructores.
—Puede que él tenga razón —dijo Geordi luego de repetir las palabras de Shar-Tel—, pero hay algunas cosas que será mejor que Data y yo les expliquemos antes de dejar que Shar-Lon vuelva a entrar en el juego.
—Ustedes dos están obviamente más familiarizados con la situación que la teniente Yar o yo. Obedeceremos su juicio.
A toda prisa, Geordi, con sólo alguna ocasional corrección de detalles por parte de Data, contó a Riker y Yar lo que había averiguado por Shar-Tel.
—Él y su grupo creen que la única forma en la que verán cumplido su sueño de un gobierno mundial es destruyendo el Santuario —concluyó Geordi—. Y quieren nuestra ayuda para llevarlo a cabo.
Riker hizo una mueca.
—Puedo entender por qué piensa de ese modo. Y si de verdad no existe ninguna otra solución, incluso puedo ver algunas justificaciones para ayudarlo, basadas en ciertas interpretaciones de la Primera Directriz. Después de todo, la Primera Directriz está destinada a permitir que las nuevas civilizaciones se desarrollen sin interferencia ni explotación por parte de civilizaciones más avanzadas, y durante los últimos cincuenta años esta civilización ha sido objeto de una interferencia extrema, en especial si hay algo de verdad en la sospecha de que Shar-Lon fue influido por algo o alguien en el interior de la nave alienígena; y si la versión de los acontecimientos dada por Shar-Tel es la verídica. Pero nosotros también estamos más avanzados tecnológicamente que la civilización de Shar-Tel, y no cabe duda de que la Primera Directriz es también aplicable a nuestra propia influencia. Así que quizá nuestra principal responsabilidad aquí sea la de neutralizar cualquier problema que nuestra presencia haya causado.
—Cualquier debate sobre ese tema sería académico, señor —sugirió Data—. Sin la ayuda de la Enterprise, dudo de que la nave pueda ser destruida. Cualquier intento de utilizar la propia pistola fásica dentro de la nave o en sus proximidades provocaría, con casi total seguridad, que uno fuese reducido a la inconsciencia por alguno de los mecanismos de defensa de la propia nave. Geordi y yo ya hemos pasado por la experiencia, y es muy eficaz.
—Y si el propio Shar-Tel fuera capaz de destruirla —agregó Geordi—, existe el peligro de que el núcleo de antimateria quedara fuera de control y detonara. El hábitat está demasiado cerca como para correr ese riesgo. Sería destruido o al menos resultaría lo bastante gravemente dañado como para matar a todos los de a bordo.
—En cualquier caso —dijo Riker—, nuestra principal preocupación en este momento es hallar el camino de regreso a la Enterprise. Y a menos que haya más cosas que ustedes no me han contado, me parece que tendremos más posibilidades de encontrar una solución si trabajamos todos juntos, aquí, en el Santuario.
—Hay un par de cosas con las que tendremos que tener cuidado, señor —comentó Geordi—. Primera, Shar-Lon ha estado controlando el Santuario durante cincuenta años, así que conoce más sobre los ingenios de que está dotado y cómo utilizarlos, de lo que es probable que cualquiera de nosotros pueda aprender por su cuenta en poco tiempo.
—Pero si él piensa que somos los Constructores —intervino Yar—, comenzará a sospechar si tenemos que preguntarle cómo hacerlo funcionar.
—Exacto —contestó Geordi—. Todo lo que sabemos es que se hace funcionar a través del casco, de alguna forma.
—Hemos visto a Shar-Lon utilizarlo —dijo Yar—. Sin duda, si él puede hacerlo…
—Podría haber algún truco que no esperamos —la interrumpió Geordi al recordar lo que el casco había estado a punto de hacer con Data—. El conseguir que él nos lo explique hará que sea mucho más seguro. Pero tiene usted razón. Si le hacemos demasiadas preguntas, es probable que comience a sospechar. Y si decide que no somos los Constructores, no tengo ni idea de cómo va a reaccionar. Su hermano piensa que está desequilibrado, y por lo que yo he visto de él, estoy de acuerdo. Trata de presentar una fachada de valentía, pero presentaba un estado bastante intranquilo durante la mayor parte del tiempo que Data y yo pasamos con él. Además, es evidente que tiene al menos un cierto control sobre el Santuario, incluso cuando no lleva puesto el casco. En caso contrario, no habría sido capaz de hacer que lo transportara hasta allí cuando le dispararon el dardo, antes de quedar inconsciente.
—Así que está diciendo que tenemos que tener cuidado al tratar con él —concluyó Riker.
—Mucho cuidado, señor.
Riker guardó silencio por un momento.
—Muy bien, teniente —contestó—. ¿Pueden ustedes tres llegar hasta el Santuario?
Geordi hizo una pausa y miró hacia el fondo del eje en dirección al extremo del cilindro orientado hacia el Sol. Habían continuado avanzando mientras hablaban, y ahora estaban fuera de la estación energética, cerca del propio hábitat.
—Shar-Tel, ¿puede usted pilotar una de esas lanzaderas para llevarnos hasta el Santuario? —inquirió.
—Estoy seguro de que hay lanzaderas a las que podría tener acceso.
—En ese caso, pongámonos en marcha —le contestó Geordi, y luego le dijo a Riker—: Vamos de camino, señor.
A partir de ese punto, el eje, de apenas tres metros de diámetro, estaba libre de obstáculos…, un cilindro vacío e ingrávido con un anillo a modo de asideros cada pocos metros. Por sugerencia de Shar-Tel, los tres se aprestaron a avanzar aprovechando la ingravidez.
—Será mucho más rápido que «caminar» —señaló Shar-Tel mientras avanzaban flotando, él y Geordi tocando la pared e impulsándose cada tres o cuatro anillas, mientras Data se desplazaba en una línea perfectamente recta y empleaba las anillas sólo para mantener constante su velocidad y vencer la resistencia del aire—, y me temo que no tenemos mucho tiempo que perder. Mi hermano debe de estar poniéndose impaciente o algo peor, no se le ha permitido entender lo que usted y sus colegas estaban hablando durante estos últimos minutos.
Durante un minuto, luego dos, los tres continuaron adelante, Geordi ganando velocidad a medida que adquiría confianza y destreza.
Pero a medio camino, llegaron a la más larga de la docena de secciones transparentes, a través de la cual podían ver los tres valles que recorrían todo el largo del hábitat. Las anteriores habían tenido sólo un metro poco más o menos de largo, y ellos habían pasado a toda velocidad casi antes de que las distantes imágenes pudieran ser registradas por sus sentidos, pero ésta tenía casi diez metros de largo, y las imágenes…
—¡Data! ¡Shar-Tel!
Girando en el aire, Geordi consiguió aferrarse a una anilla situada en el centro de la sección transparente.
—¿Qué sucede, Geordi? —gritó Data, a la vez que se sujetaba a la anilla.
Más allá de él, Shar-Tel se asió a la siguiente anilla y volvió el rostro con expresión preocupada.
—Ahí abajo está sucediendo algo —dijo Geordi, centrando su atención en uno de los valles del hábitat.
Vio que veinte o más de los miembros uniformados de azul de la «plana mayor» de Shar-Lon estaban saliendo en forma de abanico por una gran puerta pintada de amarillo, practicada en un extremo del cilindro. Aquí y allá, algunos de los habitantes del valle —un hombre y una mujer que trabajaban en los huertos a un centenar de metros del extremo de ese cilindro; una media docena de adolescentes que jugaban a lo que podría haber sido alguna forma de balonvolea; un hombre mayor que salía de un gran edificio sin distintivos a medio camino del valle, emplazado en lo que al parecer era un área de manufactura o procesamiento de alimentos— interrumpían lo que estaban haciendo y miraban hacia el fondo del cilindro.
Frunciendo la nariz, Geordi cambió a visión telescópica. Cuando la superficie del valle se le mostró con más detalle, vio que cada uno de los uniformes incluía una de las primitivas pero mortales armas de proyectiles que llevaban los tres individuos que habían acudido a recibirlos en el Santuario.
Y de pie en el fondo, cerca de la misma puerta, observando torvamente el avance del grupo y mirando ocasionalmente las imágenes reflejadas de los otros dos valles, estaba el delegado de Shar-Lon, Kel-Nar. Geordi lo había visto sólo una vez, cuando había escoltado a los ancianos al exterior de la habitación, pero su rostro aquilino no era de los que resultaban fácil olvidar.
—Shar-Tel —llamó Geordi—, parece que Kel-Nar ha sacado fuera a la mayor parte de la «plana mayor» de su hermano, está llevando a cabo una serie de despliegues con aparentes intenciones hostiles. Supongo que eso borra cualquier duda respecto a que él es quien está detrás de la colocación de la bomba. Y de la escucha.
Haciendo una mueca, Shar-Tel se lanzó de vuelta hacia la ranura transparente y al cabo de segundos estaba asomándose a los valles. Palideció al mirar y, en los infrarrojos, su reacción fue todavía más pronunciada.
—Así es —dijo Shar-Tel, casi estremeciéndose al apartar los ojos de la escena de abajo y volver a orientarse hacia el extremo del cilindro de donde provenía—. También significa que está actuando con una rapidez aún mayor de la que yo había temido. Ahora que sabe que estoy vivo… y que no sólo quiero destruir el Santuario, sino que cuento con un apoyo bastante amplio. Seguro que también está buscando a la gente que me ocultó durante los últimos diez años. Sabe Dios lo que hará si los descubre…
—¿Les haría daño? —preguntó Data con inocencia mientras él y Geordi se lanzaban tras Shar-Tel.
—Espero con todas mis fuerzas estar equivocado —contestó Shar-Tel por encima del hombro—, pero me temo que hará prácticamente cualquier cosa.
—Pero su hermano… sin duda él sí puede controlarlo —dijo Geordi—. Puedo contactar ahora mismo con el Santuario, mientras aún estamos de camino, e informar a Shar-Lon de lo que está haciendo Kel-Nar.
Shar-Tel hizo otra mueca.
—Pero eso significaría hablarle de mí, acerca de mi oposición ante la forma en que él ha estado utilizando los Regalos. Aunque yo estuviera cara a cara con él cuando se lo cuente… —Sacudió la cabeza—. En su estado actual, no hay forma de saber cómo va a reaccionar, aun en el caso de que nos creyera. Y con el poder que posee a través del Santuario, podría ser mucho más peligroso que Kel-Nar.
Geordi, mientras se daba impulso gracias a otra anilla de las que jalonaban el trayecto, no pudo estar en desacuerdo. Recordó el constante torbellino emocional que parecía poseer a Shar-Lon durante prácticamente todo el tiempo que él y Data habían pasado con él.
Y luego se encontraron en el extremo del eje orientado hacia el sol y pasaron por la puerta que conducía al hangar de las lanzaderas. Sin los convenientes asideros, volvieron a «caminar» y Shar-Tel recorrió las lanzaderas con la mirada.
—Aquélla —dijo, señalando una que se hallaba junto a la utilizada por Shar-Lon. A diferencia de la mayor parte de las otras, ésta estaba equipada de un mecanismo que le permitiría acoplarse con otra nave—. Si no han cambiado el código…
De pronto, otra puerta del hangar se abrió de golpe y aparecieron un par de uniformes azules.