11

—¡Carpelli! ¿Los ha recogido? —dijo la voz de Picard, abriéndose paso entre el caos mientras la Enterprise continuaba zarandeándose a causa de los efectos de la gigantesca explosión de antimateria.

Por un momento, mientras disminuía el brillo cegador de los escudos casi sobrecargados y la nave recobraba la estabilidad, no hubo contestación alguna, sólo las insistentes alarmas y las propias respuestas de la nave, más rápidas y efectivas de lo que podía serlo cualquiera de origen humano.

Y luego, en vez de responder el alférez Carpelli desde la sala del transportador principal, la consejera Troi, liberando los dedos que había clavado en los posabrazos del sillón, dijo:

—Han desaparecido.

Picard se volvió a mirarla.

—¿Qué ha dicho, consejera?

—Han desaparecido —repitió ella—. Los sentí cómo desaparecían un instante antes de la explosión.

—¿Desaparecían? ¿Quiere decir cómo morían?

Ella negó con la cabeza.

—No lo sé, pero no lo creo así. Hubo algo más, ocurrió un instante después de la explosión. No puedo estar segura… las emociones de la tripulación casi me confundían… pero creo que sentí a Riker.

—Pero seguramente habría reconocido…

—Lo habría hecho y lo hice, pero había algo diferente, algo distorsionado. —Sacudió la cabeza—. No puedo describirlo mejor, capitán.

—¿Pero piensa que continuaban vivos después de la explosión?

—Sí —respondió la consejera.

—¡Alférez Carpelli! —gritó Picard con brusquedad, apartándose de la consejera—. ¡Responda!

—Lo lamento, señor —le llegó por fin la abatida voz de Carpelli—. No pude traerlos de vuelta después de que fueran transportados a esas nuevas coordenadas. Sencillamente no hubo tiempo. La interferencia…

Picard lo interrumpió.

—Teniente Worf, usted los tenía en los sensores. ¿Qué ha sucedido? ¿Fueron transmitidos fuera de allí antes de que se produjera la explosión?

—Revisando ahora las lecturas, señor —respondió Worf al tiempo que se inclinaba sobre el terminal científico—, es imposible estar seguro, señor. Las lecturas de formas de vida parecen haberse desvanecido casi medio segundo antes de la explosión, pero si aún estaban en tránsito cuando el transportador fue destruido…

—Lo sé, teniente. Podrían haber sido transmitidos pero no recibidos. —Picard fue incapaz de reprimir del todo un estremecimiento.

—Sí, señor —tronó Worf—. Es una posibilidad.

—Pero también es una posibilidad que hayan sido transportados con éxito al mismo lugar que los tenientes LaForge y Data. ¿Hay algo dentro del alcance de los sensores?

—Nada que no estuviera ya antes, señor, exceptuando las partículas de energía de la nave que ha estallado.

—Muy bien. —De inmediato, Picard se volvió hacia el terminal de seguridad—. Teniente Brindle, intente llegar hasta ellos a través de sus transmisores-receptores subespaciales.

—Ya lo estoy intentando, señor. Aún no hay respuesta.

—Continúe intentándolo. ¿Qué alcance…?

—Es imposible predecirlo con exactitud, señor. Con las irregularidades del subespacio…

—Una conjetura, entonces, teniente Brindle —le espetó Picard.

—Un centenar de parsecs como mínimo, señor, posiblemente más, dependiendo de la configuración del subespacio local.

—Gracias, Brindle —contestó Picard, y se volvió al instante hacia el terminal de navegación—. Alférez Gawelski, trace un curso que nos lleve a todos los sistemas solares dentro de un radio de cinco parsecs en el menor tiempo posible. Comenzamos otra búsqueda. Continuará hasta que los encontremos directamente o contactemos con ellos.

—Sí, señor. Trazando el rumbo.

—Consejera Troi, si percibe algo más, cualquier cosa, por vaga, insegura o distorsionada que sea, y que pueda estar conectada de alguna forma con Riker… o Yar, hágamelo saber al instante. ¿Comprendido?

—Comprendido, capitán.

—Curso trazado y entrado, señor —informó Gawelski.

—Entonces, póngase en camino, Gawelski. ¡Máxima velocidad hiperespacial, ahora!

Y la búsqueda dio comienzo.

—¡Mi primer oficial, yo no soy su Imzadi! —La voz de la teniente Tasha Yar, amortiguada por el casco del traje antirradiación, contenía una mezcla de irritación e incomodidad.

Parpadeando, Riker apretó los labios con fuerza al darse cuenta de que sus involuntarios susurros tenían que haber sido más audibles de lo que, en aquellos distorsionados minutos, había pensado.

Superando los coletazos de las náuseas y el mareo que le habían sobrevenido, se tomó un segundo para serenarse y adaptar su visión al entorno, aún ingrávido por lo que Yar y él estaban en… ¿dónde? ¿Otra nave abandonada? En la sala no había prácticamente nada excepto una enorme cámara de descompresión, algo que parecía un receptáculo de hibernación sobre un pedestal alto hasta la cintura, una pantalla que abarcaba la mitad superior de una pared, y una silla de aspecto incómodo atornillada a lo que en apariencia quería ser un suelo.

Yar, según vio, se había quitado el casco y estaba sondeando la sala con atención, el tricorder en una mano, el fusil fásico en la otra.

—Lo siento —comenzó a decir mientras se quitaba el casco, pero ella le hizo un rápido gesto con el tricorder para indicarle que guardara silencio.

Sin decir palabra, señaló el receptáculo de hibernación, y Riker miró su propio tricorder. Había una silueta humanoide detrás del pedestal.

Asintiendo con la cabeza, Riker levantó su fusil fásico y los dos se separaron con lentitud hacia posiciones opuestas para tener cubiertos los dos flancos del pedestal.

Pero antes de que hubieran recorrido más de un metro, un hombre viejo ataviado con un chillón uniforme amarillo brillante se puso en pie de golpe con las manos tendidas hacia los lados, las palmas abiertas y vacías.

Y comenzó a hablar, con nerviosismo pero cautela. Al cabo de un minuto, los traductores habían recogido lo suficiente de las palabras del viejo como para comenzar su trabajo.

—¿Dónde están los dos que llegaron antes aquí? —lo interrumpió Yar sin rodeos, haciendo caso omiso de la parcial traducción de las palabras del anciano.

El hombre, ya nervioso, dio la impresión de estar a punto de desmayarse ante estas palabras.

—¡No lo sé! ¡Lo juro! —contestó—. ¡A petición de ellos, iba a traerlos de regreso aquí, a su Santuario, para que pudieran hacer el informe preliminar para ustedes, cuando fuimos atacados!

—¡Atacados! —Yar blandió el fusil fásico con gesto significativo—. ¿Qué les sucedió?

El anciano se encogió de hombros.

—Sólo puedo suponer que fueron capturados, pero…

—¿Capturados? ¿Por quién? ¿Por qué?

—Por mis enemigos… ¡por los enemigos de ustedes!

—¡Nosotros no tenemos enemigos aquí! —le espetó Yar, imprimiéndole al fusil fásico otro amenazador movimiento—. O no los teníamos… ¡hasta que nuestros amigos fueron atacados y secuestrados! ¡Explíquese!

Temblando, el anciano, que dijo llamarse Shar-Lon, hizo todo lo posible, utilizando la pantalla para mostrarles el hábitat y el planeta. Yar lo urgía para que retomara el curso lógico de sus explicaciones siempre que comenzaba a caer en la oratoria, y al cabo de pocos minutos ella y Riker tenían una idea aproximada de la situación. Por el momento no dijeron nada que contradijera la historia que Data y LaForge habían improvisado. De hecho, la forma agresiva y poco dada a contemplaciones con que lo abordó Yar, pareció reforzar esa historia, en particular la parte sobre los «superiores impacientes» que aguardaban en el espacio.

—Antes de que los dardos me dejaran a mí completamente inconsciente —acabó Shar-Lon—, fui capaz de activar mentalmente uno de los Regalos de ustedes que puede devolverme al instante a su Santuario. Recobré el conocimiento tan sólo segundos antes de que ustedes aparecieran. Sólo lamento no haber podido traer a sus colegas sanos y salvos conmigo.

—Teniente Yar —dijo Riker al tiempo que hacía un gesto hacia el traductor de ella y apagaba el suyo propio.

Rápidamente, ella lo imitó.

—Probablemente pueda localizar sus comunicadores con mi tricorder si están al alcance —comentó Yar.

—Pruébelo, entonces, teniente —dijo él, a la vez que abría la funcional bolsa del traje antirradiación y sacaba de ella el transmisor subespacial—. Mientras lo hace, yo contactaré con la Enterprise y espero que puedan utilizar nuestra señal para dirigirse hacia aquí.

—Sí, señor —contestó Yar con tono enérgico a la par que realizaba los ajustes necesarios en su tricorder.

Entretanto, Riker encendía el transmisor que tenía preseleccionada la frecuencia que la Enterprise estaría escuchando.

Enterprise, aquí el primer oficial Riker.

Pero no hubo respuesta.

—Teniente —dijo tras el cuarto intento infructuoso—, pruebe con su transmisor.

Pero ella no tuvo mejor suerte que Riker.

Mientras Yar adoptaba una expresión ceñuda y lo intentaba una segunda vez, y una tercera, Riker sacaba su tricorder, ajustaba una serie de controles, y lo dirigía primero hacia su transmisor y luego hacia el de Yar.

Yar levantó rápidamente los ojos hacia él.

—¿Qué sucede?

Volviendo el tricorder de manera que ella pudiese ver la pantalla, Riker negó con la cabeza.

—Ninguno de los dos funciona. El circuito subespacial está quemado. Estamos tan incomunicados con la Enterprise como Data y LaForge.

—¿Destruir el Santuario? —Geordi frunció el entrecejo mientras miraba a Shar-Tel.

—Ya han visto a mi hermano. Saben qué ha hecho —dijo Shar-Tel—. Cuál ha sido el efecto de la tecnología de los Constructores. —Shar-Tel le dirigió a Geordi una mirada suplicante—. ¡Ayúdennos a salvar nuestro mundo! —imploró.

Geordi rechazó la idea con un movimiento de su cabeza. Sus instintos —y su observación infrarroja del hombre— lo llevaban a pensar que Shar-Tel estaba contándoles una verdad, pero ¿cuán completa era esa verdad? También Shar-Lon les había contado la verdad, como él la veía, pero había sido lamentablemente incompleta y gravemente distorsionada.

Geordi arrugó el ceño.

—Puedo entender su punto de vista, pero ¿está seguro de que quiere destruir el Santuario? Allí hay una gran cantidad de información, si pudiera usted arrebatarle el control de la misma a su hermano y hacer que lo estudiaran algunos científicos.

Shar-Tel negó con la cabeza.

—Si fuera posible arrebatarle el control a mi hermano, su delegado Kel-Nar lo habría hecho hace mucho tiempo, claro que eso habría empeorado aún más la situación.

—Me da la impresión de que no es usted un admirador de Kel-Nar.

—Mi hermano al menos tiene una conciencia. Estoy casi seguro de que fue Kel-Nar quien intentó matarme hace diez años, cuando pensó que yo podría estar adquiriendo demasiada influencia sobre mi hermano. Colocó un artefacto explosivo en la lanzadera que sabía que yo iba a utilizar cuando por fin decidí aceptar la invitación de mi hermano para ver el interior del Santuario. Pero falló y yo lo encontré. También me di finalmente cuenta de lo despiadado… y persuasivo… que en realidad es Kel-Nar, y de que no tenía posibilidad de convencer a mi hermano de la verdad. Estoy prácticamente convencido de que Kel-Nar ha matado ya a media docena de personas, incluyendo a algún miembro de la plana mayor que se interpuso en su camino.

—¿Así que dejó que Kel-Nar pensara que había tenido éxito en deshacerse de usted?

—Sabía que mi hermano no iba a creerme si le hablaba de Kel-Nar… y sabía que Kel-Nar volvería a intentarlo. El dejar que creyera que lo había conseguido la primera vez parecía la única forma de salvar mi vida. Y para entonces ya tenía los bastantes amigos que veían las cosas como yo y estaban dispuestos a ocultarme.

—¿No tiene miedo de que vayamos a contarle todo esto a su hermano cuando regresemos?

Él se encogió de hombros.

—Si deciden contárselo… Después de oírlo a él y oírme a mí, tengo que suponer que ustedes…

—Geordi —interrumpió Data—, alguien se acerca. —Estaba observando con atención su tricorder—. Una sola forma de vida, y parece estar siguiendo la misma ruta que recorrimos nosotros para llegar hasta aquí.

—¿Estaba esperando a alguien, Shar-Tel? —preguntó Geordi.

—A nadie —contestó el anciano, que arrugó el gesto con preocupación—. ¿Les dio mi hermano algo para que lo llevaran encima? ¿Algo que pudiera utilizar para seguirlos?

—No que yo sepa —dijo Geordi, pero un segundo más tarde Data llevó a cabo una serie de rápidos ajustes en el tricorder y lo volvió primero hacia sí y luego hacia Geordi.

Sus dorados ojos se entrecerraron. Se inclinó hacia delante y arrancó un diminuto disco, de apenas medio centímetro de diámetro, de la espalda del uniforme de Geordi.

—Esto ha estado emitiendo una señal electromagnética modulada de potencia extremadamente baja —dijo—. Por la configuración de las modulaciones, sospecho que está transmitiéndole nuestras palabras a quienquiera que tenga el…

Lanzando las más desaforadas maldiciones, Shar-Tel le arrebató el diminuto disco a Data, lo tiró al suelo y sujetándose a una agarradera instada en una pared lo aplastó con un vigoroso golpe de tacón.

Y entonces, Geordi recordó. En el momento en que entraron en la cámara de descompresión del Santuario con los primeros tres hombres que fueron a recibirlos, en la oscuridad y justo antes de que el atacante sacara la pistola, una mano le rozó. En aquel instante achacó la impresión al mareo o la desorientación causados por la total oscuridad e ingravidez, pero ahora estaba claro que se había tratado de algo más que eso.

—La cámara de descompresión exterior… —comenzó a decir Geordi, pero en el punto en que las palabras brotaban de sus labios, oyó el característico sonido de la cámara de descompresión cuando se activa la función que produce el vacío.

Shar-Tel, lanzándose con rapidez y pericia a través de la gravedad cero a pesar de su edad, llegó a la cámara antes que Geordi o Data, pero era demasiado tarde para detener el proceso. Una vez comenzado, continuaba de forma automática hasta acabar. Quienquiera que estuviese ahí fuera, se encontraría en el interior de la cámara de descompresión dentro de un minuto o menos.

—¿Quién es? —preguntó Geordi.

Shar-Tel arrugó la nariz.

—Alguien que trabaja para Kel-Nar, por supuesto. O posiblemente el propio Kel-Nar. Ahora que sabe que falló la última vez, va a terminar el trabajo.

Geordi y Data sacaron las pistolas fásicas y retrocedieron, anclando sus botas a la cubierta metálica. Data, con el tricorder aún sujeto en la otra mano, observaba la pantalla de datos mientras aguardaban.

Pero no se produjo el silbido del aire que volvía a llenar la cámara de descompresión.

—Están colocando un dispositivo electrónico en la parte de fuera de la compuerta interior —informó Data al tiempo que alzaba la mirada del tricorder—. Parece ser un temporizador.

Una pausa y luego:

—La forma de vida se marcha.

Pero la puerta exterior no se cerró. El entrechocar metálico que habría sido transmitido a través del metal de la cámara no llegó. Y cuando Shar-Tel intentó volver a llenarla de aire, los controles se negaron a responder. La compuerta exterior continuaba abierta.

—¡Explosivos! —dijo Shar-Tel—. Para eso es el temporizador. ¡Kel-Nar va a hacernos volar, de la misma forma que intentó hacerme volar a mí hace diez años!

—¿Quemados? —Yar les frunció el ceño, furiosa, a los transmisores—. Se encontraban en perfectas condiciones de funcionamiento en la Enterprise, Yo misma los comprobé personalmente.

—No lo dudo, teniente —repuso Riker—, pero ahora no funcionan. Es probable que se hayan quemado cuando nos transportaron. El ingeniero en jefe Argyle nos advirtió que el transporte podía operarse a través del subespacio, no del espacio normal.

Y, por desgracia, tenía razón, pensó Yar con rabia. La distancia que era obvio habían recorrido lo demostraba. Y las energías desarrolladas por un transportador tal tendrían que ser descomunalmente mayores que las que en condiciones normales soporta un transmisor. La sola presencia de esas energías tenía que haber sobrecargado los circuitos, de la misma forma que un rayo que cayera cerca podría sobrecargar y quemar un circuito electrónico primitivo.

Estaban aislados de la Enterprise.

Ella sacudió la cabeza. Le pasó a toda velocidad por la mente la idea de que no era posible, de que algo como eso simplemente no podía sucederle a la tripulación de una nave estelar de la Federación.

Pero la inutilidad de dicho pensamiento se le hizo evidente casi al instante. Por mucho que ella deseara a veces que la Federación y sus oficiales fueran infalibles, sabía que eso no podía ser. No existía organización ni persona alguna que pudiera estar preparada para todas las eventualidades. Se cometían errores y descuidos o, como ahora, algo completamente imprevisto…, completamente fuera de la experiencia de la Federación…, derrumbaba un plan en teoría impecable.

Y mientras aún trataba de deshacerse de esos pensamientos, reemprendió su búsqueda con el tricorder. Y esta vez, casi al segundo, localizó los comunicadores. Manipulando los controles con destreza, descubrió que Data y LaForge —o quienesquiera que llevaran puestos sus comunicadores— estaban con una tercera forma de vida humanoide. Centenares de otras formas de vida similares poblaban un ingenio cilíndrico cercano, el hábitat que Shar-Lon les había mostrado en la pantalla, supuso.

—Los tengo, comandante —dijo Yar, estudiando la pantalla de su tricorder.

—Excelente, teniente.

Tras encender Riker su propio traductor, estudió el tricorder de ella y reparó en la posición de los controles.

—Shar-Lon —comenzó a decir, volviéndose hacia el anciano que había estado de pie y prácticamente inmóvil desde que los traductores fueron apagados. Shar-Lon dio un respingo al oír el sonido de su nombre, pero no dijo nada; sólo miró con aire penitente hacia Riker.

—Vuelva a mostrarnos el hábitat… el mundo de los Guardianes de la Paz —pidió Riker, haciendo un ademán hacia la pantalla.

Bajando la cabeza en un gesto que fue menos una reverencia que una contracción nerviosa, Shar-Lon se dio la vuelta y con prisas volvió a ponerse el casco en la cabeza. Al cabo de segundos, el hábitat reapareció.

—Allí —dijo Yar al tiempo que señalaba el área en torno a la estación energética emplazada en el foco del espejo de un kilómetro de diámetro—. ¿Puede mostramos ese área con mayor detalle?

Sin pronunciar palabra, Shar-Lon obedeció y la estación energética, junto con un grupo de lo que parecían piezas de satélite de desecho e incluso estaciones espaciales completas, se amplió hasta ocupar toda la pantalla.

—Están en algún punto de allí acompañados por una tercera forma de vida humanoide, presumiblemente uno de los secuestradores.

—Shar-Lon —dijo Riker—, ¿tiene algún significado para usted esa zona? ¿Sabe por qué los secuestradores llevarían a nuestros hombres a ese lugar en concreto?

El anciano sacudió la cabeza casi con violencia.

—¡No entiendo nada de esto!

—¿Puede esta máquina —inquirió Yar abarcando con un gesto la pantalla—, enseñarnos el interior de esas estructuras?

—No, como sin duda ya saben ustedes…

De pronto, sin sonido, un estallido hizo eclosión en la pantalla.

Un increíble y repentino golpe de miedo, no por sí misma sino por sus dos compañeros de tripulación, retorció el estómago de Yar.