10

—¿Preparada, teniente Yar?

—Preparada, primer oficial.

Durante otro segundo, Riker y Yar, irreconocibles en sus trajes antirradiación, permanecieron de pie y en silencio, con sus botas magnetizadas adheridas al suelo de la nave abandonada, en el punto más aproximado al lugar en que Data y LaForge se habían encontrado cuando los transportadores se apoderaron de ellos.

—Preparados, capitán —dijo al fin, Riker.

—Muy bien, número uno. Argyle, haga bajar los escudos del núcleo.

Argyle, desde ingeniería, ejecutó la orden. Envió la señal de activación de las unidades de control remoto que, tan sólo horas antes, habían trabajado para reactivar los escudos.

—Teniente Worf —dijo Picard—, mantenga en todo momento informados al alférez Carpelli y al grupo de expedición de los niveles de radiación. Alférez Carpelli, esté preparado para sacarlos de la nave abandonada en el instante en que haya cualquier indicio de problemas.

—Preparado, señor.

En el terminal científico, Worf empezó a desgranar las lecturas de los niveles de radiación.

—¿Alguna actividad, número uno?

—Todavía nada, señor.

—Primer escudo quitado, capitán —informó Argyle.

—Comience a bajar el siguiente, jefe.

Durante casi un minuto sólo se oyó el constante anuncio de los niveles de radiación por parte de Worf.

—Una luz del panel de control acaba de comenzar a parpadear, señor —dijo la voz de Riker. Y un momento más tarde—: Y ahora hay un plano en la pantalla. Parece un plano de la nave abandonada. Sí, estoy seguro de que lo es. Y justo en el centro, donde tiene que estar la antimateria, hay un círculo verde que también parpadea. Obviamente, se trata de algún tipo de sistema de alarma, destinado a alertar a quienquiera que esté dirigiendo las cosas, cuando surge algo demasiado grande como para que la computadora lo arregle por sí sola.

—Y acaba de aparecer un mensaje en la parte inferior de la pantalla —intervino Yar—. No es ningún idioma que yo reconozca. Grabaré su imagen para futuros análisis.

—Excelente, teniente —dijo Picard—. ¿Algo más?

—El tricorder indica actividad en las unidades de hibernación, pero nada más.

—Los niveles de radiación se aproximan a la intensidad que provocó la operación anterior del transportador —informó Worf.

—Ya lo han oído, número uno, teniente Yar —dijo Picard—. Cuídense.

—Sí, señor, eso planeamos.

—Comenzando a bajar el tercer escudo, señor —informó Argyle.

—Despacio, Argyle, despacio —le advirtió Picard—. El nivel de radiación ya casi está donde queremos…

—La emisión del núcleo de antimateria aumenta con rapidez, señor —interrumpió Worf—. El nivel de radiación también aumenta, ya ha superado la intensidad estimada para la activación del transportador. O bien los controles de energía de la nave abandonada han vuelto a fallar, o algo ha…

—¡Señor Carpelli! —gritó Picard—. ¡Tráigalos de vuelta!

—Activado, señor —contestó al instante Carpelli.

—Hay otro transportador que ya está operando en la nave abandonada, señor —anunció Worf.

—¡Carpelli!

—¡Lo he oído, señor! Estoy intentándolo, pero la interferencia de ese otro transportador está…

—¡Nuevas coordenadas, señor Carpelli! —tronó Worf, pulsando una tecla que las envió al instante a la sala de transportes—. Riker y Yar están ahora en estas coordenadas. El primer transportador…

—¡Enfocando sobre nuevas coordenadas, ahora! —dijo Carpelli con voz tensa.

—¡Yar! ¡Número uno! —llamó Picard—. ¡Resistan! ¡Los traemos de vuelta!

Pero no hubo respuesta.

—¡Activado! —volvió a decir Carpelli.

—¡Núcleo de antimateria en secuencia terminal de sobrecarga, señor! —exclamó Worf—. A esta distancia…

—¡Ya lo sé, teniente! ¡Brindle! ¡Preparado para levantar escudos en el instante en que Carpelli confirme que el equipo de expedición ha regresado!

—Preparado, señor —respondió Brindle desde el terminal de seguridad.

—¡Los he perdido! —fue el mensaje que les llegó por el intercomunicador en la agónica voz de Carpelli—. La interferencia de…

—¡No explique nada! ¡Simplemente, tráigalos de vuelta!

—Estoy intentándolo, pero…

—No hay tiempo, señor —interrumpió Worf—. ¡Sobrecarga terminal en cinco segundos!

—¡No puedo traerlos! —gritó Carpelli—. La interferencia…

—Tres —dijo Worf, implacable—. Dos…

—¡Escudos, Brindle!

—¡Escudos levantados, señor! —contestó Brindle, cuyas palabras precedieron en unos segundos al estallido cegador que llenó la pantalla. Un instante después, toda la nave se sacudió mientras los escudos absorbían al máximo de sus posibilidades la energía desplegada por la aniquiladora antimateria.

Y la consejera Deanna Troi, con los ojos muy abiertos de dolor, los nudillos blancos al aferrarse sus manos a los posabrazos del sillón, profirió un silencioso grito.

El vehemente «¡Tráigalos de vuelta!» proferido por Picard fueron las últimas palabras que oyó Riker antes de sentir que lo envolvían las energías del transportador. Un instante después las paredes de la nave alienígena se desvanecieron, y él esperó a que apareciera la sala del transportador principal de la Enterprise.

Pero no lo hizo.

En cambio, cuando sintió que el transportador lo dejaba en libertad, indicando que había llegado a destino, hubo sólo una absoluta oscuridad y un agresivo olor metálico. Pero la oscuridad y el olor apenas tuvieron tiempo de registrarse en sus sentidos antes de que la acción paralizante de un transportador volviera a dejarse sentir.

Y esta vez, para su sobresalto, un caleidoscopio de colores estalló en torno y dentro de él, evolucionando y revolviéndose en dibujos que retorcían la mente, y que él creyó que no podían existir. En la realidad conocida.

Justo entonces, Riker supo que no eran los transportadores de la Enterprise los que lo habían arrebatado de la nave abandonada que se desintegraba por efecto de la radiación.

Era el mismo transportador que se había llevado a Data y LaForge… y, como había sospechado Argyle, no operaba a través del espacio normal sino del subespacio.

De repente, en el mismo momento en que esos pensamientos corrían por su mente, los colores desaparecieron.

Todo desapareció, como si la totalidad de sus cinco sentidos hubiese sido borrada de forma instantánea.

De un modo aterrorizador, incluso sus recuerdos empezaron a desvanecerse, dándole sólo el tiempo suficiente para pensar: «El transportador de la nave abandonada fue destruido mientras estábamos aún en tránsito, y las energías que éramos Tasha y yo están comenzando a disiparse por el subespacio mismo».

Y luego incluso ese pensamiento se desvaneció, y él existió sólo en el simple instante que era el presente inmediato. No tenía pasado ni futuro. Simplemente, existía.

Transcurrido un lapso que no tenía forma de medir, sintió algo. Un tirón, suave, como ejercido desde la lejanía, que lo arrastraba de aquella nada que era lo único que él podía concebir en ese momento.

De forma repentina, los colores volvieron a resplandecer, y un instante después fulgieron los recuerdos en su interior, y durante un momento el retorno de sus propios pensamientos y recuerdos fue tan caótico, tan atemorizador como su imposible entorno.

Pero después, como si le hubieran arrojado un cable salvavidas, un pensamiento surgió del caos y Riker se aferró a él.

Y su mente se aclaró.

El torbellino de imposibles colores se desvaneció.

Y al solidificarse el mundo en derredor de él, oyó un sonido, y con sobresalto se dio cuenta de que era su propia voz que susurraba una sola palabra una y otra vez: «Imzadi, Imzadi, Imzadi…».

Pero el cable salvavidas, el nexo que había evitado que su mente se dispersara de modo irrecuperable durante esos interminables momentos antes de que las energías del transportador subespacial se hubieran concentrado y reintegrado la conciencia y el físico de William Riker…, ese cable salvavidas había desaparecido.

Geordi evitó que la sorpresa se le reflejase en la cara. No sabía muy bien qué había estado esperando… pero el hermano muerto de Shar-Lon, Shar-Tel, definitivamente, no lo era.

—Su hermano dijo que estaba usted muerto —afirmó Geordi—. Justo después de que yo le preguntara si podía hablar con usted. Deduzco que tiene alguna razón para no querer que eso suceda.

—La tendría —respondió el hombre mientras su sonrisa se volvía desagradable—, si supiera que aún estoy con vida.

—¿No lo sabe?

—Estoy razonablemente seguro de que no. Pero ésa es una historia muy larga, y antes de que entremos en ella, me gustaría que respondieran ustedes a una pregunta.

—Si puedo hacerlo, y si usted responde algunas otras…

—Encantado —dijo Shar-Tel—. Ahora, mi pregunta. ¿Son ustedes de verdad la gente que dejó aquella cosa en órbita alrededor de nuestro planeta? Y si lo son, ¿qué es y por qué la dejaron?

—Su hermano cree que lo somos —contestó Geordi.

—Mi hermano, por desgracia, cree muchísimas cosas, la más irrelevante de las cuales no es que él fue deliberadamente elegido para salvar nuestro mundo, utilizando las cosas con las que se tropezó.

—¿Y usted no lo cree?

—¿Le parezco estúpido?

De repente, por razones que no podía explicarse a sí mismo, y mucho menos a Data si se le ocurría preguntar, Geordi se echó a reír. Tal vez no fue por nada más que el hecho de que el hombre de constitución esbelta y cráneo casi calvo, por no hablar de su tono repentinamente brusco, le recordaba al capitán Picard —o, más bien, al capitán Picard cómo podría ser dentro de treinta años más—, y el recuerdo le hizo sentirse bien.

—No, nosotros no fuimos quienes lo dejaron aquí —admitió Geordi—. En cuanto a qué es, es algo que a nosotros mismos nos gustaría saber. Tenemos algunas conjeturas arriesgadas, pero eso es casi todo. Cualquier cosa que usted pueda decirnos nos serviría de gran ayuda.

Shar-Tel frunció el ceño durante un momento, pero luego sonrió y se volvió a mirar a los otros.

—Será mejor que regreséis, antes de que mi hermano os eche en falta y empiece a imaginar qué os traéis entre manos —dijo—. No os reconoció, ¿verdad?

—No, no nos vio la cara. Pero puede que Vol-Mir tenga que dar algunas explicaciones. Se vio obligado a improvisar con el fin de mantener ocupado a Shar-Lon el tiempo suficiente como para que llegáramos a nuestra posición, y dijo que Shar-Lon se puso más que un poco suspicaz cuando la emergencia resultó ser una falsa alarma.

Shar-Tel hizo una mueca.

—No deis más pie a sospechas. Regresad allí ahora mismo. Yo estaré bien.

Los hombres asintieron con la cabeza, aliviados cada cual en distinto grado, volvieron a ponerse los cascos y regresaron a la cámara de descompresión. Al cerrarse ésta tras ellos, Shar-Tel dijo:

—Sospecho que la historia de ustedes es tan larga como la mía, así que será mejor que nos pongamos a ello.

—Antes de que entremos en materia —dijo Geordi—, yo tengo una pregunta. ¿Puede usted o su gente llevarnos de vuelta al Santuario cuando hayamos acabado aquí?

La expresión ceñuda de Shar-Tel regresó, y sus ojos salieron disparados hacia la cámara de descompresión cerrada.

—¿Por qué?

—Para que podamos tratar de hallar la forma de volver a nuestro origen.

—Ah. ¿Significa eso que ustedes no acudieron aquí intencionadamente?

—Geordi —interrumpió Data al tiempo que apagaba su traductor.

LaForge vaciló, advirtiendo la expresión de suspicacia que se hacía aún más pronunciada en el rostro de Shar-Tel. Luego, dejando encendido su propio traductor, preguntó a su amigo:

—¿De qué se trata, Data?

El androide, con un logrado remedo de mirada intencionada, dirigió por un momento sus dorados ojos hacia el traductor de Geordi.

—Está todo bien, Data. Creo que podemos confiar en Shar-Tel.

Data consideró la situación.

—Ah. Creo que ya lo entiendo. ¿Significa esto que ya no estamos manteniendo una «fachada»?

Geordi negó con la cabeza, al tiempo que sonreía con una indefinible tristeza.

—Correcto —contestó—. Todavía estoy tocando de oído, y ahora mismo mi oído me dice que abandonemos la fachada.

Data meditó durante otro momento y luego volvió a encender su traductor.

—Eso es bueno. Mantener una «fachada» no resulta fácil.

—Por ese pequeño intercambio de palabras —comentó Shar-Tel—, ¿sería correcto suponer que no han sido ustedes del todo sinceros con mi hermano?

—No del todo. Pero no ha respondido usted a mi pregunta. ¿Puede llevamos al Santuario cuando hayamos concluido?

—Creo que algunos de los míos pueden llevarlos hasta allí, sí.

—¿Pero no está seguro?

—Veamos cómo reacciona mi hermano ante el hecho de que lo dejaran fuera de combate y ustedes dos hayan desaparecido. Creo que sería mejor si, cuando hayamos acabado de hablar y entiendan la situación, regresaran ustedes con mi hermano y dejaran que fuera él quien los llevara al Santuario. Sería menos peligroso para todos.

—¿Peligroso? ¿Como cuando alguien intentó disparamos en la cámara de descompresión en el momento en que nos llevaban a ver a su hermano?

El rostro de Shar-Tel fue oscurecido por una expresión ceñuda, no dirigida contra ellos sino contra sí mismo.

—Lo lamento —dijo—. Puedo ver lo que deben haber pensado cuando mis hombres les dispararon esos dardos adormecedores. Si yo hubiese sabido… Considerando la aparente facilidad con que ustedes los desarmaron, ¿sería correcto suponer que tienen suerte de seguir vivos?

Geordi comenzó a encogerse de hombros, con la intención de dejar que Shar-Tel sacara sus propias conclusiones, pero luego se detuvo.

—No —explicó—. Nuestras pistolas fásicas están programadas para desmayar… lo que equivale a decir que habrían tenido más o menos el mismo efecto que causaron las pistolas de dardos de ustedes. Nosotros no utilizamos energías letales a menos que sea absolutamente necesario.

—¿Pistolas fásicas? ¿Son ésas sus armas? ¿Podría…? —Shar-Tel calló de golpe y sacudió la cabeza—. Estoy malgastando el tiempo con detalles —dijo—. Díganme una cosa, una vez que hicieron creer a mi hermano que eran sus míticos Constructores, ¿les pidió él que hablaran con su Consejo? ¿Dijo que quería que todo el mundo los viera y oyese, a fin de poder darles las gracias por haber librado a nuestro mundo de la destrucción segura?

—Más o menos.

—Y supongo que también les contó cómo le fue dada la señal y hallado digno de ser admitido por el Santuario. Y luego se le otorgó el privilegio de salvar al mundo. Con los Regalos que encontró allí dentro.

—Poco más o menos. ¿Está diciendo usted que no es verdad?

Shar-Tel suspiró.

—Por desgracia, lo que él ha dicho es en parte verdad.

—¿Y planea usted contarnos la versión sin distorsionar?

—Supongo que será mejor hacerlo, si lo único que han oído ustedes es la versión de mi hermano.

Inspirando profundamente, Shar-Tel comenzó.

—Como él les ha contado, fue hace cincuenta años que nos tropezamos con esa nave alienígena abandonada que orbitaba alrededor de nuestro planeta. No tengo ni idea de quién la dejó allí ni por qué, o qué causó las «visiones de sangre» o lo que fuesen. Yo había abrigado la esperanza de que tal vez ustedes lo supieran, dado que se dijo que habían aparecido, procedentes de la nada, en el interior de la nave, pero dicen que no lo saben, y yo sólo puedo dar su palabra por buena.

—Creemos que las «visiones de sangre», como usted las llama, fueron causadas por el fallo de un tipo de dispositivo de camuflaje con que estaba equipada la nave —explicó Geordi—. Cuando un dispositivo de camuflaje funciona de la forma adecuada, hace que una nave resulte invisible, pero cuando comienza a fallar, puede suceder cualquier cosa. Todas las ondas luminosas pueden verse afectadas por lo que llamamos el efecto Doppler, vamos que fueron «viradas» al rojo, que es probablemente lo que sucedió aquí; también ocurre a veces que algunas ondas luminosas pueden verse bloqueadas mientras que a otras se les permite pasar.

—¿Así que fue sólo una cuestión de suerte que el mundo se volviera rojo en lugar de azul o verde?

—Es probable —repuso Geordi, y Shar-Tel rió amargamente.

—¡Me pregunto qué clase de símbolo habría leído mi hermano en un mundo que se volviera amarillo o púrpura! —dijo el anciano, y luego los miró con renovado apasionamiento—. ¿Qué más pueden decirme?

—En rigor nada más —contestó Geordi al tiempo que se encogía de hombros—. Todo lo que sabemos sobre seguro es que la nave que órbita alrededor de su planeta parece estar conectada mediante transportadores de un solo sentido…, transmisores de materia…, con otra nave abandonada hace más de diez mil años que está en otro punto del espacio interestelar. Pensamos que en otra época hubo varios Santuarios más, como los designan ustedes, dispersos por toda la galaxia, orbitando alrededor de planetas similares al suyo.

—¿Y la razón para que estas naves se hallen donde están? —inquirió Shar-Tel.

—Todo lo que tenemos son conjeturas sin base real —respondió Geordi, haciendo caso omiso de la sorprendida mirada de Data—. En cualquier caso, nosotros estábamos explorando esa otra nave cuando uno de sus transportadores fue activado por accidente, y nos envió aquí. Y lo único que los dos queremos en este preciso instante es hallar la forma de regresar a esa otra nave, o descubrir dónde estamos y dilucidar la manera de enviar un mensaje a nuestra propia nave para hacerles saber dónde nos encontramos con el fin de que puedan recogernos.

Shar-Tel guardó silencio durante un momento, al tiempo que el apasionamiento de sus ojos evolucionaba hasta un intenso anhelo, una peculiaridad que Geordi había observado más de una vez en los ojos del capitán Picard cuando se aproximaban a un mundo desconocido. Era evidente que el anciano quería formular un millar de preguntas pero, con un esfuerzo igualmente evidente, obligó a su mente a concentrarse en asuntos más prácticos.

—Diez mil años —comentó por fin—. Después de todo ese tiempo, ¿es seguro suponer que quienquiera que abandonó estas naves no va a regresar?

—Es improbable —contestó Geordi—, pero hace mucho tiempo que he aprendido que no hay nada imposible.

Shar-Tel asintió con una débil sonrisa.

—Sí, también a mí me quedan pocas dudas a ese respecto. Pero estamos haciendo digresiones. Otra vez. Después de que Shar-Lon y yo encontráramos la nave, no hubo forma de detenerlo. Un descubrimiento como ése no era como para que ninguna persona entrara ciegamente a la carga, y yo insistí en que lo notificáramos a nuestro gobierno de inmediato para que pudieran enviarnos algunos científicos cualificados para investigar como era debido… o establecieran contacto, si había seres vivos dentro. En ese momento, ni siquiera sabíamos que estaba abandonada. Podría haber tenido una docena de alienígenas dentro, preparados para hacernos volar en cualquier momento.

»Pero mi hermano no quiso escucharme. No sé qué clase de adornos le habrá agregado recientemente a la historia para explicar sus acciones, pero hasta donde yo he podido saber, estaba sencillamente lleno de la misma loca impaciencia que lo impulsó a unirse a la organización de los Guardianes de la Paz cuando era estudiante, y luego a abandonarla dos años más tarde, cuando no avanzó en sus propósitos lo bastante deprisa o con la eficacia suficiente para él. Siempre que acometía un proyecto, quería hacer, no planificar. Y entonces, cuando uno de nuestros enemigos de la época interceptó mis comunicaciones y se enteró de que Shar-Lon estaba dentro de una nave espacial alienígena recién descubierta, presumiblemente poniéndole las manos encima a toda clase de avanzada tecnología alienígena, alguien fue presa del pánico y lanzó un misil contra el Santuario.

Shar-Tel calló, haciendo una mueca.

—O posiblemente esté siendo injusto. Después de cincuenta años, mi propia memoria podría haberse vuelto un poco inexacta y selectiva. Pero dejando a un lado los motivos, mi hermano se las arregló para escabullirse de la lanzadera, de donde se llevó mi traje espacial, y de alguna forma entrar en la nave alienígena. —Una repentina luz afloró a los ojos de Shar-Tel—. Tiene que haber sido una de esas cosas que ustedes llaman transportadores… que también debe de ser lo que él utiliza para desaparecer siempre que se encuentra en una situación apurada, como cuando mis hombres utilizaron las pistolas de dardos contra él hace apenas un rato.

Geordi asintió con la cabeza.

—Tiene que tener alguna clase de conexión remota con el Santuario. Y está usted en lo correcto respecto a cómo la gente entra y sale del Santuario. Al parecer hay un «transportador» de corto alcance que desplaza las cosas dentro y fuera de la propia nave. La cámara de descompresión es falsa y sus circuitos paralelos a los del transportador. Supongo que la construyó su hermano para mantener en secreto el verdadero método de entrada.

—Lo hizo. Antes de permitir que nadie se aproximara. No sé cómo fue capaz de hacerlo más de lo que sé cómo consiguió encontrar todos los misiles nucleares de todo el planeta y luego hacerlos detonar a casi medio millón de millas. Lo único que él ha dicho es que sus «poderes provienen de los Regalos». Como esos transportadores de los que estaba hablando usted.

—Me temo que hace falta algo más que transportadores para hacer algunas de las cosas que él parece haber llevado a cabo. O al menos un tipo de transportadores más evolucionado que con el que nosotros estamos familiarizados.

Shar-Tel frunció el ceño.

—¿Está diciendo que quienquiera que haya construido estas naves es aún más avanzado que ustedes?

—En algunos sentidos, al parecer, sí.

Shar-Tel guardó silencio durante un momento, como si estuviera digiriendo esa desasosegante información, pero luego, de pronto, prosiguió con su interrumpida historia.

—Después de que los misiles quedaran todos destruidos, el mundo se volvió loco casi literalmente. Para muchísima gente, mi hermano era un salvador, casi un dios, en especial para unos pocos de los más fanáticos miembros de los Guardianes de la Paz. Y, a decir verdad, no puedo culpar realmente a nadie por sentirse de esa forma. El mundo había estado viviendo durante décadas con la amenaza de la guerra nuclear, y de pronto, sólo por lo que él hizo, la amenaza desapareció de la noche a la mañana.

—Él nos dijo que había unos pocos que estaban en contra —comentó Geordi—, unos pocos que estaban amargamente resentidos por no disponer ya de esas armas. Dijo que era gente como ese hombre que intentó matarnos. Y como el que lo mató a usted.

Shar-Tel sacudió la cabeza.

—No es ni con mucho tan sencillo. Como acabo de decir, muchísima gente pensó que mi hermano había salvado al mundo, y debo admitir que resulta concebible que nos hubiéramos arrasado nosotros mismos si nos hubieran dejado solos, pero lo dudo seriamente. Nos las habíamos arreglado para salir del paso sin saber cómo durante unos setenta años sin que nadie pulsara el botón incorrecto, y estábamos haciendo progresos. Una década antes habíamos alcanzado el máximo de cabezas explosivas y estábamos en el camino de ir reduciendo su número. Y eran menos las guerras convencionales que acababan cada año que las que estallaban, así que parecía que también en eso habíamos mejorado. Incluso se había hablado de un Consejo Mundial. Hasta que mi hermano se hizo cargo de la situación.

Shar-Tel hizo una pausa y volvió a sacudir la cabeza.

—Hubo muchísimas personas… y hay bastantes incluso ahora… que piensan que fue «poseído» por un espíritu alienígena cuando entró en el Santuario. Que era una… una «trampa» dejada allí por los alienígenas, los llamados Constructores, y que atrapó a mi hermano y se apoderó de él.

—Pero si lo único que hizo fue destruir los misiles nucleares de todos los bandos, por qué iba nadie a…

—¡Porque eso no fue lo único que hizo! —estalló Shar-Tel, cuya furia hizo repentina erupción—. ¡Convirtió nuestro mundo en un planeta prisión! ¡Y durante los últimos cincuenta años ha estado justificándolo mediante ese disparatado discurso de ser el «elegido»!

Con esfuerzo, Shar-Tel hizo una pausa y respiró profundamente para calmarse.

—Antes de entrar en el Santuario, puede que fuera en exceso impaciente e impulsivo en demasía, pero aparte de eso era tan normal como yo mismo. Sabía que estaba entrando en alguna clase de nave alienígena, no en algún objeto mágico colocado allí para su uso personal. Pero cuando salió, después de que los misiles hubieran sido todos destruidos, y no había manera de que nadie pudiera atacarlo, hablaba de la forma en que todavía habla hoy en día. Particularmente, pienso que fue demasiado para que su mente pudiera aceptarlo. De repente, tenía todo un poder que jamás hubiera soñado, y no supo manejarse con esa responsabilidad, captar su alcance y estar a su altura. Así que se inventó una autoridad superior para que cargara con el honor… o la culpa.

Los dorados ojos de Data se agrandaron ligeramente.

—¿Está diciéndonos usted que su hermano, que sostiene que sus enemigos sufren un desvarío, ha sido él mismo víctima de un desvarío?

Shar-Tel se encogió de hombros.

—O eso, o bien está realmente poseído. Lo único que yo sé es que ha cambiado. O fue cambiado. Y convirtió lo que había hecho en una religión, consigo mismo como profeta. No permite que los científicos… ni nadie… entre en la nave con el fin de poder averiguar cómo funcionan los Regalos. Reunió a los Guardianes de la Paz de la línea más dura, y los «consagró» diciendo que eran sus «mensajeros de paz». Pero entonces mataron a uno de ellos, cosa que no sorprende si se considera lo que pensaba muchísima gente de Shar-Lon a esas alturas. Y cuando eso ocurrió, mi hermano expulsó a todo el mundo de las estaciones espaciales que una docena de naciones había estado ocupando durante décadas, y les «entregó» esas estaciones a miembros de su camarilla. De alguna manera… supongo que otra vez con esos transportadores… sacó a las tripulaciones regulares y metió en ellas a su círculo más íntimo de Guardianes de la Paz. Incluso sacó las estaciones de sus órbitas y las reunió todas aquí, en torno a su Santuario.

«Así que los Regalos incluyen rayos tractores —pensó Geordi—. ¿Y tal vez también armas fásicas?»

—El lugar en que nos hallamos es una sección de una de las primeras estaciones —comentó Shar-Lon, abarcando con un gesto la estructura en la que estaban—. Y después, cuando tuvo a todos los demás reunidos a su alrededor, por así decirlo, exigió que se construyera este llamado «Mundo de los Guardianes de la Paz». Se suponía que era sólo la primera de varias colonias espaciales, «escalones hacia las estrellas» las llamó él, así que un montón de gente que aún no se había dado cuenta de quién era mi hermano, estaba a favor del proyecto por las más variadas razones, al menos cuando comenzó. Se utilizó toda la flota de lanzaderas de todas las naciones y se construyó. Pero luego, justo cuando acababan de terminarlo, alguien puso una bomba en una de las lanzaderas… una bomba convencional, no una nuclear, que al parecer es la única clase que los Regalos son capaces de detectar… e intentó volar a mi hermano y todo su mundo.

»Así que él voló las lanzaderas, hasta la última de ellas, y desde entonces no se le ha permitido a nadie abandonar la superficie del planeta. Nadie lo ha intentado durante los últimos veinte años. Y él transfirió a todos los Guardianes de la Paz desde las estaciones espaciales a su recién construido mundo, y allí se han quedado desde entonces. Hay espacio para cinco o diez mil, pero hay menos de un millar de ellos, incluyendo las segundas y terceras generaciones, todos nacidos y criados aquí arriba. Durante un tiempo, él intentó traer otros guardianes de la paz, pero por esa época quedaban ya muy pocos en la superficie del planeta capaces de acceder a ser uno de ellos. Y cuando fueron enviados algunos que fingieron serlo, e intentaron sabotear las cosas, él abandonó el intento.

»Desde entonces, prácticamente todos los de ahí abajo nos rebanarían con gusto la garganta con que sólo pudieran llegar hasta nosotros. Las naciones han vuelto a luchar las unas contra las otras con una frecuencia todavía mayor que antes. Y si las cosas continúan así en el futuro, a nadie se le permitirá jamás abandonar la superficie del planeta. Así que pueden ver por qué a veces casi tomo en serio la idea de la “posesión”. Si quienesquiera que dejaron el Santuario aquí querían simplemente mantenemos confinados en nuestro propio planeta, no podrían haber encontrado nada más efectivo que lo que mi hermano ha estado haciendo durante los últimos cincuenta años. A menos que nos redujeran con sus armas otra vez a la edad de piedra.

—¿Y usted y su grupo? —preguntó Geordi cuando Shar-Tel guardó silencio—. ¿Dónde encajan ustedes? Su hermano dijo que usted se había unido a él por propia voluntad.

Shar-Tel suspiró.

—Hasta mediado el proyecto, sí, pero fue sólo con la esperanza de poder meterle un poco de sensatez en la cabeza, o al menos evitar que se apartara de la realidad más de lo que ya lo había hecho. No hace falta decir que fracasé lamentablemente. En cuanto a mi «grupo», está formado por unas docenas de Guardianes de la Paz de segunda y tercera generación. Con mi ayuda, cada vez más y más están comenzando a formularse preguntas y darse cuenta de que, por mucho que mi hermano hiciera hace cincuenta años, las cosas han ido de mal en peor desde entonces. Ahora bien, estamos todos unidos…, los que nos encontramos aquí arriba y los que habitan el planeta…, en nuestro deseo de traer la paz al mundo. Una paz que no tenga que sernos impuesta por una tecnología alienígena y un demente. Una paz que, en lugar de eso, nacerá a partir de la eliminación de nacionalismos y militarismos rabiosos; una evolución que supere los calamitosos impulsos hostiles para con nuestros vecinos.

—Por lo que usted ha dicho, éstas son buenas razones para que la gente quiera matar a su hermano, pero ¿por qué a nosotros?

—Como ya les he comentado, aquí hay menos de un millar de personas, pero aún así hay casi tantos tipos diferentes como en el planeta. Existen unos pocos, por ejemplo, que viven con el constante temor de que los Constructores regresarán algún día y nos «castigarán» por haber entrado en su propiedad. No me sorprendería que el pretendido asesino de ustedes fuese uno de ésos. Puede que haya decidido disparar primero y formular las preguntas después. Y está Kel-Nar, a quien sólo le interesa una cosa: convertirse en heredero de mi hermano, lo que significa que tiene que convencer a mi hermano de que le enseñe cómo funcionan los Regalos. No consigo imaginar por qué iba a querer matarlos, pero cualquier cosa es posible. Y están los otros que mi hermano dice que están aquejados por el «desvarío», lo que significa que han cometido el error de permitirle saber que lo ven como lo que es, un dictador paranoico qué en realidad está sojuzgando al planeta en lugar de salvarlo. Supongo que cualquiera de ellos puede haber tenido miedo de que ustedes le otorgaran aún más poder del que ya tiene.

—Entonces, ¿por qué no lo han matado a él?

—Lo han intentado, en más de una ocasión, pero por lo general es muy cauteloso, mucho más de lo que lo ha sido hoy. Me sorprendió oír que había salido de sus dependencias privadas para mostrarles su mundo, más aún que planeaba conducirlos al Santuario. Normalmente, excepto por la pantalla a través de la que pronuncia sus discursos, es casi del todo invisible. Supongo que la llegada de ustedes le ha afectado de modo considerable… en especial si lo convencieron de que eran los Constructores. Ha estado desesperado por conocerlos… durante cuarenta años, pero también es casi seguro que se siente aterrorizado por ello. A pesar de lo que dice en público, siempre he estado convencido de que hay un rincón de su mente que sabe que lo que hizo después de destruir los misiles fue un terrible error. De no haber pensado eso… y haber creído que tenía una oportunidad de convencerlo de alguna forma de ello… nunca me habría unido a él, para empezar. Creo que esa parte de él ha tenido siempre un miedo mortal a que si regresaban los Constructores, también ellos verían lo errado que estaba. Y ahora que han aparecido ustedes y representado a los Constructores…

—Excepto que nosotros le dijimos qué gran trabajo había realizado —comentó Geordi—. A pesar de que, si lo pensamos bien, no le dimos garantía ninguna de que nuestros «superiores» fueran a aprobarlo. Y le contamos que habíamos venido específicamente para comprobar el uso que había hecho de los Regalos. Pero es probable que tenga usted razón acerca de las dudas de él. Eso explicaría, al menos en parte, por qué parecía presa de un absoluto torbellino emocional desde el primer instante en que habló con nosotros.

Geordi dio cuenta de lo que sus observaciones infrarrojas le habían revelado de Shar-Lon.

Shar-Tel asintió con la cabeza.

—Por lo que me cuenta, parece estar más cerca que nunca de una grave crisis nerviosa, lo que convierte en todavía más apremiantes las razones que tenía para hablar con ustedes. A pesar de que, dado que no son ustedes los Constructores, después de todo, puede que no tengan posibilidad de ayudarnos.

—¿Pero qué es lo que quiere de nosotros? —inquirió Geordi.

En los infrarrojos, el propio Shar-Tel comenzaba a parecer muy tenso.

El anciano hizo una mueca.

—Será mejor que se lo diga sin rebozos —afirmó, haciendo una nueva pausa para inspirar en profundidad—. ¿Podrían ustedes… querrían ustedes… destruir el Santuario?