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—Fue una caza de gansos salvajes[1] número uno, pero tengo que admitir que no estoy descontento con eso.

De hecho, el capitán Jean-Luc Picard parecía estar algo más que simplemente «descontento». Una leve sonrisa confería a sus facciones, por lo normal severas, un aire decididamente relajado mientras descansaba su nervudo cuerpo en la comodidad del sillón de mando. En la pantalla frontal, las escasas estrellas de esta remota sección del escudo de Orión retrocedían al acelerar la Enterprise a velocidad hiperespacial, en dirección a la Base Estelar más cercana, a cientos de parsecs[2] de distancia.

Sentado a la derecha de Picard, el primer oficial William Riker sonrió.

—Los ferengi no son la gente más agradable para tratar con ellos, ni siquiera en las mejores circunstancias.

Picard asintió con la cabeza, mientras la sombra de un recuerdo endurecía brevemente su semblante.

—Está desarrollando el don de saber utilizar eufemismos, número uno. Personalmente, yo tampoco pondría ninguna clase de objeción a pasar el resto de mi carrera sin tener que oír el nombre de esa gente.

—Mírelo de la siguiente forma, señor —comentó Riker—. No hemos descubierto ninguna prueba de que los ferengi hayan estado activos en el sector, pero hemos descubierto dos planetas de clase M, desconocidos anteriormente, que podrían estar preparados para contactar con la Federación dentro de pocas generaciones.

—Sí, capitán —le apoyó el teniente Data desde su puesto, situado por delante de ellos—, cualquier misión que lleve al descubrimiento de más de tres mil millones de seres inteligentes no puede ser considerada una caza de gansos salvajes.

Riker sonrió al tiempo que miraba al androide.

—Me sorprende que esté usted familiarizado con la expresión, señor Data.

—Por el contrario, señor, no lo estoy. Quedé perplejo cuando el capitán la utilizó por primera vez. Mi información indicaba que los ferengi, a pesar de que sus valores no coinciden con los de la Federación, no pueden ser considerados «salvajes» en el sentido de que sean incivilizados, bárbaros o primitivos. Tampoco sus ancestros pertenecen a la familia de las aves. Por lo tanto supuse que la frase tenía que ser una expresión figurada del habla humana no incluida en mi programación. En cualquier caso, el subsecuente intercambio verbal entre usted y el capitán me ha permitido, según creo, deducir el sentido aproximado.

Riker se echó a reír.

—¿Y ese significado es…?

Data inspiró y se irguió en su asiento, como si fuera un estudiante al que se le había formulado una pregunta en clase.

—Un proyecto que fracasa porque la información que provocó el inicio del proyecto era falsa o engañosa en parte —respondió, acabando con una mirada interrogativa dirigida a Picard.

—Muy bien, señor Data —dijo el capitán esbozando una sonrisa entre dientes—. Nunca lo he oído definir de una forma más precisa…, en particular por alguien que ha oído la expresión hace tan sólo unos minutos.

—Gracias, señor, pero yo fui diseñado para…

De forma brusca, Data quedó en silencio, con sus luminosos ojos dorados abriéndose más de forma casi imperceptible al parpadear las pantallas de su puesto. Había localizado algo. Sus dedos danzaron brevemente por su teclado, confirmando y ampliando la información.

—Capitán —dijo— los escáneres indican la presencia de un ingenio tecnológico de masa considerable, dirección cero-uno-dos, localización cero-cero-cinco.

—¿Otra nave estelar? —inquirió Picard—. No me diga que es ferengi.

—La masa corresponde a una nave estelar de pequeño tamaño, señor, pero no tiene los motores en funcionamiento.

—¿Una nave abandonada? —Picard se irguió e inclinó levemente hacia delante.

—Es posible, señor, pero a esta distancia…

—En ese caso será mejor que nos acerquemos más. Señor LaForge, modifique el rumbo.

—Sí, señor. —El teniente Geordi LaForge, el vacío inexpresivo de cuyos ojos ciegos cubría un estilizado visor plateado, ordenó el cambio con presteza y pericia.

—Señor Data, pase el objeto a pantalla, máximo aumento.

—Ya está hecho, señor, pero a esta distancia es imposible distinguir ningún detalle.

Picard miró con los ojos entrecerrados la pantalla y el punto indistinto y sin rasgos que aparecía en su centro. Un destello de impaciencia cruzó sus facciones aquilinas, como sucedía en las raras ocasiones en las que se veía obligado a reconocer que, a pesar de lo magnífica que era la tecnología que gobernaba la Enterprise, continuaba sin llegar a ser de una infabilidad milagrosa. Tenía sus límites, y el hecho de que él pudiera dar una orden no significaba que, cuando se cumplía, los resultados fueran tan perfectos como él deseaba.

—Teniente Worf —dijo Picard a la vez que se ponía en pie y volvía hacia la sección de popa, donde el klingon controlaba los terminales científicos—, ¿hay algún indicio de formas de vida?

—Todavía no, señor, pero…

—Lo sé, teniente: «Pero a esta distancia no hay forma de estar seguro».

—Sí, señor —tronó Worf a modo de asentimiento—, pero lo que yo iba a decir era que, a pesar de que los sensores no pueden detectar aún formas de vida, hay indicios del funcionamiento de una fuente energética a bordo de la presunta nave.

—Ahora estamos llegando a alguna parte —comentó Picard—. Teniente Yar, abra las frecuencias de llamada.

—Frecuencias de llamada abiertas, señor —respondió la rubia jefa de seguridad desde su terminal emplazado inmediatamente por encima del área de mando.

—Señor LaForge, avance con energía de impulso el último millón de millas. No se acerque más de nueve mil millas hasta nueva orden.

—Sí, señor, nueve mil millas.

—No hay respuesta, señor —anunció Yar mientras se inclinaba sobre la consola de seguridad.

—Continúe observando, teniente, y transmita nuestras intenciones pacíficas, en todos los idiomas y todas las frecuencias.

—Todos los idiomas, todas las frecuencias, señor.

En la pantalla, el punto central comenzaba a agrandarse. Picard y Riker avanzaron y se detuvieron junto a Data y LaForge, en los terminales de proa, como si al acercarse pudieran acelerar su aumento.

El turboascensor de proa se abrió y la consejera Deanna Troi salió de él, con sus negros cabellos convertidos hoy en una masa de bucles, en lugar del severo peinado recogido en una cola que había estado llevando últimamente. Se reunió con ellos, deteniéndose junto a Picard.

—Percibo expectación en sus pensamientos, capitán —dijo en voz baja.

Picard señaló la pantalla.

—Hay algo ahí fuera —respondió—. Dentro de pocos minutos veremos qué es.

Ella asintió con la cabeza mientras sus ojos abarcaban la pantalla, y luego se deslizaban de forma inconsciente de la pantalla a Riker… y regresaban a su primer foco de atención al cabo de un suspiro.

El punto continuaba creciendo. El primero en hablar fue Data, cuya precisa voz reflejaba la reprimida mezcla de curiosidad y confusión que se apoderaba de él siempre que se encontraba con algo nuevo, algo no incluido o explicado en su fenomenal memoria.

—No observo ningún medio visible de propulsión, capitán. ¿No le parece peculiar que una nave sin sistema de propulsión sea encontrada a casi un parsec del sistema estelar más cercano?

Picard inclinó afirmativamente la cabeza y se aproximó más a la imagen holográfica.

—Los sistemas de propulsión no son necesariamente siempre tan evidentes como una barquilla de propulsión hiperespacial —comentó Riker—. Nuestros motores de impulso, por ejemplo.

—Saliendo de factor hiperespacial cinco, señor —anunció LaForge, y un momento más tarde la imagen de la pantalla rieló y volvió a solidificarse. El punto, que ahora se agrandaba rápidamente, estaba comenzando a presentar forma y detalles incluso para ojos menos agudos que los de Data y LaForge.

Y, en efecto, no había unidades propulsoras. Cuando la imagen había comenzado a amplificarse por primera vez, le recordó a Riker una versión tosca y roma de la sección del platillo de la Enterprise, flotando separada y libremente, pero ahora podía ver que en realidad era rectangular, poco más que una caja errante por el espacio. No sólo no tenía unidades propulsoras, sino que no se veía ventanilla ni abertura de ninguna clase, ni siquiera una sola señal distintiva.

—Los sensores indican total ausencia de vida, capitán —informó Worf desde el puesto de popa—, y una extremada antigüedad.

—¿Cómo de extremada, teniente? —preguntó Picard sin apartar la mirada de la pantalla.

—Al menos diez mil años, señor.

Un leve estremecimiento recorrió la columna vertebral de Picard. A pesar de las décadas que llevaba en el espacio, aún no había llegado al punto en que los descubrimientos, los nuevos indicios de la verdadera inmensidad y diversidad del universo pudiera considerarlos como algo rutinario. Sabía que existían capitanes de naves estelares que afirmaban que después de un centenar de sistemas estelares desconocidos o un centenar de formas de vida ignoradas, ya no quedaba nada allí fuera que pudiera causarles la misma exaltación, la misma estremecedora sensación de asombro, que les había provocado su primer viaje por entre las estrellas. Él no era uno de ésos. Esperaba no llegar a serlo nunca. Si eso sucedía, sería el momento de retirarse a un destino de despacho, entregarle el mando a alguien que aún sintiera un admirado sobrecogimiento cuando contemplara los miles de millones de estrellas, los trillones de parsecs cúbicos que aún estaban por explorar.

—¿Y la fuente energética en funcionamiento, teniente Worf?

—Antimateria estándar, señor, y parece suministrar energía a unos aparatos individuales.

—¿Naturaleza de esos aparatos?

—Desconocida, señor. Están operando a un nivel extremadamente bajo, consumen muy poca energía, como si trabajaran por debajo de su potencia.

Picard frunció el entrecejo, pensativo.

—¿Es posible que se trate de algún sistema de hibernación para pasajeros o tripulantes? Para viajar entre las estrellas en una nave sublumínica, es casi seguro que la tripulación y los pasajeros tendrían que ser mantenidos en estado de animación suspendida.

Worf continuó en silencio, pero la mirada de soslayo que dirigió a Picard insinuaba que sólo los humanos, no los klingon, requerirían ese cuidado.

Durante otro minuto la imagen siguió aumentando, hasta que llenó la pantalla casi por completo.

—No hay ninguna señal de actividad motora, señor, ni siquiera de impulso —informó Data—, y tampoco hay ninguna función aparente de control de posición. La nave está girando a la deriva a una velocidad aproximada de un segundo de arco por minuto. Si no se la detiene, realizará una rotación completa en tres años, setenta y siete días, nueve…

—Gracias, Data —lo interrumpió Picard, estudiando la imagen de la pantalla. Ni siquiera desde esa distancia podía ver rastro alguno de sensores, ni resaltes de ninguna clase, ni tampoco abertura alguna.

—Nueve mil millas y parando, señor —dijo LaForge.

—¿Continuamos sin tener lecturas de formas de vida, teniente Worf?

—Ninguna, señor, de ningún tipo. Si había seres en estado de hibernación, ahora están muertos.

—¿El movimiento propio de la nave con respecto a las estrellas más cercanas, señor LaForge? ¿Nos da la trayectoria algún indicio acerca de su sistema de origen?

—Ninguno, señor. Su movimiento lineal es esencialmente cero con respecto a las estrellas locales.

—¿Estructura interna y atmósfera, señor Data? —dijo Picard, frunciendo el ceño.

—En esencia está trazada como un tablero de ajedrez, señor, con corredores extremadamente estrechos que se cruzan por toda la nave. La fuente de energía de antimateria está en el centro de la nave, moderadamente protegida, rodeada de…

—¿Moderadamente protegida, señor Data?

—Los escudos son de un grado de magnitud inferior a los de la Enterprise. La radiación resultante podría, a largo plazo, ser perjudicial para la salud de cualquiera que ocupase la nave.

—¿Podría haberlos matado eso pese a sus receptáculos de hibernación?

—En diez mil años, sería posible, señor.

—¿Pero no presenta ningún peligro para los ocupantes de corto plazo?

—¿Como nosotros mismos, si nos transportamos para observar el interior de la nave? Creo que no, señor.

—Muy bien, señor Data —dijo Picard, haciendo una seña de asentimiento—. Continúe. ¿Hay algún indicio de alojamientos?

—No, señor. Y no hay en ninguna parte de la nave una sola área con atmósfera.

—Esa falta de atmósfera… ¿se debe al diseño de la nave o a un accidente?

—Resulta imposible saberlo, capitán, sin inspeccionar el lugar en persona.

—¿Algo más?

—Cerca del centro, hay una segunda y menor cantidad de antimateria. Su protección es aún más ineficaz que la otra pero, debido a su menor masa, lógicamente no presenta un peligro de radiación mayor que la masa más grande.

Picard frunció el ceño.

—¿Un arma, tal vez?

—Posiblemente, capitán. Guarda un parecido funcional con nuestros torpedos de fotones, pero a juzgar por su posición próxima al centro de esta nave, no habría posibilidad real de lanzarla.

—Por lo que me han dicho hasta ahora —dijo Picard—, no habría forma de enviar al exterior nada desde ninguna parte de esta nave, excepto por transportador. Todavía no ha encontrado ninguna abertura, ¿verdad?

—Ninguna, señor, pero eso no significa…

—Lo sé. Las puertas o tubos de lanzamiento sellados no son detectables desde esta distancia. Pero aun en el caso de que los hubiera, una sola arma en una nave por lo demás indefensa no tiene demasiado sentido. Tampoco lo tiene la ausencia de propulsión. No podría huir aunque la atacaran.

—Puede que no hayan tenido necesidad de hacerlo —intervino Worf—. He estado estudiando con más atención ciertas lecturas, y ahora pienso que indican restos no operativos de un primitivo dispositivo de camuflaje.

Picard se volvió bruscamente hacia el terminal científico.

—¿No operativos? ¿Está seguro?

—Seguro, señor. Las lecturas indican que toda la fase final del sistema, la fase que de hecho produce el efecto de camuflaje, ha fallado del todo o bien ha desaparecido.

Picard giró sobre sus talones para dirigirle otra mirada ceñuda a la imagen —el enigma— de la pantalla. Durante varios segundos guardó silencio, con una chispa de intenso anhelo en los ojos. Finalmente, suspirando en silencio, retrocedió.

—Número uno —dijo de pronto—, reúna un grupo para salir y transpórtese hasta allí.

Riker sonrió. Picard sabía que el primer oficial le había visto la chispa de los ojos, una chispa que decía que de no ser por los reglamentos, Picard se haría cargo del grupo de salida en persona.

—De inmediato, señor —dijo Riker, haciéndoles un gesto a LaForge y Yar mientras avanzaba con energía hacia el turboascensor frontal.

Con los trajes de efecto-campo activados, Riker, LaForge y Yar se colocaron en los círculos del transportador. Riker le hizo una señal al alférez Carpelli que estaba ante los controles. En el puente, Picard se hallaba detrás del teniente Data, aún en el terminal.

—Transporte a punto, señor —informó la voz de Riker.

—Buena suerte, número uno —respondió Picard componiendo una débil sonrisa—. Manténgase en contacto.

—Lo haremos, señor —le aseguró Riker. Su voz se desvaneció en la última palabra cuando el transportador entró en funcionamiento.

Durante un momento sólo hubo silencio, y luego Worf dijo:

—Los sensores indican que el grupo de expedición ha llegado al corredor determinado en la nave alienígena, capitán.

Un instante más tarde, volvió a oírse la voz de Riker, sólo levemente más débil que cuando había hablado desde la sala del transportador, a pesar de que ahora se hallaba a nueve mil millas de distancia.

—Desierta como se había anunciado, capitán —dijo y, un segundo después—: Los tricorders lo confirman, no hay vida a bordo, ni atmósfera ni gravedad. Ni tampoco luz que no sea la que hemos traído nosotros.

Se produjo un breve silencio y luego:

—Estamos en un corredor de menos de un metro de ancho. Es perfectamente recto hasta dónde puedo ver en ambas direcciones; parece más una vía de transporte, un espacio destinado a mantenimiento, que un corredor. Hay paneles en las paredes que recuerdan a…

Se interrumpió.

—Teniente LaForge, ¿por qué no se encarga usted de las descripciones? Supongo que está viendo usted mucho más que Yar o yo.

—Probablemente, señor —admitió LaForge con una leve sonrisa.

Permaneció en silencio durante un momento mientras miraba arriba y abajo por el corredor, absorbiendo la avalancha de información en longitudes de onda que su visor le transmitía directamente a los centros visuales del cerebro. Para cualquiera acostumbrado a la vista normal, habría sido un caos absoluto, pero los años de experiencia lo habían capacitado para seleccionar sin esfuerzo las imágenes deseadas y hacer caso omiso de la confusión de longitudes de onda irrelevantes. El proceso de selección se había transformado en algo prácticamente instantáneo a lo largo de los años, y no requería más concentración que la que necesitaba un vidente normal que quisiera localizar una bandera roja entre un centenar de verdes.

—El corredor continúa alrededor de cincuenta metros en ambas direcciones —informó Geordi—. Hay una media docena de corredores que lo atraviesan a intervalos regulares, y al menos una docena de puertas… paneles, en realidad… a ambos lados. Pero no hay dispositivos ni señales de ninguna clase ni en los paneles ni en las paredes del corredor. Las puertas son lo bastante grandes como para que pasen seres de aproximadamente nuestro tamaño o tal vez algo mayores. El panel más cercano…

—¡Capitán! —interrumpió Worf, su tronante voz cargada de urgencia—. ¡Que los transporten de vuelta, ahora!

—¿Qué…?

—¡El aparato que contiene la masa secundaria de antimateria se ha activado! Al ritmo presente, llegará a una etapa crítica en menos de un minuto. ¡La explosión destruirá la totalidad de la nave con toda seguridad!