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Cabe fue el primero en comprender el significado del silencio. Le resultaba tan difícil de creer como el seguir vivo después de las palabras de Tyr y de su propio sacrificio, aunque tenía la aterradora sospecha de que ahora comprendía el auténtico significado de las palabras del espectral Amo de los Dragones.

Gwen.

Posó una mano sobre los hombros de la joven, y los ojos de ésta se abrieron. No había perdido el sentido, pero el esfuerzo para protegerlos a los dos había sido tan grande que se había visto obligada a desconectar del mundo real. Sus ojos miraron sin comprender durante algunos segundos, luego se clavaron en su esposo.

¿Estamos vivos?

Sí.

Algo muchas cosas, en realidad había cambiado. Sin poder verlo aún, Cabe sabía que la cosa del pozo estaba muerta. Sin saber de qué manera, Cabe tenía la sensación de que, al final, se había alimentado de sí misma. Nunca lo sabría con certeza. Pero al menos les había evitado la molestia de tener que ocuparse de ella. En cuanto a su señor...

Cabe sintió que parte de su energía regresaba, y se atrevió a crear una bola de luz, sabedor de que el Dragón de Hielo había dejado de ser una amenaza, pero temeroso de estar equivocado. Ordenó a la luz que flotara hasta lo que quedaba del techo de la cámara y volvió la mirada en dirección a la plataforma y, en particular, al pozo.

¡Que Rheena nos proteja! susurró Gwen a su lado.

Cabe sólo pudo asentir con la cabeza, a la vez fascinado y asqueado por el espectáculo.

El Dragón de Hielo estaba allí en pie, con las alas extendidas, en toda su gloria. No había tenido tiempo de caer antes de que cada pedazo de vida, de energía, de calor lo que fuera que las criaturas extrajesen en realidad le fuera arrebatado. Al igual que las víctimas de sus «hijos», se había convenido en un cuerpo sin vida y duro como la piedra.

«Ahora se dijo Cabe, ahora sí que es realmente un dragón de hielo.»

Así era. Los restos del último ataque del Rey Dragón le habían cubierto de una segunda piel de escarcha pura, y relucía bajo la luz creada por el conjuro de Cabe. Un monumento a lo que había sido. Un monumento a la obsesión.

Un monumento a la locura y a la muerte a gran escala, concluyó Cabe con amargura.

Los otros... Gwen se incorporó. ¿Dónde están las crías y Haiden? ¿Dónde está Toma?

¿Toma? Cabe examinó los escombros de la habitación. La tormenta había hecho caer innumerables pedazos de hielo y roca tanto del techo como de las paredes. Las grietas provocadas por los ataques anteriores del Dragón de las Tormentas se habían hecho aún más grandes y luego quedaron cubiertas por los fragmentos caídos de arriba.

No se veía rastro de nadie.

Un desvalido siseo reptiliano se alzó de algún lugar cercano al centro de la cámara. Gwen descendió corriendo. Cabe la siguió, convencido de que, a juzgar por lo viejo que se sentía, los huesos se le quebrarían a la menor caída.

«Tyr estaba y no estaba en lo cierto», pensó para sí. «Sí que morí... sin embargo... no morí». Nathan lo que en una ocasión había sido Nathan había comprendido la verdad mucho antes. No era de extrañar, entonces, que la personalidad de su abuelo hubiera empezado a emerger, a manifestarse otra vez.

Cabe todavía conservaba sus poderes, pero sus recuerdos los recuerdos de Nathan no eran más que sombras medio entrevistas ahora. Cuando Tyr dijo que habría una muerte, se refería a Nathan. Cabe estaba solo en su mente ahora, y siempre lo estaría ya. Nathan había comprendido lo que quería decir su antiguo camarada, había comprendido la enmarañada telaraña que los señores del Otro habían esparcido, y ése era el motivo por el que Nathan había instado la realización del sacrificio.

Había sabido que no sería su nieto el sacrificado, sino su propia esencia. Su tiempo ya había pasado y Cabe ya no necesitaba de su... esencia... para sobrevivir.

Había sido tan diferente cuando su abuelo se había fusionado supuestamente con él tras la muerte de Azran. Se había ido, pero, sin embargo, seguía siendo una presencia reconfortante. Ya no. Nathan Bedlam había renunciado a su poder y a su apego a la vida por el bien de Cabe y del Reino de los Dragones. Sabía que su nieto ya no era una criatura enfermiza ni un muchacho ignorante.

Ya no existía ninguna razón para que Nathan se quedara.

Sus meditaciones ya que sabía que eso era todo lo que podían considerarse se vieron interrumpidas por la llamada de Gwen.

Las crías estaban a salvo, pero sólo por un milagro tan inusual como los que le sucedían a Cabe. Al final, quizá por una acción mecánica o debido a algún recuerdo enterrado en su mente, el Dragón Dorado, el Rey de Reyes, había protegido a sus crías de la terrible tormenta. La muerte le había atrapado mientras era todavía más humanoide que dragón, pero su figura en crecimiento había creado una barrera, una protección para las crías. Era imposible saber con certeza si lo que intentaba era protegerse a sí mismo o a ellas, pero lo cierto era que estaban ilesas, aunque un poco desconcertadas y, al igual que Cabe, bastante aturdidas. Eso dejaba sólo a dos.

¿Haiden? Cabe se volvió hacia el lugar donde había visto por última vez al elfo y a Toma. ¿Haiden?

No pienso volver a entrar ahí a menos que me prometáis que se ha acabado del todo.

No hay nada de lo que preocuparse.

Tanto Gwen como Cabe se volvieron hacia el pasillo de acceso a la cámara principal. Despeinado, tembloroso, las ropas hechas jirones, y el rostro de un curioso color azul para tratarse de un elfo, Haiden penetró con cautela en la habitación.

¿Bien?

Cabe señaló al Dragón de Hielo.

Haiden abrió los ojos de par en par y silbó:

¿Y su... «reina»?

Ya no existe.

Ojalá pudiera decir lo mismo del Duque Toma.

La cólera inundó el rostro de Gwen.

¿Otra vez? ¿Ha huido otra vez? ¿Es que nunca nos libraremos de él?

La verdad es que tengo que estarle agradecido repuso Haiden con una mueca. He sobrevivido gracias a él. Me encerró en una esfera de no sé qué materia, para mantenerme prisionero, pero que al final acabó por salvarme la vida al protegerme de lo más violento de esa última... locura. Al final acabó por romperse, motivo por el cual tengo este aspecto. El elfo indicó su magullada apariencia. No es tan terrible como parece, aunque la verdad es que tengo un poco de frío. Se serenó. Le vi escabullirse de la sala cuando se desencadenó toda esa furia. Mi primera reacción, una vez libre, fue perseguirle, ya que sabía lo que podía hacer si escapaba. Lamento decir que conoce estas salas mejor que yo.

También ha recuperado sus poderes le recordó Gwen. Podría haberte matado con facilidad. Tienes suerte de que no te matara antes.

También hay que tenerlo en cuenta.

¿Ahora qué? inquirió Gwen. Había conseguido reunir a las crías en un grupo casi manejable.

Acabaremos con esto dijo de pronto una voz que parecía resonar desde todas partes, y la devastada habitación se iluminó con un resplandor que apagó el humilde hechizo de Cabe.

Los Bedlam y el elfo formaron un triángulo alrededor de las crías. Ninguno de los dos magos ni tampoco Haiden podían localizar el origen de la voz. Fue Cabe quien finalmente la reconoció.

Eres... Eres el Dragón de Cristal.

Lo soy.

En aquel instante, dondequiera que existiera un reflejo, allí apareció una refulgente imagen de una nebulosa figura draconiana. Era hermosa, terrible y enigmática, todo a la vez, y en cierta forma algo parecido a ver el mundo a través de los ojos de múltiples facetas de un insecto. No pudieron evitar parpadear violentamente al principio. Se encontraban ante una sensación de poder diferente por completo a cualquiera otra que Cabe hubiera conocido. Mucho mayor a su manera que el del Dragón de Hielo.

¿Tendrían que luchar también contra aquella amenaza?

Una risita divertida resonó por toda la sala, provocando la caída de nuevos pedazos de hielo.

No soy ninguna amenaza para vosotros. Sólo he venido a añadir el toque final a la conclusión de la locura de mi hermano.

Los reflejos parecieron contemplar la imponente figura del Dragón de Hielo, y, por fin, la voz dijo:

Le advertí que era una locura. Le advertí que no haría más que unir todavía más a los dragones y a los hombres, aunque sólo fuera de modo temporal. Se negó a permitir que deshiciera sus ilusiones. Bien, ahora haré más que eso. Es lo justo y lo que realmente merecía.

La brillante luz aumentó de intensidad. Las crías sisearon y los dos humanos y el elfo se vieron forzados a protegerse los ojos. La centelleante figura del antiguo señor de los Territorios del Norte se estremeció como si la vida regresara a ella de nuevo. Un caleidoscopio de color revoloteó por la habitación. Cabe dirigió una rápida mirada a su mano y vio cómo pasaba del verde al azul y luego al rojo, y así sucesivamente. Los cabellos de Gwen se volvieron negros, naranja, violeta... No se trataba tampoco de un simple cambio de color; Cabe percibía el distintivo poder representado por cada uno a medida que iban pasando sobre ellos. Esto era lo que el Dragón de Hielo sólo pretendió ser. Había sido una réplica imperfecta de aquel Rey Dragón.

El arco iris viviente empezó a agruparse alrededor de la enorme figura congelada. El Dragón de Hielo vibró con mayor violencia aún, mientras pedazos de nieve y escarcha se desprendían en grandes cantidades de su cuerpo. Justo cuando parecía que los movimientos del cadáver del leviatán iban a derribar lo que quedaba de la caverna, el Dragón de Hielo dejó de estremecerse.

Cabe y Gwen se dieron cuenta de lo que sucedía y se tiraron al suelo, esta última derribando con ella a las crías. Haiden estaba ya con el estómago pegado al suelo, no era ningún estúpido, no cuando se trataba de magia de un Rey Dragón.

El Dragón de Hielo se hizo pedazos.

Una oleada de fragmentos salió despedida en todas direcciones, pero aquellos que pasaron cerca del diminuto grupo acurrucado en el centro de la habitación se derritieron en una fina neblina.

Cuando los últimos pedazos hubieron caído al suelo, la voz del Dragón de Cristal, con menos aplomo que antes, susurró:

Ahora todo ha terminado. No teníais que haber temido; yo cuidaba de vosotros.

Los humanos, su compañero elfo, e incluso las crías, miraron a su alrededor con nuevo respeto, respeto que se convirtió en temor cuando el Dragón de Cristal añadió:

Pronto los Rastreadores vendrán a reclamar su antiguo hogar. Ya ha habido bastantes disputas y yo tengo cosas más interesantes en las que ocuparme. Puesto que, como es comprensible, estáis deshechos por la prueba sufrida, permitiré que conservéis vuestras energías. Ya tendréis bastantes cosas que hacer una vez os haya enviado a casa.

Cosa que hizo, con un simple gesto de cabeza.

Los días siguientes transcurrieron muy deprisa. Había mucho que hacer. No fueron tan malos como las semanas que habían seguido al asedio de Penacles, pero fueron días sin los cuales a Cabe no le habría importado pasarse.

Un problema de gran importancia se solventó por sí solo. En cuanto se invirtió el hechizo del Dragón de Hielo, los innumerables cadáveres de sus abominaciones empezaron a descomponerse a gran velocidad. Ni siquiera dejaron tiempo a los carroñeros para hartarse, aunque se dijo que sólo los carroñeros más inmundos se dignaban olisquear siquiera los restos. Nadie ni nada quería tener que ver con las criaturas del difunto Rey Dragón.

Qué hacer con Melicard fue una situación que precisó de tres días de discusiones. Al final, el tullido soberano fue devuelto a su ciudad con la esperanza de que sus súbditos se dieran por enterados y firmaran la paz. Sus forajidos estaban desperdigados por todo el país, y era discutible si continuarían o no con su fanática matanza de dragones; sus filas estaban muy menguadas y ya no tenían ni a los Rastreadores ni a Melicard para que les proporcionasen provisiones y dispositivos de protección. Además, la mayoría de la gente estaba, en aquellos momentos, más interesada en reconstruir sus propias vidas que en ayudar a una causa insensata.

El Grifo discutió con los otros la posibilidad de una especie de expedición al otro lado de los Mares Orientales, pero no se planeó nada definitivo. Ya lo había mencionado antes, tras su primer encuentro con D'Shay en los dominios del Dragón Negro. Toos, que acababa de pasar por una temporada como gobernante «temporal» y que ahora veía la posible pesadilla de otro período todavía más largo, se opuso a la idea.

Maldita sea, pájaro, soy demasiado viejo para hacer esto de forma regular. Los ojos del general llameaban, pero su voz mostraba un atisbo de socarronería.

¿Viejo? Toos, embaucador, posees más magia de lo que crees o finges creer. Has vivido más tiempo que la mayoría de los hombres y todavía posees los reflejos que tenías en la flor de la vida. En una ocasión afirmaste que tu familia era muy longeva, que tenía sangre elfa, pero ya has llegado más allá de lo posible. Si todavía engañas a alguien que conozca tu pasado, esa persona debes de ser tú mismo. Sólo una magia poderosa puede mantener vivo y en perfectas condiciones físicas durante tanto tiempo a alguien con sangre humana. Posees habilidades especiales, amigo mío, tan sutiles que no acostumbramos prestarles atención, a menos que nos obliguemos a ello. Creo que tus poderes te podrían mantener en forma y gobernando esta ciudad durante varias décadas más; si fuera necesario, claro. Puede que incluso consideres la posibilidad de casarte y engendrar unas cuantas criaturas. Alzó una mano al ver que el ex mercenario enrojecía. No protestes; he visto cómo te miran algunas de las damas de la corte, anciano. El Grifo se echó a reír, un espectáculo curioso, teniendo en cuenta sus facciones de ave. ¡No te preocupes tanto! ¡No he dicho que me fuera a ir!

El general masculló algo que nadie pudo oír y que todos decidieron que era mejor dejar en el misterio. El señor de Penacles asintió de modo casi imperceptible. Había despejado el de otro modo taciturno estado de ánimo de sus compañeros. Después de lo que habían pasado y conseguido, se merecían algo mejor. Adoptó un rostro humano y sorbió el vino que les había traído un criado. Cabe era el único que le preocupaba de verdad ahora. Observó a Gwen tomar las manos de su esposo; ninguno de los dos había tenido apenas la oportunidad de acostumbrarse a su vida marital. El Grifo deseó y rezó para que las cosas se calmaran por fin durante un tiempo.

Lo deseaba, pero no lo esperaba. En el Reino de los Dragones las esperanzas tenían la facultad de volverse del revés antes de lo que se esperaba. Tomó un nuevo sorbo de vino.

Cabe y Gwen, finalmente, consiguieron alejarse de los otros. El Grifo hablaba en aquellos momentos con el Dragón Verde sobre la posibilidad de extender la tregua a su homólogo en Irillian. Haiden, invitado junto con los Bedlam, charlaba con el general Toos sobre lugares que ambos habían conocido durante sus dilatadas existencias. Ambos eran hombres del país y tenían más en común de lo que Cabe habría creído posible.

Cuando estuvieron lo bastante lejos, Gwen lo empujó finalmente a un lado y preguntó:

¿Qué sucede, Cabe?

El rostro del joven estaba pálido, ojeroso.

Se ha ido, Gwen. Esta vez no queda nada de Nathan. Estoy totalmente solo. El poder está ahí, pero soy yo ahora. Lo que él fuese: espíritu, esencia, mi propia imaginación, lo entregó para que yo viviera. Es duro estar solo, de todas formas, después de haberte acostumbrado a tener siempre otra presencia a tu lado.

La Dama del Ámbar no dijo nada, pero dio su respuesta con un largo y apasionado beso. Cabe comprendió lo que quería decirle y su tristeza se desvaneció poco a poco.

Nunca estarás solo, Cabe. No mientras yo pueda evitarlo.

Sintió una punzada de remordimiento al darse cuenta de que su pena por la pérdida de su abuelo se disipaba con tanta rapidez, pero, conociendo a Nathan como lo había conocido, dudó de que al mayor de los Bedlam le hubiera importado demasiado. Lo más probable era que incluso hubiera reprendido a su nieto por gemir y lamentarse cuando tenía a una mujer tan hermosa a su lado, que además resultaba que amaba profundamente a Cabe. Lo que tenía que hacer era tomarla entre sus brazos y devolver aquel amor.

Cabe esbozó una sonrisa e hizo exactamente eso. Quizá, pensó justo antes de dejarse arrebatar por el momento, Nathan Bedlam no se había marchado por completo, después de todo.

Una leve brisa los envolvió por un instante, pero era cálida y ni siquiera se dieron cuenta de su existencia, absortos como estaban en cuestiones más importantes.