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El pirata-lobo D'Shay se expresaba también en el mismo tono retumbante empleado por el Dragón de Hielo.

¡Dejad que nos vea!

La orden no iba dirigida, en realidad, al golem del Grifo, aunque al final fue aquella criatura quien obedeció. Cuando la férrea mano se aflojó, el pájaro-león observó a sus capturadores.

Reconoció a D'Shay. El atractivo rostro barbado parecido en su aspecto zorruno al de Toos teñido con una cruel arrogancia digna de un Rey Dragón. D'Shay iba ataviado con la ya familiar armadura color ébano, el yelmo de lobo en la cabeza y la larga y amplia capa que el Grifo supo de inmediato que era algo más que una prenda de vestir. Brevemente, recordó la espada de doble empuñadura que el pirata-lobo había sacado de la nada.

El otro aramita era algo más bajo que D'Shay, pero de aspecto no menos peligroso. En aquellos momentos, parecía concentrarse en un refulgente pedazo de algo que el pájaro-león comprendió que era lo que controlaba a los gólems de hierro. Magia poderosa, pues, y que le resultaba totalmente desconocida.

D'Shay sonrió, y su aspecto se pareció aún más al del depredador que formaba la cimera de su yelmo. Tras su primer encuentro, el Grifo se había preguntado si los piratas no serían parecidos a los Reyes Dragón, es decir, seres con el poder de alterar su aspecto; ahora sabía que no era así y que los aramitas eran humanos, pero eso no significaba que se los pudiera definir de la misma forma que a los humanos del Reino de los Dragones. En absoluto.

Se dio cuenta de que sabía más de ellos de lo que había creído, y que ellos, por su parte, sabían más, mucho más de él de lo que había esperado.

El último de los antiguos, el último de los contaminados. Con tu muerte, los imbéciles de Sirvak Dragoth seguramente se rendirán y aceptarán lo inevitable. El País de los Sueños se convertirá en un recuerdo. ¡La voluntad del Devastador se extenderá sobre todos!

El Grifo no pudo continuar callado por más tiempo.

¿De qué hablas?

No muy lejos de él, el otro aramita perdió la compostura por un momento, haciendo que los gólems de hierro aflojaran las manos un poco. El pirata no tardó en recuperar el control, pero el pájaro-león comprobó que podía moverse y respirar con mayor facilidad. Pudo entrever la figura del Dragón Azul, quien seguía inconsciente, habiendo sido cogido totalmente por sorpresa por una magia que tanto él como el Grifo, al parecer, habían subestimado en gran manera.

¿No lo sabes? La expresión del rostro de D'Shay era casi divertida, hasta que sus ojos se entrecerraron y sonrió: ¡No lo recuerdas! ¡D'Laque! ¡No recuerda el País de los Sueños, Sirvak Dragoth, ni probablemente la tutela!

El Grifo consiguió contenerse con grandes dificultades y no demostrar demasiada emoción. Era como si una puerta se abriera con cada mención de un pedazo de su pasado. Todavía no comprendía los insignificantes atisbos de sus recuerdos, pero, con tiempo, lo conseguiría, aunque tiempo era lo que probablemente no tendría.

Desde luego, sería un buen relato, ¿eh? Todos estos años de interrogantes, todos estos años de vigilancia. Sólo quedamos unos pocos de aquella época pasada, pájaro, pero la recordamos bien. Yo la recuerdo bien. ¡Y todo para nada! ¡Te construías un reino a este lado y ni tan sólo dedicabas un pensamiento a tu país de origen! Ja! ¡Qué gran broma!

Se abrió una nueva puerta y el señor de Penacles se vio inundado de repente por tal repugnancia hacia el aristocrático pirata que se sobresaltó. Las palabras de D'Shay habían liberado algo, un recuerdo horrible de brutalidad sádica, de asesinato, por parte de alguien en quien había confiado.

Las palabras brotaron antes de que supiera qué decía.

¡Pagarás por todos los amigos que traicionaste, D'Shay!

Todo humor desapareció del rostro del aramita.

¡Vaya! ¡Así que recuerdas algunas cosas, desecho! ¡Quizá lo habrías hecho aunque no nos hubiéramos encontrado de nuevo! Razón de más para acabar contigo... pero despacio. Sólo una cosa nos impide hacerlo, y es la entrada secreta a las bibliotecas. Hemos llegado a la conclusión que debe de encontrarse en algún lugar de tus aposentos, pero de momento no la hemos localizado.

El Grifo se limitó a mirarle colérico.

¿No respondes? Supongo que podríamos interrogar al Rey Dragón. La verdad es que no tiene nada que perder... excepto la vida. De todos modos, incluso a pesar de este incidente, es posible que podamos tratar con él. Después de todo, el equilibrio del poder parece haber cambiado ahora, y somos nosotros quienes controlamos los acontecimientos.

En aquel momento, una poderosa ráfaga de frío glacial barrió la habitación. El pirata llamado D'Laque estuvo a punto de dejar caer el talismán y D'Shay palideció. El Grifo se retorció al sentir cómo el frío desgarraba sus entrañas. Era el más terrible que había padecido hasta entonces.

Poco a poco, la nueva oleada de frío perdió intensidad, pero no desapareció por completo, y los aramitas se vieron forzados a envolverse en sus capas. La escarcha se apoderó de las zonas de la habitación más cercanas a las ventanas.

Me alegraré de regresar a mi país, desecho, no sólo para llevar tu cabeza, sino también para escapar de este miserable frío. No creo que me gustase vuestro invierno.

Al parecer, ninguno de los dos aramitas conocía la auténtica causa del frío, y el Grifo dudó que le fueran a creer. Se dijo que el tiempo no sólo se le acababa a él. Si el frío llegaba ya tan al sur y con tanta intensidad, las criaturas del Dragón de Hielo no podían estar muy lejos. Probablemente, Irillian estaría bajo asedio; y no quería ni pensar en lo que podría estar sucediendo en las tierras de labranza del norte. Toos ya le había informado de que los refugiados empezaban a llegar al sur a cientos. Aquello podría crecer hasta ser millares, siempre y cuando consiguieran sobrevivir tanto tiempo.

Sólo tienes esta oportunidad, pájaro. Puedo prometer que tu muerte será rápida y relativamente indolora si nos dices cómo acceder a las bibliotecas. ¿Bien?

Uno de los gólems que lo sujetaban se puso rígido de pronto y habló. D'Shay empezó a retroceder, esperando alguna estratagema, pero, en lugar de ello, todo lo que la criatura dijo fue:

La comida encargada por Lord Grifo está aquí. El sirviente solicita pasar.

¿Qué? El mensaje tardó algunos segundos en ser comprendido por los aramitas, que lanzaron una carcajada de alivio; D'Shay sonrió y respondió: Di al sirviente que deje la comida y se vaya. Lord Grifo ya la recogerá más tarde.

El golem se mantuvo en silencio, pero D'Shay tuvo la sensación de que el mensaje había sido transmitido.

Bien, eso ya está solucionado.

El sirviente sigue solicitando entrar emitió el golem. Los dos piratas-lobo intercambiaron una mirada.

¿Un truco? sugirió D'Laque.

D'Shay asintió y se volvió de nuevo hacia el golem.

Describe a la persona que espera.

Evidentemente, se estableció una comunicación entre el golem que hablaba y los de fuera.

Un humano de décadas pasadas, poca masa, peso medio. Características facial...

¡Es suficiente! D'Shay estudió al Grifo. Extraordinarios productos de alquimia, desecho, pero podrían mejorarse mucho. Al parecer, también sus sirvientes muestran tendencias exageradas. Vigílale, D'Laque. Yo me ocuparé de nuestro demasiado escrupuloso amigo.

El otro aramita pareció preocupado.

¿No sería mejor seguir ordenándole que se fuera?

Es posible, pero podría alertar a los demás sobre este comportamiento extraño. Es mejor ocuparse de él y mantenerlo callado hasta que nos vayamos.

Como tú digas.

D'Shay se colocó a un lado de las puertas, y sacó una afilada daga tan negra como su armadura. El Grifo se debatió en vano. Sin hablar, D'Laque había ordenado, evidentemente, a los gólems que le mantuvieran en silencio, ya que uno de ellos alzó una mano y le sujetó el pico. Aquello le permitió tener una pierna libre, pero el pájaro-león habría agradecido cualquier sugerencia en aquel momento, ya que no se le ocurría qué podía hacer con ella. El aramita que llevaba el artefacto estaba demasiado lejos para darle una patada, y golpear a los gólems sólo le haría daño a él; lo más probable es que se rompiese el pie.

D'Shay volvió la cabeza para dirigir una rápida mirada al aprisionado Grifo, y susurró:

Dejadle entrar.

D'Laque miró a su alrededor, confuso, pero al parecer no tenía que dar ninguna orden, ya que las puertas empezaron a abrirse hacia dentro.

D'Shay se lanzó hacia adelante, pero chocó con violencia contra un sólido brazo azul grisáceo. Con una exclamación ahogada, intentó gritar algo, pero no tuvo tiempo. El aramita se vio lanzado hacia atrás con fuerza inhumana y el cuchillo se escapó de su mano. D'Shay chocó contra una pared de forma muy parecida a como lo había hecho el Dragón Azul y cayó al suelo. A diferencia del Rey Dragón, lanzó un sonoro gemido.

Los dos gólems del exterior penetraron en la habitación, seguidos de lo que parecía ser un sirviente. Se oían voces en el pasillo y el sonido de varias figuras armadas que corrían hacia la puerta.

Boquiabierto, D'Laque levantó el refulgente artilugio que sostenía entre las manos y miró a los gólems que mantenían prisionero al Grifo. Uno de ellos soltó el brazo del pájaro-león y se volvió hacia los recién llegados; el otro sujetó con más fuerza aún al Grifo y se dispuso a retorcerle el cuello. Contra tal oponente, el señor de Penacles tenía tantas posibilidades como las de un polluelo recién nacido de derrotar a un dragón menor adulto y hambriento.

Una voz conocida gritó una palabra en una lengua que sólo tres de los presentes en la habitación reconocieron. El golem quedó inmóvil, pero no soltó su presa. La criatura que D'Laque había lanzado contra los otros también se detuvo. El pirata-lobo abrió la boca con asombro y buscó algo en el interior de su capa. Era demasiado tarde. Uno de los gólems del exterior cruzaba ya la habitación en su busca. El aramita consiguió esquivar aquellos poderosos brazos, pero tropezó con la pared y se le cayó el objeto que había utilizado para controlar a los gólems. Chocó contra el suelo con estrépito y rodó fuera de su alcance.

D'Laque se agachó para recogerlo, y un pie de hierro de varios cientos de kilos de peso cayó sobre el artilugio y la mano del pirata. La enlutada figura aulló de dolor, contempló la sanguinolenta masa que había sido su mano y se desplomó sobre el suelo, retorciéndose y gimiendo de dolor.

Mis disculpas, señor, por correr este riesgo.

El sirviente se encontraba ante el Grifo, sonriente. Ordenó al golem que regresara a sus funciones normales, y la criatura, como horrorizada por lo que había hecho, soltó a su prisionero y retrocedió varios pasos. El Grifo empezó a frotarse las partes doloridas que constituían la mayor parte de su cuerpo y luego palmeó a su salvador en el hombro.

¡Maldita sea! ¡Eras tú, Toos! ¡Empezaba a preguntarme cuánta gente tenía libre acceso a mis aposentos y al control de mi guardia de corps!

El general volvió a sonreír, rejuvenecido al menos veinte años. Aventuras como aquélla habían sido parte del motivo original por el que se había convertido en una persona tan valiosa para el Grifo en otro tiempo.

Ha sido vuestra propia precaución la que nos ha ayudado en el éxito.

Cierto, pero existen muy pocas personas a las que confiaría la palabra capaz de anular todas las órdenes recibidas anteriormente por mis metálicos amigos. Sólo una, en realidad.

Tiempo atrás, cuando creó el primero de los gólems de hierro, el Grifo había considerado la posibilidad, por improbable que ésta fuera, de que alguien volviera sus creaciones en su contra. Así pues, había añadido un sistema de autoprotección. Una palabra un nombre, creía procedente de una lengua que flotaba en su subconsciente. Una lengua que sabía formaba tanta parte de su pasado como D'Shay. A menos que se buscara muy profundamente en la esencia que formaba a los gólems de hierro, la clave estaba a salvo. Se necesitaba mucha destreza y tiempo para encontrarla, y esto último era lo que el pirata D'Laque no había tenido. Conjuros dentro de conjuros, estratagemas dentro de estratagemas. Los años como mercenario le habían enseñado todo aquello al Grifo.

Los guardias ayudaban en aquellos momentos al todavía aturdido Rey Dragón a incorporarse. Un médico atendía a D'Laque, que estaba ahora mortalmente quieto, mientras que otros guardias obligaban a D'Shay a echar los brazos hacia atrás y le encadenaban las muñecas. La némesis del Grifo todavía no se había recuperado por completo del golpe del brazo del golem y su subsiguiente choque contra la pared. El pájaro-león volvió otra vez su atención a Toos. La necesidad de sonreír era incontenible, y un pico desde luego no podía transmitir ese sentimiento. Alteró su aspecto facial, transformándose, por un momento, en el apuesto hombre de rostro aguileño que sólo unos pocos habían visto. La sonrisa se extendió libremente por todo su rostro.

¡Bien, hacedor de milagros, explícame cómo es que apareciste como llovido del cielo y nos rescataste en el momento justo! No habría podido salir mejor ni preparado.

Toos se encogió de hombros con modestia antes de responder:

Una vez más, fuisteis vos quien me disteis la clave. Yo estaba fuera de servicio, y, cuando esto ocurre, es responsabilidad del capitán Freynard hacerse cargo de todo. Cuando dijisteis que os lo habíais encontrado en el pasillo, tardé poco en darme cuenta que él no tendría que haber estado aquí en absoluto, en especial mientras se desarrollaba la búsqueda de D'Shay. Reaccioné esperando lo peor y pensé que podía haber problemas en vuestros mismos aposentos.

Una vez más ha sido tu talento «infalible» para tomar las decisiones justas. ¿Y todavía afirmas que tienes pocos poderes de hechicero? El Grifo rió por lo bajo, mientras su rostro volvía a ser poco a poco el de la sorprendente criatura cuyo nombre llevaba.

El ex mercenario, muy acostumbrado a las alteraciones faciales, le dedicó una mirada inocente.

Si poseo tanto poder, mi señor, es algo que me resulta tan misterioso a mí como a los demás. Tengo que admitir, no obstante, que viene bien.

Desde luego. De modo que anulaste las órdenes de los gólems del exterior y... Se interrumpió cuando el médico que había estado examinando a D'Laque se le acercó y aguardó pacientemente. ¿Sí?

Majestad, lo lamento profundamente, pero no hay nada que pueda hacer por el herido. Está muerto.

¿Muerto?

El médico era un veterano en muchos conflictos y su experiencia estaba más allá de toda duda. Asintió taciturno.

Me ocupé inmediatamente de la mano y no fue ésta, al menos de forma directa, la causa de la muerte. Al parecer padeció una conmoción o carencia totales que no tenían nada que ver con aquélla.

Esa cosa que tenía en las manos.

¿Señor?

Nada. Es una lástima. Podría habernos dicho mucho. Ahora tendremos que depender de D'Shay.

El Grifo se dijo para sí que D'Laque había muerto porque el artilugio ¿por qué le venía a la mente Diente del Devastador? había sido aplastado. Existía un vínculo entre alguien como él y el objeto.

Se había abierto otra puerta en su mente.

Alguien le informó de que el Dragón Azul se recuperaba. El Grifo se excusó ante Toos y el médico y se reunió con el dragón, quien, al parecer, se encontraba lo bastante bien como para ahuyentar a los que le atendían. Levantó los ojos para mirar al señor de Penacles.

¿Habéis destripado ya a esos comedores de huevos? ¡Si no es así, quiero que me entreguen a D'Shay para poder despellejarlo vivo!

No existía la menor duda de que el Rey Dragón se había recuperado. El Grifo meneó la cabeza.

El otro está muerto, pero D'Shay es mi prisionero. Era mi palacio y mi vida lo que buscaba.

El dragón intentó alzarse.

¿Cómo conseguisteis darle la vuelta a la situación? A mí me abatió uno de vuestros supuestamente leales hombres de metal.

El general Toos actuó según su indómita costumbre.

No pensaba hablar al Rey Dragón de la palabra que podía anular cualquier orden que el golem estuviera cumpliendo. Aunque sí dijo al dragón que su segundo se había hecho con el control de los dos gólems del exterior antes de que pudieran reaccionar y, puesto que los gólems sólo se ponen en contacto entre ellos cuando tienen que transmitir información o preguntas, ordenó a las criaturas lo que debían decir. Los gólems del interior, limitados por sus pautas de pensamiento, no sospecharían. Toos sabía que los aramitas podían recelar que se trataba de un truco, pero no que entrañara recuperar el control de dos criaturas violentas que podían fácilmente hacerlos pedazos. La arrogancia de los piratas-lobo los había perdido.

Hay demasiados condicionales en ese plan.

El rostro del Grifo volvía a ser el de una ave, pero parecía irradiar una especie de sonrisa.

No cuando tiene que ver con el general Toos. Desde que le conozco siempre he encontrado que sus instintos son poco menos que infalibles.

Hay algo que no me decís.

Nuestra tregua sigue en pie, si es eso lo que os preocupa.

El Dragón Azul sacudió la cabeza. Entonces, sus ojos se clavaron en D'Shay, quien, durante el tiempo que el Grifo había hablado con los otros, se había recuperado por completo, y se debatía ahora con sus ataduras, sin el menor éxito. Había cuatro guardias junto a él, dos manteniéndolo sujeto, y Toos intentaba ya interrogar a la enlutada figura, aunque, a juzgar por la expresión del ex mercenario, no obtenía ningún resultado.

El Grifo se acercó al prisionero, con el Dragón Azul justo detrás de él. Los ojos de D'Shay abandonaron a Toos y se clavaron en el pájaro-león. En ellos había rabia, frustración y una emoción que el Grifo no pudo identificar, pero que le produjo inquietud. No estaba en absoluto seguro de que el pirata-lobo fuese ahora completamente inofensivo.

Espero que lo hayas registrado a fondo, Toos. La última vez sacó una espada de doble empuñadura de la nada.

Era discutible si D'Shay era o no un hechicero. Aquélla fue la única ocasión en que el Grifo recordaba haberle visto hacer algo realmente mágico, pero sus recientes recuerdos de los piratas-lobo, los aramitas, no habrían podido llenar ni una página de un libro. Dos encuentros cara a cara. Deseó fervientemente poder recordar qué parte había jugado D'Shay en su pasado y por qué reconocía en aquel hombre a alguien que había traicionado a amigos.

El desecho. El aristocrático forajido sonrió con frialdad. Siempre has poseído una gran facilidad para sobrevivir.

Toos empezaba a enfurecerse.

Intentaba averiguar qué les ha ocurrido al capitán Freynard y al otro hombre.

Jamás abandonaron la posada, ¿verdad, D'Shay? Al menos, no por medios convencionales.

D'Shay no dijo nada, pero sus ojos se movieron veloces del Grifo a Toos, y luego volvieron al Grifo. El general estaba rojo de ira; el señor de Penacles sabía que Freynard había sido casi como un hijo para su camarada. Ambos habían dado por sentado que sería el capitán quien sucedería al general, si éste se retiraba. Ahora, ya no podría ser así.

Los ojos del soldado se oscurecieron y aquella mirada que dedicó al pirata había conseguido acobardar a más de un prisionero, tanto que a menudo brotaban las confesiones. D'Shay la aguantó como quien recibe una llovizna primaveral. Toos sacó un cuchillo muy despacio de su cinturón.

Esto es cosa mía ahora, majestad. Mis hombres llevarán al prisionero a una celda donde se le podrá interrogar a conciencia. También me ocuparé de que alguien se deshaga de esa basura. Señaló con la cabeza en dirección a la figura inmóvil del otro forajido de negra armadura.

El comentario llamó la atención de D'Shay.

¿Está muerto D'Laque?

Lo preguntó como quien pregunta la hora, pero el Grifo captó un breve destello de emoción que el aramita no pudo ocultar de inmediato. No era temor D'Shay jamás sentía temor, recordó de pronto, sino profunda cólera. D'Laque debía de ser una pieza importante en lo que había tramado.

Toos, sin embargo, lo malinterpretó.

Tu amigo el de la piedra está muerto y su juguetito está hecho mil pedazos. Que eso te sirva de advertencia.

El aristocrático pirata meneó la cabeza.

¡Pobre D'Laque! Me advirtió que hacer esto era una estupidez, pero le convencí de lo contrario. Se supone que los guardianes no tienen que estar tan cerca de la acción. Por supuesto que el Gran Guardián D'Rak desobedece sus propias reglas. ¡Ah, D'Laque! Confiaba en mí... tengo una reputación, ya sabéis. D'Shay sonreía fríamente y la frialdad de aquella sonrisa era casi tan paralizante como el hechizo del Dragón de Hielo. Otra cosa por la que acabarás pagando, desecho. Puedes estar seguro.

El general Toos comprobó que cada uno de los guardias sujetaba con fuerza a la enlutada figura.

Tú no podrás ocuparte de ello, amigo mío. Te vamos a encerrar en un lugar que incluso las ratas se niegan a visitar. Luego, te sacaremos algunas respuestas.

D'Shay siguió sonriendo, y el Grifo se sintió tentado de abofetearle, pero sabía que aquello produciría satisfacción al aramita.

Tenemos mucho de que hablar, D'Shay. Cada vez recuerdo más cosas y, con tu ayuda, no tardaré en recordarlo todo. Entonces, quizá me ocuparé de tus amos.

Comprendo.

El prisionero examinó la habitación unos momentos, sus ojos absorbieron cada detalle, en especial el tapiz. El Grifo se preparó para un intento de huida, pero D'Shay se limitó a sonreír como enojado consigo mismo.

Una lección que aprender. Debería haber tenido más cuidado. Te subestimé, desecho, pero también he aprendido de eso. Quizá...

Sonriente todavía, D'Shay sufrió un repentino ataque espasmódico. Tosió y de su boca surgió un hilillo de sangre.

¡No! gritó alguien, y el señor de Penacles comprendió demasiado tarde que lo había conseguido. ¡Aquello no era producto de ninguna herida recibida por el prisionero! Supo lo que D'Shay hacía, supo que su némesis buscaba una especie de escapatoria de la que no se podía regresar.

El Grifo sujetó a la convulsionada figura al mismo tiempo que Toos se volvía y llamaba al médico. El pirata-lobo tenía los dientes apretados y los labios retraídos en cierta forma, lo que le proporcionaba un auténtico aspecto salvaje mientras seguía sonriendo en abierta burla a los esfuerzos de sus capturadores. Su mirada atravesó al pájaro-león.

Lleno de horror y angustia, el Grifo comprendió que perdía la única fuente de información que poseía sobre su propio pasado. D'Shay conseguía una victoria incluso en la derrota.

¡Maldito seas, carroña! graznó furioso. ¡No puedes hacer esto! ¡No ahora!

El médico llegó junto a ellos, pero para entonces ya era demasiado tarde. Con una última sacudida y un suspiro que dejaba entrever satisfacción, el pirata-lobo se desplomó como una marioneta a la que le han cortado los hilos. No obstante, como no confiaba en el aramita, el Grifo hizo que los guardias lo sujetaran por los hombros y las piernas mientras el médico lo examinaba.

Tras una completa revisión, el galeno se incorporó.

No tengo la menor duda de que este hombre está muerto. Creo que se ha roto algo. Sabré más cuando haya tenido tiempo de abrirlo en canal.

Toos sacudió la cabeza mientras contemplaba el cadáver, que en cierta forma todavía retenía la arrogancia de su antiguo ocupante, y dijo:

Si vuestra majestad da su permiso, me gustaría quemar esta porquería de inmediato. Nos ayudaría a descansar más tranquilos, creo.

El pájaro-león asintió. No era ningún nigromante; no podía levantar a los muertos y sospechaba que, incluso de haber podido, D'Shay habría encontrado alguna manera de escapársele. Además, como Toos había dicho, sólo podría tranquilizarse por completo si sabía que D'Shay se había ido de verdad.

Hazlo, Toos; luego esparce las cenizas en algún lugar donde no puedan envenenar a los animales.

Los guardias se llevaban ya el otro cuerpo, y el Grifo sorprendió al Rey Dragón mirándole, con algo parecido a la satisfacción.

No lo que yo esperaba, pero una conclusión satisfactoria de todos modos. El aramita puede disfrutar de su pequeña victoria. Yo preferiría estar vivo y luchando.

El Grifo lanzó un bufido. El Dragón Azul podría estar satisfecho, pero este giro de los acontecimientos siempre dejaría un regusto amargo en las fauces del pájaro-león.

Puede que debamos disfrutar esta pequeña victoria... pero ¿habéis olvidado que todavía tenemos entre manos otra batalla?

No lo he olvidado, pero sigue resultando agradable contemplar cómo se llevan sin vida al enemigo derrotado.

Alegraos con ello, pues. El Grifo tomó el Huevo de Yalak, que todo el tiempo había permanecido cómodamente instalado en una estantería, y estudió por unos instantes el cristalino artilugio, mientras relegaba a D'Shay a un rincón de la mente; luego añadió: Y esperemos que os mantengáis feliz incluso aunque fracasemos, porque no tendremos nada más en que pensar excepto en cuánto tardarán las abominaciones del Dragón de Hielo en venir a buscarnos.