19

Mientras el Grifo estudiaba leguas de antiguos manuscritos, Cabe y sus compañeros habían conseguido recorrer una porción aún más extensa, pero igualmente frustrante, de un territorio que incluso las criaturas más audaces normalmente habrían esquivado. Ahora, deteniéndose por un momento, contemplaron su punto de destino.

La helada montaña empezaba a alzarse sobre sus cabezas, a pesar de que todavía estaba a cierta distancia. Era, con mucho, la mayor de toda la cordillera, un monstruo lleno de escarpaduras que casi igualaba en altura a Kivan Grath, la mayor de las Montañas Tyber. Toma rió burlón.

No dejéis que las apariencias os engañen. Al Dragón de Hielo le gustaría creer que su fortaleza es comparable con la de mi progenitor, pero, como sucede con los sueños de muchos, este edificio helado es, en gran parte, una casa de cristal... ¿o debería decir de hielo?

De todos modos, a Cabe le resultaba impresionante.

¿Qué se supone que quieres decir con eso?

Sencillamente, que la mayor parte del hogar de ese dragón loco no es más que hielo. La montaña es muy pequeña y se compone casi a partes iguales de glaciar y de roca, lo sé. Despojada de su espléndida capa, la ciudadela del Dragón de Hielo no sería más que una colina elevada en comparación con los gigantes de las Tyber.

Pero eso no vuelve más débil a nuestro adversario observó Haiden. Dudo que consigamos derrotar a ese monstruo helado sólo con comentarios despectivos sobre su casa y hogar. No me parece que sea un alma sensible.

Gwen le dio la razón, y añadió:

¿No le extraña a nadie que no hayamos encontrado ninguna defensa ni tampoco sentido el contacto de su poder... aparte ese maldito frío?

Yo he observado un poco de viento y nieve.

No seas sarcástico, Haiden. Sabes a lo que me refiero.

Cabe miró a su alrededor. Blanco. Todo lo que los rodeaba era frío y un paisaje blanco; empezaba a repugnarle.

Me atrevería a decir que el clima más al sur es mucho peor. Recordad que el Dragón de Hielo no tiene necesidad de cubrir por completo todo su territorio, sólo aquellos que desea aplastar.

Sssi lo que dicesss esss cierto, puede que nosss encontremosss en una de lasss zonasss másss atractivasss del Reino de los Dragonesss, Bedlam. De todasss formasss, podría pasar sin este frío que me hiela por dentro y por fuera.

El frío empezaba a afectarlos a todos, pero el frío interior era el que causaba más estragos. Había largos períodos de tiempo durante los cuales nadie deseaba hablar ni que le hablaran; había momentos en los que se mostraban ariscos sin motivo, aunque eso era discutible en el caso de Toma.

El dragón realizó un experimento, haciendo que una pequeña llama brotase de su mano.

Todavía poseemosss nuestrosss poderesss. He padecido el efecto del poder de Hielo, y sabría ssssi nosss observa.

Fue el elfo quien descubrió un probable motivo. Había estado escudriñando la zona desde el cielo a la tierra, sin bajar la guardia, y su persistencia dio por fin sus frutos.

¡Mirad ahí!

En un principio, fue sólo una forma borrosa que venía del sur. Toma se volvió hacia los otros.

¿Deberíamos ocultarnos?

Cabe sintió el contacto de aquello que sabía era más Nathan que él mismo, y negó con la cabeza.

No hay motivo. No les importamos. De hecho, tengo la impresión de que, en todo caso, aprobarían lo que hacemos.

¿Aprobarían? Gwen se concentró; en el mismo instante en que la forma borrosa se dividía en otras más pequeñas, y exclamó: ¡Rastreadores!

Toma asintió para sí, recordando que uno de ellos le había ayudado en su huida. Los seres-pájaro tramaban algo. Quizá su huida había sido una táctica dilatoria mientras se preparaban. También podría ser que les importara muy poco si conseguía atravesar los Territorios del Norte, y desde luego eso entraba dentro de las características de la forma de pensar de los Rastreadores tal y como él la conocía.

Podían ver ya que probablemente eran dos docenas de aquellas criaturas, más de las que ninguno de ellos había visto nunca juntas, excepto Cabe, que recordó el día en que el antiguo Dragón Rojo había asaltado la ciudadela de Azran, y cómo los Rastreadores se habían alzado contra él en un frenesí provocado sólo en parte por su forzada servidumbre al mago demente. La zona cercana al castillo había contenido una de sus antiguas colonias, uno de sus puntos de cría.

El Dragón de Hielo se había ganado unos enemigos muy peligrosos.

Los seres-pájaro parecían transportar un cierto número de literas, aunque ninguno de los cuatro pudo imaginar qué contendrían. Las criaturas volaban bajo, y de cuando en cuando descendían, lo cual hizo pensar a Cabe que debían verse obligadas a efectuar frecuentes paradas. Fuera lo que fuese lo que transportaban, debía de ser valioso.

Nada obstaculizó su vuelo. El cuarteto observó cómo los Rastreadores pasaban por encima de sus cabezas, sin dedicarles ni una mirada que diera a entender que los habían visto. Pero Cabe no se dejó engañar; había sentido el hábil contacto de más de una de aquellas mentes extrañas. Los Rastreadores sabían por qué se encontraban allí y, tal y como sospechaba, lo aprobaban. De todas formas, en su opinión y la arrogancia de aquellas criaturas sorprendió a Cabe, los humanos y su grupo no serían necesarios. Cabe y sus compañeros eran considerados un extra; algo más que animaría al Dragón de Hielo a ver las cosas según el punto de vista de los Rastreadores.

¿Qué sucede? inquirió Gwen. También ella había sentido el contacto de las mentes de los Rastreadores, pero no podía interpretarlas con tanta claridad.

No lo sé. Nada, quizá; pero me gustaría saber qué planean.

Puede que no tardemos en averiguarlo apostilló Haiden.

¿Por qué?

Hay cosas moviéndose por la zona, y vienen más o menos en nuestra dirección.

Mentalmente se les aparecieron visiones de enormes criaturas cavadoras que venían a por sus vidas. El elfo, viendo sus expresiones, sacudió la cabeza.

No es eso. Son seres más pequeños, del tamaño de personas, aunque no puedo decir nada más.

¿Dragones? sugirió Cabe.

No quedan más dragones aquí que el señor de este territorio intervino Toma. No, Bedlam, creo que lo que se acerca son sus sirvientes sin vida, tan horribles a su manera como esas cosas que avanzan hacia el sur.

No podemos permitirnos esperar a que lleguen.

Lo que significa que tendremosss que luchar, claro. Había expectación en la voz del dragón; tenía la oportunidad de vengarse de quien lo había capturado.

Si podemos evitarlo, lo haremos. Cabe miró con decisión al dragón hasta que éste acabó por asentir. Intentar luchar con ellos de forma deliberada dará tan poco resultado como ocultarnos. ¡Perderemos tiempo! En el fondo de su mente, Cabe casi deseaba ceder al deseo de esconderse; cualquier cosa para evitar lo que Tyr había predicho. Deseaba que el difunto Amo de los Dragones no le hubiera advertido.

Siguieron cabalgando con cuidado, evitando lo mejor que podían los lugares en los que Haiden afirmaba haber visto a los servidores del Dragón de Hielo. Proyectaban sus mentes en busca de cualquier presencia hostil cercana, pero nada sentían a excepción del continuo azote del hechizo sobre sus espíritus. Cada vez resultaba más difícil conseguir que los caballos siguieran adelante; estaban helados por dentro y por fuera y asustados de lo que los rodeaba.

Transcurrió otra hora. La helada residencia del soberano de los Territorios del Norte alcanzó alturas insospechadas. En su mayoría era hielo, sí, pero resultaba inquietante en una forma en que no lo era la gigantesca Kivan Grath; poseía la frialdad de la muerte, era la única manera de expresarlo. Kivan Grath, hogar del Emperador Dragón, tenía una arrolladura dignidad, a pesar del espantoso temor que muchos sentían ante ella. Aquí sólo habitaban los muertos. Los Territorios del Norte eran tan responsables de sus posturas fatalistas como de la decadencia de su poder.

Cabe se sacudió de encima una parte de la melancolía, y empezó a preguntarse qué acabaría antes con ellos, si aquel hastío inducido de la vida o sus nebulosos vigilantes.

Pasó el tiempo, las montañas se alzaban ya ante ellos, y seguían sin ser atacados. Toma, a pie en aquellos momentos, probó sus poderes fundiendo un agujero en un ventisquero.

Ssse trata de algún juego. De lo contrario, el Dragón de Hielo no dejaría que nosss acercásemosss tanto.

A lo mejor tiene la mente ocupada en otras cosas sugirió Haiden.

El Dragón de Hielo esss mucho másss competente que todo eso. Ademásss, susss sirvientesss vigilan cualquier movimiento.

Cabe paseó la mirada a su alrededor.

Eso empieza a darme qué pensar.

¿Los Rastreadores? inquirió Gwen, comprendiendo.

La confianza que percibí era fuerte. Muy fuerte. No creo que esas criaturas fueran a depositar todas sus esperanzas en una tentativa.

¿Sugieres que esas cosas que nos vigilan pertenecen a los pájaros? Toma meneó la cabeza. ¿Tan cerca de la guarida del Dragón de Hielo?

¿Por qué, si no, nos dejaría tranquilos el Dragón de Hielo? ¿Por qué no atraparnos antes de que estemos demasiado cerca y evitar así cualquier peligro?

Te lo dije... El hechizo debilitador de la magia.

Tienes tus poderes. Yo he sido... preparado. Sintió que aquél era un aspecto de la protección ofrecida por Nathan. Nada.

A estas horas, los Rastreadores ya deben de estar dentro observó Haiden. A lo mejor son ellos los responsables.

A menos que tengamos un aliado que desconocemos añadió Gwen en voz baja.

En aquel momento, dos criaturas cubiertas de hielo surgieron milagrosamente de la ladera de la montaña. Toma dio un salto atrás y Cabe y Gwen empezaron a lanzar conjuros, mientras Haiden sacaba y preparaba su largo arco.

Eran los sirvientes sin vida del Dragón de Hielo. El grupo los estudió con repugnancia, ya que su naturaleza resultaba bien patente. En el interior de cada uno había la figura rígida de algún desventurado ser. Uno de ellos era humano, eso sí pudo discernirlo Cabe; el otro podría haber sido un elfo o un medio elfo, pero la distinción era inútil. Ambas criaturas habían muerto y eran ahora sus cadáveres lo que daba vida a aquellas figuras monstruosas. Los dedos, transparentes y helados, se movían. Los ojos vacuos veían.

Los sirvientes no atacaron. Ni tan sólo miraron en dirección al grupo. En lugar de ello, cada uno se colocó a un lado de la oculta entrada, totalmente firme, pero sin prestar la menor atención a la proximidad de los enemigos de su amo.

Cabe se volvió hacia Toma y susurró:

¿Sabes qué es lo que pasa?

O bien somos ratas atraídas a la trampa mediante un pedazo de queso o, como habéis mencionado, tenemos un aliado de un poder extraordinario. Sería posible que... No, no puede ser.

Él no interfiere.

¿Quién?

Gwen se les acercó por detrás.

¿No sería mejor que hablásemos cuando estuviésemos más seguros? ¡No hay forma de saber cuánto durará esto!

Tiene razón asintió el Duque Toma de mala gana.

¿Qué hacemos con los caballos?

Los dejaremos, ¿qué otra cosa podemos hacer?

«Los caballos serán retirados.»

Cabe parpadeó.

¿Qué ha sido eso?

Los otros lo contemplaron con curiosidad.

«No me oyen. No son necesarios. Sigue mis Palabras si deseas derrotar al señor de los Territorios del Norte.»

Gwen, preocupada, posó una mano sobre su hombro.

¿Qué sucede?

«No pierdas tiempo. No les digas nada. Cuanto menos sepan, mejor.»

Nada repuso, moviendo la cabeza. Sigamos.

Pasaron junto a las criaturas, que seguían sin percatarse de su presencia, con tanta rapidez y cautela como les fue posible. Gwen cerró los ojos por un instante al pasar junto a una de ellas y Cabe apresuró el paso. Cuando hubieron pasado, el joven se volvió para ver si los sirvientes se habían dado cuenta de algo. Lo que sí vio fue que los caballos habían desaparecido realmente; pero incluso yendo a su máxima velocidad, era imposible que los animales hubieran desaparecido ya. Existía la posibilidad de que uno de los otros hubiera lanzado un hechizo, pero ¿cuándo?

«El Dragón de Hielo está ocupado con los seres-pájaro. Ellos creen que sus trofeos le harán olvidar su locura, pero yo tengo mis dudas. De todas formas, eso le impide darse cuenta de ciertas cosas.»

«¿Quién eres?», pensó Cabe.

No obtuvo respuesta. No se trataba de Nathan, lo supo de inmediato por la sensación de presentimiento que le embargó, una sensación que no tenía nada que ver con el hechizo del Dragón de Hielo. Nathan ya le había hablado en otras ocasiones en su propia mente, pero el espíritu de su abuelo siempre había emitido una... humanidad... de la que carecía este intruso.

Toma, puesto que era el único que había estado allí antes, encabezó la marcha. A juzgar por las miradas coléricas que dedicaba a las salas, los otros comprendieron que, de haber podido obrar por su cuenta, el dragón de fuego se habría encargado de reducir la parte helada de la fortaleza a simple lago.

¡Esto es ridículo! exclamó Toma en voz baja. ¡Es imposible que no se haya dado cuenta de nuestra presencia!

Quizá fue todo lo que Cabe se atrevió a decir, y Gwen le dirigió una rápida mirada, comprendiendo, al parecer, mucho más que el dragón.

Este lugar está tan muerto... musitó Haiden. Para un elfo, un lugar como aquél, donde sólo existían los aspectos más sombríos de la naturaleza, era una abominación tan terrible como las criaturas que el Dragón de Hielo había soltado sobre el resto del reino.

El comentario sobresaltó a Cabe. Las palabras de Tyr habían quedado olvidadas durante aquellos últimos minutos, pero el elfo se las había recordado. Estuvo a punto de dar media vuelta.

«¿De qué serviría eso?»

No respondió a la pregunta de la voz y sabía que el ente no esperaba respuesta. Ambos sabían que Cabe no tenía intención, en realidad, de dar media vuelta.

Recorrieron lo que parecía un kilómetro de pasillos serpenteantes, pero Toma les aseguró que estaban en el buen camino. La voz alojada en el interior de la mente de Cabe no añadió nada.

Súbitamente, tres figuras se cruzaron en su camino procedentes de un pasillo contiguo. Toma se inmovilizó al instante y los otros le imitaron. Dos de los sirvientes sin vida conducían a alguien por los brazos que los seguía obediente como un cachorro recién nacido.

Dorado, el Emperador Dragón. Su mente todavía padecía el vacío provocado por su combate con un Cabe desesperado. El joven hechicero contempló al en una ocasión omnipotente dragón con cierta compasión. Era mejor una muerte rápida...

¡No!

Antes de que nadie pudiera reaccionar, Toma dobló la esquina corriendo, las manos extendidas preparando un conjuro. Esta vez, incluso aunque alguien los mantuviera ocultos, el grupo no podría pasar inadvertido. Los dos horrores se volvieron con sorprendente velocidad y elegancia para tratarse de dos criaturas tan pesadas y de aspecto torpe; una de ellas levantó un bastón de medio metro de largo que no habían visto antes.

Toma no le dio la oportunidad de utilizarlo. El dragón de fuego extendió la mano izquierda y un bien dirigido haz de fuego envolvió a aquella criatura. El bastón explotó, enviando al Dragón Dorado y al otro servidor sin vida hacia atrás, al tiempo que el desventurado adversario de Toma se derretía literalmente, hasta que todo lo que quedó fue el ennegrecido cadáver que contenía.

«¡Estúpido! ¡Ese podría habernos guiado!»

Fue todo lo que la voz dijo a Cabe. Éste sintió cómo la conexión entre él y el ente se desvanecía, como si el otro hubiera decidido que aquel grupito ya no le servía, y Cabe no podía censurarle por pensar así.

El Dragón Dorado lanzó un gemido y el otro sirviente se alzó para luchar. Toma le apuntó con la mano, pero antes de que pudiera hacer nada, la criatura se resquebrajó en varios pedazos y cayó al suelo. El dragón se volvió y se encontró a Gwen que le miraba enfurecida.

¡Probablemente acabas de sentenciarnos a todos a muerte, Duque Toma!

¡Bah!

El reptiliano guerrero se acercó a su desmadejado padre a grandes zancadas, pero al llegar más cerca su comportamiento cambió completamente. Cabe y sus dos compañeros contemplaron con asombro cómo Toma intentaba, con ternura, ayudar a su padre a levantarse, su voz calmando aquella ruina atemorizada que en una ocasión había gobernado todo el Reino de los Dragones.

En un momento dado Toma alzó los ojos para mirar a Cabe, y el hechicero comprendió en aquel momento que el dragón no había olvidado quién había convertido al Dragón Dorado en aquello. Había sido una maniobra muy desagradable, y Cabe se había visto obligado a utilizarla al ver que ninguna otra cosa podía salvarle. Ni siquiera estaba seguro de poder repetirlo.

¡No forcejeéis! siseó Toma al otro dragón. El suelo a sus pies pareció derretirse, y se hundió unos centímetros. Gwen señaló el suelo del pasillo.

¡El hielo! ¡Se mueve!

El hielo se había extendido ya por las piernas del Duque Toma, y éste alargó una mano para intentar derretirlo antes de que subiera más. No sucedió nada.

¡Se han ido! ¡Otra vez!

El hielo empezaba a rodear las rodillas del dragón. Intentó liberar las piernas y no lo consiguió. Cabe quiso ir hasta él para ayudar, pero descubrió que sus propios pies estaban incrustados en el hielo del suelo... y... ¿Eran imaginaciones suyas? ¿Eran unos dedos helados lo que sujetaba sus piernas?

Gwen y Haiden también lanzaron un grito. Cabe recordó un sencillo conjuro que habría retirado en un instante el hielo de sus pies y piernas. No sucedió nada.

¡Lo sabía! exclamó Toma. ¡Ha sido una trampa!

Si las circunstancias hubieran sido más pacíficas, Cabe lo habría corregido. Habían sido abandonados y con razón. Su guardián y Cabe supo ahora que él, ella, o ello los había acompañado desde mucho antes de su entrada en los Territorios del Norte los había dejado a su suerte.

Todo por culpa de Toma.

El Dragón Dorado estaba ya encerrado en una prisión de hielo y a Toma sólo le quedaba un brazo libre. Cabe no podía volverse a mirar a Gwen, el hielo le llegaba más arriba de la cintura, y tanto su esposa como el elfo estaban callados. Muertos, o no tardarían en estarlo, pensó.

Tyr no había dicho toda la verdad. No era sólo Cabe quien iba a morir. Por no haber sabido hacer mejor las cosas, Gwen moriría, víctima de nuevo de una prisión refulgente, esta vez de forma permanente.

«Idiotas.»

Eso fue lo último que Cabe oyó. El hielo subió y cubrió su cabeza con alarmante velocidad. Privado del aire, perdió el conocimiento.

Aire. Inestimable y maravilloso aire.

Luz. Luz que le quemaba los ojos, consumiendo la reconfortante oscuridad.

Se atrevió a abrir los ojos.

Y las pesadillas de su infancia cobraron vida de improviso.

Cabe colgaba de una pared en una enorme sala cubierta de hielo. Manos y pies helados e incrustados en la pared, si es que todavía existían, ya que no los sentía. Un gemido a su lado le dijo que Gwen estaba allí, y se preguntó si también lo estarían Toma y Haiden. Volver la cabeza era imposible, ya que la sujetaba una abrazadera de hielo. Todo lo que podía hacer era contemplar a aquel a quien había estado buscando todo aquel tiempo, para acabar fracasando al final. Contemplar al triunfante señor de los Territorios del Norte.

El Dragón de Hielo estaba echado sobre un enorme agujero que Toma había dicho que eran los restos de un templo. Resultaba más abrumador de lo que la vivida descripción del dragón había dado a entender; era de proporciones enormes, pero tan demacrado que era como estar frente a un cadáver gigantesco. Esa podría haber sido una descripción muy apropiada, ya que cuando el Dragón de Hielo se dio cuenta de que Cabe estaba despierto, sus gélidos ojos azules atraparon los del joven mago. A Cabe le recordaron los ojos de la diabólica entidad llamada Caballo Oscuro; aquellos ojos también habían sido de un gélido color azul, pero Caballo Oscuro había transmitido un soplo de vida a pesar de su naturaleza, mientras que allí no había nada más que el vacío de algo peor que la muerte.

Bedlam. El último del clan. El último de esa generación maldita. El último de los Amos de los Dragones.

El Dragón de Hielo se alzó y extendió las alas, produciendo una escarcha que cubrió a sus prisioneros. De algún lugar surgió la voz de Toma que mascullaba una maldición, pero no demasiado alto.

Cabe oyó un graznido procedente de algún lugar a la izquierda del Rey Dragón. El enorme leviatán volvió su atención hacia allí.

«Los Rastreadores», pensó Cabe. Todavía negociaban con el Dragón de Hielo.

La enorme criatura aspiró con fuerza y la habitación empezó a enfriarse aún más. ¿Era su intención acaso matarlos por congelación?

Por fin, todas las cosas se unen. Resulta apropiado que el último de los Bedlam esté aquí, junto con la Dama del Ámbar, y el inadaptado que quería gobernar a los dragones como emperador. Los Rastreadores y un elfo, en representación de tiempos pasados que jamás volverán a repetirse. Y las crías del Emperador Dragón, que habrían sido reyes de no haber sido por esa plaga que son los humanos.

Resultaba imposible decir qué resultaba más horrible, si la absoluta irrevocabilidad de las palabras del dragón o la total carencia de emociones, a excepción, quizá, de un frío fanatismo.

Volvió a oírse un graznido. Esta vez, la solicitud de atención fue algo que incluso Cabe comprendió.

El Dragón de Hielo volvió el rostro en dirección a Cabe y, con falsa cortesía, dijo:

Me disculparás, pero al parecer debo ocuparme de eso.

Ninguno de ellos, a excepción, quizá, de los que colgaban a la derecha de Cabe, pudo observar lo que sucedía; todo lo que lograron fue ver la gigantesca mole del dragón cambiando de posición para poder quedar frente a los Rastreadores. El Dragón de Hielo dedicó a sus alados visitantes una levísima sonrisa, algo nada agradable en el enorme rostro de una criatura como aquélla.

He soportado esto durante tanto tiempo porque deseaba averiguar qué era lo que maquinabais. Ahora lo veo. Artilugios para embotar mis sentidos y debilitar mi poder, crías con las que chantajearme, espías dentro de mis propias paredes, y magos invisibles en el interior de mi fortaleza. Un interesante conjunto de triquiñuelas. Pero... el Dragón de Hielo se alzó, obliterando todo lo demás con la magnitud de su tamaño... habéis calculado mal. No puede existir un futuro para las crías, no con esa profusión de sabandijas que inunda ahora el Reino de los Dragones. La era de los dragones ha pasado, y lo subrayaré señalando el deterioro de vuestras propias mentes. Vuestras baratijas sirven todavía cuando tenéis que tratar con mis hermanos y con esa enfermedad conocida por el nombre de humanidad, pero, tal y como sucede con todos vuestros enormes poderes, os han fallado al final.

El Dragón de Hielo volvió a aspirar y Cabe recibió la repentina impresión de que la criatura bebía poder puro. El Rey Dragón creció literalmente, aunque a la vez adquirió un aspecto aún más demacrado.

No necesito perder más tiempo con vosotros.

Un fogonazo golpeó al Rey Dragón, pero al parecer no le hizo nada, excepto provocar una risa sin alegría ante tan débil tentativa. Un espeso humo negro se elevó alrededor de sus enormes garras, y pareció querer atraparle de la misma forma que el hielo había atrapado a Cabe y a sus compañeros. El Dragón de Hielo pareció contemplar el mortífero humo con cierta curiosidad. Luego, cuando éste había llegado a cubrir ya la mitad inferior de su cuerpo, se movió ligeramente.

El humo se hizo añicos. Sus pedazos cayeron alrededor del gigante.

Cabe sintió miedo. No su propio miedo, sino las emanaciones de criaturas conmocionadas al ver que su hipotética superioridad acababa de ser puesta a prueba y resultado inexistente.

El Dragón de Hielo les dedicó una amplia sonrisa, mostrando unos colmillos cubiertos de escarcha que eran tan largos al menos como los brazos de Cabe. Al igual que la risa, era falsa.

Ha sido vuestra última oportunidad. Ahora, acabaré con vosotros.

Las paredes se estremecieron haciendo que los prisioneros rebotaran contra ellas una y otra vez. Del techo empezaron a caer enormes pedazos de hielo, y se oyeron graznidos y aullidos que, a todas luces, procedían de los Rastreadores. Aumentaron de potencia hasta alcanzar un volumen ensordecedor que coincidió con las sacudidas más violentas y luego murieron; las voces se apagaron una a una hasta que se produjo el silencio.

Todo en menos de un minuto.

La enorme cabeza del Dragón de Hielo se volvió hacia uno de sus sirvientes sin vida.

Ya sabes qué hacer con ellos. Lleva a las crías de mi emperador con su progenitor, para que puedan disfrutar de su mutua compañía por unos instantes. Pájaros seniles. Su atención regresó a Cabe. Casi la mitad de Irillian ha sido invadida ya. Las Llanuras Infernales habrán desaparecido dentro de un día. Los dominios del estúpido Dragón de Plata están cubiertos de hielo, y mis hijos avanzan ya sobre él y la arrogante ciudad humana de Talak. Dentro de dos días, los grupos convergerán sobre las tierras de Penacles y del Bosque de Dagora, y muy pronto el Invierno Definitivo cubrirá el Reino de los Dragones. Pronto, la plaga humana habrá sido eliminada y el reino quedará purificado. Nadie sucederá a la raza de los dragones. Seremos la última y la más importante de las civilizaciones que hayan nacido aquí. Cuando mis hijos lleguen a las orillas meridionales, mi deber para con la memoria de nuestros antepasados habrá terminado.

Miró a Cabe con atención.

Pero antes de que pueda descansar, antes de que pueda unirme a mis clanes en el postrer sueño, me ocuparé de que el último de los Bedlam se convierta en el clavo esencial del ataúd de su raza. Haré que tu poder pase a mí y, con él, extraer de forma irreversible la energía vital, el calor... todo... a la raza humana. Al Reino de los Dragones.

«No quedará nada; nada excepto un vacío... interior y exterior.»