18

Existían pocas cosas capaces de impresionar realmente a un Rey Dragón, pero las bibliotecas de Penacles lo habían conseguido sin duda alguna.

Mientras contemplaba los interminables pasillos de libros, el Dragón Azul había sacudido la cabeza y murmurado.

¡Asombroso!

¿No las habíais visto antes?

Jamás. El hermano Púrpura protegía mucho su poder. No confiaba en nosotros.

El Grifo lanzó una risita.

Me pregunto por qué.

Después, todo se limitó a confiar en el azar mientras ambos buscaban pistas. Un diminuto bibliotecario el pájaro-león nunca estaba seguro de si existían varios o sólo éste los aguardaba para ayudarlos. No pareció alterarle la presencia del dragón, aceptando sus peticiones como lo hacía con las del Grifo.

A diferencia de visitas anteriores, el bibliotecario no los condujo hasta libros concretos; en lugar de ello los llevó hasta una mesa y dos sillas, algo que al monarca de Penacles no le había sucedido en todas las veces que había estado allí. La presencia de las tres piezas de mobiliario doméstico le preocupó, porque daba a entender que sería una búsqueda larga y complicada. Incluso antes de que hubieran realizado ninguna petición específica, el hombrecillo ya les traía un montón de gruesos libros de aspecto importante.

Después de examinar a fondo el primer centenar más o menos y de descubrir algunos de los trucos de las bibliotecas como versos absurdos y adivinanzas sin respuesta, el Rey Dragón arrojó uno de los pesados volúmenes contra las estanterías. El Grifo lo contempló con enojo.

¡Esto es ridículo! ¿Qué demente construyó este lugar?

El Grifo suspiró y cerró el tomo que había estado estudiando.

Por lo que he averiguado, ni el Dragón Púrpura, con todo el tiempo de que disponía, consiguió descubrir eso aquí dentro.

El dragón se puso en pie y empezó a pasear; a pesar de ser un estudioso, era también el jefe militar de los suyos. La inactividad, o peor aún, la actividad inútil, lo ponía nervioso. Miró al Grifo.

Decidme algo que siempre ha despertado mi curiosidad. He oído relatos contradictorios sobre la muerte del Dragón Púrpura. Algunos os la atribuyen a vos, otros a Nathan Bedlam. ¿Cuál es la verdad?

Las dos. Nathan se había debilitado con otras actividades. Lo máximo que podía conseguir era llegar a un punto muerto. Necesitaba una salida, y yo se la facilité de forma totalmente accidental. Descubrí la clave para llegar a las bibliotecas y, posesivo como era, el Dragón Púrpura volvió su atención hacia mí. Al parecer me subestimó, porque se mantuvo al descubierto durante demasiado tiempo. Nathan consiguió hacer aparecer un arco del Lancero Solar. Eso lo dejó exhausto por desgracia, y vuestro hermano draconiano se volvió a tiempo de evitar un disparo mortal. Entonces yo le ataqué, añadiendo una nueva herida. En aquel momento comprendió que se moría y decidió llevarse a todo Penacles, incluidas sus preciosas bibliotecas, a donde fueran los Reyes Dragón. Sólo la rapidez de reacción de Nathan lo impidió; pero la fuerza contenida en él los destruyó a ambos.

Dejándoos a vos el botín...

El Grifo dedicó una furiosa mirada a su temporal aliado.

Alguien tenía que ayudar a esta gente. Al parecer, algunos decidieron que preferían un héroe vivo a uno muerto, motivo por el cual muchos creen que yo fui el responsable. Existen otros que lo ven de manera diferente. En lo que a mí concierne, toda la gloria puede ir a Nathan Bedlam.

Algunos de mis hermanos se sentirían interesados por esto, aunque dudo de que me moleste en darles tal información. No es mi intención ofenderos, Lord Grifo. Es como yo pensé; Púrpura se mostró arrogante y egoísta hasta el final. Se le echó en falta por su cerebro, pero ninguno de nosotros lamentó su desaparición.

El gnomo les traía más libros aún. La diminuta criatura se mostró horrorizada al ver el tomo que el dragón había arrojado al suelo en un ataque de rabia. Lo recogió en cuanto tuvo las manos libres. La mirada colérica que dedicó al dragón hubiera llenado de orgullo a más de uno de los reptiles.

¿Por qué insistes en traernos estos libros inútiles? siseó el Dragón Azul.

El gnomo, libro en mano y desaparecido al parecer el enojo, lo contempló con mirada afable.

Es mi misión.

¡Estos libros están llenos de galimatías!

El bibliotecario se encogió de hombros y respondió:

Para aquellos que no poseen el conocimiento... sí. He de admitir que los datos específicos que buscáis ya no se encuentran entre el contenido de las bibliotecas, pero los otros volúmenes sí contienen importantes refer...

¡Basta! El Grifo se puso en pie y se revolvió furioso contra el anciano gnomo; pero ni siquiera esto perturbó al bibliotecario. ¿Nos estás diciendo que hemos estado perdiendo el tiempo?

No, actual señor de Penacles. Lo que buscáis puede deducirse de las fuentes que os he estado trayendo. Información específica es lo que ya no existe.

¿Qué le ha sucedido?

Perplejo, el gnomo repuso:

¿No lo recordáis? Más de una docena de tomos fueron destruidos por completo hará unos meses cuando solicitasteis información sobre vientos.

Vientos...

El Grifo contempló los libros alineados a lo largo de la pared. Las bibliotecas habían sido invadidas de alguna forma, y tal y como el gnomo había dicho, muchos libros habían sido destruidos y muchos otros dañados. En aquel momento, el Grifo había supuesto que era obra del Dragón Negro o de Azran, ambos podrían haber tenido buenos motivos para hacerlo.

¡Qué estúpido había sido!

El Rey Dragón había captado la esencia de lo que el gnomo contaba.

Entonces, todos estos libros poseen alguna clave. Lo que pasa es que no la hemos comprendido. Deberíamos llevarlos con nosotros al palacio y distribuirlos entre nuestros estudiosos...

No podemos. Si intentamos sacarlos de aquí, las páginas quedarán en blanco. De vez en cuando queda algún resto de información, pero generalmente es porque me he tomado el tiempo de comprenderla de verdad. Esa parece ser la única forma de retener algo. Además, cuanto más potencial contenga la información, menos probabilidades hay de conseguir recordarla una vez que ha sido utilizada.

Una forma de pensar tan retorcida es propia de los Rastreadores.

Ni los Rastreadores ni los Quel, quienes consiguieron mantener su civilización, al menos en parte, durante todo el reinado de los seres-pájaro y los primeros años del vuestro, tenían la menor idea de las auténticas funciones de estas bibliotecas. Sólo puedo aventurar una suposición sobre cómo debieron de ser sus constructores. Sé que algunos gobernantes han añadido a la estructura, pero la mayor parte de su crecimiento parece autogenerado... como si las bibliotecas fueran una entidad.

El Dragón Azul miró a su alrededor inquieto.

No es una idea agradable, aunque sea imposible... espero. Señaló al gnomo con una mano enguantada. ¡Tú! ¿No sabes nada de los orígenes de este lugar?

Con voz paciente que indicaba que había oído la misma pregunta incontables veces y repetido la misma respuesta un número igual de veces, la menuda criatura dijo:

Siempre he servido a las bibliotecas. Sólo recuerdo las bibliotecas. No me interesa nada más, excepto mis deberes.

Sin duda asintió el Grifo. Creo, mi señor dragón, que deberíamos retirarnos a palacio. Hay deberes que me gustaría discutir y el tiempo pasado aquí abajo sólo sirve para aumentar mi apetito.

Una acertada sugerencia. Me ha resultado difícil concentrarme en los dos últimos volúmenes.

El pájaro-león se volvió hacia el gnomo y ordenó:

Deja aquí los libros que tenemos. Cuando terminemos con ellos, querré los que teníamos antes.

El bibliotecario escuchó la orden distraídamente, inmerso ya en la tarea de amontonar y organizar los libros sobre la mesa. El Grifo y su reptiliano aliado abandonaron el lugar.

Se materializaron en los aposentos del Grifo. Los gólems no los asaltaron esta vez, pero uno de ellos dijo:

El general Toos ha dejado un mensaje. Desea hablar con su majestad en cuanto ésta regrese.

El Grifo no contestó en un principio, sorprendido al descubrir, mediante una rápida mirada a la ventana, que ya era de día.

Qué coincidencia. ¿Dijo dónde estaría?

Mensaje terminado. El golem se limitó a mirar al frente con sus ojos ciegos. El Rey Dragón se acercó despacio a ellos.

No puedo evitar admirarlos. El secreto de su fabricación debió de venir de las bibliotecas...

Sí, y está bien escondido. Podéis confiar en ello.

El dragón se volvió, dedicándole una siniestra sonrisa.

De la misma forma en que debéis confiar en mí. Sólo me preguntaba qué otros tesoros contendrán esos libros... si pudiéramos entenderlos.

De vez en cuando, obtengo una respuesta directa. Por qué, no lo sé. Caprichos de las bibliotecas, supongo.

Esta última afirmación hizo que el Rey Dragón se mostrara ceñudo.

Preferiría que dejásemos de hablar de ese edificio como si poseyera mente propia. Hace que uno se sienta como si estuviera en el gaznate de una bestia y no lo supiera.

Como deseéis. Las puertas se abrieron y el Grifo se dio la vuelta para salir. Se detuvo en el umbral. Si no os importa, os preferiría a mi lado. Por mucho que eso pueda conmocionar a los míos, me gustaría que vinieseis conmigo... por si los gólems olvidan que sois mi aliado.

Ambos sabían que el Grifo no quería dejar solo al dragón con la llave de acceso a las bibliotecas. Cuando todo aquel asunto hubiera terminado siempre y cuando siguieran vivos, el pájaro-león se ocuparía de la seguridad del tapiz. Por el momento, no obstante, carecía de tiempo.

Comprendo perfectamente. El tono de voz del Dragón Azul era idéntico al del Grifo. Una vez más, eran monarcas compitiendo en la traicionera batalla de la diplomacia.

Los gólems del pasillo se agitaron levemente, pero el Grifo alzó una mano en forma de garra y se inmovilizaron. No había centinelas en el vestíbulo, pero eso no significaba que estuviera indefenso. En aquel momento, varios pares de ojos observaban el avance de los dos monarcas. El Grifo sabía que Toos recibiría la información antes de que ellos llegaran, y dudó de que tuvieran que recorrer toda la distancia que los separaba de los aposentos del general.

Efectivamente, alguien les salió al paso al doblar una esquina, pero no era el segundo del Grifo. Se trataba del capitán Freynard y de uno de sus hombres. Se cuadraron al darse cuenta de que se encontraban ante su rey. Ambos, Freynard y el guardia, que debía de ser su ayudante, dedicaron al Rey Dragón una penetrante mirada.

El Grifo carraspeó.

Este Rey Dragón se ha aliado con nosotros por el momento. Confío, Freynard, en que serás discreto e informarás sólo a aquellos que deban saberlo.

Sí... señor.

Resultaba más fácil de lo que había supuesto. Dedicó un gesto de aprobación a los dos soldados e inquirió:

¿Habéis visto al general Toos?

La última vez que lo vi estaba en sus habitaciones, majestad. «Consiguiendo un poco de descanso por fin», comentó. Puedo decir que me alegro de veros. Freynard sonrió con cordialidad.

Eres muy amable. Eso es todo.

Ambos hombres saludaron, el acompañante de Freynard con evidente alivio. Debía de haber resultado difícil mantener la calma en presencia de uno de los legendarios Reyes Dragón. Las madres de Penacles utilizaban historias de los señores dragón para atemorizar a los niños desobedientes. El pájaro-león se preguntó qué pensaría el Dragón Azul si lo supiera, pero, una vez más, era probable que el señor de Irillian diera ya por sentado tales cosas.

El Grifo y su compañero siguieron andando y no tardaron mucho en encontrarse con Toos. Parecía como si el zorruno general los hubiera estado esperando; iba de uniforme y su respiración era muy regular para alguien que sin duda había estado corriendo, a menos que realmente estuviera aguardando.

Majestad.

Nunca dejas de asombrarme, amigo mío. Creo que querías verme.

El ex mercenario dirigió una rápida mirada al Rey Dragón.

Habría preferido una audiencia más privada, mi señor.

A menos que se refiera a algo que nuestro camarada no deba oír, puedes contárnoslo a los dos.

Como deseéis. De hecho, quizá sea oportuno que él también lo oiga. Vino un mensajero del Dragón Verde.

¿Un mensajero? masculló el Grifo.

El Dragón Azul, situado junto al Grifo, siseó con fuerza.

Un elfo. Yo... Ha habido problemas..., problemas graves... en la Mansión, Grifo. Toos vaciló y por fin terminó: ¡Las tres crías reales... y las otras cuatro..., hum..., que son más espabiladas... han... han desaparecido!

¿Qué? El Rey Dragón agarró al humano por el cuello del uniforme y lo levantó del suelo. ¿La descendencia del emperador ha desaparecido? ¿Cómo? ¿Por qué?

¡Bajadle! El Grifo no le amenazó y sus manos permanecieron a los costados, pero el dragón le obedeció inconscientemente a pesar de ello.

Misss... disculpasss, general. Por favor. ¿Qué sucedió?

Toos se arregló la camisa y, tras aclararse la garganta, explicó:

Forajidos. La banda procedente de Mito Pica. Tardé un poco en conseguir la respuesta del mensajero; se suponía que sólo tenía que hablar con el Grifo.

¿Estaba el Dragón Verde en la Mansión? inquirió el Grifo.

Sí, cosa que le hace sentirse aún más avergonzado. Estaban protegidos por medallones de gran poder. Los ocultó de la vista de sus espías en el bosque y les permitió deslizarse por entre los hechizos de protección que rodeaban los terrenos de la Mansión.

No me gusssta esssto murmuró el Rey Dragón; para ser chusma, están extraordinariamente bien armados.

Lo más probable es que Melicard los avitualle.

¿También con magia de los Rastreadores? Entonces, hemos subestimado en gran medida a ese humano. Lo destrozaré...

El general se atrevió a interrumpirlo.

Aún hay más... y los de vuestra raza son, en parte, responsables del comportamiento de Melicard, mi señor dragón. Fue Kyrg quien condujo a la locura al padre de Melicard, Reneek IV.

El Dragón Azul siseó, pero Toos no le hizo caso y continuó:

Como iba diciendo, Grifo, consiguieron entrar sin que los descubrieran, pero entonces todo pareció salirles mal. Uno de los criados dragones, un tal Ssarekei, creo que dijo el elfo, vio a uno de ellos. Se dio la alarma y aquello se convirtió en una batalla campal.

¡Sin duda, el hermano Verde y sus clanes conseguirían dominarlos al instante! Bien a través de la magia o de la fuerza bruta...

El hechizo de protección, señor, les impide, al parecer, cambiar de aspecto... y los merodeadores volvían a estar protegidos.

¿Qué sucedió entonces, Toos? El pájaro-león deseó que su compañero permaneciera en silencio hasta que hubiera terminado la narración de lo sucedido.

Todo se vuelve confuso. Algunos de los forajidos penetraron en la Mansión. Uno, del que el señor del Bosque de Dagora piensa que era uno de los jefes, forzó la entrada en las habitaciones destinadas a las crías. En ese mismo instante, toda la zona se vio sumergida en lo que... en lo que el Dragón Verde dice que sólo puede describirse como una... admito que suena estúpido, pero dijo ¡una explosión de oscuridad total!

¿Oscuridad? Esta vez fue el Grifo quien le interrumpió. ¿Oscuridad?

¡Una oscuridad a cuyo amparo los que habían entrado en la Mansión se escabulleron con las crías del Dragón Dorado! concluyó con enojo el Rey Dragón.

Ahí está la confusión. Toos arrugó la frente. La explosión fue un accidente. Eso es lo que afirmó el infortunado instigador, antes de volver a desmayarse. Ha perdido un brazo y parte del rostro. Las heridas no cicatrizan como debieran, además. Talak tendrá un rey muy feo si Melicard sobrevive.

El Grifo no podía creer lo que acababa de oír.

¿Melicard? ¿Melicard estaba con ellos?

Iba a ser su gran victoria. Quería dar nuevos ánimos a los suyos y a todos aquellos que había padecido bajo el... bajo el dominio de los dragones. Al ver que el Dragón Azul no replicaba, el veterano soldado siguió adelante. Melicard dijo que se suponía que el medallón cegaría a los otros, no a todo el mundo.

¿Y las crías?

Encontraron a los forajidos muertos, y a las hembras que los custodiaban, aturdidas. Algo había arrojado por la ventana al forajido que consiguió entrar. Había tres pisos de altura, y éste no dirá nada; está muerto. En cuanto a los jóvenes dragones... nadie sabe qué les sucedió en medio de la confusión.

¿Qué hace mi hermano para encontrarlosss?

El mensajero no lo sabía. Se lo pregunté.

El Grifo significó su aprobación.

¿Dónde está el mensajero ahora?

Aguarda vuestra llamada en los aposentos de los centinelas.

Que alguien vaya a buscarlo. Quiero interrogarle y asegurarme de que no ha retenido nada, aunque lo dudo. Hizo intención de darse la vuelta, pero Toos siguió sin moverse. ¿Hay algo más?

Toos estaba violento. El Grifo acabó por darse cuenta de ello, a pesar de que habría sido imposible saberlo sólo por la expresión del general. Su segundo tenía un rostro ideal para los juegos de azar.

Mi señor, me temo que el pirata-lobo D'Shay está en algún lugar de la ciudad.

¿Qué?

¡Imposible! añadió el Rey Dragón.

Toos meneó la cabeza con pesar.

Se le ha visto en la ciudad varias veces. Finalmente, hice que Freynard enviara algunos hombres tras él, pero él y un compañero escaparon. Nadie lo ha visto desde entonces.

Freynard no mencionó nada de eso cuando lo encontramos hace un momento, pero supongo que no era él quien debía hacerlo. ¿Por qué no me lo dijiste, Toos?

Yo diría que la respuesta es evidente, Lord Grifo observó el dragón.

El pájaro-león paseó la mirada del uno al otro. Por raro que fuera, tanto el hombre como el dragón estaban de acuerdo.

Tuviste miedo de que fuera a ir tras él y olvidara todo lo demás.

Su más viejo y querido compañero, el único hombre que quedaba de su primer ejército de mercenarios, inclinó la cabeza.

Estoy preparado para ser destituido de mi cargo y sufrir las consecuencias que consideréis necesarias. El Grifo se dio cuenta de que era sincero.

No seas absurdo, amigo mío. Cualquiera que te reemplazara no sería más eficiente y probablemente sí sería mucho menos capaz que tú. Si quieres expiar tu culpa, sigue con tu cargo y encuentra a D'Shay.

Debe de saberlo comentó el Rey Dragón. Debe de haber descubierto nuestra alianza.

Lo cual explica la rapidez y relativa falta de resistencia cuando sus hombres abandonaron vuestra ciudad.

Comprendo. Parece que los dos hemos sido negligentes, Grifo. Más razón aún para darnos prisa. Es una lástima que no tengamos mi cristal; nos habría servido en nuestra búsqueda, sin mencionar su utilidad para espiar.

¡Está... el Huevo de Yalak!

¿Cómo decís?

El Grifo sacudió la cabeza.

Os lo contaré dentro de un momento. Baste ahora con decir que creo que lo mejor será que regresemos a mis habitaciones. ¡Toos! No intento rebajarte de ningún modo, pero quiero pedirte que cuando envíes a buscar al mensajero, mandes también a alguien con comida a mi habitación; ¡comida para los dos! Asegúrate de que la prepara y entrega alguien en quien confíes plenamente, por favor. ¡Oh!, y también de que nos traigan algo fuerte para beber.

Podéis estar tranquilo. ¿Tiene el..., tenéis alguna preferencia, mi señor? Toos se dirigió al Dragón Azul con educación, pero había un atisbo de burla en sus ojos, como si esperara que éste pidiera carne cruda.

Pescado, si no os importa. Bien salado. No hace falta que quitéis las espinas. El Rey Dragón le dedicó una amplia sonrisa, mostrando todos sus afilados dientes.

El general no se alteró. Saludó al Grifo, hizo una rápida reverencia al dragón, y se fue. El pájaro-león se dio la vuelta y se encaminó hacia sus aposentos, seguido por un Rey Dragón curioso y molesto.

¡Acabamos de abandonar vuestras habitaciones! ¿Por qué tanta prisa en regresar?

El Huevo de Yalak. Al ver que el Rey Dragón se limitaba a contemplarle aún más perplejo, el Grifo añadió: ¡Habréis oído hablar de Yalak, espero!

Un Amo de los Dragones. Uno de los peores de aquella escoria.

Sí, supongo que los podríais considerar (y a mí también) así. Yalak tenía una gran habilidad para las visiones. Estudió el proceso y, cuando creyó haber capturado la esencia de tales habilidades, creó el Huevo, una forma de poder sacar a la luz pistas del futuro, acontecimientos del presente y atisbos del pasado.

Vos poseéis ese Huevo de Yalak.

Me pidió que se lo cuidara, sin saber que su habilidad para predecir el futuro le fallaría y sería uno de los muchos que sucumbiría a manos de Azran. Llegaron ante las puertas, pero el Grifo no entró de inmediato. En aquel momento, también él tenía una visión del pasado. Deberíais haberle hecho dragón honorario, amigo mío. Azran hizo más que cualquiera de los vuestros para conseguir la derrota de los Amos de los Dragones.

Habría preferido una victoria de los humanos antes de tener que tratar con aquella cría de tiburón.

Hummm. Las puertas se abrieron y el Grifo las atravesó. Sintió un hormigueo y su melena se erizó. El Rey Dragón le siguió, al parecer sin sentir nada.

«Qué curioso», pensó el Grifo. Examinó la habitación, pero nada parecía alterado. Las puertas se cerraron a su espalda, y sus ojos se posaron en el Huevo.

Ahí es... ¡Ahhh!

Dedos de una fuerza increíble lo agarraron por el cuello. El Grifo intentó un conjuro, pero nada sucedió. «El Dragón Azul me ha traicionado», fue lo primero que pensó, pero entonces oyó ruido de lucha y vio que el otro golem arrojaba al dragón al extremo opuesto de la habitación. El desventurado Rey Dragón fue a estrellarse contra la pared con terrible fuerza, agrietando la pared misma y desplomándose inerte en el suelo. En un instante, uno de los gólems había sujetado el brazo izquierdo del Grifo mientras que el primero cambiaba la mano de posición para sujetarle por el brazo derecho y la melena. Tiró de su cabeza para echarla hacia atrás.

Alguien entró en el aposento procedente de la otra habitación. Eran pasos lentos y calculados; más de un ser, en realidad. Incluso sin verlos, el Grifo supo al menos quién sería uno de ellos.

Las cosas no podrían haber salido mejor comentó D'Shay a su desconocido compañero, con toda probabilidad el otro pirata-lobo con quien se le había visto. Tenemos al Grifo, las enormes bibliotecas de Penacles, e incluso alguien que enseguida estará dispuesto a convertirse en nuestro aliado y que nos dará la base de operaciones permanente que nuestros queridos comandantes deseaban. Muy satisfactorio, ¿eh, D'Laque?

El otro pirata, D'Laque, repuso:

Mucho, Lord D'Shay.

Una mano, una mano humana, agarró al Grifo por debajo del pico.

Y ahora, ¿qué te parece si comenzamos por desplumar a este pájaro?

* * *

El Dragón Verde lanzó un siseo de frustración. No sabía si la resistencia que percibía se debía a agotamiento por su parte o a desafío por parte de aquel con quien intentaba ponerse en contacto. Desde luego, no sería la primera vez que se habían negado a hablar entre ellos; y era mucho peor ahora, con los Reyes Dragón agarrándose unos a otros por el cuello.

Al Dragón Azul no se le encontraba por ninguna parte. Por algún motivo, había abandonado su reino. No era de los que huían, de eso el Dragón Verde estaba seguro. Tenía que existir otra razón.

Ante su sorpresa, otro contestó a su llamada. Un nuevo Dragón Rojo, un heredero de aquel que tontamente creyó ser capaz de destruir a Azran. Este nuevo monarca no le sería de ayuda; las pocas tierras útiles de las Llanuras Infernales ya habían sido invadidas y los clanes supervivientes huían hacia el sudoeste en dirección a los territorios del Dragón de Plata. Todo lo que dijo el Rey Dragón fue que, en algún punto de su viaje, se había encontrado con Cabe, la Dama del Ámbar y un elfo que se dirigían hacia el norte. Por lo que el Dragón Rojo farfulló antes de cortar el contacto, los tres cabalgaban directamente hacia una manada de criaturas sin alma procedentes de los Territorios del Norte.

El Dragón de Plata se negó a escuchar sus llamadas con un sentimiento de odio total. Este dragón se veía a sí mismo como el sucesor del Dragón Dorado, y a su hermano del sur, como el más siniestro de los traidores por haber firmado la paz con los magos humanos. El Dragón Verde no se molestó en señalar las contradicciones, como que el otro Rey Dragón permitiera que Talak siguiera siendo una ciudad abierta. Sospechaba que el Dragón de Plata tenía todavía problemas para anexionarse los territorios del Dragón de Hierro y del de Bronce, y que ahora tenía que enfrentarse, además, con los horrores enviados por el Dragón de Hielo. Al final, el otro dragón cortó el contacto de la misma forma que si hubiera empuñado una hacha. Su retirada provocó una serie de punzadas en la cabeza del Dragón Verde.

El Dragón de las Tormentas se dignó hablar con él, pero sólo el tiempo suficiente para decir que defendería su propio reino y que los asuntos del Dragón Verde eran cosa del Dragón Verde. Esto último lo dijo siguiendo su típica forma ostentosa de expresarse; truenos y rayos resaltaron cada una de sus afirmaciones. También él dejó al señor del Bosque de Dagora con la cabeza dolorida, pero más a causa del ruido que de otra cosa.

Quedaba sólo el Dragón de Cristal.

Había evitado ponerse en contacto con aquél. Lo que el Dragón de Cristal había sido en cierta ocasión, no admitía ninguna comparación con lo que era actualmente. En aquellos momentos, el Rey Dragón era una figura distante y enigmática cuya presencia en el Consejo de los Reyes siempre había provocado inquietud. El Dragón Verde había descubierto que parte de esa inquietud se debía a que, al parecer, el Duque Toma había utilizado la forma del Dragón de Cristal para poder espiar a sus señores.

De todas formas, en algunas ocasiones sólo pudo haberse tratado del auténtico monarca de la Península Legar, la región que podía verse brillar incluso desde el Bosque de Dagora.

La resistencia continuaba, pero no pensaba ceder. Sospechó que, a su manera, el Dragón de Cristal quizá fuera tan poderoso como lo era el Dragón de Hielo en el norte. Legar había sido el último bastión de la raza Quel; se rumoreaba que todavía existían algunos, aunque el Dragón Verde había tomado el relato de Cabe sobre miles de criaturas dormidas como pura ficción producto de la mente agotada del joven. No habían existido más que unos cuantos, pero eran luchadores feroces y astutos, invisibles en muchos sentidos. La idea de millares de criaturas dormidas era como para producirle pesadillas a cualquier dragón.

¿Qué sucede?

Fue como si su interlocutor se encontrara justo delante de él. El Dragón Verde dio un respingo, no de miedo, sino debido a que su mente había empezado a derivar hacia otras cosas. Le costó un poco, en un principio, formular una respuesta.

Al contrario que en los otros contactos, no podía conseguir una imagen clara del Rey Dragón. Eso era por voluntad del Dragón de Cristal. No obstante, resultaba desconcertante.

La única imagen que el Dragón Verde obtenía era la de una figura de vaga forma reptiliana en medio de una luz cegadora. Una de las cavernas de cristal. Ni las cuevas de hielo de los Territorios del Norte podían compararse con la elegante belleza del hogar del Dragón de Cristal; sin embargo tenían algo en común: eran ambas tan diferentes de las demás que el señor del Bosque de Dagora sabía que jamás tendría el menor deseo de visitarlas.

¿Bien? La voz era más profunda que la de la mayoría de los dragones y parecía brillar y resonar como si formara parte de la cristalina estructura.

Supongo que conoces las actividades de tu hermano del norte.

Sí.

¿Has visto lo que ha lanzado sobre nosotros? ¿Lo que en estos mismos instantes se abre paso hacia el sur a través de las Llanuras Infernales, las tierras de Irillian y los territorios de Plata?

Sí; lo he visto todo.

Me temo que pronto tendrá también a las tres crías reales de Dorado.

Por primera vez, la refulgente figura se agitó.

¿Cómo?

Creemos que ha sido una estratagema de los Rastreadores. O bien trabajan a las órdenes de Hielo o intentan utilizar a las crías para conseguir algo de él.

Una intentona peligrosa.

No consigo apoyo, ni un esfuerzo combinado por parte de los otros. Me dirijo a ti, porque tú y Hielo sois los mayores. Vosotros dos sois auténticos hermanos de una misma nidada, mientras que el resto llegamos más tarde, algunos pasadas unas cuantas generaciones humanas, y sólo podemos llamarte hermano por la posición que ocupamos.

Era cierto; los humanos creían que todos los Reyes Dragón eran auténticos hermanos, nacidos de la misma nidada o de los mismos progenitores. Pero el uso de la palabra «hermano» era más bien un título honorario, una muestra de la denominada igualdad entre los Reyes. Los dragones tampoco intentaban desmentir tales creencias.

El Dragón de Cristal estaba callado y, en su mente, el Dragón Verde vio cómo la borrosa figura miraba a un lado. Por fin, el reluciente dragón dijo:

Consideraré tus palabras. Es posible que tenga que adoptar un papel activo y, por otra parte, puede que no. Por ahora, me limitaré a observar.

Pero...

El contacto quedó interrumpido. Esta vez, el monarca se encontró con un vacío, como si su mundo fuera a dejar de existir pronto; una posibilidad muy real, pensó. El Dragón de Cristal se había llevado la última posibilidad de cooperación y dejado sólo las migajas de una esperanza. Incluso en caso de intervenir, puede que sólo lo hiciera cuando su propio reino se viera amenazado.

Los ojos del Dragón Verde resplandecieron con fuerza. El Dragón de Hielo era la antítesis de su existencia, tanto como era posible serlo; y el señor del Bosque de Dagora no tenía intención de entregar su territorio sin lucha. Sus súbditos ya estaban preparados, en el caso de que las abominaciones llegaran tan lejos. También quedaba otra esperanza: el Grifo.

El pájaro-león no lo rechazaría. Bedlam y la Dama no correrían a ocultarse. Eran sus auténticos aliados, mucho más de lo que jamás lo habían sido los otros Reyes Dragón. La verdad era que aquellos tres eran algo que jamás habría considerado a los de su propia raza.

Amigos.

Y sus hermanos se preguntaban por qué sus reinos se desplomaban a su alrededor. Sonrió sombrío ante su ignorancia.

* * *

Primero aterrizó uno. Luego otro. Después cuatro más. Llegaban en grupos o solos. Sin tener en cuenta todos los que llegaron a la vez, la ciudadela de Azran pronto quedó cubierta de ellos.

No eran los únicos Rastreadores del Reino de los Dragones. Pero, sin embargo, representaban las opiniones de la mayoría, y era la voluntad de esa mayoría la que había llevado a los Rastreadores a tomar parte en la actividad de los reinos en general. Era a causa de aquella mayoría por lo que los Rastreadores arriesgaban mucho de lo que quedaba de su civilización.

Más de una docena de seres-pájaro llegaron juntos, aterrizando en medio del patio situado al aire libre. Con ellos transportaban cuatro bultos, y cada uno de los bultos se agitaba y aullaba. El jefe del grupo llevó la mano hasta un medallón que colgaba de su pecho y se concentró. Los bultos cesaron en su movimiento.

Se produjo cierta discusión entre los Rastreadores sobre el uso exacto que debía dársele al contenido de los bultos. Algunos querían destruir el contenido como ejemplo del poder que todavía poseían los seres-pájaro. Los acalló la fría mirada del jefe de los últimos en llegar. Se continuaría con el plan original.

Los Rastreadores no tenían un auténtico jefe en aquellos momentos; el último había muerto durante la batalla por la conquista de la ciudadela. El que se había impuesto a los demás competía con algunos otros por la plaza y, si aquel plan tenía éxito, no sería difícil adivinar quién resultaría elegido. De todas formas, era una espada de doble filo, ya que el fracaso en un proyecto de tanta importancia significaría la muerte a manos, o más bien a garras, de los allí reunidos.

En un arrebato de vanidad muy impropio de los de su raza, el Rastreador a cargo de los recién llegados hizo que algunos de los miembros de su bandada desataran uno de los bultos. Señaló el de mayor tamaño.

Una vez desenvuelto, reveló a la mayor de las crías de dragón, pero no como ninguno de los seres-pájaro había esperado verla. Tranquilizada por el artilugio del Rastreador, contempló a las criaturas con un aspecto más humano que de dragón. La cría aún no había aprendido a formar el yelmo que los machos adultos utilizaban para tapar sus rostros diferentes e incompletos. No había mucha necesidad de ello; aunque no podía pasar por humana, carecía del horror reptiliano de los machos adultos y de la belleza sensual e inhumana de las hembras. Con el tiempo, la cría quizá conseguiría lo que sus mayores no habían podido lograr en sus transformaciones.

El joven dragón extendió una mano, pero el Rastreador la golpeó. Dolida, la cría se quedó muy tiesa e inmóvil, como si con ello fuese a conseguir que desaparecieran los monstruos que la rodeaban.

El jefe Rastreador ordenó que volvieran a atar al dragón. Después, escogió a varios seres de entre los reunidos y les indicó que debían unirse al grupo original. Ninguno vaciló.

Satisfecho, el cabecilla extendió las alas y se elevó por los aires. Los que llevaban a las crías secuestradas lo siguieron de dos en dos. Cuando estuvieron todos en el aire, los otros miembros del grupo los siguieron.

Los Rastreadores que quedaban en la ciudadela los contemplaron hasta que se perdieron de vista. No hubo ninguna discusión, ningún comentario. Uno a uno o en grupos, los seres-pájaro restantes partieron en dirección a sus respectivos nidos. El momento de ajustar cuentas estaba cerca. Había llegado el momento de esperar. Esperar el éxito o quizás el principio del fin.