¡Están por todas partes!
Cabe asintió; su estado de ánimo era cada vez más sombrío. Tyr vaticinó su muerte en los Territorios del Norte y, por lo que a Cabe se refería, cualquier lugar por el que vagaran las bestias del Dragón de Hielo podía considerarse parte de ese reino.
—¡Cabe!
La llamada de Gwen le sacó en parte de sus siniestros pensamientos.
—¿Qué?
—¡Hemos de intentar teletransportarnos!
—¿Adonde? —inquirió Haiden, vacilante—. Esas cosas cubren todo el horizonte. —No añadió que ahora ya no le cabía la menor duda de que debían de haber aplastado a sus hermanos elfos. Nadie deseaba sacar el tema a colación.
—Tendría que ser al corazón mismo de los Territorios del Norte. ¡Es posible que todas se encuentren más allá de las fronteras del reino del Dragón de Hielo! ¡Podríamos saltar tras sus líneas!
Cabe no pudo impedir sentir cierta esperanza. Significaría un respiro. Nathan habría aprobado tal acción y, a juzgar por su sensación interior, así era. Era en momentos como aquél cuando el joven Bedlam se sentía agradecido por el vínculo establecido con su abuelo. Las cosas habrían sido mucho más difíciles sin alguien en quien apoyarse.
—¿Podéis teletransportar otros objetos?
Haiden parecía preocupado, y los dos magos comprendieron que uno de ellos tendría que llevar al elfo. Existía también el problema de los caballos. En grandes distancias, el poder necesario para arrastrar una montura junto con el jinete era enorme. Como mínimo, ninguno de los dos magos quedaría en posición de poder defenderse.
Gwen aspiró con fuerza.
—Déjame hacerlo, Cabe. Tendrá que ser un agujero dimensional. Nunca fui demasiado buena en eso, pero creo que es mejor que lo haga yo. Necesitaré un poco de tiempo. Vosotros dos tendréis que vigilar... y rezad para que funcione.
Desmontó, entregó a Cabe las riendas de su caballo, y escogió un lugar detrás de ellos. Tras cerrar los ojos, empezó a trazar un dibujo con las manos. Haiden y Cabe, entretanto, calcularon la distancia que mediaba entre ellos y las criaturas y vieron que aún les quedaba un poco de tiempo. Algo pequeño se materializó en el aire frente a Gwen. Cabe se dio cuenta entonces de que él también poseía los conocimientos que le habrían permitido crear un agujero dimensional, pero luego decidió que en su presente estado de ánimo era quizá más seguro para ellos que fuera Gwen quien lo hiciera. Un agujero hecho por él probablemente resultaría inestable.
—¿Cuánto tiempo se necesita? —susurró Haiden.
Delante de ellos el suelo entró en erupción. Fue una erupción de pelos blancos y garras como dagas, tan grandes como el mismo Cabe. Una de las abominaciones del Dragón de Hielo, más ávida que el resto a juzgar por como había dejado atrás al resto de la manada. Gwen se estremeció violentamente, pero consiguió seguir con el conjuro; sólo necesitaba unos segundos más y tendrían un lugar por el que huir, si el monstruo les concedía ese tiempo.
El corcel de Haiden, enloquecido, empezó a girar en círculos mientras el elfo intentaba recuperar el control. Cabe posó una mano sobre la cabeza de su montura y la de Gwen y creó una ilusión falsa en sus mentes, de modo que para los caballos ahora todo estaba tranquilo y se quedarían allí aunque la bestia cavadora absorbiera la energía vital de cada uno de ellos. No obstante, Cabe no tenía la menor intención de permitir que las cosas llegaran a tal extremo.
Fue casi un gesto reflejo. El resplandeciente arco apareció ante él en aquel mismo instante; la flecha, que brillaba como un pedazo de sol, preparada. No tuvo más que mirar al blanco; el arco hizo el resto. Con una precisión que habría sido físicamente imposible para un arquero inexperto como Cabe, la flecha buscó la zona más vulnerable del blanco. Cabe observó cómo el proyectil desaparecía en el espeso pelaje, y por un momento tuvo miedo de que no existiera una zona vulnerable.
La bestia cavadora tenía ya alzado un enorme apéndice en forma de zarpa cuando de súbito toda la estructura del animal se estremeció. Avanzó un poco más, como si intentara negar que algo fuera mal, para luego empezar a tambalearse como si no estuviera muy segura sobre qué dirección tomar. No dejó de ladearse, no obstante, y en cuestión de segundos se derrumbó por completo sobre un costado.
Sin vida.
Haiden consiguió por fin calmar a su caballo. Se volvió para contemplar el gigantesco cadáver y meneó la cabeza.
—Había oído hablar del arco engendrado por el sol que algunos magos pueden crear, pero nunca creí que vería a un Amo de los Dragones utilizarlo. Un solo disparo.
Cabe observó que el arco se desvanecía en el aire. Esperaba no necesitarlo otra vez durante algún tiempo.
—No había más que una criatura. Si nos atacan varias a la vez, el arco no podrá salvarnos. Tampoco sé si podría volver a hacerlo. Parece que se materializa cuando él quiere.
—¡Ya está!
Ambos se volvieron en redondo. Gwen contempló con orgullo el agujero dimensional; luego, con paso algo vacilante, regresó junto a su caballo. Cuando hubo montado, con un poco de ayuda por parte de los otros dos, el trío no perdió tiempo en cruzar el portal. Cabe se preguntó por un instante si el Dragón de Hielo notaría la pérdida de una de sus vampíricas monstruosidades y si sabría qué la había matado. Si era así, quizás al llegar a los Territorios del Norte se encontrarían con un ejercito de aquellas criaturas esperándolos. O con algo peor.
Fueron a salir en medio de un frío terrible e insoportable. Haiden lo denominó un frío obsceno y ninguno de los dos magos le llevó la contraria. Desgarraba no sólo sus cuerpos, sino también sus mentes y su espíritu. Aquélla era la meta del Dragón de Hielo; así serían todos los territorios si no se detenía al señor de los Territorios del Norte. Nada quedaría a excepción de un paisaje helado y sin vida en el que los potentes vientos acabarían por allanar montañas y colinas.
Iban preparados en parte para aquel momento, y cada uno sacó pieles, con las que envolvieron sus cuerpos. Las pieles los protegían bastante del frío físico, pero poco podían hacer con respecto al otro. Los caballos se estremecieron. Entendían el frío físico; el frío que paralizaba el espíritu era algo nuevo y aterrador, y sólo el adiestramiento y la confianza en sus jinetes evitó que intentaran volver atrás.
Cabe se dedicó a proyectar un hechizo alrededor de los tres. Redujo algo la fuerza del viento y aumentó un poco la temperatura en las zonas inmediatas a ellos. Hubiera preferido no tener que lanzar un hechizo tan cerca de la ciudadela del Dragón de Hielo, pero Gwen necesitaba ayuda. Su entusiasmo inicial por el éxito del agujero dimensional había dado paso al abatimiento producido por el cansancio. Si se veían obligados a luchar durante la hora siguiente, la hechicera les sería de poca utilidad. El agujero dimensional había sido un paso arriesgado; Gwen no había estado nunca en los Territorios del Norte, de modo que el esfuerzo extra realizado para asegurar que llegarían bien la había dejado exhausta.
Era como ella había insinuado. Los Territorios del Norte estaban acribillados de los rastros de tierra removida dejados por las monstruosidades, pero no parecía haber ninguna de ellas. Nadie expresó en voz alta la idea de que pudiera existir una segunda oleada, aunque cada uno sabía que el otro también lo había pensado. Tales ideas tenían la desagradable costumbre de hacerse realidad si no se tenía cuidado.
A lo lejos, delante de ellos, Haiden consiguió distinguir con dificultad una abrupta cordillera. A todos los efectos, se encontraban frente a la morada del Dragón de Hielo; así pues, no era improbable que éste tuviera otros sirvientes aparte los semiidiotizados monstruos que se movían hacia el sur, y a cada paso aumentaba la posibilidad de que los descubrieran. Ahora no podían de ninguna manera relajar la guardia.
Haiden musitó algo en una lengua que a Cabe le resultó vagamente familiar.
—¿Qué es eso?
—Una llamada a la muerte. La mía o la del Dragón de Hielo. Si es preciso, estoy dispuesto a ello.
Cabe se estremeció, recordando de nuevo su propio futuro, y no se atrevió a hacer demasiado hincapié, ya que ahora temía arrastrar a Gwen y al elfo con él.
—Espero que no sea necesario.
El elfo se encogió de hombros y respondió:
—Existen formas peores de morir. Podría quedar atrapado en una celda con una docena de espíritus (esas cosas que vosotros insistís en llamar elfos silvestres) y morir loco.
Haiden esbozó una ligera sonrisa. Cabe se sintió asombrado ante la facilidad de su compañero para hacer bromas en tales momentos y aquello levantó un poco su ánimo. Gwen también sonrió, pero no dijo nada; la conversación le resultaba demasiado fatigosa por el momento.
El vacío total del paisaje los abrumó durante la primera hora, pero luego se convirtió tan sólo en otro obstáculo de lo que empezaba a convertirse en una lista interminable. El frío siguió royendo tanto cuerpo como espíritu y los caballos empezaron a dar traspiés. Ni siquiera sirvió de nada aumentar la potencia del hechizo que los rodeaba. Se debía, no tenían la menor duda, a que cada vez estaban más cerca de las cavernas del Dragón de Hielo. También sabían que con cada hora que pasaba, el monarca aumentaba su poder. Muy pronto, no sería muy seguro que algo pudiera acabar con él.
Empezaba a formarse una neblina que dificultaba aún más su avance. Las montañas se alzaban más parecidas a nebulosos espectros que a auténticos picos. El terreno, destrozado por los despiadados monstruos, resultaba traicionero. La niebla era baja, lo que los obligaba a cabalgar con cuidado.
A menudo, se encontraban con que habían llegado a una hondonada o colina formada por las criaturas; eso significaba dar la vuelta o buscar otra ruta. En una ocasión, el terreno empezó a ceder bajo el caballo de Cabe, pero consiguió hacer retroceder al animal antes de que el resto del suelo se desmoronase y se precipitara al interior de un nuevo barranco de cincuenta o cien metros de profundidad. Ninguno quiso aventurar una conjetura sobre el tamaño de una bestia que podía horadar un túnel tan grande. Después de aquello avanzaron con más rapidez durante un tiempo.
Algo empezó a dejarse sentir en la mente de Cabe. Era como si Nathan tomara parte activa, buscando algo que Cabe no comprendía. Lo confortó hasta que se dio cuenta de que sacar de su propio ser aquello que había sido su abuelo debía de ser sin duda una amenaza de enormes proporciones. Si tenía que morir en los Territorios del Norte, Cabe esperaba al menos que esa muerte fuese rápida e indolora. No la clase de cosa que sospechaba que iba buscando su abuelo.
Sintió un hormigueo en la mente y al principio creyó que la espantosa amenaza estaba ya sobre ellos. Luego, comprendió que se trataba de sus propios sentidos innatos —la diferencia entre una cosa y la otra era discutible, pero no tenía ganas de reflexionar sobre ello aquí y ahora— y percibió el contacto de otra mente; y no era la de ninguno de sus compañeros.
«Muy cerca», pensó. «Justo... ¿a mi lado?»
Veloz y silencioso, el atacante derribó a Cabe de la silla. Éste tuvo una fugaz visión de unas facciones reptilianas y se encontró enzarzado en un combate a vida o muerte. Su mente, embotada por la constante exposición al hechizo paralizante del Dragón de Hielo, era incapaz de preparar una defensa adecuada, y se vio obligado a luchar a brazo partido con su adversario.
—¡Bedlammm! —siseó el dragón. Su voz resultaba aterradoramente familiar y el joven mago dio por sentado que la muerte se le acercaba a toda velocidad.
Se trataba de Toma.
De forma automática, su mano se alzó para lanzar un elemental hechizo de defensa. El dragón tendría que haberlo visto, tendría que haber reaccionado, pero todo lo que hizo fue echarse a reír e intentar estrangular al humano. El hechizo de Cabe estaba a medio realizar cuando otra figura se unió a la pelea, rodeando al dragón con unos fuertes brazos.
Toma se vio forzado a soltarle y empezó a maldecir con violencia. Cabe se sorprendió a sí mismo; en lugar de continuar con el hechizo, apretó el puño y lo estrelló contra el dragón. Todos los huesos de la mano vibraron y seguramente sintió él más dolor que Toma, pero consiguió dejar al dragón sin respiración. Haiden le ayudó con un poderoso abrazo de oso. El dragón cayó de rodillas y un sencillo hechizo le inmovilizó de tal forma que incluso aunque utilizara todo su poder le costaría mucho esfuerzo y tiempo conseguir escapar. Y tiempo era lo que no iban a darle.
Cuando lo consideraron seguro, le dieron la vuelta. Los ojos de Toma llameaban y sus afilados dientes de carnívoro estaban casi al descubierto. Padecía los efectos del frío y se movía de forma parecida a un borracho. El ataque había agotado sus últimas reservas de energía; resultaba evidente que llevaba días vagando por la región.
—Toma. —Cabe intentó captar la atención del dragón, pero los ojos de Toma no hacían más que dirigirse hacia los caballos y no había duda de que no pensaba en ellos precisamente como animales de monta.
El reptiliano guerrero volvió la cabeza para mirar fijamente a su interlocutor. Cuando su mente reconoció que se trataba de Cabe, sus ojos se entrecerraron y escupió, una acción nada fácil para un ser con una larga lengua bífida.
—Bedlam.
—Está claro que lo has pasado mal. Coopera y te trataremos con justicia.
—¿Qué dices? —Gwen, recuperada en parte, estaba lista para matar al dragón. No había olvidado los días en que había sido su prisionera. Toma se había dedicado a torturarla cada vez que le replicaba o intentaba escapar.
Cabe la comprendió —una parte de él deseaba ver morir lentamente a Toma en castigo por todo lo que había hecho—, pero estaban en una situación en la que, por desagradable que fuera, existían prioridades. El hechicero que había sido la fuerza impulsora que se ocultaba tras la masacre de Mito Pica tenía que tener un buen motivo para errar por los Territorios del Norte. El motivo sólo podía tener que ver con el Dragón de Hielo.
—¿Bien?
—Cabe...
Incluso Haiden protestaba. Cabe acalló a ambos con una mirada. Ante él se encontraba el dragón responsable de la muerte del hombre que había sido el único padre que conociera, el medio-elfo Hadeen. Tener un elfo a su lado no hacía más agradable su decisión. Sin embargo, el Dragón de Hielo era una amenaza más terrible, ya que su éxito significaba la destrucción total y una tierra donde sólo gobernarían los clanes del Dragón de Hielo, si es que conseguían sobrevivir.
Toma recuperó algo parecido a la cordura.
—Me has inmovilizado. Con hechicería que no debería funcionar. ¡Qué estúpido soy! ¡Habría podido acabar con todos vosotros desde lejos!
Eso era dudoso, si se tenía en cuenta el actual estado de salud del dragón, pero Cabe no hizo ningún comentario.
—¿Venías de la ciudadela del Dragón de Hielo?
Toma cerró los ojos un instante, como si fueran recuerdos que no deseara recuperar, y luego asintió despacio. Los tres intercambiaron miradas de consternación. Si aquello era lo que el contacto con el señor de los Territorios del Norte había hecho a alguien tan poderoso y mortífero como Toma, entonces ¿qué podían esperar ellos?
—Está loco —añadió Toma con calma—. Probablemente pensáis que esto es una especie de conquista, un plan maestro para conseguir que todas las tierras se conviertan en... suyas.
—¿No lo es? —Gwen tuvo que hacer un esfuerzo para pronunciar aquellas palabras. Sabía de antemano que no le iba a gustar la respuesta que estaba a punto de darles su prisionero.
—No. Todos nosotros hemos sido unos estúpidos, humanos. Fui a verle en busca de ayuda para mi padre, mi emperador.
Cabe recordó. Toma había sido hecho prisionero por Azran, y Cabe había reducido al Emperador Dragón a la condición de una criatura semiinconsciente. Cuando Cabe y el Grifo consiguieron acabar con Azran, se encontraron con que ambos dragones habían desaparecido. Ahora, ya sabía adonde habían ido.
Toma siguió hablando; el relato surgía sin dificultad de sus labios. A pesar de lo difícil que era interpretar sus facciones, parecía sentir un gran alivio; llevaba días buscando a alguien a quien contárselo.
—Me ofreció un lugar para alojarme mientras buscaba un remedio. El Dragón de Hielo ha sido siempre el más tradicional de los Reyes Dragón, aunque le interese más nuestra raza gobernante en conjunto y pueda sentir desprecio por el emperador. Si el emperador estaba en peligro él sería el primero en adelantarse a ofrecer ayuda... eso pensé.
Sus ojos rojos como la sangre volvieron a estudiar a los caballos. Cabe hizo una rápida señal a Haiden para que trajera algo de las alforjas. Mientras el elfo se apresuraba a hacerlo, Cabe instó al prisionero a seguir.
Toma desvió su atención a Haiden, y continuó:
—Esperé... y esperé. Siempre había algo que le impedía ayudarme. Luego, empezó a hablar sobre sus grandes planes, contando sólo un poco cada vez. Como tú, imaginé un plan de conquista y me preocupó haber cometido un error fatal; le había entregado el trampolín que necesitaba: mi padre. Colocó junto a mí a un puñado de guerreros (para ayudarme, dijo), pero en realidad era para vigilarme. Entonces ya me pregunté por qué eran los únicos miembros de su clan con los que tenía contacto.
Haiden regresó con un poco de carne semicongelada.
Iba a intentar calentarla un poco cuando, dejando a un lado la dignidad, Toma se abalanzó en un intento desesperado de llevársela a los dientes. Asqueado, el elfo arrancó un pedazo y lo sostuvo con cuidado frente al prisionero, sospechando, a cada segundo que pasaba, que Toma se le llevaría también la mano. Una vez devorado el pedazo de carne —Gwen se había dado la vuelta—, Cabe bloqueó las intenciones de Haiden de seguir alimentando a Toma.
—Aún tienes cosas que contar. Después, te daremos de comer. —A Cabe no le gustaba en lo que se había convertido, pero se justificó diciéndose que gran parte de culpa, en realidad, la tenía el dragón.
—De acuerdo —asintió Toma—. Iré directo al grano, por así decirlo; de esta forma podré saciar mi apetito al tiempo que satisfago tu curiosidad...
«... Eso es todo. Aquellos cuatro y unos pocos más era todo lo que quedaba de los clanes de Hielo. El resto había sido sacrificado... no... el resto se había sacrificado en aras de su gran experimento.»
Cabe se estremeció.
—Entonces sus propios clanes han alimentado la fuente de la que saca el poder, ese poder que utiliza para convertir las tierras en un gigantesco lugar desolado.
—Algo así. Hay una cosa... muy parecida a esas criaturas de ahí fuera, pero aún más horrible. Absorbe la energía de aquéllas y, a su vez, él la absorbe de ella. La llama su reina. ¡Dragón de los Abismos! ¡Ese monarca loco piensa convertir toda la tierra en un enorme territorio desolado, sí, pero no para poder gobernar! No quedará nadie, ni siquiera el Dragón de Hielo. Al final, liberará toda la energía que quede en su interior. La sacudida eliminará al monstruo que es parte de él, y esa cosa matará a las demás, ya que son sólo parte del todo. Pero, para entonces, la chusma advenediza, vosotros humanos, estaréis muertos, al igual que cada dragón, elfo, enano, Rastreador, y cualquier otra cosa que forme parte del Reino de los Dragones.
El dragón tenía aún más cosas que decir, pero el agotamiento le obligó a detenerse para recuperar aliento. Cabe se incorporó y miró a los otros.
—Eso es mucho peor de lo que mi memoria me indicaba. Lo que Nathan descubrió, era sólo una mínima parte de lo que ha descubierto el Dragón de Hielo. Pensé que lo comprendía, pero... me equivocaba. —Por un instante, sólo fue el Cabe que nunca había conocido otra vida que la del inepto hijo de un cazador—. No..., no sé qué he de hacer ahora.
Entonces se oyó una risa. Una risa que se burlaba de él; una risa que no pertenecía a una persona muy cuerda. Cabe bajó los ojos y se encontró con los de un Toma sonriente.
—Al final, eres tan débil como todos los de tu especie, Bedlam —dijo el dragón con desprecio— Me pregunto cómo pudo el Dragón de Hielo creer que vosotros los seres de sangre caliente heredaríais nuestro reino. Si no estuviéramos tan cerca de la muerte, me gustaría comprobar que la mayor amenaza procedente de los hombrecillos es un cobarde y un estúpido.
Toma lanzó un alarido de dolor; Gwen, en el límite de su paciencia, había decidido devolver un poco del sufrimiento que había padecido a sus manos. Cabe proyectó su mente y canceló el hechizo. Ella se revolvió furiosa.
—¡Ha dicho todo lo que tenía que decir! Sabes que es demasiado peligroso para dejarlo vivir. El Grifo ordenó que lo matáramos nada más verlo. ¡Los Reyes Dragón, desde luego, no lo echarán en falta! ¡Ninguno de ellos quiere tener nada que ver con este... este simulador!
Escupió virtualmente la última palabra y Toma, recuperado de su ataque, mostró los dientes y siseó. Si no hubiera sido por el frío y la falta de comida, podría haberse convertido en una amenaza, pero tal y como estaba, su breve arranque de cólera fue seguido inmediatamente por el colapso. Apenas si conseguía mantener la conciencia; sus ojos se cerraron y luego se abrieron.
—Una tregua, Bedlam. Lo veo ahora. Sólo existe una forma de derrotar al monarca de los Territorios del Norte. De... debemos trabajar juntos. Conozco las cavernas. Sé dónde se oculta esa novia suya y también algunas de las cosas que tiene por criados. ¡Lo juraré por el Dragón de los Abismos si es necesario!
Cabe no miró a Gwen, ya que sabía su respuesta. En lugar de ello, esperó a que Haiden respondiera. El elfo se removió incómodo. No importaba qué dijera, porque sabía que uno de los presentes no sería indulgente. Haiden, muy versado en el arte de leer los rostros, también sabía cuál iba a ser la respuesta de Cabe, a pesar de todo. Lo que el hechicero deseaba era que el elfo le explicara por qué aquella decisión no era correcta.
Haiden sacudió la cabeza, negándose también a mirar a la Dama del Ámbar.
—Él tiene razón, mi señor y mi señora. Y si jura por el Dragón de los Abismos, cumplirá su palabra.
Gwen no dijo nada, pero su rostro estaba muy pálido. Por fin consintió, aunque de mala gana.
—Al menos, aseguraos de que primero jure.
Aguardaron. Toma carraspeó y declaró despacio:
—Juro, como descendiente directo del Dragón de los Abismos, aquel que es el progenitor de todos nosotros, que cumpliré esta tregua hasta que la amenaza haya desaparecido. —Los contempló desafiante—. Es lo máximo que puedo prometer.
No era mucho, pero Haiden asintió satisfecho. No sin una cierta vacilación, retiraron el hechizo que inmovilizaba al dragón. Toma se puso en pie despacio, con las manos delante, y se sacudió el polvo; las piernas le temblaban y los tres pudieron darse cuenta de que carecía de las fuerzas necesarias para andar durante mucho rato, y todavía menos para atacar o cambiar de forma. También estaba cubierto de manchas, posiblemente signos de congelación, aunque no sabían si los dragones padecían tal problema. Toma miró con ansiedad la carne que el elfo sostenía en una mano y luego a Cabe. El joven mago hizo un gesto de asentimiento y el dragón extendió la mano para tomar la congelada comida. Haiden se la entregó, con mucho cuidado de no sujetarla más tiempo del necesario. Resultó una sabia precaución, ya que el dragón se la arrebató con violencia y se puso a engullirla a toda velocidad. Cabe le recordó con acritud los peligros de comer demasiado y tan deprisa después de haber pasado mucha hambre, y luego volvió la espalda, con decisión, a su nuevo aliado.
Cabe se dirigió hacia los caballos y los acarició distraído. Gwen se reunió con él a los pocos instantes.
—Me doy cuenta de que algo te preocupa. ¿No me lo puedes contar?
El suspiró, contemplando vagamente cómo el vapor producido por su aliento se alejaba flotando en forma de nubécula blanca.
—Hay muchísimas cosas que me preocupan, Gwen. La mayoría de ellas ni siquiera puedo definirlas. Hay un par que no quiero ni mencionar porque entonces sí que empezaré a pensar en ellas. —Se volvió y la tomó en sus brazos—. Quiero que sepas... entiendo que una parte de ti estará siempre enamorada de Nathan. Intento ser todo lo que él fue; intento ser el puntal de seguridad que sé que todos buscan.
—Eso no es...
—Chissst. Deja que termine. No siempre lo consigo, pero te prometo una cosa. Cueste lo que cueste, me aseguraré de que el Dragón de Hielo fracase... aunque sólo sea para salvarte.
—Cabe...
Se negó a dejar que ella dijera nada más, y en lugar de ello, la abrazó con más fuerza y la besó. No se separaron hasta que un siseo burlón los advirtió de otra presencia.
—Cuánta... sangre caliente. Ya os despediréis cuando nos enfrentemos a mi querido tío. El tiempo, os lo puedo asegurar, se nos está agotando.
El Duque Toma había recuperado fuerzas suficientes para andar, pero poco más.
—También lamento decir que precisaré de tus poderes, Bedlam. Los míos, ahora que los he recuperado, son todavía imperfectos. Me iría bien, la verdad es que lo necesito, algo que me mantenga físicamente caliente.
Cabe negó con la cabeza.
—Se acabaron los hechizos. Hemos de reservarnos. —Le quitó una manta a su caballo, odiándose a sí mismo mientras lo hacía, por perjudicar a su montura para que alguien como Toma pudiera mantenerse caliente. Entonces se le ocurrió otra cosa—. Aunque me desagrada enormemente, voy a dejar que montes, dragón. Yo puedo andar un rato y luego Haiden puede hacerlo. Te necesitaremos coherente y con tus poderes a un cierto nivel de utilidad.
Con una sonrisa, Toma extendió la mano para asir las riendas del caballo de Cabe.
—Mi agradecimiento, Bedlam.
Mientras se esforzaba por montar, una parte de la rabia del humano se esfumó. El dragón apenas si era capaz de subir a la silla, a pesar de su bravata. Una vez más, Cabe se encontró pensando en las cavernas del Dragón de Hielo y en el poco tiempo que les quedaba, al Reino de los Dragones y a él mismo.