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¡Agujero dimensional! ¡Alguien ha roto mi hechizo!

El Dragón Azul y el Grifo flotaban impotentes en la nada del Vacío. El dragón pasó los primeros instantes maldiciendo a quienes le habían puesto en aquel apuro, fueran quienes fuesen. El Rey Dragón no había sido muy preciso en sus maldiciones, aunque daba la impresión de que tenía alguna idea.

El Grifo intentaba ser más práctico. Ésta era su primera visita auténtica al Vacío; lo había vislumbrado en más de una ocasión, pero había tenido la suerte de no tener que viajar por él durante más de algunos instantes. Le habría gustado más no haber tenido jamás un motivo para hacerlo. Sin embargo, no permitiría que el Vacío confundiera sus emociones.

Empezaban a alejarse lentamente el uno del otro y, puesto que el Grifo no sabía nada de cómo funcionaba el agujero dimensional, decidió que iba en su propio beneficio el permanecer cerca del dragón.

Por lo que parecía, la magia no se veía muy afectada, y con sólo utilizar un mínimo de energía pura, el pajaro-león se propulsó hacia su compañero, cuyas maldiciones empezaban a amainar. En un principio, el Grifo pensó que se detendría poco a poco, como habría sido natural bajo las leyes de su plano normal de existencia, pero la verdad es que no perdió impulso en absoluto y muy pronto se encontró con que iba a chocar sin remisión con su compañero. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, el Dragón Azul se impulsó a un lado, al tiempo que extendía una de sus afiladas manos para sujetar al Grifo. Más experto, el dragón le atrapó y consiguió que ambos se detuvieran después de dar algunas vueltas en redondo.

Una maniobra peligrosssa, Lord Grifo comentó el Dragón Azul. Deberíais haber esssperado. No pensssaba perderosss.

En ese momento, era algo difícil saber cuáles eran vuestros planes.

Perdonad mi arrebato, pero siempre me he enorgullecido en planear las cosas a la perfección. Jamás se me ocurrió que podría haber miembros de mis clanes que fueran a traicionarme de una forma tan activa. Deben de sentirse muy seguros de sí mismos para dar tal paso.

¿Sublevación de dragones contra su propio señor? El Grifo sabía de reyes menores que se habían rebelado contra el Emperador Dragón, pero esto era a un nivel muy diferente. Los clanes jamás derrocaban a su propio jefe; ¿o no era así?

El Dragón Azul reía entristecido.

Sabéis menos sobre nuestros clanes de lo que creéis. En algunas cosas somos una raza tan violenta e inestable como la humana. Aunque también somos pragmáticos. Rebeliones a largo plazo entre los nuestros no son comunes: cuando se sabe que un jefe ha sido depuesto, los clanes dejan de luchar entre sí. Aceptan al nuevo duque o incluso rey sin más discusión. Después de todo, con pocas excepciones, los antagonistas acostumbran tener ambos marcas reales. Nadie aceptaría el reinado de un dragón sin marcas, ni siquiera aunque ese dragón fuera Toma o Zzzeras.

¿Ha sido Zzzeras, entonces?

El Rey Dragón no respondió, ocupado ya en considerar sus posibilidades.

Los agujeros dimensionales siempre dejan huellas residuales. Nunca he tenido que encontrar uno desde dentro, pero siempre hay una primera vez.

¿Qué hay del cristal? sugirió el Grifo. No sirvió de mucho en vuestros aposentos.

El dragón le mostró una mano vacía.

Me temo que el cristal no es ahora más que otro ingenio que flota en el Vacío. Lo solté cuando el sendero desapareció y no tengo la menor idea de la dirección en que se vio arrojado. Intentar encontrarlo nos quitaría un tiempo precioso. No sé cuánto tiempo permanecerán visibles las huellas.

Puesto que la tarea precisaba del empleo de ambas manos, el Dragón Azul hizo que su compañero se sujetara del cinto a su espalda. También hizo una advertencia al Grifo; existía la posibilidad de que se enfrentaran con alguna especie de peligro en el Vacío. No todo estaba muerto e incluso las cosas inertes podían resultar peligrosas, ya que algunas bastante grandes podían flotar a velocidades cien veces mayores a la que se había movido el Grifo un poco antes. Chocar contra un pedazo de tierra en movimiento del tamaño de una colina haría añicos sus esqueletos, y todo lo que quedaría de sus cuerpos serían dos manchas desagradables.

El Grifo comprendió lo que quería decirle.

En un principio, resultó difícil mantenerse así. Las gesticulaciones del dragón obligaban a ambos cuerpos a moverse de un lado a otro, cosa que hacía casi imposible la concentración, por lo que al final el Rey Dragón se vio forzado a moverse más despacio, dando la impresión de que danzaba. El Grifo se guardó muy mucho de hacerle esta observación a su compañero, ya que conocía muy bien el carácter imprevisible de los dragones.

¡Maldición! siseó el Dragón Azul en un momento dado. ¡Apenas si puedo percibirlo! ¡Se nos acaba el tiempo!

Desilusionado, el Grifo exclamó:

¡Dejadme probar!

¡No conocéis el conjuro!

Me lo podéis enseñar, ¿no es así? Al ver que el dragón parecía reacio, añadió: Proteged vuestros secretos todo lo que queráis, entonces. ¡Os dará algo en que pensar mientras nos pasamos el resto de la eternidad flotando por ahí como hojas en un estanque!

El otro soltó un bufido, pero por fin consintió.

Tenéis razón, amigo mío. Muy bien, ved si podéis localizarlo. Es muy parecido a intentar encontrar una fuente de energía.

El Grifo asintió, luego cerró los ojos para concentrarse. Durante algún tiempo no percibió nada, y su confianza empezó a esfumarse; todo lo que sentía era el vacío total de esta no dimensión. Era igual que tener otro Vacío en su interior. Era casi excesivo.

Estaba ya a punto de darse por vencido cuando encontró algo muy tenue. El Dragón Azul había dicho que sería muy parecido a tamborilear sobre el flujo de los poderes, y así era como lo sentía. Con la mente lo resiguió un poco hacia atrás. Se trataba realmente del agujero dimensional; todavía existían imágenes mentales consecutivas del agujero mismo.

¡Lo tengo!

El dragón volvió a resoplar, pero esta vez había una nota de triunfo en el sonido.

Abrid los ojos, entonces. Tendré que hacer esto de forma física en lugar de arriesgarme a que perdáis el contacto con él.

El señor de Irillian se soltó tan despacio y con tanto cuidado como pudo para reducir al mínimo el movimiento de deriva y empezó a repetir el hechizo. El Grifo lo observó, imitando los movimientos con toda la precisión de que era capaz. Sus cuerpos en suspensión se separaban, pero intentó ignorarlo. Todo lo que importaba era completar el hechizo.

Del otro plano les llegó una repentina resistencia, como si alguien claramente no quisiera que regresaran. Casi sucedió así, ya que, absorto en este nuevo problema, el pájaro-león estuvo a punto de pasar por alto un movimiento, pero pudo rectificar justo a tiempo.

¡Alguien... alguien lucha... lucha contra mí!

¡Ignoradlos! En este punto ya no pueden deteneros. ¡Lo único que pueden conseguir es que vayáis más lento o que os equivoquéis!

El Dragón Azul le transmitió la última parte del hechizo. El Grifo lo completó.

Volvían a estar sobre el sendero, y el dragón no perdió el tiempo.

¡Rápido! ¡De regreso por donde vinimos!

En un instante se encontraron saltando a través del agujero dimensional y de vuelta en el plano mortal. El Rey Dragón entró atropelladamente y se golpeó contra el suelo, mientras que el Grifo, al intentar saltar por encima, se dio en un hombro con una de las paredes. Se desplomó entre gemidos, todos los huesos y músculos de aquel lado del cuerpo aullando de dolor.

Con ojos llorosos, vio a otros dos dragones. Uno caía al suelo en aquel momento, la garganta abierta por un salvaje zarpazo del otro. El vencedor contempló al lastimado pájaro-león y sus ojos llamearon sedientos de sangre. Entonces el dragón se volvió para mirar al Dragón Azul, que empezaba a incorporarse, e hincó una rodilla en el suelo.

¡Mi señor! ¡Doy las gracias al Dragón de los Abismos de que hayáis conseguido regresar!

Kylin. El monarca bajó los ojos hacia su duque, luego los desvió hacia el cadáver. Zzzeras susurró.

Mi señor. Kylin se atrevió a ponerse en pie. La expresión asesina había desaparecido en cuanto se dio cuenta de que su soberano le miraba directamente. Regresé aquí para darle un mensaje de última hora, y lo encontré ahí de pie riendo, afirmando que ahora sería él quien mandaría. Estaba seguro de su éxito y de que me inclinaría ante él una vez que comprendiera que habíais desaparecido. Pero no lo hice.

¿Zzzeras esperaba gobernar sin tener las marcas? preguntó el Dragón Azul, la voz débil e incluso un tanto triste.

Conocíamos sus ambiciones, mi señor. Antes del caos que deshizo vuestro Consejo, se reunió a menudo con Toma.

Lo recuerdo. Parece que allí donde va, Toma propaga la locura. Si no hubiera estado bajo la protección del emperador, le habría desafiado, por peligroso que ello hubiera sido. Bajó la mirada hacia el cuerpo. Una lástima. Realmente desearía que no se hubiera llegado a esto.

Kylin alargaba la mano para ayudarle cuando el Dragón Azul, las uñas extendidas, le sujetó por la garganta, desgarrándole toda la zona con un zarpazo más limpio que el que Kylin había propinado a Zzzeras.

El otro dragón no tuvo ni tiempo de mostrar su sorpresa antes de caer al suelo para reunirse con su víctima.

El Dragón Azul volvió su atención hacia el Grifo, que se incorporaba despacio, los ojos fijos en el Rey Dragón.

Como dije, pájaro-león, sabéis menos sobre mi raza de lo que creéis.

Le... le habéis matado. ¿Le habéis desgarrado la garganta como un loco... por seros leal? Resultaba increíble. El dragón negó con la cabeza.

Lo he matado por traicionarme... y por asesinar a Zzzeras, cuyo mayor pecado fue ser un incauto. Fue Kylin quien intentó abandonarnos en el Vacío.

¿Kylin?

¿Os sorprende? El Dragón Azul agitó la cabeza. Su voz sonaba disgustada. Zzzeras no poseía los conocimientos necesarios para romper el hechizo. Kylin tampoco sabía que Zzzeras tuvo tratos con Toma por orden mía. Toma era alguien a quien se debía vigilar. Pobre Kylin. Jamás se dio cuenta de que yo utilizaba el cristal para espiarle. Para espiarles a todos ellos. ¿Cómo creéis si no que un monarca se mantiene en su trono durante épocas difíciles?

En el poco tiempo transcurrido desde que se encontrara por primera vez con el Dragón Azul, el Grifo había aprendido mucho sobre la sociedad de los dragones; más de lo que hubiera querido saber. No podía decir que se diferenciara mucho de la sociedad de los humanos de la que él, con toda honradez, tenía que considerarse miembro. No le proporcionaba ninguna satisfacción ver que los dragones no eran mucho mejores.

Debe de haber considerado esto como la oportunidad de su vida. Yo me comporté como un tonto rematado, al imaginar que sus ilusiones de poder eran sólo eso. La verdad es que no pensé que fuese a hacer algo así.

Se encogió de hombros y luego continuó:

¡Ya es suficiente! Tengo la impresión de que los guardias que Kylin haya enviado por ahí estarán de regreso en cuestión de minutos. Entretanto, tenemos cosas en las que pensar. La más importante es la pérdida del cristal. Esperaba que, si descubríamos algo, podría servirnos para concentrar nuestro poder.

En aquel momento, lo único que ocupaba los pensamientos del Grifo era abandonar aquel territorio para no regresar jamás, pero sabía que tal paso no solucionaría nada, y el Dragón de Hielo no era una amenaza que pudiera ignorarse.

Nuestra mayor preocupación, majestad, deben ser las bibliotecas, no vuestro cristal. Podemos preocuparnos sobre las posibilidades más tarde, pero lo primero que necesitamos es descubrir qué caminos podemos tomar. Puede que no haya nada en las bibliotecas o puede que exista una referencia tan oscura que no podamos descubrirla a tiempo. Incluso es posible que tengamos que enfrentarnos al Dragón de Hielo cara a cara, aunque no se me ocurre qué podemos hacer entonces. Una cosa que sí pienso hacer es ponerme en contacto con Cabe Bedlam y con vuestro hermano el monarca del Bosque de Dagora.

El Dragón Azul le dedicó una mirada furiosa, y el siseo que escapó de su fruncida boca no demostraba el menor cariño por esta última sugerencia. El dragón no quería saber nada de su renegado hermano y mucho menos de alguien que se apellidase Bedlam. Desde su punto de vista no carecía de sentido, pero el Grifo no pensaba aceptar nada de eso ahora.

Apuntó con una de sus afiladas uñas, al monarca.

Escuchadme bien. Hay un momento en el que los enemigos deben abrazarse, como vos y yo hemos tenido que hacer... por sugerencia vuestra. El que ese enemigo lleve el nombre de Bedlam, no es nada comparado con el peligro al que nos enfrentamos en estos momentos. Hubiera tenido tratos con el mismísimo Azran si eso hubiera significado salvar el Reino de los Dragones del gélido señor de los Territorios del Norte. ¿Me explico?

Desde luego. Perfectamente admitió el Rey Dragón. Si se me permite, partiremos tan pronto como haya corregido esta situación. Con una mano, señaló a los dos cuerpos inertes.

No me producen ningún desasosiego.

No llevará mucho tiempo. Cuando todo esté solucionado, abriré un nuevo agujero dimensional... a menos que deseéis intentarlo vos.

El Grifo meneó la cabeza negativamente.

No siento el menor deseo de volver a visitar el Vacío por el más mínimo espacio de tiempo, y eso es lo que probablemente sucedería si intento realizar el hechizo. Estaba más preocupado por traernos de vuelta que por memorizarlo.

Entonces, yo construiré el agujero. Esta vez no nos interrumpirán.

No había terminado de hablar, cuando varios guerreros dragón y criados penetraron corriendo en la habitación. Uno de ellos se disculpó profusamente por haberse dejado engañar por Kylin, y ofreció su vida, pero el Rey Dragón no le tomó la palabra.

Sin perder de vista lo que se llevaba a cabo, la mente del Grifo regresó a las bibliotecas. Estaba seguro de que algo relacionado con aquello a lo que se enfrentaban estaría guardado en algún lugar de las bibliotecas; por lo que sabía, todo estaba en las bibliotecas. La cuestión era si encontrarían la respuesta y la entenderían antes de que fuera demasiado tarde.

La pregunta más importante era: ¿existiría una solución? ¿Era éste un caso en el que los Rastreadores o quien fuera que hubiese creado el hechizo no habían tenido tiempo de idear el que podía contrarrestarlo?

El Grifo se imaginó a sí mismo inmerso en volumen tras volumen en busca de un fantasma que podía estar justo frente a sus narices sin que lo viera. Se preguntó si los constructores de las bibliotecas habrían tenido esto en cuenta al erigirlas. ¿Habrían diseñado la estructura especialmente para eso? ¿Era confusa de modo intencional o existía una pauta que ni él ni su predecesor, el Dragón Púrpura, habían descubierto?

Lleno de frustración, el pájaro-león empezó a maldecir en silencio al demente que había construido las bibliotecas. Se interrumpió de improviso, no obstante, al venirle a la cabeza la posibilidad de que los misteriosos constructores le estuvieran observando en aquel momento y que maldecirlos pudiera muy bien dar pie a nuevas complicaciones cuando iniciase la búsqueda.

Estoy a punto de abrir un nuevo agujero anunció el Rey Dragón, que había avanzado hasta colocarse justo frente al Grifo sin que éste se diera cuenta. Esta vez, todo estará controlado.

La melena del pájaro-león se erizó inquieta. Jamás había oído una declaración más idiota.

* * *

Gwen miró a Haiden y sacudió la cabeza.

Sigue sin querer decir qué es lo que ha encontrado ahí abajo.

Estaban en el salón principal de la ciudadela de Azran. En la chimenea ardía un buen fuego y sobre una mesa que el elfo había limpiado había comida a medio preparar. Habían dejado de registrar el edificio después que Cabe surgiera de la pared gritando. Gwen había buscado alguna especie de pasadizo, pero ni sus habilidades pudieron detectar nada detrás de los bloques de piedra. Sin embargo, sabía que Cabe había venido de alguna parte. Tenía que existir al menos algún rastro de puerta o agujero dimensional, pero no había ninguno, al menos que ella pudiera descubrir. No la sorprendió. Aquello había sido el hogar de Azran, y ya conocía muy bien lo tortuoso que éste había sido. Por un momento, incluso le pareció escuchar cómo se reía de ellos en aquel tono burlón suyo.

Cabe estaba más tranquilo ahora, tanto que sus dos compañeros se sentían aún más preocupados. Había momentos en que parecía incluso indiferente, aunque eso podía cambiar en cualquier instante. Era como si tuviera dos mentes, lo cual, en cierta forma, era verdad, aunque no de la manera como Gwen lo veía ahora. Por una parte, el joven hechicero parecía aceptar todo lo que planeaban como inevitable; y por otra, vacilaba cuando se llegaba al punto de hacer algo que facilitara sus esfuerzos.

Haiden se acercó a la escalera y miró hacia abajo.

A lo mejor puedo descubrir algo.

No te molestes murmuró Cabe. Sólo Azran y yo poseemos la capacidad... y yo no bajaría. Si consigues pasar la barrera, no dudo de que mi padre dejó algunas sorpresas antes de marchar por última vez.

El elfo se volvió hacia él, decepcionado.

¿Entonces, en nombre de Rheena, por qué no nos decís qué hay ahí... y dónde está?

Cabe se puso en pie y pareció salir de su estupor con un esfuerzo.

No serviría de nada. Podemos olvidarnos de seguir buscando. No hay nada aquí que nos pueda ayudar. Nos iremos por la mañana, tan pronto como podamos. Quiero estar en la frontera de los Territorios del Norte pasado mañana... lo cual puede implicar que en algún momento tengamos que teletransportarnos.

El elfo lanzó un silbido y Gwen miró a Cabe fijamente a los ojos. No le gustó lo que vio o más bien, no vio en ellos. Era como si la aislara a propósito de una parte de sí mismo; algo que jamás le había visto hacer de una forma tan obstinada.

Significará un gran esfuerzo para los caballos. En ese caso, no creo que lleguen a los Territorios del Norte observó Haiden.

Entonces conseguiremos otros caballos de tus compañeros de allí. En el peor de los casos, sólo necesitaremos un caballo. No necesitó dar demasiadas explicaciones sobre lo que quería decir; si llegaba el caso, Cabe pensaba seguir adelante solo.

Dos corrigió Gwen. Cabe ni siquiera intentó discutir con ella, lo cual no significaba que estuviera de acuerdo, y ella comprendió que cuanto más se acercaran a su destino, más tendría que vigilarlo. No era imposible que intentase escabullirse y marchar por su cuenta. La verdad era que empezaba a asustarla. Si piensas intentar un teletransporte, necesitarás alguien que te ayude. Un conjuro de ese tipo es susceptible de dejarte muy vulnerable.

Muy bien, señor y señora suspiró Haiden, si hemos de ponernos en marcha temprano, lo mejor será que me ocupe de la comida. De ese modo podemos considerarlo una cena temprana. Estudió la sala, observando los rincones oscuros, las paredes cubiertas de polvo y los grotescos relieves que llenaban las paredes. No podría pedir una residencia más tranquila y agradable añadió en tono socarrón.

Hablaron poco durante la comida y aún menos después.

Gwen lanzó un hechizo de protección, como había hecho en tantas ocasiones, pero Haiden no se sintió satisfecho esta vez. La antigua casa de Azran le perturbaba, y se ofreció para montar guardia, asegurando que se mantendría alerta toda la noche si era necesario.

Despertaron a primeras horas de la mañana... Es decir, Cabe y Gwen se despertaron. Haiden estaba hecho un ovillo sobre el suelo, sin enterarse de nada. Les costó un poco despertarlo, cosa que no decía mucho en favor de las historias sobre el legendario aguante de los elfos. Haiden confesó haber permanecido despierto la mayor parte de la noche, durmiéndose una hora más o menos antes del amanecer. El sonrojo le duró más de media hora.

El ambiente era bastante más frío, un insólito cambio climático en un territorio al que con mucho tino se denominaba las Llanuras Infernales. Incluso allí, se escuchaban y percibían las erupciones de volcanes menores.

Gwen fue la primera en expresar en palabras lo que todos pensaban.

Los poderes del Dragón de Hielo aumentan. Ya puede mantener un frío constante en el interior de las Llanuras Infernales. ¿Qué temperatura debe de hacer en Irillian y en Talak?

Esto es más parecido a un frío normal observó Cabe casi con indiferencia. El frío que paraliza el espíritu no ha llegado hasta aquí todavía, al menos no de una forma regular.

¿Y cuánto tiempo falta para que eso suceda?

Cabe les dirigió una mirada que a Gwen le recordó extraordinariamente a Nathan.

Mucho antes de lo que desearíamos.

A los pocos minutos, estaban ya en camino. A ninguno de los tres le molestaba abandonar la semi-desmoronada ciudadela de Azran; por lo que a ellos se refería, cuanto antes las Llanuras Infernales consiguieran destruir el lugar, mejor para todos. No había nada bueno en la construcción, y lo que fuera o quien fuera que la hubiese construido ya no importaba; Azran la había corrompido con su presencia.

Con excepción de unas pocas veces en que se vieron obligados a rodear terreno inestable, no encontraron dificultades durante la mayor parte del día. El tiempo frío permaneció sin variaciones excepto cuando se veían obligados a pasar muy cerca de algunos de los cráteres más activos. Sólo entonces hacía la región honor a su nombre. No obstante el hecho de que existían zonas muy fértiles en aquel territorio, resultaba imposible comprender que nadie, ni siquiera un dragón, quisiera vivir allí.

Como en respuesta a ese pensamiento, unos jinetes se materializaron en el horizonte.

No eran hombres. Ningún hombre cabalgaba en un dragón a menos que su vida dependiera de ello... e incluso así muchos habrían vacilado.

Haiden susurró Cabe. No mencionaste nada sobre movimiento de dragones.

Porque no había ninguno, hechicero. A esta distancia, no puedo decir a qué clan pertenecen. Quizá al del Dragón Dorado, o puede que sean restos de los clanes del Dragón Rojo.

Lo descubriremos enseguida añadió Gwen. Parece que vienen en esta dirección.

El trío se preparó para lo peor. No había forma de que pudieran dejar atrás a los jinetes ya, y era evidente que los habían visto. El terreno a su espalda era demasiado inseguro para intentar una retirada temeraria. Para los jinetes sería un juego de niños atraparlos.

A medida que se acercaban, resultaba más patente que se trataba de restos de los clanes del Dragón Rojo. Todo un clan, de hecho, puesto que había hembras y crías, junto con guerreros y servidores como Ssarekai.

Refugiados murmuró Cabe.

Lo que no les impedirá aplastarnos añadió Haiden.

Pero, sorprendentemente, los jinetes empezaron a aminorar el paso, y para cuando se encontraron a una distancia desde la que podían hablarse, los dragones habían reducido la velocidad de sus monturas a un simple trote. Probablemente no resultaría tarea fácil; los dragones menores eran muy voraces y aquellos tenían todo el aspecto de llevar un par de días sin comer lo necesario. Sus ojos se clavaron en los caballos con creciente interés.

Cabe. La voz de Gwen estaba teñida de inquietud. ¿No se decían que el Dragón Rojo había muerto luchando con Azran?

El joven asintió, tras haber visto el motivo de la pregunta.

El dragón guerrero de color escarlata alzó la mano, deteniendo a los dragones. Su yelmo era de los más elaborados que Cabe había visto nunca, a excepción de los que lucían los mismísimos Reyes Dragón. Eso, más que su color, proclamaba su identidad.

Al parecer, el anterior Rey Dragón fue previsor. Tenía un heredero.

Un nuevo Rey Dragón... Eso fue todo lo que Haiden pudo articular. La mezcla de disgusto, odio, y temor en su voz fue suficiente para hacer estremecer incluso a Cabe.

El Dragón Rojo no se le podía negar el título de su predecesor espoleó a su montura para que se adelantara despacio hasta quedar tan cerca que Cabe pudo ver sus llameantes ojos.

Un elfo. Un elfo y dos humanos... El nuevo señor de las Llanuras Infernales los estudió con atención. Dos humanos magos, además.

Mi señor... El diplomático intento de Haiden fue cortado de raíz por un rápido gesto del dragón.

No te he dado permiso para hablar, comedor de hojas. Además, es con los humanos con quienes deseo hablar.

Cabe espoleó a su propia montura para que se adelantara un poco, cosa harto difícil si se tenía en cuenta la tendencia natural del animal a mantenerse tan lejos de los dragones como fuera posible. Hizo una leve inclinación de cabeza y aguardó a que el Rey Dragón volviera a hablar.

No parecéis malhechores asesinos, pero los humanos son seres traicioneros. Os podría atacar; probablemente os mataría, pero es posible que ello me costara la vida a mí y a algunos de los míos.

Sus arrogantes alardes casi hicieron reír a Cabe, pero no tardó en darse cuenta de que debía de haber algo de verdad en ellos. Era uno de los Reyes por nacimiento, de lo contrario, los otros no le habrían seguido. Eso significaba que controlaba los poderes de su predecesor, lo cual le convertía en un contrincante formidable. El último Dragón Rojo había sido famoso por su ferocidad, que había rivalizado incluso con la de su hermano el Dragón Pardo.

Me gustaría saber, humano, con quién hablo. Pareces alguien importante, a pesar de que viajas solo con una hembra de pelo casi tan rojo como el fuego y con un habitante de los árboles.

Haiden emitió un sonido ahogado, pero el dragón no le prestó atención.

Cabe aspiró con fuerza. Las cosas no le habían ido demasiado bien y ahora tenía que añadir esto. Podría haber intentado mentir, pero sospechó que, de algún modo, este nuevo monarca reconocería una mentira.

Me acompañan mi esposa Gwendolyn, conocida como la Dama del Ámbar, y Haiden, un guía y explorador valioso. Mi apellido os será familiar, al igual que puede serlo mi nombre. Me llamo Cabe Bedlam.

El Rey Dragón lanzó un sonoro siseo, provocando gran desasosiego entre sus seguidores. Por un brevísimo instante, a Cabe le pareció ver temor en los ojos del monarca dragón. Podía imaginar lo que le sucedía: un nuevo monarca que de repente se encuentra frente a frente con un nombre sinónimo del diablo más siniestro por lo que se refiere a su raza.

No obstante, el dragón se recuperó con rapidez. Irguiéndose tanto como le fue posible en la silla, clavó los ojos en los de Cabe.

¿Has venido, entonces, a completar la destrucción de nuestros clanes que empezó tu padre y que ahora continúa la muerte devoradora de espíritus del norte?

Las criaturas del Dragón de Hielo se movían deprisa. El horror al que se habían enfrentado los ya maltrechos clanes del Dragón Rojo debía de parecerles una señal de que los poderes exigían su extinción. Ahora, justo cuando podían estar a salvo, se encontraban con un temor más antiguo; un mago cuyo nombre era Bedlam.

Cabe negó con la cabeza.

Mi único deseo es ver el Reino de los Dragones en paz, con dragones y humanos en coexistencia pacífica. La muerte de tu predecesor se debió a la locura de uno de mi sangre. Decidió no hacer constar que también fue culpa del anterior Rey Dragón. Lo que me preocupa es la muerte procedente del norte de la que has hablado.

¿Y por qué?

Espero acabar con ella.

El dragón permaneció en silencio al principio; luego, una risa sorda escapó de sus labios. No había más que lástima en su risa, lástima por lo que el Rey Dragón seguramente pensaba que debía de ser un loco.

¿Has visto lo que viene de los Territorios del Norte? ¿Has visto el regalo de mi hermano, el señor de los Territorios del Norte?

Era evidente, comprendió entonces Cabe, que todos los Reyes Dragón se consideraban hermanos unos de otros en cuanto alcanzaban sus respectivos tronos.

Los he visto. Uno fue a parar al sur mucho antes que los otros.

¿Uno?

Cabe vio que la boca falsa del dragón sonreía, mostrando unos dientes casi humanos. La verdad era, se dijo, que este nuevo Rey Dragón parecía más humano que cualquiera de los otros.

¿Uno? repitió el dragón. ¡No habrás visto el horror hasta que hayas visto cientos... miles... cavando para abrirse paso a través del suelo, estirándose para devorar, no nuestros cuerpos, sino la fuerza vital que habita en nuestro interior! ¡No has visto nada!

Gwen se atrevió a espolear su caballo para que se acercara al de Cabe.

Sabemos más de lo que pensáis. Sabemos algo de lo que sucede allá en el norte. No queremos haceros ningún daño, majestad. Si tenéis información que nos sea de valor, os lo agradeceremos. Si no es así, no tenemos nada en contra de vosotros y no desearíamos otra cosa más que los dos grupos sigan sus respectivos caminos.

El Rey Dragón la escuchó con atención, aunque sus ojos no dejaron de mirar a Cabe ni un solo instante.

Somos más de los que ves aquí, Bedlam. La mayoría de los míos han ido a los territorios del Dragón de Plata. Nosotros somos los últimos, el clan situado más al norte y el muro de defensa a cuya sombra los otros consiguieron marchar. Empecé con un grupo que era casi tres veces mayor que éste, pero esas malditas sanguijuelas los fueron atrapando de uno en uno o en grupos. Mis exploradores han informado que aún han penetrado más hacia el sur en el territorio del Dragón Azul, lo cual no me sorprende, ya que en Irillian los aguarda un festín todavía mayor. ¿Cómo piensas detener un torrente de algo sin vida que devora todo lo que encuentra vivo a su paso? ¿Vas a sacar demonios de otra dimensión? ¿Puedes purificar los Territorios del Norte con fuego?

Existe una posibilidad, pero tengo que penetrar en los Territorios. Tengo que enfrentarme a tu homónimo en persona.

¡Es una locura! El Rey Dragón sacudió la cabeza. Entonces, no veo motivo para apartarte de tu misión. Sólo hace que las abominaciones se acerquen más a nosotros y te impide que satisfagas tu deseo de morir cuanto antes.

Cabe había palidecido al escuchar esta última frase, pensando que a lo mejor el dragón sabía algo, pero éste sólo se burlaba de lo que consideraba la empresa de un loco.

El reptiliano monarca recuperó la calma. Empezó a girar su montura para reunirse con sus súbditos, pero entonces se volvió sobre la silla de forma que pudiera mirar a Cabe de nuevo.

Si de verdad existe algo que puedas hacer, te deseo lo mejor. No siento el menor cariño por tu raza, y en especial por tu clan, pero no tengo el menor deseo de ver estas tierras bajo las heladas garras de ese maldito dragón gélido que gobierna en los Territorios del Norte. Antes muertos que inclinarnos ante él.

Cabe le dedicó una leve inclinación de cabeza, gesto que fue imitado por Gwen y Haiden. El Rey Dragón les dio la espalda y regresó junto a su grupo. A una señal suya, el grupo se hizo a un lado para dejar pasar a los dos humanos y al elfo. Cabe dedicó un gesto de gratitud al monarca reptiliano, quien le gritó de repente:

La guarida de mi execrable hermano se encuentra en el interior de una cordillera situada hacia el oeste. Ten cuidado. Sus servidores se confunden con el paisaje... ¡y evita los senderos por donde se mueven los elfos!

Haiden se puso rígido y hubiera interrogado al Rey Dragón sin importarle su mutua antipatía, pero los dragones cabalgaban ya hacia el sur. Se volvió rápidamente hacia los dos humanos, en busca de algún consuelo. Cabe se limitó a menear la cabeza; no tenía la menor idea de cómo les iría a los elfos por allí.

Gwen observó que eran muy hábiles para ocultarse. Esto último no animó demasiado al elfo.

Somos hábiles cuando tenemos algo con lo que trabajar. ¿Dónde se esconderán si han hecho pedazos la tierra y los árboles?

Ninguno de los dos magos pudo contestar a su pregunta con convicción. Cabe se arrebujó aún más en su capa, observando con cierta aprensión que parecía hacer más frío.

Algo enorme y blanco como la nieve se alzó sobre la línea del horizonte y luego desapareció antes de que pudiera verlo con claridad.

Tenemos problemas.

¿Qué clase de problemas? inquirió Gwen. Cabe señaló hacia el horizonte.

El Dragón Rojo se equivocó al pensar que existía más distancia entre su grupo y las criaturas del Dragón de Hielo.

Haiden y Gwen miraron en la dirección que su dedo les indicaba. No vieron nada al principio, pero entonces una nueva masa blanca se materializó momentáneamente.

Vienen hacia aquí.