La ciudadela de Azran resultaba una visión inquietante. Se alzaba imponente, con torreones que sobresalían aquí y allá sin que ninguno de los tres pudiera imaginar el motivo, excepto el de que quizás en una ocasión había sido domicilio de los Rastreadores. Cabe se estremeció al pensar en lo extendidos que habían estado los seres-pájaro en una ocasión. Se preguntó si quedaría alguno todavía entre las ruinas; quizás había sido un error detenerse allí.
—Huellas recientes de cascos de caballo —observó Haiden de improviso.
Cabe miró al suelo. Todo lo que vio fueron más huesos. Parecía imposible evitarlos por completo. Desde luego, había marcas que podrían haber sido hechas por cascos, pero al mismo tiempo le era imposible diferenciarlas de los rastros dejados por los incontables carroñeros que habían dejado aquellos huesos pelados después de la batalla.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
El elfo le miró solemne.
—Es una de las cosas que los de mi raza sabemos. —Sonrió socarrón—. La verdad es que algunos de los caballos han dejado claros recordatorios tras ellos y nuestras monturas han decidido pasar por encima.
Cabe olfateó el aire y se dio cuenta de que Haiden no se equivocaba. Había supuesto que el olor se debía a algo que había quedado de la carnicería.
—Pero cómo...
—He trabajado con caballos el tiempo suficiente para poder notar la diferencia, y ninguna manada salvaje pasaría por aquí. Si queréis más pruebas, hemos pasado junto a un montón de basura que alguien dejó atrás.
—Si no vas con cuidado, Haiden —interpuso Gwen—, acabarás revelando todos los secretos de tu gente.
—No se perdería gran cosa. Entre los míos hay demasiados que se consideran muy importantes.
Cuanto más tiempo pasaba con ellos, más humano parecía volverse el elfo. Haiden les explicó que uno de sus deberes había sido actuar como enlace con la ciudad de Zuu, situada cerca de la zona sudoeste del Bosque de Dagora. Cabe recordó a un guerrero que había conocido, Blane, el príncipe comandante de los jinetes de Zuu, quien había muerto en los combates que habían tenido lugar en el interior de las murallas de Penacles. Blane, un luchador fornido y de gran tamaño, había muerto de la forma que siempre había deseado y se había llevado con él al sádico Kyrg. En Penacles existía ahora un monumento en memoria de Blane.
—¿Vamos a entrar? —preguntó Gwen sin dirigirse a nadie en particular, aunque tanto ella como Haiden miraron a Cabe en busca de respuesta.
Aquél era el santuario de su padre, el castillo en el que el mismo Cabe había estado prisionero un corto tiempo. Los únicos recuerdos que tenía del lugar eran malos recuerdos... sin embargo, podría haber algo allí que los ayudara. Azran había sido uno de los nigromantes más poderosos; las criaturas no-muertas que habían secuestrado a Cabe en Penacles eran buena prueba de ello. Con todo el Plano de los Muertos del que extraer conocimientos, era posible que encontraran una solución allí.
La ciudadela era también una pesadilla con la que Cabe sentía que se tenía que enfrentar si quería que la sombra de Azran desapareciera para siempre de su espíritu.
—Vamos a entrar.
Gwen, en especial, no se sintió complacida con su respuesta, pero asintió.
La sonrisa de Haiden se había convertido en un mero recuerdo.
—No tienes que entrar —sugirió Cabe.
Ella sacudió la cabeza, agitando al viento una exuberante oleada de cabellos rojos.
—No, me parece que puede ser una buena idea.
—¿Os habéis molestado en pensar que a lo mejor hay alguien más dentro? —inquirió Haiden.
—Tú eres el elfo, dímelo tú —respondió Cabe, volviéndose hacia él.
Haiden hizo una mueca y el ánimo de los tres mejoró un tanto. Una de las primeras cosas que Cabe había hecho mientras se acercaban a la ciudadela fue buscar la existencia de posibles habitantes. No se penetraba en lo que había sido el antiguo hogar de un hechicero loco sin tomar algunas precauciones. El haber pensado en ello antes que los otros hizo que se sintiera un tanto orgulloso; a pesar de todos los conocimientos que podía obtener de los recuerdos de su abuelo, todavía se sentía un poco novato en lo que se refería a experiencias reales.
El elfo se adelantó para obedecer, pero Cabe meneó la cabeza y les comunicó que aquello era realmente un edificio vacío; pero, mientras lo decía, sintió una ligera vacilación y deseó que los hechos no demostraran que se había equivocado.
Atravesaron el portón y la primera evidencia real de que alguien utilizaba aquello como base de operaciones saltó a la vista: los establos estaban limpios y había heno y agua fresca para los caballos.
—Ahora ya sabemos de dónde venían aquellos jinetes —murmuró Gwen.
El haber entrado allí la había abatido.
—Sólo nos quedaremos esta noche, Gwen. Si para entonces no hemos encontrado nada de utilidad, es que o bien ha desaparecido o está en algún lugar donde no lo vamos a encontrar. Además, estos últimos días hemos agotado a los caballos y, a menos que descansen un poco, lo más probable es que mueran antes de llegar a los Territorios del Norte.
Desmontaron y Haiden se hizo cargo de los caballos de los magos. El elfo se sentía feliz por estar de momento en los establos; era el lugar más acogedor de la fortaleza. Cabe y Gwen, cogidos de la mano, recogieron sus pertenencias y cruzaron el patio en dirección a las enormes puertas de hierro que marcaban la entrada al edificio en sí.
—Ojalá hubiéramos podido tomar otro camino —susurró la hechicera—. Alguno que hubiera evitado este lugar.
—Ésta es la región más segura y por la que se va más rápido, y olvidé que esto existía. No me hace feliz entrar en un lugar que fue el hogar de Azran y construido, por lo que sé, por los Rastreadores. —Cabe volvió a contemplar las puertas de hierro.
¿Si era en realidad una reliquia de los Rastreadores, se preguntó, por qué molestarse con puertas y cosas similares? ¿Por qué no hacerlo más parecido a un nido de águilas? ¿Se habrían apoderado los Rastreadores de algo que había pertenecido a una raza anterior? ¿Dónde empezaba la lista de razas dominantes? ¿Cuándo fueron habitadas por primera vez las tierras que ahora se conocían como el Reino de los Dragones y por quién o por qué?
¡Había tantos interrogantes! Sabía que Nathan le habría dicho que era el deber de un hechicero hacerse tales preguntas continuamente, incluso aunque se demostrase imposible darles respuesta durante su vida. No era una forma muy agradable de contemplar las cosas, pensó Cabe.
Las puertas no estaban cerradas; no había motivo para que lo estuviesen. Por lo que sabía la mayoría, el hogar de Azran había sido despojado de todo lo que fuese útil. Se decía que el Dragón Azul había sido el primero en reivindicarlo, aunque otros mencionaban al Dragón de las Tormentas, Talak, e incluso el Dragón de Cristal, aunque este último no parecía muy probable dada la naturaleza solitaria de aquel monarca draconiano y la gran distancia que mediaba entre las Llanuras Infernales y la Península Legar, que se encontraba en el rincón sudoeste del continente.
Sus respectivos temores se aplacaron mientras paseaban por el abandonado edificio. Ahora ya no había nada allí excepto polvo y telarañas. Los forajidos habían dejado algunas cosas, pero era evidente que no se trataba de un campamento fijo, o de lo contrario no lo habrían dejado sin vigilancia.
Todo empezaba a deteriorarse. Después de tantos años de existencia, la ciudadela se encontraba ahora sin hechizos de conservación. Azran los habría absorbido en algún momento dado para su propio uso, lo más probable durante la matanza de las hordas del Dragón Rojo.
Cabe dirigió una mirada a una escalera que conducía abajo. Se volvió hacia Gwen, que inspeccionaba unos andrajosos volúmenes que habían quedado allí. A juzgar por su expresión, que podía muy bien deberse a la enorme cantidad de polvo, los habían dejado allí por un buen motivo.
—Voy a echar una mirada ahí abajo. No creo que tarde. Parece una bodega.
—¿Quieres que vaya contigo?
Él negó con la cabeza.
—Espera a Haiden. Cuando vuelva a subir, comeremos. Estoy seguro de que sea lo que sea la habitación de ahí abajo, la han vaciado.
Mientras descendía, intentó identificar lo que contemplaba con lo poco que conocía sobre la fortaleza. La mayor parte del tiempo había permanecido en una misma habitación. Sólo había estado fuera por un breve espacio de tiempo, y por lo que recordaba nunca allá abajo.
Como sospechaba, era una especie de zona de almacenamiento y había sido vaciada. Incluso faltaban estanterías, aunque quedaban los soportes. De todos modos, tuvo la impresión de que quizá quedaba algo... Cabe pasó las manos por las paredes, pensando para sí que en el caso de que existiera un panel secreto, alguien lo habría encontrado hacía tiempo.
Tocó la pared del extremo opuesto, el lugar más evidente, pero no sintió nada. Sin embargo, el tocar la pared en el lado derecho le produjo un hormigueo. Fue una sensación extraña, como si la pared intentara identificarle y tuviera alguna dificultad en hacerlo.
Cabe se concentró, buscando el punto de origen. No resultó difícil, pero en cierta forma sospechó que a otros no les hubiera ido tan bien. Proyectó su mente sobre ella y empujó con su fuerza de voluntad.
La pared desapareció y se precipitó de bruces en una habitación de la que surgía un hedor terrible. Era como si todos los muertos del exterior se estuvieran pudriendo todavía. Cabe se cubrió la nariz a toda prisa y levantó los ojos.
Había un estanque, pero desde luego no era agua lo que lo llenaba. Era una especie de líquido salobre con un cieno verdoso por encima. Borboteaba y regurgitaba. Cabe se incorporó, la nariz tapada aún, y se volvió para marchar por donde había venido, pero descubrió que a su espalda había una pared desnuda.
Inquieto, devolvió la atención al pozo. Azran no lo habría escondido si no fuera algo importante. Recordó sus propios pensamientos sobre los tratos de su padre con los muertos. Aquella habitación, desde luego, resultaba ideal para sus propósitos.
El borboteo aumentaba poco a poco, observó, como si algo subiera a la superficie. Cabe no tenía ningún deseo de ver qué era lo que subía. Intentó volver a localizar el punto que le había permitido el acceso a aquella desdichada habitación, pero no lo encontró por ninguna parte. Estaba claro que aquélla no era la forma de salir.
El estanque empezaba a espumear ahora y Cabe se dio cuenta de que el hedor era cada vez más nauseabundo. Se sentía a punto de vomitar.
La... —Cabe se sintió incapaz de describirla— surgió de entre el cieno.
—¿A quién buscas? —inquirió con voz áspera. La voz le iba cambiando, como si más de un orador intentara tomar el mando.
Cabe intentó evitar el mirar aquella curiosa colección de miembros, ojos, bocas y apéndices indescriptibles mientras jadeaba una respuesta.
—¡A... nadie! ¡Es un... un error!
—La llamada era clara, aunque si se trataba de ti o de otro no lo es. —Había un ligerísimo matiz de perplejidad en la voz (voces) de aquello.
Varios pensamientos atravesaron la mente de Cabe, incluido, claro está, Azran, quien...
—Lo traeré.
¿Traerlo? Cabe olvidó el hedor, olvidó el aspecto horrible del otro, y gritó:
—¡No! ¡A ése no! ¡No es ése a quien quiero!
¡Azran! ¡Había estado a punto de encontrarse frente a frente con el espectro de su padre! Cabe comprendió que era necesaria una cautela extrema. Si no iba con cuidado, la próxima vez podía hacer aparecer al Dragón Pardo o... —Sofocó rápidamente este último pensamiento. ¡No quería hablar con el Dragón Pardo!
Se le ocurrió otra idea.
—¡Tráeme a Nathan Bedlam!
El guardián —era el título más razonable que Cabe podía darle— vaciló.
—Eso resulta imposible por el momento. —Permaneció en silencio durante algunos segundos, luego continuó—: Hay alguien que te oye, que desea hablar contigo.
—¡Azran no!
—No. Este se llama a sí mismo... Tyr.
¡Tyr! ¡Uno de los Amos de los Dragones! ¡Uno de los dos no-muertos que habían secuestrado a Cabe para Azran!
—¡Sí! ¡A ése es al que quiero!
El guardián se hundió despacio en el lodo. Desapareció, y con él algo de la fuerza del hedor; pero eso no significaba que Cabe no tuviera dificultades para respirar.
El estanque volvió a borbotear. Una cabeza surgió con gran lentitud del cieno, y Cabe contempló cómo una figura muy alta se alzaba por encima de la superficie. Iba cubierta con los restos de una túnica azul oscuro y, al contrario que el guardián, no mostraba ni rastro de lodo en su persona.
La piel estaba arrugada y reseca y en general el hombre tenía toda la apariencia de alguien fallecido de muerte violenta. Tyr no había sobrevivido a la Guerra del Cambio y su aspecto lo dejaba bien claro. Puede que antes se le hubiera considerado atractivo, pero eso era sólo un recuerdo ahora.
Los párpados del mago sin vida se abrieron, mostrando unas órbitas blancas y ciegas. Sin embargo, Tyr volvió la cabeza y miró directamente a Cabe. Al parecer, los muertos veían las cosas con otra clase de visión.
—Cabe... Nathan. Vinisteis tal y como esperaba. Cuando sentí vuestra presencia cerca, intenté alcanzaros, atraeros aquí. —La macabra figura cruzó los brazos—. Me alegro de verte. Me alegro de saber que Azran se ha reunido con nosotros para pagar por sus malas acciones.
Cabe se removió inquieto. No quería ni pensar en Azran. Tyr lo percibió, al parecer, y sonrió, lo cual hizo poco por tranquilizar al joven hechicero. Una parte de la mandíbula de Tyr estaba suelta.
—Cuando el portero sintió tu contacto sobre la pared, se mostró confundido. Eras demasiado parecido a Azran y, sin embargo, demasiado poco, también. Si no hubieras sido quien eres, uno que son dos, sólo te habría reconocido como un pariente o un extraño y te habría prohibido la entrada. Pero aquello que Nathan te legó te ha proporcionado la llave.
—Este lugar —consiguió farfullar por fin Cabe—, este lugar es del que os hacía salir.
—Y en el que nos obligaba a realizar nuestras fechorías. Existen castigos por violar el sueño de los muertos, pero Azran pensaba que viviría siempre. Ahora, sufrirá durante un tiempo antes de que se le conceda el descanso. Pero eso te altera. Hablemos por el contrario de por qué has venido a este lugar. El señor de los Territorios del Norte ha liberado el Vacío.
—¿El Vacío?
—No el Vacío real, pero algo que sólo se puede concebir en esos términos. El Vacío es un lugar que es la ausencia de materia. Abre un agujero en el Vacío y penetrará la materia. Ya has visto el lugar. Has visto los escombros que lo llenan.
Cabe asintió, pensando en una criatura parecida a un búho que había visto. Un mago o algo procedente de otro mundo, muerto probablemente porque había sido descuidado. También había fragmentos de otras cosas.
—Lo recuerdo.
—El Vacío no puede llenarse nunca. Todo el Reino de los Dragones no conseguiría reducir su voracidad ni una pizca. Así es, también, la voracidad que existe ahora en el interior del Dragón de Hielo.
—¿En su interior?
Tyr asintió, y un pedazo de carne se desprendió del lado derecho de su rostro para caer en el sucio líquido a sus pies con un chapoteo sordo y hundirse rápidamente bajo la superficie. Cabe palideció.
—Debe de existir un punto focal, un lugar donde el poder se congregue. Tú lo sabes. Nathan lo sabía.
Nathan había sido el punto focal para aquel conjuro. Sin embargo... Como si se adelantase a los pensamientos de Cabe, Tyr añadió:
—Pronto llegará un momento en el que el Dragón de Hielo podrá liberarse del hechizo. Entonces, lo controlará por completo y nadie conseguirá deshacerlo. Sólo mientras dependa del hechizo será vulnerable... creo. Mi mente no es lo que era. Por lo que sé, puede que ahora ya no haya forma de detenerle...; pero no, eso no puede ser así...
Tyr perdía sustancia, se deterioraba y se desvanecía a la vez. Cabe hizo intención de alargar las manos hacia él, pero se contuvo. No quería arriesgarse a caer en el pozo. No había forma de saber si podría salir de él, y aún no había llegado su hora de ir al Plano de los Muertos; al menos, esperaba que no. Además, Tyr no parecía preocupado por la pérdida de su cuerpo físico. Puede que, al estar muerto, no sintiera dolor, o quizá aquella forma era sólo la que había recreado para hablar con Cabe.
El hechicero muerto se sacudió el estupor que lo dominaba.
—Todo eso carece de importancia. El motivo por el que quería hablar contigo se refiere sólo a ti, Bedlam. —Tyr era transparente, y casi toda la carne se había desprendido ya de su cuerpo. Cabe apenas si podía apartar los ojos de la esquelética figura, pero sabía que el Amo de los Dragones no le habría buscado si no fuera importante—. No debería advertirte, pero cuando supe que estabas aquí, quizá porque esperaba que vendrías, supe que debía desafiar las reglas...
—¿Reglas? —Cabe vio que Tyr se desvanecía, para luego reaparecer, apenas como una mancha nebulosa—. Tyr, ¿qué reglas? ¿A qué te refieres?
—Ellos han hecho esto, los guardianes. De..., debiera de haberlo sabido. Querían que te hablara de otras cosas, cosas importantes, hasta que se me agotara el tiempo... Una lástima que no poseas los conocimientos sobre los muertos que tenía el maldito Azran; podría pasear por la tierra y contártelo con tranquilidad...
Tyr volvió a desvanecerse.
—¡Tyr! —Cabe miró al interior del estanque. Este burbujeaba de una forma obscena, y el olor volvió a dejarse notar con fuerza.
—¡Espera!
La fuerza misma de la voz hizo que el joven mago retrocediera hasta dar contra la pared. Con un esfuerzo evidentemente agotador para un muerto, Tyr recuperó toda su existencia corpórea. Cabe comprendió que sería algo pasajero. La tensión debía resultar tan dolorosa como cualquier cosa que pudiera sentir una criatura viva, si no peor.
—¡Al infierno con sus juegos! ¡Al infierno con sus actitudes melodramáticas! ¡Malditos sean todos esos diosecillos o los que se consideran a sí mismos dioses! ¡Bedlam! —Los ojos de Tyr llameaban en la mente de Cabe—. Tu destino está en los Territorios del Norte, pero... si vas allí, ¡con toda seguridad, morirás por fin! Yo...
Tyr desapareció; esta vez de forma definitiva, Cabe estaba seguro. El estanque borboteó, pero nada más. Ni siquiera volvió a aparecer el horrible guardián.
Iba a morir.
Iba a morir y el difunto Amo de los Dragones había intentado avisarle, intentado evitar que siguiera adelante... ¡Pero no! ¡Había dicho que el destino de Cabe estaba en los Territorios del Norte! ¿Significaba esto que fracasarían? ¡No! ¡Tyr no había dicho nada de eso!
«Voy a morir», se repitió Cabe.
«Cabe.»
Oyó su propio nombre en su mente. Lo primero que pensó fue que Tyr había encontrado la energía necesaria para conectar con él otra vez.
«Cabe.» Esta vez, una risita sorda siguió a su nombre. Entonces supo que no se trataba de Tyr. Sin saber cómo, sus manos localizaron lo que le permitiría salir de la habitación. Dio un traspiés al mismo tiempo que la risita se iniciaba de nuevo. Sólo cuando estuvo al otro lado de la pared, se selló ésta y, con esa acción, se acalló la burlona voz.
Reconocía aquella voz, y dio gracias al cielo y a la tierra por no haber tenido tiempo de pensar en su propietario. Si hubiera estado aún en aquella habitación, quizás habría muerto allí mismo, a menos que algo peor pudiera haberle ocurrido.
Cabe subió las escaleras como pudo, y fue a caer en los brazos de una Gwen sobresaltada. La joven lo abrazó con fuerza, dándose cuenta de su conmoción, pero sin comprender qué la había causado. Haiden estaba allí, pero se mantuvo al margen.
Iba a morir en los Territorios del Norte. Ése debía de ser el motivo de que la voz se hubiera reído por lo bajo. Conocía aquella voz, sabía que era de Azran.
Azran se burlaba de él.
Le había dicho, sólo con pronunciar el nombre de Cabe y con aquella risita, que le esperaba pronto junto a él.
* * *
«Por fin», pensó Toma para sí. «¡Por fin he encontrado la salida de este maldito laberinto de túneles!»
Aunque agradecía la ayuda prestada por el Rastreador, le maldecía por obligarle a arrastrarse por un laberinto de hielo durante quién sabe cuánto tiempo. Tenía las manos entumecidas; casi toda su parte frontal estaba entumecida de tanto arrastrarse sin descanso. Toma no se había atrevido a descansar. No sabía cuándo decidiría el Dragón de Hielo que era hora de ir en su busca. Incluso en aquellos mismos momentos puede que hubiera decenas de sirvientes de hielo sin vida buscándole por los alrededores de la cadena de montañas. Puede que algunos de ellos se arrastraran por el sistema de túneles como una avalancha de ratas. ¿Cómo era posible que el Dragón de Hielo no sospechara la existencia de un complejo sistema de túneles dentro de su propia fortaleza? ¿Sería simplemente una trampa? ¿Un juego para distracción del Rey Dragón?
Toma ansió el momento en que recuperara sus poderes de hechicero. Entonces, estaría preparado para luchar. Entonces, aplastaría al Dragón de Hielo para siempre.
Cerró los ojos y siseó en voz baja. Su mente estaba confusa. Primero tenía que escapar. Toda su jactancia sería en balde si perecía en los Territorios del Norte. Allí fuera hacía frío, mucho más que a su llegada; tenía algo que ver con el plan demente de su anfitrión. Al parecer habría un invierno así en todas partes. Ningún territorio quedaría a salvo.
Se estremeció, los jirones de su capa le protegían del ataque del frío con la misma efectividad que si no llevara nada, pero de todos modos siguió envolviéndose en ella por puro acto reflejo. Una parte de su mente le decía que iba perdiendo poco a poco el contacto con la realidad, pero la otra parte seguía del lado de la vida, tal y como era. Después de todo, tenía que conquistar los Territorios del Norte.
Tuvo que realizar algunas maniobras para evitar caer de cabeza desde el agujero a la nieve y el hielo del suelo. Se preguntó vagamente cómo lo harían los Rastreadores. Seguramente ayudaba el que pudieran volar; no corrían el riesgo de morir estrellados en el suelo. La cabeza por delante sería lo normal. Necesitarían salir así para utilizar las corrientes de aire y volar.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que el Dragón de Hielo fuera tras él? En aquel momento, ya no veía aquello como un juego del Rey Dragón. A Hielo no le gustaba aquel tipo de juegos.
Con un gran esfuerzo, consiguió bajar hasta un saliente situado a cierta distancia del fondo. Se sentía realmente asombrado de que sus manos tuvieran fuerza todavía. Se dio la vuelta y contempló la enorme extensión de los Territorios del Norte. Habían cambiado desde la última vez que los había visto; ya no era un terreno llano y sin vida. El hielo, la nieve, la tierra, todo estaba revuelto, como si gusanos gigantescos se hubieran abierto paso hacia la superficie tras una lluvia torrencial. Lanzó un juramento que hubiera escandalizado incluso al Dragón de Hielo. Ahora, la marcha resultaría aún peor; tendría que escalar y escalar y escalar.
La imagen de gusanos enormes excavando no estaba muy alejada de la verdad, pensó de improviso. Había visto como una de las monstruosidades de su captor se alzaba de debajo de la tierra. Esto era, simplemente, un caso más de una de aquellas cosas.
Muchas más de una.
Toma escudriñó el horizonte en todas direcciones, hasta donde le permitía su visión. Ni una sola zona de los Territorios había quedado indemne de las criaturas cavadoras, y el dragón podía contemplar kilómetros de terreno. Debía de haber miles de ellas.
Tenía que cruzar aquello solo y sin su magia.
Se estremeció. No era la primera vez que lo hacía desde su llegada allí y no, desde luego no, a causa del frío.