El Dragón Azul decidió actuar con rapidez en lo referente a la situación de los aramitas. Antes de que hubiera transcurrido mucho tiempo, la mayoría de los piratas-lobo iban ya de camino a sus navíos. Resultó una operación muy sencilla; los piratas parecían estar preparados para ponerse en movimiento enseguida y por lo tanto necesitaron poco tiempo para organizarse y partir. Encontrar a D'Shay y a su compañero resultó un poco más difícil, pero, al final, una guardia de unos ochos dragones los condujo a su barco. D'Shay no dejó de protestar durante todo el camino, afirmando que era evidente que la palabra del Dragón Azul valía menos que la arena de las playas. El Rey Dragón se enfureció cuando más tarde le transmitieron estas palabras, pero para entonces los piratas-lobo ya habían zarpado.
—Debería habéroslo entregado —le comentó al Grifo con aspereza a su regreso. La idea se le había ocurrido una y otra vez al pájaro-león, pero recordó con energía que el problema de los aramitas era una cuestión menor comparada con el que posiblemente les ocasionaría el Dragón de Hielo.
—Por muy agradable que eso pueda ser, no tengo tiempo para él... y no tenemos más tiempo para esto. Iba a sugerir que quizá deberíais utilizar ese cristal para estudiar los Territorios del Norte.
—Una tarea inútil, pájaro. Mi hermano protege sus dominios, y mi poder es insuficiente para atravesar la barrera...
El Grifo percibió la vacilación.
—¿Qué es?
El dragón cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, sonrió.
—Si estáis dispuesto a uniros a mí, nuestra energía combinada podría ser suficiente para penetrar. Sospecho que entre los dos reunimos una gran cantidad de poder.
Para el Grifo era difícil todavía aceptar cooperar con el dragón, y mucho más unirse mentalmente a él, pero se dio cuenta de la importancia de lo que el aliado temporal sugería. Si pensaban utilizar las bibliotecas, sería de gran ayuda tener alguna idea de qué era a lo que se enfrentaban. El Dragón Azul le había explicado antes que creía que los planes de Hielo tenían algo que ver con la desolación de las Tierras Yermas provocada por Nathan Bedlam, pero no tenía ninguna pista. El Dragón de Hielo siempre se había mantenido aparte, y sólo aparecía en los Consejos cuando podía sacar ventaja de ello.
—¿Qué hacemos? —Las plumas y el pelo del Grifo se erizaron ligeramente. No le apetecía nada aquello.
El Rey Dragón se había colocado ya al otro lado del cristal. La iluminación combinada del cristal y las paredes daban al dragón la apariencia de algo surgido de entre los muertos, como un espectro.
—Me doy cuenta de que esto os resulta desagradable. A mí todavía me gusta menos. Quizá si os digo que me acaban de informar que unas ventiscas terribles han azotado mi frontera norte, os sentiréis más dispuesto. Quizá si os digo también que algo sigue al frío y la nieve, algo que al parecer puede contarse por millares, veréis la necesidad de darnos aún más prisa. Hay dragones muertos, y también miembros de otras razas, incluidos los humanos por los que tanto os preocupáis.
—No pensaba echarme atrás —respondió el Grifo con frialdad—. El que me guste o no la idea no tiene nada que ver con lo que considero mi deber. Dejemos todas estas tonterías. ¿Qué queréis que haga primero?
—Colocaos frente a mí al otro lado del cristal.
El Grifo obedeció.
El Dragón Azul levantó los brazos, las manos extendidas con las palmas hacia afuera.
—Tomad mis manos y colocaos igual que yo.
Cuando ambos estuvieron en posición, el dragón cerró los ojos, y el aposento se sumió en un silencio sepulcral roto tan sólo por el sonido del agua al chocar contra la roca. El Grifo no sintió nada y se preguntó si el Dragón Azul no habría fracasado.
Entonces, una sacudida le atravesó de pies a cabeza. Todos los pelos se le pusieron de punta y cerró los ojos con fuerza en un intento de suprimir el dolor. Había oído historias de gentes atravesadas por un rayo que habían sobrevivido para contarlo, pero a las que era imposible intentar explicar qué se sentía cuando un poder tan en bruto y elemental recorría el cuerpo aunque fuera por un brevísimo instante. Ahora, el Grifo comprendía por qué.
Sintió el fluir de su propia energía a medida que le era arrebatada a través de las manos. No penetró, sin embargo, en el Rey Dragón, como había esperado, sino que, en lugar de ello, pareció acumularse, como una nube, alrededor del cristal, y se dio cuenta, a pesar de que sus ojos seguían cerrados, de que lo mismo le sucedía al dragón. Éste estaba creando un campo de poder en torno al cristal, aumentándolo hasta alcanzar el nivel que creía sería suficiente para penetrar la barrera del Dragón de Hielo.
A medida que el campo aumentaba, el Grifo empezó a sentir mucho calor. Se atrevió a abrir los ojos y de repente se encontró contemplando con temor y respeto el crepitante resplandor que rodeaba el cristal. Él dolor había desaparecido ahora, sólo quedaba una sensación de agotamiento. El pájaro-león comprendió que muy pronto lo conseguirían; ni él ni el monarca dragón podrían resistir durante mucho tiempo tal absorción de energía sin que uno de ellos perdiera el sentido.
—¡Ahora! —gritó el Rey Dragón.
El Grifo no estaba muy seguro de si su compañero le hablaba a él o no, pero dejó que mantuviera el control de la situación antes que arriesgarse a malograrlo todo.
El campo de energía empezó a encogerse; no, se corrigió el Grifo, no encogía. Más bien, penetraba en el cristal, para alimentarlo.
Levantó los ojos y vio que el Dragón Azul tenía los suyos fijos en el centro del cristal con expresión expectante. Siguió su mirada, pero no vio otra cosa en el interior de la gema que un color blanco lechoso. Dejó caer los hombros ligeramente. Habían fracasado.
—¡No os rindáis!
En el mismo instante en que el Rey Dragón le gritaba estas palabras, el Grifo observó que la sustancia blanquecina se disipaba hasta que otra cosa quedó vagamente distinguible. No consiguieron reconocer su forma, pero si se tenía en cuenta lo pobre de la imagen, eso no significaba mucho.
El Dragón Azul aumentó su concentración, siseando en respuesta al desafío que se le presentaba. Aquello era lo mejor que había conseguido hasta entonces; se negaba a darse por vencido ahora. Tenía que saberlo, aunque sólo fuera para su propia satisfacción.
A pesar de eso, el Grifo percibió que el dragón vacilaba ligeramente. La tensión era mayor en el reptil, ya que él era a la vez origen y foco del conjuro. El pájaro-león apretó el pico con fuerza y, de forma consciente, añadió aún más energía al torrente de poder.
Los ojos del monarca draconiano resplandecieron cuando se dio cuenta de lo que hacía su aliado. Con gran habilidad, manipuló el poder, y utilizó el nuevo flujo para atravesar el hechizo de su hermano de raza de la misma forma que un cuchillo corta un pedazo de pan.
El velo se partió en dos. Desapareció en un instante, para revelar... ¡una cosa de tamaño monstruoso con zarpas tan grandes como cualquiera de ellos! El Dragón Azul perdió el control por un breve espacio de tiempo y la imagen empezó a desvanecerse. Con un siseo, el dragón hizo retroceder la neblina que volvía a concentrarse y reforzó la conexión.
Se dieron cuenta de que hacía frío, un frío terrible. El frío parecía formar parte también de la criatura y avanzar en paralelo con ella. A medida que aquello avanzaba por el terreno, los escasos árboles quedaban cubiertos de escarcha primero, para volverse quebradizos después al intensificarse el frío. La cosa arrancó cuatro o cinco de un zarpazo y ambos espectadores se estremecieron al ver cómo los árboles se secaban para luego solidificarse. La abominación los arrojó a un lado, cuerpos duros como el hielo. Tras ella, observaron con horror, quedaba un rastro de muerte. Todo lo que había vivido allí antes estaba ahora como los árboles, tanto si pertenecía al mundo vegetal o al animal.
En cuanto la primera cosa se alejó, otra apareció detrás y un poco más a la derecha de aquélla. Era mayor que la primera y no menos ávida, y, por mucho que lo intentó, el Grifo no pudo distinguir ninguna boca en la cosa, y por ojos parecía tener dos pequeños puntos negros, quizá, pero nada más. Aquello no era un ser de la naturaleza. Aquello era una creación del Dragón de Hielo. La muerte viviente. Monstruos que absorbían toda la vida de lo que tocaban. El Grifo recordó lo poco que sabía sobre la devastación de las Tierras Yermas; algo en relación a ello le resultaba siniestramente familiar, pero no podía decir qué.
—¡Cubren todo el terreno! —susurró el Rey Dragón lleno de horror.
Estaba en lo cierto, y el Grifo sintió que todo él se erizaba. Estaban por todas partes aquellas criaturas, y si los accidentes geográficos que las rodeaban servían de indicación, habían penetrado ya en la zona norte del reino del Dragón Azul y seguían hacia el sur.
Descendían en dirección al resto de los territorios del Reino de los Dragones.
Después de aquello le costó concentrarse y sintió que el dragón también flaqueaba. Si la tensión empezaba a hacer mella en él, ¿cómo se sentiría el Rey Dragón? Vio que la imagen se desvanecía, para ser reemplazada otra vez por la neblina blancuzca. Habían perdido la imagen por completo.
El Dragón Azul soltó sus manos jadeante y ambos se derrumbaron sobre el suelo.
—Mis... mis disculpas, Lord Grifo. Me temo que mi concentración ha flaqueado demasiado.
El dragón jadeaba intentando recuperar el aliento. El Grifo no se encontraba en mejor situación.
—Es... comprensible... majestad.
Ambos permanecieron donde estaban, tendidos junto a lados opuestos del cristal, que había recuperado el mismo resplandor apagado que había tenido antes. Ninguno quería hablar del espanto que acababan de observar, como si eso fuera a hacerlos desaparecer.
—Parece que hemos llegado demasiado tarde. Esas cosas ya han cruzado las fronteras de los Territorios del Norte. No tardarán en llegar a las Montañas Tyber. Si algunas viran hacia el este, penetrarán en las regiones centrales de mis dominios en tres o cuatro días y se encontrarán allí con las otras. Debo preparar mis defensas. —El Dragón Azul se puso en pie con dificultad.
El Grifo le imitó.
—¿Qué podéis hacer? ¿Qué clase de defensa podéis preparar?
—Poseo legiones...
—Habéis percibido esa voracidad —le interrumpió el pájaro-león sacudiendo la cabeza—. Sabéis lo que están haciendo esas cosas. Vuestras legiones no harían más que aguzar su apetito.
—¡Puedo utilizar conjuros!
—¿Cuánto tiempo antes de que quedaseis agotado? Fluyen como un río, mi señor dragón. Deben de ser millares. El Dragón de Hielo ha tenido tiempo de prepararse... ¿o no lo consideráis capaz de planear por adelantado?
El Dragón Azul vaciló, luego asintió despacio.
—Es como decís. Hielo es un ser tortuoso. Debe de estar preparado para las medidas que podamos utilizar. Las bibliotecas siguen siendo nuestra mejor esperanza. Prepararé un agujero dimensional.
—Eso podría ser peligroso.
Un agujero dimensional. Algunos lo denominaban un túnel a través del Vacío. Un agujero dimensional era un pasadizo en el espacio, que se podía utilizar para teletransportar grandes objetos de un lugar a otro en cuestión de minutos, sin que importara la distancia entre ambos puntos en el mundo real. El Grifo recordó los senderos nebulosos y se preguntó si no existiría algún tipo de relación entre ambas cosas.
—Azran sabía cómo controlarlos y algunos de sus secretos son míos ahora. —Al observar la expresión del rostro de su socio, el dragón explicó—: ¿Creíais que dejaría en paz el tesoro de conocimientos que era su ciudadela? Fue abandonada, Grifo, por aquellos que, por derecho, podían haberla reclamado. —Era evidente que el Rey Dragón sabía que su invitado era responsable del golpe que había acabado con Azran, aunque hubiera sido Cabe quien había tomado parte en casi todo el combate.
—¿Realmente podéis crear un agujero dimensional estable?
—Es más fácil de lo que creéis. A través de él, podemos ir y venir de vuestros dominios a los míos.
—¿Podemos estar seguros de que nadie entrará sin que lo sepamos? —No expresó en palabras su idea de que un túnel hasta su palacio resultaría una forma perfecta para que el Dragón Azul invadiera Penacles. Meneó la cabeza; costaba deshacerse de las viejas suspicacias.
—Yo puedo ocuparme de mi lado. Vos tendréis que ocuparos del lugar donde salgamos. —El Rey Dragón sonrió, mostrando todos sus dientes—. ¿No confiáis en mí?
—Apenas.
—Dadme tiempo para descansar... y decidid dónde queréis que esté la salida. Sed tan preciso como sea posible, porque sacaré la imagen de vuestra mente.
El Grifo asintió. El Dragón Azul le dedicó una inclinación de cabeza y salió, dejándolo solo otra vez. Le fastidiaba verse obligado a esperar; sus instintos eran los de un cazador y la inactividad no hacía más que aumentar sus frustraciones. No estaba seguro de que las bibliotecas mágicas de Penacles, que cuando revelaban respuestas tendían a ser oscuras en el mejor de los casos, fueran de alguna ayuda, ni tampoco se sentía muy seguro al trabajar junto a un enemigo como aquél.
Pero no podía hacer nada más; hasta que no regresaran a Penacles, todo estaba en cierta forma en manos del Dragón Azul. Se acomodó para descansar, seguro de que le aguardaba una espera larga y aburrida, y se quedó dormido a los pocos minutos. El conjuro le había agotado más de lo que había imaginado.
El sonido de pisadas despertó al Grifo. No tenía forma de saber cuánto tiempo había dormido exactamente, excepto que el nivel del agua en el fondo de la cámara había descendido ligeramente. ¿Mareas en una caverna subterránea? Pero puesto que no sabía nada sobre el mar —ni tenía demasiadas ganas de saberlo—, dejó de lado el pensamiento. Después de todo, había cosas más importantes que solucionar.
Se puso en pie en el mismo instante en que entraba el Dragón Azul acompañado de otros dos dragones, tal vez los guardias con los que se había enfrentado el Grifo horas antes. Siempre le resultaba difícil distinguir un dragón de otro.
—¿Os habéis mantenido ocupado, pájaro-león? —El tono de voz del Rey Dragón indicó al Grifo que sabía exactamente lo que había estado haciendo.
—¿Qué hora es? Estos aposentos subterráneos me hacen perder la noción del tiempo. Tengo ganas de volver a ver el paisaje de Penacles.
—¿Carbonizada como está?
El monarca dejó escapar una risita afectada. A pesar de que la mayoría de los territorios controlados por el Grifo seguían igual que siempre, el terreno al este de su ciudad padecía todavía los efectos del asedio del Dragón Negro. Aquélla no era en absoluto la única zona, pero sí era, sin duda alguna, la peor. Tardaría muchos años en recobrarse.
Las garras del Grifo se extendieron sin querer.
—¡No pongáis a prueba demasiado a menudo los límites de nuestra tregua, reptil! ¡Descubriréis que mis garras son tan afiladas como las vuestras!
—¡Calmaos, mi señor, calmaos! ¡Era tan sólo un toque de humor para aliviar estas horas sombrías! —El Dragón Azul adoptó un tono más serio—. Sombrías, desde luego. Mientras nosotros... yo... dormía, las criaturas de mi hermano han decidido separarse en dos grupos; cada uno ha tomado un lado de las Montañas Tyber, y de este modo, irónicamente, han concedido a Talak un breve indulto.
—Pueden cavar. ¿Por qué rodear las montañas?
—¡Pensad, Lord Grifo! Existe muy poco en las Montañas Tyber que puedan desear. ¡En el tiempo que tardarían en encontrar algo que las satisfaciera (si es que algo puede satisfacerlas) habrían podido llegar más allá de las Llanuras Infernales por el este y las tierras de los enanos de las colinas por el oeste! Irillian ya sería suya.
El Grifo retrajo las uñas.
—Para ser unas criaturas tan brutales resultan extraordinariamente competentes. Estoy seguro de que por sí solas no pueden razonar tan bien.
—No pueden, estoy seguro. Lo que quiere decir que mi hermano Hielo las controla por completo. Se mueven como lo haría su mano diestra y su mano siniestra. Me pregunto si poseen algún tipo de voluntad propia.
—Alimentando una voracidad...
El Rey Dragón le miró con fijeza.
—¿Se os ha ocurrido algo?
—Sólo algo que debería haber sido evidente para nosotros. Hemos sentido esa voracidad, esa fuerza motriz que mantiene esas cosas en movimiento. Aunque son enormes, en estos momentos su voracidad debería estar saciada. Ninguna criatura come tanto. No resulta eficiente. ¿Por qué se interesaría el Dragón de Hielo por una criatura así? Sin duda podría inventar algo que redundara más en su beneficio. ¡La clave es esa voracidad incesante!
—¿Sugerís que el señor de los Territorios del Norte se alimenta de esas abominaciones? —se le escapó al dragón situado a la derecha del monarca. Era la primera vez que uno de los dos hablaba, y el Grifo se dio cuenta de que no eran simples guardias, sino que eran duques del Dragón Azul. Lo más probable es que se tratase incluso de crías suyas.
—Eso es lo que sugiere, Zzzeras, y es una sugerencia que hay que tomar muy en cuenta, ¿comprendes? —le espetó el Rey Dragón. El duque asintió rápidamente y permaneció en silencio, aunque su actitud era la de una criatura enfurruñada.
—¿Con qué propósito, Grifo?
—Yo diría que para mantener el hechizo en funcionamiento, aunque podría equivocarme.
—Sea cual sea el caso —siseó el Dragón Azul—, lo sensato es que nos pongamos en marcha enseguida.
Chasqueó los dedos y los otros dos dragones retrocedieron. Zzzeras pareció vacilar por un instante, pero luego se lo pensó mejor. El Rey Dragón alzó las manos y empezó a trazar un complicado dibujo, mientras el Grifo lo contemplaba fascinado; el erudito que habitaba en su interior se hacía con el control una vez más.
Cuando el dragón hubo finalizado su dibujo, apareció algo que sólo podría describirse como un desgarrón en la realidad. El Dragón Azul asintió satisfecho y empezó a trazar un segundo dibujo. Mientras lo hacía, el desgarrón creció, volviéndose circular al mismo tiempo, hasta ser más alto y ancho que un hombre, o que un guerrero dragón, en este caso.
El monarca se volvió hacia su aliado.
—Espero que no os impone, pero hice que Zzzeras extrajera de vuestra mente, mientras dormíais, el recuerdo de vuestros aposentos privados. Os aseguro que no buscó nada más. Sabe muy bien que no debe desobedecer, y necesito vuestra confianza. Es posible comprobar lo que he dicho.
El Grifo no contestó, ya que no estaba muy seguro de poder hacerlo con educación. Estaba cansado de que se lo utilizara, cansado de que se invadiera su mente. Si no fuera por la locura que intentaba perpetrar el Dragón de Hielo...
—Sigamos con esto —dijo por fin.
—Kylin. —Al oír la llamada del Rey Dragón, el otro dragón dio un paso al frente—. Esta puerta ha de permanecer abierta tanto tiempo como sea necesario. Mientras yo no esté, espero que te ocuparás de que todo siga funcionando sin problemas, ¿eh?
—Señor.
—Zzzeras, tú nos ayudarás. Necesitaremos el cristal y esos objetos de allí. —El Dragón Azul indicó varios artículos que había reunido en algún momento anterior a la llegada del Grifo, lo cual demostraba la seguridad con que había planeado su línea de acción.
—Haré que uno de los servidores lo lleve al otro lado.
—No, quiero que lo hagas tú. Cuantos menos sepan lo que hacemos, menos podrán interferir. De todas formas, quizá sea mejor que yo lleve esto. —Sacó el cristal de su base—. Lord Grifo, debo pediros que vayáis delante. Si hubiera alguien cerca de vuestros aposentos o en el interior de ellos... o si mi planificación no es correcta y aparecemos en cualquier lugar de la ciudad, no les gustará demasiado la intrusión de un dragón.
—Como deseéis.
—Kylin, puedes retirarte. Zzzeras, síguenos.
El Dragón Azul extendió el brazo hacia una estantería y tomó un pequeño estuche, que entregó al Grifo con la advertencia de tratarlo con cuidado. No se molestó en explicar por qué, pero el pájaro-león aceptó su palabra.
Zzzeras estaba ya listo, los dedos tamborileando sobre el lugar donde antes había estado el cristal. Parecía muy impaciente y el Grifo puso en duda que le gustase hacer de criado. Como muchos dragones, era arrogante y egocéntrico. Se preguntó si Zzzeras habría nacido con las señales apropiadas en el huevo. Esperaba que no. Resultaría un Rey Dragón peligroso e impaciente.
—¿Lord Grifo? —El señor de Irillian aguardaba junto al agujero dimensional, el cristal reposando en su brazo derecho.
Pensando de nuevo en los senderos nebulosos utilizados por el Draka, el Grifo avanzó. Al pasar a través del agujero dimensional sintió un ligero tirón.
El mundo se disipó para ser reemplazado por una enorme extensión de nada. Un enorme vacío blanco. Justo bajo sus pies, vio algo que parecía un sendero; sólo que tampoco había nada debajo de aquello. Su melena se erizó. A su espalda, oyó cómo entraba el Dragón Azul y entonces...
... El sendero se desvaneció a sus pies y se encontró flotando sin tener ningún sitio al que ir.