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Al Grifo se le habían hecho promesas, pero hasta ahora todo lo que había recibido era comida, vino e innumerables miradas furiosas de los dragones que servían al Dragón Azul. Ni siquiera se encontraba en las cavernas principales; el barquero le había depositado en lo que sólo podía definirse como zona de espera. «¿Esperar qué?», se preguntó inútilmente. Abandonado a sus meditaciones, volvió su atención a otros temas. El Draka podía haber mentido o quizá le habían mentido a él. Quizás el anfibio había creído de buena fe que servía a sus amos o quizá su auténtico amo era un Rey Dragón. Era una especulación sin sentido, pero no dejaba de dar vueltas en la mente del pájaro-león. Aquel ser parecía creer lo que decía.

El Dragón de las Tormentas, por otra parte, tenía algo que ver. Eso, al menos, el Grifo lo sabía. El otro dragón había jugado con él, le había revelado que podría haber capturado al Grifo en cualquier momento, pero que, sin embargo, le había permitido pasar. No obstante, el pajaro-león dudaba de que los dos dragones trabajaran tan unidos. Ninguno de los Reyes Dragón confiaba en los otros realmente, o de lo contrario algunos habrían contestado a la llamada del Dragón de Plata para que se unieran. Además, el Dragón de las Tormentas siempre había sido de los más independientes.

Lo que le rodeaba era extravagante, incluso algo estrafalario. Una caverna decorada con objetos recogidos del mar, a juzgar por su aspecto. Tesoros que de otra forma habrían desaparecido de la vista de todos, estatuas antiguas, magníficas formaciones de coral, incluso tapices de una calidad tan soberbia que el pájaro-león casi tenía la impresión de que las figuras que aparecían en ellos estaban a punto de saltar sobre él. También se le habían facilitado sillones y almohadones, para que estuviera cómodo.

Casi había amanecido cuando el bote alcanzó las formaciones rocosas que constituían la parte de las cavernas situada sobre el nivel del agua. El Grifo había esperado que el barquero le desembarcara en alguno de los pedregosos bajíos, pero, al rodear las cuevas, vio que existía una minúscula playa a un lado, con una cueva que no era producto de la naturaleza, a unos diez metros playa adentro. El barquero llevó el bote hasta la orilla, mostrando de nuevo una fuerza extraordinaria, pero ni un ápice de su figura.

En ese punto, dos dragones habían conducido al Grifo al interior del lugar. Eran de aspecto más liso y brillante que sus primos y posiblemente más altos, con un matiz azulado en el color de la piel. Se atenderían sus necesidades, le había dicho por último uno de ellos con un leve tono desdeñoso, mientras esperara ser llamado a presencia del monarca. De momento, llevaba ya esperando casi todo el día.

Oyó acercarse a alguien, pero, después de tanto tiempo, no tenía intención de incorporarse, a menos que fuera necesario. Ya había sufrido demasiadas decepciones.

Eran cuatro guerreros dragones. El que tenía más cerca llevaba una afilada lanza de púas que apuntaba directamente al Grifo.

Vendrás con nosotros.

Supongo que vuestro señor desea verme por fin.

Ha encontrado tiempo para ti, sssí. Por favor, ponte en pie de modo que podamosss asegurarnos de tu buena voluntad.

Ya le habían registrado antes, pero cedió para ahorrar tiempo, que sabía se estaba acabando. Le habían despojado de sus armas y de las pocas provisiones que le quedaban; habían examinado, pero no le habían quitado, las cadenas que colgaban alrededor de su cuello, pensando quizá que se trataba de ornamentos religiosos o de signos de vanidad. El pájaro-león se abstuvo de mostrar satisfacción alguna, puesto que le habían dejado su arma más poderosa en caso de tener que luchar. Ni siquiera la magia del Dragón Azul era suficiente para contener el poder de aquellos amuletos. Uno de los amuletos había desbaratado el primer ataque importante lanzado por los dragones durante el breve asedio de Penacles.

Una vez los guardias estuvieron seguros que no había conseguido ocultar ninguna arma en el primer registro, le condujeron más al interior de las cavernas hasta una escalera que descendía en espiral, terminando en algún lugar de las negras profundidades de la tierra. El panorama le recordó de forma inquietante los senderos nebulosos desvelados por el Draka. El Grifo miró a los dragones expectante. Uno de ellos sacó una antorcha apagada y se la ofreció. Intentó hacerla llamear, pero no lo consiguió. Tal y como sospechaba, sus poderes estaban siendo anulados. El Rey Dragón no quería correr riesgos. Acabada la lección, uno de los guardias tomó la antorcha y la encendió con un curioso aparato de chispa. Lo que el Dragón Azul utilizara para suprimir los poderes del pájaro-león, era evidente que afectaba a toda una zona en general y no sólo a él.

Le devolvieron la antorcha, colocándosela casi bajo el pico, y su luz resaltó aún más la palidez azulada de los dragones, así como el hecho de que su armadura fuese más lisa, menos escamosa que la de sus primos terrestres. Aparte esto, eran parecidos a cualquier otro dragón.

Abajo. Hasta el final.

Quedó sorprendido.

¿Solo?

Uno de los dragones le dirigió una sonrisa perversa, pero el Grifo, que se había enfrentado a Reyes Dragón, no se sintió impresionado. Al igual que muchos dragones, aquél tenía dientes afilados, pero más humanos que de depredador. Su lengua, que se agitó sólo una vez, apenas si era bífida.

Al parecer, el estudioso que había en su interior lo controlaba todo demasiado, ya que el guardia de la lanza le golpeó en el costado con el extremo romo.

¡Asustado o no, bajarás aunque tenga que arrojarte escaleras abajo!

El Grifo les dirigió una mirada furiosa y empezó a descender, mientras su mente de estudioso tomaba una última nota con respecto a su bien educada forma de lenguaje. En Irillian existía más interacción entre dragones y humanos que en la mayoría de las otras zonas del Reino de los Dragones, y por eso los dragones siseaban muy poco o nada al hablar, excepto cuando estaban terriblemente excitados.

Bajó y bajó y la escalera continuaba su descenso en espiral sin que pareciera tener un final. Se preguntó, con cierta ironía, si aquello no sería alguna prueba de resistencia mental por parte de su anfitrión, una prueba para comprobar si al Grifo, o a cualquier otro visitante, se le podía agotar de antemano. Sin duda, un enemigo cansado era preferible a uno preparado para enfrentarse a cualquier truco.

Ante su sorpresa, el final de la escalera se materializó unos minutos más tarde. El Grifo se negó a dedicar al Dragón Azul un suspiro de alivio, aunque sabía que éste probablemente podría percibir su estado emocional mediante lo que hubiera utilizado con él.

Alto.

Otros dos dragones, copias de los dos anteriores, le cortaron el paso con lanzas idénticas a la que había sostenido el dragón de arriba. El Grifo se detuvo, antorcha en mano, y aguardó.

Dejadle entrar. Era una voz resonante, y parecía como si el que hablara no hubiera terminado de tragar una larga bocanada de agua.

Los guardias apartaron las lanzas, y uno de ellos extendió la mano libre para tomar la antorcha del Grifo. No sería necesaria allí, ya que algo brillaba en las paredes. El Grifo entregó la antorcha y avanzó para ir al encuentro del Dragón Azul.

Había quien pensaba que el señor de Irillian podría ser el fundamento del llamado Dragón de los Abismos, lo más parecido a un dios para los dragones. Desde luego, eso era una tontería; los otros Reyes Dragón no habrían adorado de ninguna manera a uno de los suyos, y la leyenda del Dragón de los Abismos, que algunos decían que era el progenitor de todos los dragones, sería mucho más antigua que los Reyes Dragón. Por mucho que se empeñaran en negarlo, los monarcas dragones no dejaban de ser mortales.

Bienvenido, Lord Grifo. Gracias por venir tan... gustosamente rugió el enorme dragón cortésmente.

El tono educado fue lo que más preocupó al pájaro-león. No había ninguna razón para que el Rey Dragón se mostrara tan atento con él.

Saludos, señor del Reino Marítimo de Irillian y de sus territorios circundantes. Me gustaría comentar con vos mi tan excepcional disposición a venir en algún momento de nuestra conversación... es decir, una vez hayamos terminado con las cuestiones que deseabais discutir.

El Dragón Azul le sonrió mostrando todos los dientes. No era tan malo como encontrarse frente al Dragón Negro, pero tampoco mucho mejor. Le sorprendía el aspecto tan parecido al de una serpiente del Rey Dragón, pero no demasiado. Tenía sentido, si se consideraba la naturaleza de sus dominios.

El aramita llamado D'Shay lamentará no haberos podido ver añadió el monarca.

¿Dónde está?

El Grifo esperaba ver surgir al aristocrático pirata de entre las sombras en cualquier momento, pero lo único que vio fue al dragón y las refulgentes paredes. Paredes que habían sido talladas por alguien.

En alguna parte del territorio de Irillian, imagino, buscándoos desesperadamente al tiempo que intenta pensar en alguna excusa para mataros sin dejar por ello de cumplir con mis exigencias, que eran manteneros con vida por el momento.

El Grifo estaba perplejo, pero respondió sin perder la calma.

Imagino entonces que debo estaros agradecido.

Sssí... El Dragón Azul volvió momentáneamente a una forma más dragoniana de hablar. ¡Papanatasss! Ese D'Shay se considera muy importante.

Hay muchos así.

El dragón le miró con fijeza, considerando si debía o no sentirse insultado. Al final, decidió ignorar el comentario.

Vuestros pasados se han entremezclado en más de una ocasión, tengo entendido. Podría decir más, pero entonces perdería una de mis bazas para la negociación. El Dragón Azul cerró los ojos y pareció concentrarse.

¿Bazas para la negociación? inquirió por fin el Grifo, a fin de llenar el silencio. ¿Negociar para qué?

Los ojos se abrieron y parecían carecer de color propio, ya que hacían juego perfectamente con el resplandor azul verdoso de las paredes.

En primer lugar demostraré mi honradez explicando qué os ha traído aquí. Por favor, tomad asiento. El leviatán indicó con la cabeza un sillón que no estaba allí un momento antes.

Prefiero permanecer de pie, de momento repuso el Grifo, sacudiendo la cabeza.

El cazador al acecho. Excelente. Tendréis que ser muy agudo.

Me explicabais...

Lo he planeado durante semanas. La repentina llegada de los aramitas secundó mi plan; éstos ya no se sentían seguros con su trato con mi hermano el Dragón Negro. Como vos muy bien sabéis, mi hermano no está en una posición muy estable en estos momentos.

El pájaro-león realizó una leve inclinación de cabeza. Los problemas del Dragón Negro se derivaban en parte de una herida en la garganta que el Grifo en persona le había infligido con una de las diabólicas espadas de Azran.

Para continuar... el Dragón Azul extendió las alas, que parecían más apropiadas para nadar con rapidez en el agua que para volar, detecté algo raro en los Territorios del Norte. Mi hermano Hielo se niega a establecer contacto, y todos los espías, incluido un arrogante pirata enviado por D'Shay para negociar, han desaparecido. Sé un poco más de lo que sospechan los aramitas y sé que cualesquiera que sean los planes de Hielo, significarán la muerte para todos nosotros.

El dragón calló, como si esperara una respuesta por parte del Grifo, quien finalmente se encogió de hombros y dijo:

Decís que nos enfrentamos a una amenaza proveniente del señor de los Territorios del Norte. Nada más. Sospecho que estáis en lo cierto con vuestra suposición, pero necesitaría algunos antecedentes más si es que deseáis mi ayuda, que es lo que supongo.

Suponéis correctamente. Sé algunas cosas y lo poco que sé me atemoriza. Mis poderes son grandes y tengo la ayuda de algunos artilugios dejados por los Rastreadores y, antes de ellos, por los Quel: un hechizo que cubre mis dominios como un manto, y un cristal que me permite ver todo aquello que haya alterado el hechizo y que también puede proyectarse y llegar hasta las mentes de otros. En este último caso, el cristal tanto puede sacar información del sujeto como dar más fuerza a cualquier emoción que yo escoja; en vuestro caso, el deseo de capturar a D'Shay y averiguar lo que realmente sabe de vuestro pasado. Resultó agotador y no puedo hacerlo durante mucho tiempo, en especial cuando se trata de una mente tan resistente como la vuestra. De todos modos, una vez que os pusisteis en marcha, disteis parcialmente por sentado que estabais en vuestro sano juicio y eso facilitó mi tarea.

¿Y el Draka?

El Dragón Azul hizo una mueca; un espectáculo un tanto desagradable, ya que parecía como si acabara de comerse algo o alguien que no le hubiera sentado bien.

El Draka creía obedecer a sus amos; y a lo mejor lo hacía, puesto que en un momento dado sentí el contacto de la mente de un Rastreador, que se retiró casi de inmediato con una sensación de complacencia. ¿Quién sabe? Puede que también se me esté manipulando a mí. La criatura me resultó útil al descubrir que tenía una forma de penetrar aquí sin que lo supieran los piratas-lobo. Dime... ¿Cómo son los senderos nebulosos?

Dejando la pregunta de lado, el Grifo inquirió:

¿Qué hay de D'Shay? ¿Con qué propósito se le ha incluido?

Eso debería resultar evidente. D'Shay era el cebo. Vos no habríais venido aquí, eso está claro, si él hubiera estado en Lochivar, y es casi seguro que tampoco habríais venido si os lo hubiera pedido. Al mismo tiempo, su presencia me proporcionaba una baza para utilizar contra mis hermanos, Negro y Tormentas. Tormentas quería vuestra cabeza, pero no si eso significaba permitir a los piratas que establecieran una base permanente, cosa que yo jamás habría consentido de todos modos, aunque él no tenía por qué saberlo. Negro necesita a los prisioneros de los aramitas para sus ejércitos, y si yo los dejo atracar aquí, los piratas ya no se molestarán en tener tratos con él nunca más. A cambio de mi promesa de echarlos, Negro se comprometió a no deteneros ni a intentar un estúpido asalto de Penacles, que podría haber funcionado, para perjuicio nuestro.

El Grifo asintió; empezaba a formarse una conclusión en su mente.

Parece, pues, como si en realidad fueran las bibliotecas lo que queréis.

Espero que no os sentiréis ofendido. El Rey Dragón dedicó a su invitado una breve sonrisa dentuda. En realidad, sí. Las bibliotecas son los ingenios más antiguos del Reino de los Dragones. Son anteriores a los Rastreadores y a los Quel y a otras dos razas que yo conozco. A menudo sospecho que cuando llegue el día final, lo único que quedará serán las bibliotecas.

Así pues, es una tregua lo que deseáis.

Sssí, una tregua. Temporal, de momento.

El Grifo ladeó la cabeza y miró al dragón fijamente.

Si hubierais ofrecido cualquier cosa más no lo hubiera ni siquiera considerado.

Todavía puedo entregaros a D'Shay, si queréis. No me sirve de nada y no tengo el menor deseo de ver una oleada de yelmos de lobo desfilando por mi territorio.

Ahora estáis poniendo a prueba mi credibilidad.

Aquello se había convertido en un intercambio entre dos jefes de estado en lugar de entre dos enemigos mortales. El Grifo sentía un gran respeto por las capacidades del Dragón Azul, incluida su forma de gobernar, ya que las gentes de Irillian probablemente estaban tan satisfechas con el gobierno del dragón como las que vivían en los dominios del Dragón Verde o del Grifo. Desde luego, habría resultado difícil convencerlas en aquel momento de que las beneficiaría derrocar al dragón, en especial porque su ciudad se convertiría en un campo de batalla.

Dejadme ofrecer esto, entonces repuso el señor de Irillian. Expulsaré a los piratas de mis dominios. Si los perseguís, es cosa vuestra.

El pájaro-león sabía que lo cumpliría. Nadie, a excepción del Dragón Negro, sentía el menor interés por aquellos extranjeros, y al Dragón Negro sólo le interesaba abastecer sus ejércitos de fanáticos semizombies, esclavos de las Brumas Grises.

Mis habilidades están a vuestras órdenes, Lord Grifo. No sé qué planea Hielo, pero mi lealtad es ante todo para con mis dominios, a pesar de lo que hayáis oído.

El Grifo lo meditó. La verdad era que las bibliotecas podían ser de ayuda y, si era cierto lo que decía el Dragón Azul, el tiempo era esencial. Este último pensamiento vino acompañado de una idea perturbadora. Sus ojos se entrecerraron cuando los levantó hacia el leviatán.

¿Cómo sabré que no estáis intentando influir en mí ahora?

El dragón rió de buena gana.

Sois tan desconfiado como dicen... lo cual explica probablemente por qué todavía gobernáis. Aguardad.

El dragón se alzó casi en todo su tamaño y se dirigió al centro del aposento, cosa que obligó a su invitado a retroceder un buen trecho. El monarca cerró los ojos.

La sala se tornó terriblemente caliente. Los ojos del Grifo estuvieron a punto de salirse de sus órbitas al ver que el Rey Dragón se derretía literalmente ante él... sin embargo, la carne que fluía de aquél parecía quedar reducida a nada antes de tocar el suelo. Las enormes alas se doblaron, luego se arrugaron, para encogerse hasta desaparecer por completo. La cola se introdujo en el interior del cuerpo del dragón y las patas y garras delanteras se enderezaron y encogieron, mientras que las zarpas se convertían en manos de uñas afiladas. El pecho se hundió, luego se readaptó hasta adquirir el aspecto de un torso humano cubierto por una armadura.

Lo más perturbador fue el rostro. El cuello se encogió hasta desaparecer al tiempo que las facciones del Dragón Azul se deslizaban hacia arriba, dejando en su lugar una depresión hueca que poco a poco se transformó en un yelmo que ocultaba el rostro. Aparecieron dos ojos refulgentes y se formó una boca humanoide, en la que podían verse unos dientes afilados. El rostro del dragón, reducido a menos de una décima parte de su tamaño, continuó deslizándose hacia arriba hasta llegar casi a la parte superior del seudo yelmo. En un instante, la piel de la figura se ajustó, y se convirtió en lo que a todas luces era una elegante armadura de escamas.

El ahora humanoide Rey Dragón estudió a su aliado temporal con cierta curiosidad.

¿Nunca nos habíais visto cambiar de aspecto?

No desde tan cerca. No con tanto detalle. La batalla no deja tiempo para el estudio.

Cuan cierto y cuan triste. No había burla en el tono del dragón. Si ahora me queréis seguir, os daré la prueba de vuestro libre albedrío en esta cuestión.

El Dragón Azul le condujo detrás del lugar que había ocupado bajo su aspecto de dragón. Allí había un pasadizo que el Grifo no había podido ver antes. Al igual que el aposento que acababan de abandonar, también aquellas paredes refulgían, lo cual confería a ambos una palidez más bien enfermiza, según pudo observar el Grifo.

¿Qué hace que las paredes desprendan esta luz?

El dragón se detuvo, acercó una mano, y frotó un dedo contra la pared. Un poco del resplandor pasó a su dedo. Se lo mostró a su invitado.

Un musgo marino, de las profundidades abismales. La luz forma parte de su proceso vital, aunque no puedo decir con exactitud para qué sirve. Todo lo que sé es que si el fulgor se apaga, el musgo ha muerto. He utilizado mi poder para adaptarlo aquí, y en tanto sirva a mis propósitos, ya me doy por satisfecho. Esto... levantó el dedo cubierto de musgo... es tan sólo el menos importante de los tesoros del mar. Créeme, la belleza de la tierra no es nada comparada con la belleza que existe bajo las olas.

Dicho esto, el dragón se quitó suavemente el musgo del dedo y siguió adelante. Le daba la espalda al Grifo, como si le ofreciera esta confianza como prueba de sus buenas intenciones, pero el pájaro-león recordó que incluso si tenía éxito en matar al Rey Dragón, no saldría fácilmente de allí y además tendría que nadar hasta la orilla, cosa que no le atraía en absoluto. De momento, confiaba en él.

Penetraron en una segunda cámara, mayor que la primera, y el Grifo escuchó el sonido del agua al estrellarse contra las rocas. El motivo quedó claro de inmediato, ya que, al parecer, el extremo opuesto de la cámara formaba parte del mismo mar. El aposento era, en realidad, una gruta subterránea.

Las paredes estaban cubiertas de libros, artilugios y material de todo tipo. Desde allí el Dragón Azul controlaba, en realidad, sus dominios. Era allí donde realizaba sus conjuros y vigilaba Irillian.

Un cristal muy grande colocado en el centro de un trípode de madera llamó su atención y fue donde le condujo el dragón. El cristal pareció brillar con más intensidad a medida que se acercaban.

Lo que yo llamo mi hogar es todo lo que queda de la Vieja Irillian.

¿Vieja Irillian? Por lo que sabía el Grifo, Irillian era una de las ciudades más antiguas del Reino de los Dragones. No sabía nada de una antecesora.

Antes de los Rastreadores, antes de los Quel, esta ciudad era la más bella de toda la tierra. Pero fue víctima de un temblor de proporciones monstruosas, tan terrible que zonas enormes de la ciudad se hundieron casi intactas. Los habitantes eran muy parecidos a los Draka; algunos sobrevivieron y utilizaron la zona, pero, de todos modos, eran eminentemente criaturas terrestres, así que empezaron a trabajar en la Irillian actual. Después de haber desaparecido, llegaron los Quel e ignoraron la ciudad. Utilizaron estas cuevas, excavaron muchos de los túneles. Tras ellos, vinieron los Rastreadores. La mayoría de estos aparatos son de ellos, y algunos pertenecían a los Quel. Cuando los Rastreadores se hubieron extinguido, los primeros dragones descubrieron estas cuevas. Más preferibles que la ciudad, que dejaron para los primeros hombrecillos.

El Dragón Azul posó una mano con suavidad sobre el cristal.

Esto es lo que utilicé, mi... Lord Grifo. Este es el poder que os ligó a mi voluntad durante un tiempo. Se apartó de él. Tomadlo. Utilizadlo. Os doy mi permiso.

Si el Rey Dragón daba por sentado que tal oferta conseguiría que el Grifo confiara plenamente en él, estaba terriblemente equivocado. El señor de Penacles ya había aprendido lo peligroso que podía ser un exceso de confianza. Se adelantó con paso decidido, un ojo clavado siempre en su anfitrión, y tocó el cristal con cuidado con la mano derecha.

Era frío al tacto. Sintió cómo se abrían puertas en su interior. Buscó Penacles y la vio a través de su mente. Toos. Quería ver a Toos. El general discutía con dos consejeros, que insistían en plantear un impuesto innecesario que el Grifo sabía que serviría más para llenar sus bolsillos que para ayudar a la ciudad. Toos se levantó y señaló en dirección a la puerta, la voz tranquila pero llena de autoridad. Derrotados, los dos salieron con paso inseguro.

«El bueno de Toos», pensó. «Yo nunca conseguí que me hicieran tantas reverencias. Tú deberías ser el jefe.»

Devolvió su atención a una cuestión más inmediata. El Dragón Azul estaría esperando. No podía jugar con aquello todo el día. Una prueba sería suficiente.

Fijó su mente en el dragón y se concentró.

El Rey Dragón comenzó a pasear. Luego, el paseo se transformó en un nervioso golpeteo del puño contra la pared. Finalmente, el dragón empezó a temblar; se estremecía tanto que apenas podía mantenerse en pie.

El Grifo lo dejó así y luego retiró el control sobre él.

Su reptiliano aliado respiraba con dificultad y el pájaro-león descubrió que otro tanto le sucedía a él. El Rey Dragón le miró furioso durante unos instantes, luego se tranquilizó.

Varios guardias entraron atropelladamente, dispuestos, desde luego, a desperdigar el cuerpo descuartizado del Grifo por todas las cavernas. El Rey Dragón les ordenó salir inmediatamente, y tal era la obediencia que le tenían sus súbditos que salieron sin protestar. El dragón dirigió su atención al pájaro-león.

¡No... no teníais por qué hacer eso! Pen... pensé...

No sentía la menor lástima.

Pensasteis que sería tan noble que no utilizaría vuestro juguete. ¡Me habéis arrastrado por el pico durante días, habéis hecho que olvidara mis deberes, habéis creado una obsesión que podría haberme matado! ¿Habría pensado el Rey Dragón que era una simple prueba de control?. ¡Ahora habéis sentido su contacto! Ahora conocéis algo de lo que yo he pasado para que vos pudierais jugar. Ahora sabemos dónde estamos.

El Dragón Azul asintió, su respiración casi normal por fin.

¿Estáis preparado, entonces, para aceptar la tregua?

Desde luego.

Sólo como una medida temporal, ¿comprendido?

¿Qué creéis? inquirió el Grifo con una mueca irónica.