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Viajando a caballo, el corazón del Bosque de Dagora, lugar donde estaba situada la Mansión, quedaba a varios días de viaje al noroeste de Penacles, y con un acompañamiento de más de treinta personas, ya que el Grifo había insistido en proporcionar a Cabe y a Gwen todo tipo de sirvientes, ese tiempo se triplicaba. Los carros tenían que sortear obstáculos, la gente no cesaba de perder cosas, y había que tener en cuenta incluso la presencia de niños. (Si había que educar a las crías del Emperador Dragón entre humanos, había que conseguir que comprendieran también a las crías humanas, y si las barreras podían romperse entre los jóvenes, todavía quedaría esperanza.)

Las crías de dragón lo observaban todo desde sus carromatos con expresión precavida. De vez en cuando, se podía saber cuándo las crías sentían curiosidad porque en esas ocasiones sus ojos se abrían de par en par hasta alcanzar literalmente el doble de su tamaño. La excitación era la emoción más fácil de descubrir. Aquellos que pertenecían a la rama inteligente de los dragones, con aspecto de extravagantes lagartos bípedos, saltaban de un lado a otro imitando a los niños humanos que habían observado, mientras que los pequeños dragones menores, puramente animales, se balanceaban de un lado a otro, siseando frenéticos como hacían en aquellos precisos instantes.

El bosque se llenó repentinamente de hombres. Hombres enmascarados.

Todos llevaban ropas de viaje muy holgadas y Cabe sospechó que bajo ellas se ocultaban armaduras. Era evidente que el asalto había sido planeado de antemano. La caravana hacía más de un día que había dejado atrás los límites de las tierras de Penacles, y no se veía otra cosa ahora que árboles y más árboles.

¡Qué estúpidos! siseó Gwen. ¡El Dragón Verde no tolerará este ataque en su propio territorio!

Puede que no se entere. Estamos lejos del lugar en el que dices que vive.

Gwen clavó los ojos en los de Cabe.

El señor del Bosque de Dagora sabe todo lo que sucede en cualquier lugar de su reino.

El presunto cabecilla de la banda espoleó a su caballo para que se acercara un poco más al grupo; sin preocuparse en apariencia por su seguridad, a pesar de la presencia de dos magos. Era alto y probablemente un veterano en muchos combates, a juzgar por su actitud y la forma como sus ojos lo observaban todo. Poca cosa más podía decirse sobre él, ya que iba cubierto en casi su totalidad para conservar el incógnito.

¡Sólo queremos a esos malditos lagartos! ¡Entregádnoslos y el resto podréis seguir vuestro camino!

Cabe se puso en guardia, al reconocer algo en el tono de la voz del hombre. Estaba casi seguro de que el portavoz de la banda procedía de Mito Pica.

¿Bien? El hombre empezaba a impacientarse.

¡Las crías están bajo nuestra protección respondió Gwen y no las entregaremos a gentes como vosotros! ¡Marchad antes de que sea demasiado tarde!

Algunos de los forajidos se echaron a reír entre dientes, lo cual no contribuyó a aliviar los perturbadores pensamientos que experimentaba Cabe.

Los hechizos de los magos no pueden tocarnos, no con esto.

Sacó un medallón de entre las ropas. A tanta distancia, Cabe sólo pudo distinguir que se trataba de un objeto muy desgastado, pero Gwen lanzó una exclamación ahogada.

Esos artilugios son obra de los Rastreadores musitó la joven; he visto uno o dos, abollados y rotos, pero si tienen más... No tuvo que finalizar la frase.

Los Rastreadores, predecesores emplumados de los dragones, habían dejado tras ellos más de un secreto que hacía alusión a un poder que había sido mucho más importante que el de los Reyes Dragón en su mejor momento.

Así que como podéis ver volvió a hablar la encapuchada figura, no tenemos por qué ser amables. No tenemos nada en contra vuestra a menos que nos causéis problemas. Eso sería muy malo, considerando que os tenemos rodeados y os sobrepasamos en número.

¿Son esas cosas realmente eficaces? murmuró Cabe.

La Dama del Ámbar asintió agriamente.

Intenta lanzar un hechizo y éste saldrá mal de una u otra forma. No sé qué sucede con los conjuros preparados, pero creo que también funciona con ellos.

Sólo hay una manera de averiguarlo...

Los forajidos empezaban a moverse. El cabecilla se removió en su silla.

Habéis tenido todo el tiempo que necesitabais para discutirlo. Los cogeremos por la fuerza si es necesario...

Tocadlosss y ninguno de vosotrosss vivirá para ver el nuevo día. Losss pájarosss del bosssque picotearán vuestrosss huesosss.

Forajidos y miembros de la caravana se sobresaltaron por igual al escuchar aquella voz imponente. El cabecilla volvió la cabeza a uno y otro lado y por fin descubrió la solitaria figura montada sobre un dragón menor de aspecto fiero. La montura-dragón siseó con avidez, alborotando a todos los caballos de la zona.

No tenéis nada que hacer ni dentro ni en los alrededores de mi bosque siseó el Dragón Verde. Al igual que sus parientes, su figura humanoide recordaba a un caballero de armadura que llevara un inmenso y complicado yelmo de dragón, iba cubierto por una reluciente armadura verde de escamas (que era, en realidad, su propia piel), y sus llameantes ojos miraban de hito en hito a los representantes del género humano allí reunidos.

Resultaba evidente que era uno de los últimos seres con los que el cabecilla del grupo habría esperado encontrarse. No obstante, cuando habló, sólo se apreciaba un leve matiz de inquietud en su voz.

Éstas no son vuestras tierras. No poseéis ningún control sobre esta región.

Comparto una frontera común con el señor de Penacles y soy su aliado. Protejo su bando cuando esss necesssario y no espero menosss de él. En cuanto a vosotros, es en el norte o en el este donde deberíais estar, humano. Luchad contra el Dragón de Plata o contra lo que queda de los clanes del Rojo. Desafiad al Dragón de las Tormentas, pero no penséis que podréis cazar dentro o cerca de mis dominios. No lo permitiré. Decidle eso a vuestro benefactor el rey Melicard.

¿Melicard? susurró Cabe a Gwen.

No es más que un rumor. Se dice que los aprovisiona. Odia a los dragones tanto como ellos. Recuerda que fue el hermano de nidada de Toma, ese sádico Kyrg, el que volvió loco al padre de Melicard, el rey Rennek.

Cabe asintió despacio, recordando el incidente.

Rennek pensó que iba a terminar formando parte de la cena de Kyrg.

El encapuchado facineroso empezó a reír. Casi podía imaginarse la expresión de desprecio oculta por la máscara.

No hay nada que podáis hacer contra nosotros. Estas cosas han amortiguado vuestros poderes, y yo sé cómo utilizarlas. Ni siquiera podéis recuperar vuestro aspecto de dragón.

El Dragón Verde no se dejó arredrar por esta información; introdujo despacio la mano en una bolsa de la silla de montar...

¿Te gustaría, eunuco, enfrentar esos pedazos de magia pajaril a la mía?

El señor del Bosque de Dagora levantó algo en su mano en forma de garra y masculló unos sonidos parecidos al grito ininterrumpido de un cuervo.

El jefe de los forajidos lanzó un aullido y al cabo de un segundo intentó desesperadamente quitarse el medallón del cuello y arrojarlo lejos. Fue una pérdida de tiempo; el medallón empezó a desmenuzarse ante los ojos de todos, hasta que no quedó más que la cadena. La figura encapuchada se quitó a toda velocidad la cadena y la arrojó lo más lejos que pudo.

No he mantenido el control de este territorio durante tanto tiempo sin una razón. ¿Creéisss que losss míosss aprueban la libertad de que gozan losss que viven en misss tierras? He tenido que batallar muy duro para obtener estasss concesionesss, y utilizo la palabra de forma totalmente literal. El Dragón Verde devolvió el objeto a la alforja. Marchad ahora y olvidaremosss que este incidente haya sucedido. Me sois de utilidad, pero sólo hasssta cierto punto. Osss puedo asegurar que poseo otrosss trucosss, si esss necesario.

Los intrusos observaron a su jefe, quien a su vez miró sucesivamente al Rey Dragón, a los dos magos y a las carretas donde las crías lo contemplaban todo con agitado interés. Finalmente, se volvió de nuevo hacia el Dragón Verde.

Si abandonan vuestras tierras, los buscaremos.

Vuestra guerra esss con el Consejo, no con lasss críasss. El Dragón Verde aspiró con fuerza, y cuando volvió a hablar, sus palabras eran mesuradas, y el siseo inherente a los de su raza, apenas perceptible: Ahora marchad, ¿o queréis probar vuestras baratijas otra vez contra el poder de un dragón adulto? Tened por seguro que tengo ojos que os vigilan y continuarán vigilando para confirmar que realmente os vais y no regresáis jamás a menos que se os invite, lo cual dudo que suceda jamás.

El cabecilla del grupo vaciló, luego asintió reconociendo la derrota e hizo una señal a sus hombres para que se retiraran. De mala gana, los forajidos se marcharon, pero el jefe se quedó el último. Pareció dedicar la mayor parte del tiempo a estudiar a los dos magos, como si fueran traidores a su propia raza, y cuando todos sus hombres hubieron desaparecido en el interior del bosque, él se marchó también.

El señor del Bosque de Dagora lanzó un siseo, pero esta vez de satisfacción.

Los imbéciles proliferan estos días. La única razón de que consiguieran penetrar hasta el interior de las tierras fronterizas es porque me vi obligado a reprender a uno de los míos por conspirar para quitaros las crías justo antes de que llegaseis a la Mansión.

¿Vuestros propios clanes? La sorpresa de Gwen era evidente.

Los dragones serán siempre dragones de la misma forma que los humanos no pueden dejar de ser humanos. Me he ocupado de aquél de la misma forma como me he ocupado de éste. Sugiero que tú y los tuyos me sigáis de cerca durante el resto del viaje. Ahorraremos tiempo si os conduzco por los senderos secretos del bosque.

Milord...

¿Sí, Cabe Bedlam? El énfasis puesto en este último nombre quedó muy patente. El Dragón Verde se acordaba todavía de Nathan y de los Amos de los Dragones, el grupo de magos que habían luchado contra los Reyes en la Guerra del Cambio y reducido el poder de los dragones a su estado actual a pesar de ser ellos los que habían acabado perdiendo.

Ese disco...

¿Esto? Una mano en forma de zarpa sacó de nuevo el objeto en cuestión. He tenido muchas ocasiones de reunir y estudiar los artefactos de nuestros predecesores. La Dama Gwendolyn no es la primera en considerar como suya la Mansión. Ese lugar ha alojado a muchos desde que quedó abandonado durante la decadencia de los Rastreadores. Creo que los niveles inferiores pueden ser incluso anteriores a ellos.

Planearon bien las cosas..., quizá demasiado bien. Los alteradores de hechizos como los que llevan esos forajidos son creaciones excelentes, pero, como toda la magia de los Rastreadores, los crearon con una contramedida ya en mente. Eso, creo yo, es lo que condujo a su caída. Lo planearon todo demasiado bien y alguien se aprovechó de ello.

El Dragón Verde impelió al dragón menor que montaba hacia el frente del grupo. Cuando pasó junto a ellos, Gwen susurró al oído de Cabe:

Descubrirás que los Rastreadores son uno de sus temas favoritos y el motivo fundamental por el que trató a Nathan con cortesía. Ambos querían descubrir por qué una raza tan poderosa se hundió con tanta rapidez.

¿Como los Quel?

Ella asintió.

Estas tierras han visto gobernar a muchas razas. Cada una ha tenido su ciclo y parece que el momento de los humanos está al llegar. Nathan no quería que nos hundiéramos como las otras, y el Dragón Verde quería preservar todo lo que pudiera de las costumbres de su pueblo. Por el bien de ambas razas dejaron a un lado sus diferencias.

No era lo que Cabe hubiera esperado a juzgar por las historias que había oído, pero sonaba auténtico en sus recuerdos, que eran también parte de los de Nathan. Se dio cuenta de que, en su mente, había datos sobre los Rastreadores, pero era como intentar encontrar el camino en medio de una espesa niebla. No podía sacar nada específico del pasado.

Las crías estaban cada vez más nerviosas; la que Cabe consideraba la mayor, permanecía erguida sobre sus patas traseras, llena de aplomo. Su rostro parecía hundido, menos parecido al de un animal y más al de un hombre; la cola también había encogido.

Estaba aprendiendo, comprendió el joven mago. Comenzaba a cambiar su forma de dragón por la humana. Todo lo que necesitaba era tener un modelo.

Con uno que les diera la pauta, los otros pronto lo imitarían. Primero las otras dos crías reales, luego sus hermanas sin marcas que se convertirían en los duques o soldados de su especie y finalmente la única hembra (Gwen le había asegurado que era una hembra y él no había deseado acercarse demasiado para averiguarlo). El que la hembra tardara más tiempo en transformarse no era culpa suya. Los dragones hembra poseían un metabolismo diferente y, aunque le llevaría más tiempo, su forma humana sería casi perfecta, quizá más que perfecta, recordó Cabe, ya que había estado a punto de caer en las redes de tres de tales hechiceras que se habían instalado en el mismo lugar al que ahora se dirigían.

No veía el futuro con demasiado optimismo respecto a los dragones. Sabía que los Reyes Dragón, aunque silenciosos ahora, no se habían dado por vencidos.

Condujo su caballo todo lo cerca que le fue posible del monarca dragón.

¿Por qué no destruisteis a esos ladrones cuando teníais la oportunidad de hacerlo? Puede que no hagan caso de vuestra advertencia.

El Rey Dragón entrecerró los ojos hasta convertirlos en dos diminutos puntos rojos.

Puesto que eran tantos en número, había demasiado riesgo de que algo les sucediera a las crías. Un disparo afortunado de uno de los arqueros podría haber acabado con el heredero del trono del dragón. Decidí evitarlo de la mejor manera posible. Si lo vuelven a intentar, entonces perderán la vida. Pero no ahora.

Satisfecho, Cabe redujo el paso de su caballo hasta dejar que Gwen le alcanzara. El resto de la caravana siguió su penoso avance. A pesar de las palabras del Rey Dragón sobre los muchos ojos que los custodiaban, más de uno no pudo evitar mirar a uno y otro lado de vez en cuando. No obstante, y aunque mantenían una continua vigilancia, nadie, ni siquiera el Dragón Verde, que se enorgullecía de sus habilidades, observó la presencia de la solitaria criatura encaramada en lo alto de un árbol. No se trataba de ningún dragón-serpiente, sino de una criatura alada que lo observaba todo con arrogancia y algo más.

El Dragón Verde había estado en lo cierto cuando dijo que los Rastreadores habían diseñado sus creaciones con la forma de contrarrestarlas ya en mente. El vigilante llevaba con él uno de tales artilugios y lo mantenía bien oculto a los magos y dragones que desfilaban a sus pies.

El observador aguardó sin moverse hasta que la caravana se hubo perdido de vista. Entonces, en silencio y veloz, el Rastreador extendió las alas y se elevó por los aires, con rumbo al nordeste.

* * *

A solas en sus aposentos, el Grifo descansaba en silencio, la mente puesta en cierto número de diferentes cuestiones que llamaban su atención. Al igual que alguien que armara un rompecabezas, hacía maniobrar las piezas intentando averiguar si existía relación entre ellas. Así era cómo gobernaba la ciudad. Había aprendido más mediante este proceso que en los centenares de reuniones con sus diversos ministros, a los que fingía escuchar tal y como le exigía el protocolo. Dudaba de que ninguno de ellos pudiera ayudarlo a resolver ni uno solo de los problemas a los que les daba vueltas en aquellos instantes.

Un criado le trajo una copa de exquisito vino tinto. El rostro del Grifo se contorsionó y alteró mientras adoptaba el aspecto humano que le permitía tomar su bebida sin derramarla por encima de su persona. El vino era excelente, como de costumbre, y dedicó un gesto apreciativo al criado, una sombra apenas entrevista que inmediatamente se confundió con las paredes. Tales criados acobardaban a muchos de los habitantes del palacio, pero se negaba a deshacerse de ellos, ya que los necesitaba por varias razones. No se trataba sólo de sirvientes; eran también sus ojos y sus oídos. Simplemente con su presencia, hacían que se sintiera como si no fuera la única criatura rara de Penacles.

Su agudo oído detectó el sonido de alguien que avanzaba decidido y se volvió hacia la puerta. Dos enormes figuras metálicas se alzaban junto a ésta, una a cada lado. Eran toscas concepciones de un ser humano. El Grifo aguardó expectante.

De improviso, una de las figuras abrió los ojos, mostrando tan sólo un vacío gris oscuro allí donde debían de haber estado las pupilas.

El general Toos solicita ser recibido masculló.

Dejadle entrar. Los gólems resultaban unos porteros altamente eficientes; nada que no fuese la magia más poderosa podía detenerlos si creían que el Grifo estaba en peligro.

Las hojas se abrieron solas y un hombre alto, delgado y de aspecto astuto penetró en el aposento. Sus cabellos poseían un llamativo mechón plateado, algo sorprendente puesto que la mayoría de la gente creía que el general era incapaz de hacer magia. No obstante, se le conocía por sus sagaces corazonadas y por sus milagros de última hora.

Aunque era humano también afirmaba poseer un poco de sangre elfa, pero eso era discutible, Toos era con mucho el compañero más antiguo del Grifo; más incluso: era un amigo íntimo.

Señor. El hombre se inclinó ante él con gesto ágil y elegante. La edad no había conseguido volverlo más torpe, y eso que ya había cumplido más años de los que la mayoría de los humanos podían esperar cumplir; «casi el doble», se dijo el Grifo con un sobresalto.

Siéntate, por favor, Toos, y olvida las formalidades. Siempre sucedía lo mismo. El general era de los que seguían el protocolo incluso cuando estaban con aquellos a los que conocían desde hacía años.

Toos aceptó el asiento que se le ofrecía, arreglándoselas para sentarse sin arrugar ni un milímetro de su uniforme. Al Grifo le sorprendía que su camarada se paseara por todas partes sin escolta, pues incluso Penacles poseía sus asesinos. Sin embargo, a pesar de que había habido atentados, Toos había sobrevivido a la mayoría de ellos sin recibir el menor rasguño.

El viejo soldado sacó un pergamino de su cinturón y lo entregó de mala gana a su señor.

¿Más en relación..., a lo que me mostraste?

No. Sugiero que leáis el informe primero.

El Grifo lo desenrolló y estudió su contenido. Era el informe de uno de sus espías que se hacía pasar por pescador en la ciudad costera de Irillian, el núcleo humano más importante de aquella región marítima y una ciudad controlada por el acuático Dragón Azul. No era el lugar del que el Grifo hubiera esperado recibir noticias.

Empezó a leer la parte que sabía que Toos quería que viera e ignoró todo lo demás. Se había visto a dos figuras ataviadas con la armadura negra y el yelmo de lobo característicos de los piratas del continente oriental dirigiéndose a las cavernas que servían de entrada exterior al palacio del auténtico señor de Irillian. Una de estas figuras respondía a la descripción que el Grifo había dado a sus espías de un pirata llamado D'Shay.

D'Shay.

Un nombre, pero uno que el Grifo tenía la sensación que debía conocer y recordar. Un aristocrático pirata llegado del otro extremo de los Mares Orientales.

D'Shay era un lobo en forma humana, aunque no en el sentido literal de la palabra. No obstante, el señor de Penacles se habría sentido más a salvo con una jauría de lobos enfurecidos que a solas con aquel pirata. Con los lobos al menos comprendía a qué se enfrentaba.

La incertidumbre lo asaltó de nuevo. D'Shay en contacto con el Dragón Azul. Al señor de Penacles no le gustó el potencial que tal alianza podía ofrecer; el señor de Irillian tenía sus propios piratas y éstos eran un constante problema incluso para algunos de los otros Reyes Dragón; sin embargo, nada se había hecho porque eran demasiado rápidos y hábiles. Los Reyes Dragón no luchan contra otros Reyes Dragón; era un hecho establecido, aunque había habido rumores que indicaban lo contrario.

No se dio cuenta de que había pronunciado el nombre de D'Shay en voz alta hasta que Toos dijo:

Por favor, reconsideradlo, milord. No podemos permitirnos una nueva campaña en estos momentos. No sabemos cuánto tiempo tardará el Dragón Negro en recuperarse por completo. Ahora sería el momento ideal para deshacernos de él. Sus seguidores están muy debilitados y las Brumas Grises no son más que simples jirones de niebla en estos momentos. Se pueden ver perfectamente kilómetros y kilómetros de la región de Lochivar.

El Grifo rechazó la sugerencia con una sacudida de su peluda cabeza.

No podemos permitirnos tal acción. A pesar de la debilidad de las Brumas Grises y del Dragón Negro, los lochivaritas, y aquellos traídos por los piratas, lucharían. Eso es todo lo que saben hacer. Las Brumas no hacen más que reforzar aún más la voluntad del Dragón Negro. La mayoría de esas gentes han crecido sin conocer otra cosa que la servidumbre a su voluntad. Si él dice que luchen, lo harán.

Pero D'Shay es..., Grifo, ¡sé lo que está tomando cuerpo en vuestra mente, maldita sea! ¡No lo consideréis siquiera!

Se miraron con fijeza, y finalmente fue Toos quien desvió la vista. El Grifo le dirigió una mirada que impedía cualquier otro comentario antes de recordar a su segundo en el mando:

D'Shay representa una amenaza de la que no poseemos información. Los piratas-lobo quieren establecer una base permanente en el Reino de los Dragones, bien porque están extendiendo su territorio de caza o bien porque están perdiendo cualquiera que sea la guerra que estén librando al otro lado de los mares. Incluso puede que sea simplemente que D'Shay va tras mis pasos. Sabe algo sobre mí y me gustaría saber qué es. Es uno de los rompecabezas sobre los que he estado reflexionando últimamente. El pájaro-león dio unas palmaditas al informe. Esto me ha proporcionado la pieza extra que necesitaba. Lochivar es demasiado volátil en estos momentos para que la consideren un buen puerto, pero Irillian es perfecta. Debiera haberme dado cuenta antes.

Toos lo observó con expresión sombría. Cuando su señor hablaba de aquella guisa, significaba que estaba a punto de hacer lo que la mayoría de los gobernantes habrían imaginado impensable.

¿Quién gobernará mientras estáis fuera? No hablamos de un viaje por los alrededores. Hablamos del reino del Dragón Azul. Junto con el señor del Bosque de Dagora, es uno de los que gozan del mayor respeto por parte de sus súbditos. No encontraréis muchos aliados allí. Podríais estar fuera durante meses, o (sí lo diré, maldita sea) ¡para siempre! ¡Muerto!

El Grifo no se sintió conmovido por la emoción. La idea de viajar a Irillian en busca del pirata-lobo D'Shay se convertía cada vez más en una prioridad. Con cuidado, para no demostrar su creciente obsesión, hizo una pregunta:

¿Quién gobierna cuando yo estoy fuera?

Un nuevo sirviente invisible trajo unos dulces, pero el general lo despidió con un irritado gesto de la mano.

Demonios, soy un soldado, un ex mercenario. Discutir con los políticos es vuestra especialidad... ¿Y qué me importa a mí el precio del trigo siempre y cuando pueda alimentar a mis hombres y a sus caballos? ¡Habéis gobernado aquí durante tanto tiempo que nadie puede imaginar a otra persona como señor! ¡Sólo aquellos que son como yo recuerdan que alguna vez existió un Dragón Púrpura!

¿Has terminado? El rostro del Grifo había recuperado su aspecto de ave de presa, pero su voz indicaba regocijo.

suspiró Toos.

¿Te harás cargo..., como de costumbre?

Sí..., maldición. Al menos podríais haber mencionado nuestro otro problema a los hechiceros mientras estaban aquí. Entonces, no estaría tan preocupado.

El incidente de la helada parece un hecho aislado. Nadie más ha informado haber encontrado ningún animal congelado o campos de avena cubiertos de hielo. Ya me he puesto en contacto con aquellos que poseen los medios para investigar más a fondo. Si yo no estoy aquí, te encontrarán a ti.

Una expresión astuta apareció en el rostro del humano.

¿Por qué no enviarlos a ellos..., ¡diablos!, son elfos..., a Irillian?

Porque no hay elfos en esa región, excepto los de la raza marinera, y ellos, como la gente de allí, son leales al Dragón Azul. El Grifo se incorporó con la agilidad de un gato. ¿Por qué insistes siempre en representar esta comedia de desgana?

Porque las malas costumbres cuestan de perder y siempre me asalta esta sensación de que me vais a cargar con este asunto de reinar para luego desaparecer para siempre.

Te estaría bien empleado, viejo ogro.

El general lanzó una risita ahogada, pero entonces recordó lo que le había mostrado al pájaro-león el día anterior.

Sigo deseando que los Bedlam estuvieran aquí. Podrían saber algo. ¡Esa mula estaba dura como un pedazo de hierro, Grifo! ¿Qué puede haber congelado así a un animal?

El Grifo descubrió que ya no le importaban las mulas, los campos sembrados, ni los hechiceros. Ahora que había decidido abandonar la ciudad, se sentía ansioso por marchar lo antes posible. No era propio de él despreocuparse así de tales rompecabezas, pero quizá se debía a que nunca se le había ofrecido una oportunidad tal de capturar al pirata-lobo D'Shay. Como mínimo, la información que D'Shay podría darle sobre los piratas-lobo resultaría sin duda más valiosa. Lo del hielo se debía probablemente al error de algún hechicero o bruja novatos; puede que se tratara incluso de una broma insensata de los duendes. Sí, eso tenía algún sentido, decidió. Ahora, ya no había motivo para titubear.

Se volvió hacia su ayudante de campo y le resumió lo que pensaba. Al general Toos no parecieron agradarle demasiado sus ideas, pero no tardó en ceder; el pájaro-león sabía que Toos lo comprendería con el tiempo.

Ahora que esto esta arreglado continuó, no hay ya motivo para vacilar. Toos, tengo una fe total en ti y en tus hombres, pero esto es algo que tengo que hacer por mí mismo. D'Shay afirmó en una ocasión que existía una relación entre nosotros; quiero averiguar cuál es esa relación o si sencillamente lo dijo en plan de chanza.

Me es tan imposible deteneros ahora como cuando os poníais a la cabeza de nuestros hombres en las batallas, aunque, ahora que sois rey, hubiera esperado algo diferente. Al general se lo veía muy molesto con aquella situación, pero sabía muy bien que de nada servía. ¿Cuándo os iréis?

Antes de la mañana. Haz que alguien me ensille un caballo.

¿Antes de la mañana? Estáis... El soldado se interrumpió al ver la expresión de su monarca. Muy bien, maldita sea, será como decís.

El Grifo despidió a su más viejo compañero con un gesto. Toos farfulló algo, pero no dijo nada. Al Grifo no le importó de todas formas; ni las quejas de Toos ni las de sus ministros lo preocupaban. Sólo este viaje a Irillian. Eso y el hombre llamado D'Shay.

Sintió un breve martilleo en la cabeza y empezó a preguntarse la causa, pero el martilleo cesó, y con él, su curiosidad respecto a éste. Todo lo que importaba, se repitió otra vez, era Irillian y D'Shay. Nada más.