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Se encontró con ellos a unos cien pasos más o menos al este de donde habían acordado reunirse. Sujetaba la espada con la mano izquierda, y en la derecha llevaba algo tan pequeño que la mano cerrada lo ocultaba por completo. Eso no importó en aquel momento; todo lo que importó entonces fueron las palabras que pronunció cuando estuvieron lo bastante cerca para oírlo.

—Ha terminado.

Freynard fue el primero en hablar.

—¿Terminado? ¿Lo has hecho, Grifo?

—El… prisionero está libre —asintió el Grifo despacio—, y D’Shay… está muerto.

—Al fin —siseó Morgis— Ahora podemos abandonar este lugar inhóspito y regresar a la paz del Reino de los Dragones.

El Grifo no pudo evitar sentirse reconfortado ante las palabras del dragón. ¿Pacífico? Sospechó —esperó, en realidad— que Morgis bromeaba.

Troia, por otra parte, no parecía tan feliz.

—¿Es eso lo que planeáis hacer? ¿Regresar allí? Él la miró, intentando transmitirle algunas de las cosas que le resultaban demasiado embarazosas para decirlas en voz alta.

—Aún no. Hasta que esté seguro de que los piratas-lobo están vencidos, de que su imperio se desmorona… —Su agotada mente registró entonces que Haggerth no estaba allí. La sombría expresión del rostro de Troia se intensificó—. ¿Qué le sucedió?

—D’Rak lo mató… pero consiguió asestarle un buen golpe antes, golpe que el Duque Morgis completó. —La mujer-gato levantó los ojos hacia él—. Lo enterramos como pudimos, Grifo, pero quiero regresar…

—Lo haremos. Ahora que se ha expulsado a los piratas-lobo del País de los Sueños, podemos hacerlo.

Todos lo miraron con asombro. Freynard, el más incrédulo, preguntó:

—¿Cómo es eso? ¡Ya deben de haberse apoderado de Sirvak Dragoth a estas horas! ¡No había forma de detenerlos!

El Grifo rememoró la prisión subterránea. La liberación del otro provocó un anticlímax. Después de verse liberada, la jubilosa presencia volvió a comunicarse con su mente.

«Ya he quebrado una o dos reglas. Antiguo, la principal de las cuales fue intentar una componenda de la situación tratando de ocultar que seguías vivo. Fracasó. Una o dos reglas infringidas mas no pueden hacerme daño, y creo que ellos lo comprenderán».

—¿Ellos? —intentó sonsacar el Grifo.

Pero el otro no mordió el anzuelo.

«Los pirataslobo jamás tendrían que haber podido invadir el País de los Sueños. Esas tierras son el último legado de uno a quien debo mucho. Un país libre, puro, nada mas, pero singular por serlo. Retiraré de él la plaga aramita… y luego te diré una última cosa importante. Se refiere a aquel que en una ocasión se llamó Shaidarol…».

Ahora era un recuerdo. Suspiró, no sin cierta amargura y, contemplándolos a los tres, respondió:

—Digamos que el prisionero se sintió agradecido. Morgis y Troia lo miraron desconcertados. Freynard palideció. Esperaron que siguiera hablando, pero el pájaro-león había acabado con el tema por el momento. Una cosa sí se le ocurrió, y sintió que el dragón, al menos, tenía derecho a saber.

—Es una lástima que no estuvieseis ahí, Morgis. Estoy seguro de que habría habido muchas cosas que os hubiera gustado preguntarle.

—¿Por qué? ¿Qué era él? —El dragón se estremeció. Todos se estremecían ahora que llevaban tanto rato inmóviles en el mismo sitio—, ¿no podríamos volver al País de los Sueños a discutir todo esto?

—Como queráis.

Ahora era fácil ponerse en contacto con aquello que era la Puerta. La Puerta —el mismo País de los Sueños— era una presencia parecida a la del prisionero y a la del Devastador, y, como tal, pudo percibir la alegría y la gratitud… y todavía una cierta aprensión, que rápidamente disipó.

Esta vez, la Puerta brillaba aún más que en la última ocasión. Los batientes estaban abiertos de par en par, y pudieron ver Sirvak Dragoth, intacto, alzándose a lo lejos. No había el menor indicio de que hubiera habido ninguna batalla.

Era un espectáculo imponente, un milagro. A su espalda, escuchó murmurar algo.

—¿Qué decías, Allyn?

—Nada, Grifo. Sorpresa, aunque debería estar acostumbrado a ellas cuando tú estás de por medio.

—Muy cierto —añadió Morgis.

El Grifo se hizo a un lado y señaló al duque.

—Vos primero, Morgis.

—Si creéis que voy a protestar, estáis muy equivocado. El dragón avanzó a grandes zancadas hasta el portal y estaba a punto de atravesarlo cuando el pájaro-león lo tomó por el brazo.

—El prisionero, Morgis. Dijo que algunas criaturas mortales le habían llamado en una ocasión el Dragón de los Abismos.

—El Dragón…

La boca del dragón se abrió sorprendida, al tiempo que un temor casi religioso se extendía por todo su rostro. Para la raza de los dragones, el Dragón de los Abismos era lo más parecido que tenían a un dios, un ser maravilloso que algunos afirmaban había instigado a los dragones para que se hicieran con el poder. A juzgar por la forma de hablar del ser, el Grifo consideró que tan flagrante interferencia era dudosa, pero no pensaba decírselo a su compañero.

Morgis seguía como paralizado, intentando digerir la idea. El Grifo cloqueó en voz alta aunque, para sus adentros, no sentía nada que se pareciera a la alegría.

—Hablaremos del tema allí donde se está más caliente, ¿recordáis?

Empujó al dragón al otro lado de la Puerta. Troia fue la siguiente aunque quería esperar y el Grifo tuvo que insistir. La acercó a él y susurró:

—Lord Petrac me puso bajo el influjo de un sueño para mantenerme ocupado, pero me di cuenta de que en realidad se limitaba a utilizar los deseos de mi subconsciente. Si regreso, te lo contaré y veremos si puedes compartir alguno conmigo.

Los ojos de la mujergato le dijeron que sí quería… Pero en ese momento ella captó la amenazadora palabra.

—¿Qué quieres decir con: «si»?

La empujó al otro lado y, tal y como había solicitado en silencio a la Puerta, las enormes hojas de ésta se cerraron. La Puerta permaneció clavada allí.

Freynard dio un paso atrás, sobresaltado. Miró a su alrededor como si esperara ver surgir enemigos entre las ruinas de la ciudad. El viento le alborotó los cabellos. Su rostro parecía más alargado, más parecido al de un zorro u otro animal semejante.

—¿Pasa algo?

—No, sólo quería hablar contigo a solas. Todavía no me he perdonado por todo lo que sufriste a manos de D’Shay.

—Sobreviví.

—Y me alegro de que así fuera. —El antiguo monarca extendió la mano derecha—. Me alegré de volverte a ver.

Freynard tomó la mano que le ofrecía en la suya, la boca distendida en una sonrisa.

Entonces lanzó un chillido e intentó apartarse, pero el Grifo sujetaba su mano con fuerza. El capitán cayó de rodillas, su cuerpo temblaba violentamente, como si fuera víctima de una tremenda conmoción.

El Grifo lo contempló como un pájaro emisario de la muerte.

—Y resultó terrible perderte tan deprisa. Tendría que haberlo sabido de la otra vez. Siempre tenías una última carta en la manga.

Por fin soltó la mano del otro. El rostro que se levantó hacia el suyo, incluso a través de la barba, no era el de Allyn Freynard. Rápidamente había adoptado otras facciones muy familiares.

D’Shay

—Lo contuve —jadeó el poderoso pirata-lobo—. Contuve el proceso de transformación, imaginando que de alguna forma… de algún modo yo sería el último. Mis poderes estaban debilitados todavía. ¡No podías… no podías haberlo sabido!

El Grifo levantó la mano derecha para que D’Shay la viera. En ella aparecía una marca similar a la que había visto antes en la mejilla de Freynard, pero invertida. No fue visible hasta que ambos se hubieron tocado.

—Un regalito del gran guardián para ambos. Se suponía que consumiría tu cuerpo, sin darte tiempo para preparar otro y, al mismo tiempo, me consumiría también a mí. El Dragón de los Abismos me lo comunicó y lo alteró un poco… su último regalo. Se ha ido, Shaidarol, para expiar las interferencias causadas.

Los ojos de D’Shay despidieron un destello. El Grifo meneó la cabeza, más entristecido ahora que enojado.

—No recibirás ayuda de tu amo y señor. De todas formas pensaba abandonarte. Busca. Comprueba si su poder todavía te mantiene.

Observó cómo su adversario lo hacía. El arrogante rostro perdía los últimos vestigios de color al comprender D’Shay que ahora se había convertido en un ser mortal, mortal de verdad. Era como si el Devastador ya no existiera. No había nada.

El Grifo se inclinó y lo puso en pie sujetándolo por la perchera de la camisa. El rostro de D’Shay quedó casi pegado al extremo del afilado y salvaje pico del pájaroleón.

—Se te ve un poco gris. Todo ha terminado. Puedes decir que fuiste seducido y luego obligado a ser lo que eres, pero yo sé la verdad. Te limitaste a ocultar lo que realmente eras, lo que de cualquier modo creías ser, a los otros vigilantes. Eso lo recuerdo. Fuiste tú quien se puso primero en contacto con el Devastador.

Supo el momento exacto en que D’Shay empezó a sacar su larga espada y sujetó la muñeca del piratalobo con la mano libre. Estuvo a punto de no darse cuenta de que se trataba de una estratagema hasta que comprendió que, a pesar de lo desesperado que estaba, D’Shay sabría lo inútil que era intentar sacar un arma larga cuando se estaba tan cerca del oponente.

La daga había permanecido oculta en la espalda de D’Shay, y éste la sacó mientras los ojos del Grifo seguían fijos en la espada. El ex mercenario no pudo hacer otra cosa que intentar apartarse, pero ahora era D’Shay quién lo sujetaba con fuerza.

—¡Vendrás conmigo! —escupió D’Shay—. ¡Lo harás! El cuchillo se clavó en la parte baja del Grifo, pero éste se retorció de modo que sólo atravesara carne, no un órgano vital. De forma instintiva lanzó un zarpazo, y sus garras destrozaron el desprotegido pecho del pirata-lobo como si fuera agua. D’Shay lo soltó y dio un paso atrás, jadeando mientras la sangre de su nuevo cuerpo se derramaba.

Intentó fijar la vista en el Grifo, pero sus ojos se clavaron en el vacío.

—No. No puedo…

D’Shay podría haber escapado en aquel momento, dada la escasa atención que su enemigo podía dedicarle. El Grifo se arrancó el cuchillo, maldiciéndose por haber sido tan melodramático y haber conseguido otra estupenda herida con la que poner a prueba sus habilidades curativas. La emoción todavía lo dominaba en estas ocasiones aunque se esforzara por controlarla.

—¡Grifo! —consiguió gritar D’Shay. Sus ojos se encontraron por un segundo, el odio todavía omnipresente, hasta que D’Shay se desplomó por fin hacia adelante, cayendo al suelo a pocos centímetros del tambaleante pájaro-león. D’Shay se estremeció, luego quedó totalmente inmóvil. Con una mano sobre la herida, el pájaro-león hizo rodar el cuerpo para ponerlo boca arriba. La muerte no le devolvería el rostro de Freynard; eso lo sabía de las dos últimas ocasiones. Lo que era diferente ahora, sin embargo, era que sabía, sin el menor asomo de duda, que D^hay estaba realmente muerto. La marca invertida de su palma era la forma que D’Rak había adoptado para asegurarse de que así fuera. Al final, el gran guardián había sido más listo que su rival… y el Grifo no tuvo el menor inconveniente en reconocérselo. Todo lo que deseaba ahora era un poco de paz.

¿Cuántas veces había conseguido D’Shay engañar a la muerte?, se preguntó de improviso. Incluso una habría sido excesiva. Sólo por eso, ya habría merecido la pena. Lo único que deseó es haber comprendido la verdad antes. Sus ojos se clavaron en el odiado rostro y no pudo evitar decir:

—Te has escabullido de tu último cuerpo, maldito bastardo.

Por respeto al desgraciado Allyn Freynard, que merecía ser recordado, arrastró el cadáver hasta la Puerta. El portal no se abrió, no lo haría hasta que él lo deseara y, en aquel momento, el pájaroleón no deseaba más que recuperar el aliento. La herida le dolía mucho, pero sabía que, una vez al otro lado de la Puerta, no tendría tiempo para sí mismo.

No podía regresar al Reino de los Dragones hasta que los pirataslobo estuvieran al menos controlados. A pesar de las grandes pérdidas sufridas, los aramitas no se doblegarían con facilidad. Habían nacido para la guerra y las conquistas, y pedirles sencillamente que depusieran las armas y se rindieran era una estupidez. También esperaba poder averiguar más sobre sí mismo y sobre aquella tierra en general; tenía la impresión, sin saber por qué, de que existía un nexo de unión entre este continente y el Reino de los Dragones. Iba más allá de lo poco que el Dragón de los Abismos le había contado. Dudó de que ni siquiera aquel ser increíble lo supiera todo.

De todos modos, el Grifo regresaría. Llevaba allí el tiempo suficiente para saber que su hogar se encontraba al otro lado de los Mares Orientales… y si Troia decidía acompañarlo, mucho mejor. El pájaroleón esperaba que Morgis se quedara hasta que pudieran volver todos juntos, pero eso debía decidirlo el duque. Sería agradable ir acompañado de un rostro familiar durante el viaje de vuelta, aunque fuera el escamoso rostro de afilados dientes de un señor dragón.

Levantó los ojos hacia la Puerta. Las oscuras criaturas que la habitaban parecían observarlo, pero no había malicia en sus extraños ojos. A una muda solicitud suya las enormes hojas empezaron a abrirse.

Cuando estuvieron abiertas de par en par, levantó su carga —sin hacer caso del agudo dolor— y pasó al otro lado, a los brazos de unos amigos curiosos y llenos de inquietud. En lugar del final sabía que esto no era más que el principio.

La Puerta se cerró a su espalda, y la antigua estructura se desvaneció, dejando que sólo el viento recorriera los destrozados restos de Qualard.