El cumpleaños de Eddie es hoy - Duodécima parte

Cumple cincuenta y un años. Es sábado. Se trata de su primer cumpleaños sin Marguerite. Se prepara un café instantáneo en una taza de plástico y toma dos tostadas con margarina. En los años posteriores al accidente de su mujer, Eddie rehuía cualquier celebración de su cumpleaños, diciendo: «¿Para qué tengo que recordar ese día?». Era Marguerite la que insistía. La que hacía la tarta. La que invitaba a los amigos. Siempre compraba una bolsa de caramelo quemado y le ponía una cinta alrededor. «No puedes olvidarte de tu cumpleaños», diría ella.

Ahora que ella se ha ido, Eddie lo intenta. En el trabajo, se sujeta con un arnés a la montaña rusa, en lo alto y solo, como si fuera un alpinista. De noche ve la televisión en su apartamento y se acuesta pronto. Nada de tartas. Nada de invitados. No resulta difícil comportarse como si no pasara nada cuando uno siente que no le pasa nada. La palidez de la derrota pasó a convertirse en el color de los días de Eddie.

Cumple sesenta años; es miércoles. Va al taller temprano. Abre una bolsa de papel marrón con el almuerzo y parte un trozo de mortadela de su sándwich. Lo sujeta en un anzuelo y luego pasa el sedal por el agujero para pescar. Observa cómo flota. Finalmente desaparece, tragado por el mar.

Cumple sesenta y ocho años; es sábado. Extiende sus pastillas sobre la encimera. El teléfono suena. Joe, su hermano, le llama desde Florida. Joe le desea un feliz cumpleaños. Le habla de su nieto. Le habla de una casa. Eddie dice «Ya, ya» al menos cincuenta veces.

Cumple setenta y cinco años; es lunes. Se pone las gafas y lee los informes de mantenimiento. Se da cuenta de que alguien se saltó una guardia la noche anterior y de que no han comprobado los frenos del Gusano Tembloroso. Suspira y coge un cartel de la pared, «ATRACCIÓN CERRADA TEMPORALMENTE», para llevarlo a la entrada del Gusano Tembloroso, donde él mismo revisa el panel de frenos.

Cumple ochenta y dos años; es martes. Llega un taxi a la entrada del parque. Él sube al asiento de delante y guarda su bastón después.

—A la mayoría de la gente le gusta ir atrás —dice el taxista.

—¿Le importa? —pregunta Eddie.

El taxista se encoge de hombros.

—No, no me importa.

Eddie mira hacia delante. No dice que le gusta más ir en el asiento de delante y que no ha conducido desde que hace un par de años le retiraron el permiso.

El taxi le lleva al cementerio. Visita la tumba de su madre y la de su hermano y se detiene delante de la de su padre durante sólo unos momentos. Como de costumbre, deja la de su mujer para el final. Se apoya en el bastón y mira la lápida mientras piensa en muchas cosas. Caramelo quemado. Piensa en caramelo quemado. Piensa que ahora le han quitado los dientes, pero que de todos modos se lo comería, si pudiera compartirlo con ella.