La mañana después del accidente, Domínguez llegó al taller pronto, saltándose su costumbre de desayunar un bollo y un refresco. El parque estaba cerrado, pero acudió de todos modos y abrió el agua del fregadero. Puso las manos debajo del chorro con el propósito de limpiar algunas de las piezas de la atracción. Luego cerró el grifo y renunció a la idea. Aquello parecía el doble de silencioso que un momento antes.
—¿Qué pasa?
Willie estaba en la puerta del taller. Llevaba puesta una camiseta verde y vaqueros anchos. Tenía un periódico en la mano. En el titular se leía:
—Me costó dormir —dijo Domínguez.
—Sí. —Willie se dejó caer en un taburete metálico—. También a mí.
Hizo girar el taburete mientras miraba inexpresivamente el periódico.
—¿Cuándo crees tú que abrirán otra vez?
Domínguez se encogió de hombros.
—Pregunta a la policía.
Estuvieron sentados en silencio un momento, cambiando de postura por turnos. Domínguez soltó un suspiro. Willie buscó algo en el bolsillo y sacó una barra de chicle. Era lunes. Era por la mañana. Esperaban que entrara el viejo y se iniciara el trabajo del día.