Lunes, 7:30 horas

La mañana después del accidente, Domínguez llegó al taller pronto, saltándose su costumbre de desayunar un bollo y un refresco. El parque estaba cerrado, pero acudió de todos modos y abrió el agua del fregadero. Puso las manos debajo del chorro con el propósito de limpiar algunas de las piezas de la atracción. Luego cerró el grifo y renunció a la idea. Aquello parecía el doble de silencioso que un momento antes.

—¿Qué pasa?

Willie estaba en la puerta del taller. Llevaba puesta una camiseta verde y vaqueros anchos. Tenía un periódico en la mano. En el titular se leía:

—Me costó dormir —dijo Domínguez.

—Sí. —Willie se dejó caer en un taburete metálico—. También a mí.

Hizo girar el taburete mientras miraba inexpresivamente el periódico.

—¿Cuándo crees tú que abrirán otra vez?

Domínguez se encogió de hombros.

—Pregunta a la policía.

Estuvieron sentados en silencio un momento, cambiando de postura por turnos. Domínguez soltó un suspiro. Willie buscó algo en el bolsillo y sacó una barra de chicle. Era lunes. Era por la mañana. Esperaban que entrara el viejo y se iniciara el trabajo del día.