Desde su dormitorio, incluso con la puerta cerrada, Eddie huele el filete de ternera que prepara su madre con pimientos verdes y cebollas dulces; un intenso olor a leña que le encanta.
—¡Eeeddi! —le grita su madre desde la cocina—. ¿Dónde estás? ¡Ya estamos todos!
Él se da la vuelta en la cama y deja a un lado el cómic. Hoy tiene diecisiete años, demasiado mayor para esas cosas, pero todavía le gusta la idea —héroes de colores como el Hombre Enmascarado, que lucha contra los malos para salvar al mundo—. Ha regalado su colección a sus primos rumanos, que son pequeños y vinieron a Estados Unidos unos meses antes. La familia de Eddie los recibió en el muelle, y se instalaron en el dormitorio que Eddie compartía con su hermano Joe. Los primos no saben hablar inglés, pero les gustan los cómics. En cualquier caso, eso sirve a Eddie de excusa para conservarlos.
—Ahí está el chico del cumpleaños —exclama su madre cuando él entra lentamente en la cocina. Lleva una camisa blanca de cuello blando y una corbata azul, que le pellizca su musculoso cuello. Un murmullo de holas, de vasos de cerveza que se alzan de los visitantes reunidos, familiares, amigos, trabajadores del parque. El padre de Eddie está jugando a cartas en el rincón, entre una nubecilla de humo de puro.
—Oye, mamá, ¿a que no lo sabes? —grita Joe—. Eddie conoció a una chica ayer por la noche.
—¿Siii? ¿De verdad?
Eddie nota que se sonroja.
—Sí. Dijo que se iba a casar con ella.
—Cierra el pico —le dice Eddie a Joe.
Éste no le hace caso.
—Sí, entró en la habitación con los ojos desorbitados, y dijo: «Joe, ¡he conocido a la chica con la que me voy a casar!».
Eddie grita:
—¡He dicho que te calles!
—¿Cómo se llama, Eddie? —pregunta alguien.
—¿Va a misa?
Eddie se dirige a su hermano y le da un golpe en el brazo.
—¡Aaay!
—¡Eddie!
—¡Te he dicho que cierres el pico!
Joe suelta:
—Y bailó con ella en el Polvo de…
Un golpe.
—¡Aayy!
—¡Cierra el pico!
—¡Eddie! ¡Ya está bien! ¡Basta!
Ahora hasta los primos rumanos levantan la vista —esforzándose por entender— mientras los dos hermanos se agarran uno al otro y se dan meneos despejando el sofá, hasta que el padre de Eddie se quita el puro y grita.
—¡Parad inmediatamente si no queréis que os cruce la cara a los dos!
Los hermanos se separan, jadeantes y mirándose fijamente. Algunos parientes mayores sonríen. Una de las tías susurra:
—Pues esa chica le debe de gustar.
Más tarde, después de haberse comido el filete especial y apagar las velas soplando y cuando todos los invitados ya se han ido a casa, la madre de Eddie enciende la radio. Hay noticias sobre la guerra en Europa, y el padre de Eddie dice algo sobre que la madera y el cable de cobre van a ser difíciles de conseguir si las cosas empeoran. Aquello hará casi imposible el mantenimiento del parque.
—Qué noticias tan espantosas —dice la madre de Eddie—. No son apropiadas para una fiesta de cumpleaños.
Mueve el dial hasta que la cajita ofrece música, una orquesta que interpreta una alegre melodía. Sonríe y tararea. Luego se acerca a Eddie, que está repanchingado en su silla atrapando las últimas migajas de la tarta. Se quita el delantal, lo dobla y lo deja encima de una silla, y agarra a Eddie de las manos.
—Enséñame cómo bailaste con tu nueva amiguita —dice.
—Vamos, mamá…
—Enséñame.
Eddie se pone de pie como si fuera camino de su ejecución. Su hermano sonríe. Pero su madre, con su hermosa cara redonda, no deja de tararear y de moverse hacia delante y hacia atrás, hasta que Eddie inicia unos pasos de baile con ella.
—Laralá, laralí… —canta ella al ritmo de la melodía—. Cuando estás conmiiigo… La, la… Las estrellas y la luna… La, la, la… En junio…
Se mueven por el cuarto de estar hasta que Eddie cede y se ríe. Ya es unos buenos quince centímetros más alto que su madre, pero ella le lleva con comodidad.
—Entonces, ¿te gusta esa chica? —susurra ella.
Eddie pierde un paso.
—Es estupendo —dice su madre. Me alegro por ti.
Dan vueltas a la mesa, y la madre de Eddie agarra a Joe y le levanta.
—Ahora bailad los dos —dice ella.
—¿Con él?
—¡Mamá!
Pero ella insiste y ellos ceden, y Joe y Eddie pronto están riéndose y dando saltos uno junto al otro. Se cogen de la mano y se mueven, arriba y abajo, haciendo unos círculos exagerados. Dan vueltas y más vueltas a la mesa, ante el placer de su madre, mientras el clarinetista se destaca en la melodía de la radio y los primos rumanos dan palmas y los últimos restos del olor a filete a la parrilla se desvanecen en el aire de fiesta.