El cumpleaños de Eddie es hoy - Cuarta parte

Tiene ocho años. Está sentado en el borde de un sofá a cuadros, con los brazos cruzados, enfadado. Tiene a su madre a los pies, atándole los cordones de los zapatos. Su padre está ante el espejo arreglándose la corbata.

—No quiero ir —dice Eddie.

—Ya lo sé —dice su madre, sin levantar la vista—, pero tenemos que ir. A veces uno tiene que hacer cosas cuando pasan cosas tristes.

—Pero es mi cumpleaños.

Eddie mira enfurruñado desde el otro lado de la habitación la grúa montada en el rincón; está hecha con vigas metálicas de juguete y tres pequeñas ruedas de goma. Eddie había estado haciendo un camión. Es bueno montando cosas. Había esperado enseñárselo a sus amigos en la fiesta de su cumpleaños. En lugar de eso, tienen que ir a un sitio y vestirse de punta en blanco. Eso no está nada bien, piensa.

Su hermano Joe, vestido con pantalones de lana y una pajarita, entra con un guante de béisbol en la mano izquierda. Le da un golpe. Se burla de Eddie.

—Ésos eran mis zapatos viejos —dice Joe—. Los nuevos que tengo son mejores.

Eddie arruga el ceño. Aborrece tener que ponerse las cosas viejas de Joe.

—Deja de quejarte —dice su madre.

—Me hacen daño —protesta Eddie.

—¡Ya está bien! —grita su padre. Atraviesa a Eddie con la mirada. Eddie se calla.

En el cementerio, Eddie apenas reconoce a los del parque de atracciones. Los hombres que normalmente visten lamé dorado y turbantes rojos, ahora llevan trajes negros, como su padre. Parece que todas las mujeres llevan el mismo vestido negro; algunas se tapan la cara con velos.

Eddie mira a un hombre que echa tierra con una pala en un agujero. El hombre dice algo sobre unas cenizas. Eddie se agarra a la mano de su madre y bizquea mirando el sol. Debería estar triste, lo sabe, pero en secreto está contando números, a partir del uno; espera que cuando llegue a mil volverá el día de su cumpleaños.