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ESTAMOS ahora al final de nuestra investigación. Hace alrededor de doscientos años que los intelectuales laicos comenzaron a reemplazar al antiguo clero como mentores y guías de la humanidad. Hemos observado un cierto número de casos individuales de aquellos que buscaron aconsejar a la humanidad. Hemos examinado sus credenciales morales y de criterio para esa tarea. En especial hemos examinado su actitud hacia la verdad, la manera en que buscan y evalúan las pruebas, y su postura no sólo ante la humanidad, sino ante los seres humanos individuales; la manera en que tratan a sus amigos, colegas, servidores y sobre todo a sus propias familias. Hemos mencionado las consecuencias políticas y sociales de seguir su consejo.
¿Qué conclusiones deberían sacarse? Los lectores juzgarán por sí mismos. Pero pienso que hoy en día detecto un cierto escepticismo público cuando los intelectuales se paran para predicarnos, una tendencia creciente entre la gente común a discutir el derecho de los académicos, escritores y filósofos, por eminentes que puedan ser, a decirnos cómo comportarnos y manejar nuestros asuntos. Parece generalizarse la creencia de que los intelectuales no son más sabios como mentores, ni más respetables como modelos, que los hechiceros o sacerdotes de antaño. Comparto ese escepticismo. Una docena de personas elegidas al azar en la calle es probable que nos den opiniones sobre asuntos de moral o de política por lo menos tan sensatas como las de un grupo representativo de los miembros de la clase intelectual. Pero yo iría más lejos. Una de las principales lecciones de nuestro trágico siglo, que ha visto tantos millones de vidas humanas sacrificadas en proyectos para mejorara el destino de la humanidad es: cuidado con los intelectuales.
No sólo debería mantenérselos bien alejados de los resortes del poder, también deberían ser objeto de una especial sospecha cuando buscan dar consejo colectivo. Cuidado con los comités, conferencias y ligas de intelectuales. Desconfíen de las declaraciones públicas procedentes de sus filas apretadas. Denles poca importancia a sus juicios sobre líderes políticos o acontecimientos importantes. Porque los intelectuales, lejos de ser gente altamente individualista e inconformista, siguen ciertos patrones regulares de conducta. Tomados como grupo. Son a menudo ultra conformistas dentro de los círculos formados por aquellos cuya aprobación buscan y valoran. Eso es lo que los torna, en masse, tan peligrosos, porque les permite crear climas de opinión y ortodoxias prevalecientes, que a su vez generan a menudo cursos de acción irracionales y destructivos. Sobre todo, siempre debemos recordar lo que los intelectuales habitualmente olvidan: que las personas importan más que los conceptos y deben ser colocadas en primer lugar. El peor de todos los despotismos es la tiranía desalmada de las ideas.