—¡Nooooooooo!

El lamento de Hannah resonó en la oscuridad que la rodeaba.

Los ojos rojos del fantasma de Danny llamearon de rabia cuando Hannah le atravesó bruscamente.

Unos segundos después, ésta ya había levantado las manos para agarrarse al alféizar de la ventana.

—¡Oh! —exclamó, quejándose al notar que el alféizar quemaba.

Haciendo acopio de fuerzas, trepó hacia las cegadoras llamas y entró en la casa. Lo primero que encontró fue una espesa cortina de humo asfixiante.

Hannah hizo caso omiso del humo y la fulgurante barrera de fuego que se alzaba ante ella, y empezó a avanzar lentamente.

«Soy un fantasma —se dijo a medida que se adentraba en aquella habitación envuelta en 11amas—. Soy un fantasma. No puedo morir otra vez.»

Se frotó los ojos con la manga de la camiseta, en un esfuerzo por ver lo que había dentro.

—¿Danny ? —dijo, gritando con todas sus fuerzas—. Danny, ¡no puedo verte! ¿Dónde estás?

Se protegió los ojos con una mano y avanzó un poco más. Las llamas crecieron repentinamente como si fueran géiseres brillantes. El papel de una pared se había arrollado y caído, y la esquina ennegrecida estaba cubierta por llamas ascendentes.

—Danny, ¿dónde estás?

Oyó un grito apagado procedente de la habitación contigua. Atravesó rauda la puerta rodeada de llamas y vio que Danny estaba atrapado detrás de una alta barrera de llamas.

—¡Danny…!

Estaba en un rincón, apoyado contra la pared, con las manos juntas y levantadas ante sí para protegerse la cara del humo.

«No puedo pasar a través de esas llamas espesas», advirtió Hannah con horror.

Avanzó un paso más, ya dentro de la habitación, y luego retrocedió.

«Es imposible.

»¿Cómo podría salvarlo?»

Pero una vez más se recordó a sí misma: «Soy un fantasma. Puedo hacer cosas que las personas vivas no pueden hacer.»

—¡Ayúdame! ¡Ayúdame!

La voz de Danny sonaba débil y lejana tras las amenazadoras lenguas de fuego.

Sin pensarlo dos veces, Hannah aspiró profundamente, contuvo la respiración y cruzó la barrera de fuego.

—¡Ayúdame! —Él la miró sin expresión, como si no la viese—. ¡Ayúdame!

—¡Vamos! —Le cogió de la mano y tiró de él—. ¡Venga, salgamos de aquí!

Las llamas se inclinaron hacia ellos, como brazos candentes que quisieran atraparlos.

—¡Vamooos!

Volvió a tirar de Danny, pero éste se negaba a moverse.

—¡Nunca lo conseguiremos!

—Sí, ¡tenemos que hacerlo! —gritó ella.

El calor era insoportable. Hannah tuvo que cerrar los ojos al verse deslumbrada por el fulgor amarillo del fuego.

—¡Tenemos que conseguirlo!

Con una mano, cogió las dos de Danny y tiró de él. El humo negro los envolvía y casi no podían respirar. Hannah cerró los ojos y, tirando de Danny, penetró junto con él en el abrasador calor que despedían las llamas.

Y empezaron a cruzar la barrera de fuego.

Tosían, apenas podían respirar y estaban empapados en sudor debido al calor sofocante.

Hannah tiró de Danny, ciegamente, con todas sus fuerzas.

No abrió los ojos hasta que llegaron a la ventana.

No respiró hasta que cayeron en la fría oscuridad del suelo.

Poco después, de rodillas y apoyada en las manos, jadeando sonoramente y tratando de aspirar aire fresco, Hannah miró fijamente hacia la ventana.

Junto a la casa estaba la figura espectral, retorciéndose en medio de las llamas. Mientras el fuego iba consumiéndola, la figura levantó los brazos oscuros hacia el cielo y luego desapareció sin hacer el menor ruido.

Hannah suspiró aliviada y bajó la cabeza para mirar a Danny.

Estaba tumbado de espaldas sobre el césped, con expresión atónita.

—Hannah —susurró con voz ronca—, Hannah, gracias.

Ella notó que su rostro empezaba a esbozar una sonrisa.

De pronto, todo se volvió brillante, tan brillante como la barrera de llamas.

Y poco después todo volvió a quedar sumido en la oscuridad.