Hannah miró con horror e incredulidad, e hizo verdaderos esfuerzos por respiran. El olor acre la sofocaba. La oscuridad seguía envolviéndola, aprisionándola. Danny le dirigió una sonrisa maliciosa, con los mismos ojos candentes que había mostrado antes de ser descubierto.

—¡No! —gritó Hannah, con voz áspera afectada por el pavor—. ¡Tú no eres Danny! ¡No eres él!

Una sonrisa cruel se dibujó en el rostro refulgente de la figura espectral.

—¡Soy el fantasma de Danny! —dijo con determinación.

—¿El fantasma? —Hannah intentó echarse hacia atrás, pero la oscuridad la tenía atenazada.

—Soy el fantasma de Danny. Cuando muera en el incendio, dejaré de ser una sombra. Tendré vida… y Danny entrará en el mundo de las sombras en mi lugar.

—¡No! ¡No! —chilló Hannah, levantando los puños—. ¡No! ¡Danny no morirá! ¡No dejaré que muera!

El fantasma de Danny abrió la boca y soltó una hedionda carcajada homérica.

—¡Has llegado demasiado tarde, Hannah! —dijo despectivamente—. Demasiado tarde.