—¿Eh? —dijo Danny mirando a Hannah. Luego dio una patada a la pelota de fútbol blanca y negra, que rebotó contra el lateral de la casa. Iba vestido con una camiseta azul marino y unos pantalones cortos vaqueros. En la cabeza llevaba encasquetada una gorra de los Cubs azul y roja.
Hannah cruzó a toda velocidad el camino de la casa y se paró a unos metros de Danny.
—¿Eres un fantasma? —repitió sin aliento.
Él arrugó la frente y la miró con los ojos entornados. La pelota dio varios botes sobre la hierba. Danny avanzó varios pasos y, después de dar un puntapié al balón, dijo:
—Sí, seguro.
—No, en serio —insistió Hannah, con el corazón latiéndole vertiginosamente.
La pelota salió disparada y se perdió de vista en el garaje. Danny fue a buscarla y, cuando la tenía
apoyada contra el pecho, preguntó al tiempo que se rascaba la parte posterior de la rodilla:
—¿Qué has dicho?
«Me está mirando como si estuviera loca —pensó Hannah—. Tal vez lo esté.»
—Es igual, no importa —respondió ella tragando saliva con dificultad— ¿Puedo jugar contigo?
—Sí. —Danny dejó caer la pelota sobre el césped y preguntó—: ¿Qué tal te va? ¿Te encuentras bien hoy?
—Sí, supongo que sí —contestó Hannah asintiendo con la cabeza.
—Lo que pasó anoche fue bastante fuerte —dijo Danny pasándole la pelota suavemente con el pie a Hannah—. Me refiero a lo que pasó en casa del señor Chesney.
La pelota llegó hasta donde estaba Hannah, que la golpeó con el pie para devolverla. En circunstancias normales, Hannah era una buena deportista. Pero esa mañana calzaba un par de sandalias, y no era precisamente lo más adecuado para dar patadas a una pelota de fútbol.
—Me asusté de verdad —reconoció Hannah—. Pensé que el coche que se había detenido era el de la policía y que…
—Sí, yo también me asusté —dijo Danny. Elevó la pelota con el pie y se la envió a Hannah de un cabezazo.
—¿Alan y Fred van de verdad a la escuela Maple Avenue? —preguntó Hannah. La pelota le dio en un tobillo y rodó camino abajo.
—Sí. El curso que viene irán a noveno —respondió Danny esperando que le devolviera la pelota.
—¿No son nuevos? ¿Cómo es que nunca les he visto? —Dio un fuerte puntapié a la pelota.
Danny se desplazó a la derecha para seguir la trayectoria del balón. Rió disimuladamente y contestó:
—¿Y cómo es que ellos nunca te han visto a ti?
Hannah se percató de que no le daba respuestas claras.
«Creo que mis preguntas le están poniendo nervioso. Sabe que empiezo a sospechar cuál es la verdad sobre él.»
—Alan y Fred quieren volver a casa del señor Chesney —le dijo Danny.
—¿Eh? ¿Que quieren qué? —Falló al intentar golpear la pelota y dio una patada en la hierba—. ¡Oh! ¡No puedo jugar al fútbol con sandalias!
—Quieren volver esta noche. Ya sabes a qué. A darle su merecido a Chesney por habernos asustado. Me hizo daño de verdad en el hombro.
—Creo que Alan y Fred tienen muchas ganas de buscarse problemas —advirtió Hannah.
Danny se encogió de hombros y musitó:
—No hay otra cosa que hacer en esta ciudad.
La pelota pasó rodando entre los dos.
—¡Mía! —gritaron los dos al unísono.
Los dos corrieron tras el balón. Danny llegó primero donde estaba e intentó alejarlo de Hannah. Pero puso el pie encima del balón y, después de tropezar, cayó rodando por el césped.
Hannah se echó a reír y saltó por encima de Danny para coger la pelota. Le propinó una fuerte patada y el balón fue a dar contra el lateral del garaje. Luego, Hannah se volvió hacia donde había quedado tumbado Danny y, sonriendo victoriosamente, dijo:
—¡Uno a cero!
Él se incorporó lentamente. Tenía la camiseta llena de manchas de hierba.
—Ayúdame a levantarme —dijo tendiendo los brazos hacia ella.
Hannah alargó los suyos para levantarlo y… ¡sus manos atravesaron el cuerpo de Danny!