Aterrorizada, Hannah creyó ver la sombra de una sonrisa maliciosa dentro de la sombra más profunda que flotaba sobre el porche.
—Hannah, aléjate, ¡aléjate de Danny!
—¡Noooooooooo!
Hannah, dominada por el pánico, ni siquiera se dio cuenta de que aquel aullido había surgido de su propia garganta.
Los ojos rojos brillaron con más intensidad en respuesta al grito de Hannah. La ardiente mirada se clavó en sus ojos, obligándola a protegerse la cara con ambas manos.
—Hannah, haz caso de la advertencia que te he hecho —dijo el susurro áspero y terrorífico.
El susurro de la muerte.
El dedo negro y lleno de nervios, cuya forma apenas se distinguía a la luz del porche, volvió a señalarla de forma amenazadora.
Y de nuevo Hannah profirió un grito de terror.
—¡Nooooooo!
La negra figura se aproximaba cada vez más.
Y fue entonces cuando la puerta de la cocina se abrió, proyectando un largo rectángulo de luz sobre el jardín.
—Hannah…, ¿eres tú? ¿Qué pasa?
El padre de Hannah salió a la luz, con los rasgos tensos por la preocupación, y miró en la oscuridad a través de sus gafas cuadradas.
—¡Papá! —la voz de Hannah se ahogó en su garganta—. ¡Cuidado, papá! El…, él… —dijo Hannah señalando la figura.
Pero en ese momento señalaba al vacío.
Estaba apuntando al rectángulo de luz vacío que se extendía desde la puerta de la cocina. Es decir, a la nada. Una vez más, la figura espectral se había desvanecido.
Desconcertada por la confusión, aturdida y aterrorizada, entró corriendo en la casa sin cruzar palabra con su padre.
Había hablado a sus padres de la figura oscura y terrorífica con ojos rojos y brillantes. Su padre inspeccionó a conciencia el jardín de atrás con una linterna. Pero no encontró ninguna huella en el césped húmedo y blando, ni señal alguna de la presencia de un intruso.
La madre de Hannah la había mirado atenta y detenidamente, en un intento de encontrar alguna respuesta en la mirada de Hannah.
—No…, no estoy loca —tartamudeó Hannah con enojo.
Las mejillas de la señora Fairchild se tiñeron de rosa.
—Ya lo sé —replicó, tensa.
—¿Llamo a la policía? He mirado, pero no hay nada detrás —dijo el señor Fairchild pasando una mano por su fino pelo castaño, con la luz de la cocina reflejada en las gafas.
—Lo único que voy a hacer es irme a la cama —les dijo Hannah mientras se dirigía precipitadamente hacia la puerta—. Estoy muy cansada.
Al cruzar deprisa el vestíbulo en dirección a su dormitorio, notó que tenía las piernas temblorosas y que le fallaban.
Suspiró cansada y abrió la puerta de la habitación.
La negra figura fantasmagórica estaba esperándola junto a la cama.