Danny se acercó a Hannah. Ella vio que tenía el pelo rojo pegado a la frente por el sudor y que la miraba fijamente.
—Hay una buena razón por la que mi madre no te abrió la puerta —le dijo Danny.
«Porque es un fantasma», pensó Hannah. Sintió que un escalofrío, un estremecimiento de miedo le bajaba por la espalda.
Tragó saliva con dificultad y se preguntó: «¿Tengo miedo de Danny?»
»Sí, un poco», se respondió, recordando fugazmente el espeluznante sueño que había tenido sobre él.
«Sí, un poco.»
—¿Sabes? —empezó a decir Danny, y luego se mostró dubitativo. Se aclaró la garganta y, tras cambiar de posición nerviosamente, prosiguió—: ¿Sabes?, mi madre está sorda.
—¿Eh? —Hannah no estaba segura de haber oído bien. No era en absoluto la razón que estaba esperando recibir.
—Hace dos años tuvo una infección de oído interno —explicó Danny en voz baja sin apartar la mirada de Hannah—. En los dos oídos. Los médicos le dieron un tratamiento, pero la infección se extendió. Pensaban que podrían salvarle un oído, pero n0 lo consiguieron y se quedó completamente sorda.
—¿Quieres decir…, quieres decir que…? —balbució Hannah.
—Por eso no te oyó llamar a la puerta —explicó Danny—. No puede oír nada. —Luego bajó la mirada hasta el suelo.
—Ya —respondió Hannah torpemente—. Lo siento, Danny, No lo sabía. Pensé que…, bueno, la verdad es que no sabía qué pensar.
—A mamá no le gusta que la gente lo sepa —continuó Danny mientras retrocedía hacia su casa—. Cree que sentirán lástima de ella si se enteran, y odia que la gente la compadezca. Sabe leer en los labios muy bien. La gente se queda sorprendida muchas veces.
—No diré nada —replicó Hannah—. No se lo diré a nadie. No… —de repente se sintió muy estúpida.
Con la cabeza gacha, recorrió el camino en dirección al de su casa.
—Hasta mañana —dijo Danny.
—Sí, vale —respondió ella pensando en lo que él le acababa de contar.
Y cuando levantó la mirada para despedirse, Danny ya había desaparecido.
Hannah dio media vuelta y empezó a correr, rodeando la casa en dirección a la puerta de atrás. Las palabras de Danny la habían dejado preocupada. Se dio cuenta de que todos sus pensamientos sobre fantasmas podían haber sido una gran equivocación. Sus padres siempre estaban prediciendo que algún día la imaginación le jugaría una mala pasada.
«Esta vez tal vez sea así —pensó Hannah tristemente—. Quizá me he dejado llevar totalmente por la imaginación.»
Dobló la esquina de la casa y se dirigió a la puerta trasera, chapoteando con las zapatillas de deporte en el terreno húmedo y blando.
La luz del porche proyectaba un cono estrecho de luz blanca sobre el cemento.
Hannah casi había llegado a la puerta cuando la figura negra, envuelta en oscuras sombras, con los ojos rojos brillando como brasas candentes, se posó en la luz y le bloqueó el paso.
—Hannah… ¡No te acerques! —susurró, señalándola amenazadoramente con un dedo largo e indefinido.