—Hannah… —susurró la figura—. Hannah…
Estaba tan cerca que percibía su aliento cálido y acre.
—Hannah… Hannah…
El susurro era como un crujido de hojas secas.
Los ojos de color rubí refulgían como el fuego. Hannah sintió que la oscuridad la rodeaba, la envolvía hasta apretarla.
Sólo fue capaz de decir un «por favor» con voz sofocada.
—Hannah…
Y unos instantes después se hizo la luz de nuevo.
Hannah pestañeó e hizo un esfuerzo para aspirar un poco de aire.
Aún tenía metido en la nariz el olor acre. Pero ahora la calle estaba perfectamente iluminada.
Las luces de un coche la iluminaron por completo.
Hannah se dio cuenta de que la figura espectral había desaparecido. Las luces la habían ahuyentado.
¿Acaso volvería?
Después de pasar el coche, Hannah se dejó caer al suelo, detrás del tupido arbusto, e hizo un gran esfuerzo para recobrar el aliento. Cuando volvió a alzar la mirada, vio que los chicos seguían agazapados enfrente del seto del señor Chesney.
—Vámonos —insistió Danny.
—Nada de eso. Aún no —dijo Alan colocándose frente a Danny para impedirle el paso—. Te olvidas de nuestro desafío.
Fred empujó a Danny hacia el buzón y dijo:
—Adelante, cógelo.
—Oye, esperad un momento —dijo Danny, revolviéndose—. Nunca he dicho que lo haría.
—Te dije que no serías capaz de llevarte el buzón de Chesney —le provocó Fred—. ¿Es que no te acuerdas? ¿No nos dijiste que tú nunca rechazabas un desafío?
Alan sonrió y apuntó:
—Mañana, cuando Chesney salga, pensará que su cisne ha volado.
—No, esperad… —protestó Danny—. Tal vez sea una mala idea.
—Es una idea guay. Chesney es un mierda —insistió Alan—. Todo el mundo en Greenwood Falls le odia a muerte.
—Coge el buzón, Danny —le dijo Fred en
tono desafiante—. Arráncalo. Venga. A que no te atreves…
—No, yo…
Danny intentó retroceder, pero Fred lo sujetaba desde atrás por los hombros.
—¿Te da miedo? —dijo Alan desafiándole.
—Vaya un gallina —dijo Fred con voz infantil y burlona—. Clo-clo-clo…
—No soy un gallina —dijo Danny muy enfadado.
—Demuéstralo —exigió Alan. Cogió las manos de Danny y las levantó hasta ponerlas sobre las alas talladas que sobresalían a ambos lados del buzón.
—Adelante. Demuéstralo.
—¡Esto sí que es guay\ —dijo Fred—. El buzón del jefe de Correos… se va a escapar volando.
«No lo hagas, Danny —pensó Hannah desde su oscuro escondite al otro lado de la calle—. Por favor…, no lo hagas.»
En ese momento, los faros delanteros de otro coche iluminaron la calle y los tres muchachos se apartaron del buzón. El coche pasó sin aminorar la marcha.
—Vámonos. Se está haciendo tarde —oyó Hannah decir a Danny.
Pero Fred y Alan insistían, metiéndose con él y desafiándole.
Cuando Hannah dirigió la mirada hacia la luz blanca de la farola, vio a Danny caminar hacia el buzón de Chesney y cogerlo por las alas.
—Danny, espera —gritó.
El pareció no oírla.
Emitió un sordo quejido y empezó a tirar con fuerza.
El buzón no se movía.
Bajó las manos hasta el poste y lo rodeó fuertemente con ambas manos, justo debajo de la caja.
Volvió a tirar.
—Está clavado muy hondo —dijo a Alan y Fred—. No sé si podré arrancarlo…
—Inténtalo otra vez —insistió Alan.
—Te ayudaremos —dijo Fred colocando las manos encima de las de Danny.
—Tiremos todos juntos —pidió con insistencia Alan—. A la de tres.
—¡Yo no lo haría si estuviera en vuestro lugar! —exclamó una voz ronca detrás de ellos.
Los tres chicos se volvieron y vieron que el señor Chesney les observaba desde el camino de la casa, con el ceño fruncido y emitiendo un furioso gruñido.