El coche se detuvo.
Hannah miró con curiosidad desde detrás del arbusto.
—Eh, chicos… —dijo el conductor llamándolos con voz ronca, al tiempo que sacaba la cabeza por la ventanilla del coche.
Hannah se percató de que no era la policía y exhaló un largo suspiro de alivio.
Los tres muchachos se quedaron inmóviles. La débil luz de la farola permitió a Hannah ver que el conductor era un hombre mayor, de pelo cano, que llevaba gafas.
—No estamos haciendo nada, sólo charlamos —dijo Fred.
—¿Sabe alguno por dónde se coge la carretera 112? —preguntó el hombre. La luz interior del coche se encendió y Hannah vio que el hombre sostenía con una mano un mapa de carreteras.
Fred y Alan rieron aliviados. Danny siguió mirando fijamente al conductor con expresión de temor.
—La carretera 112 —repitió el hombre.
—Siga por Main Street —dijo Alan, señalando la dirección en la que estaba el coche—, suba dos manzanas y luego tuerza a la derecha.
La luz interior del coche se apagó. El hombre les dio las gracias y se marchó.
Los chicos siguieron mirando el coche hasta que desapareció en la oscuridad. Fred y Alan chocaron las manos. Luego Fred empujó a Alan hacia el seto y todos rieron de forma despreocupada.
—Eh, mirad dónde estamos —dijo Alan sorprendido.
Los chicos se volvieron en dirección al camino del jardín. Hannah, desde su escondite al otro lado de la calle, miró al lugar que Alan había señalado.
Al final del seto había un buzón alto de madera apoyado sobre un poste, que tenía en la parte de arriba la cabeza de un cisne tallada a mano con dos alas que sobresalían graciosamente de ambos lados.
—Es la casa de Chesney —dijo Alan caminando a lo largo del seto hacia el buzón. Cogió las alas con las dos manos y añadió—: ¿No os parece increíble este buzón?
—Seguro que lo ha tallado él mismo —dijo Fred riendo tontamente—. Qué tío más idiota.
—Y seguro que está muy contento y orgulloso de haberlo hecho —dijo Alan mofándose. Levantó la tapa, miró el interior y añadió—: Vacío.
—¿Quién va a querer escribirle? —dijo Danny intentando parecer tan duro como sus dos amigos.
—Oye, Danny, tengo una idea —dijo Fred. A continuación se colocó detrás de él y empezó a empujarle hacia el buzón.
—¡Jo! —protestó Danny.
Sin embargo, Fred siguió empujándole hasta llegar al buzón.
—Ahora veremos lo fuerte que eres —dijo Fred.
—Eh, espera un momento… —gritó Danny.
Hannah, que aún estaba escondida detrás del arbusto, se asomó un poco.
«¡Jo, tío! —murmuró para sí—. ¿Qué se les habrá ocurrido hacer ahora?»
—Coge el buzón —oyó que Alan le ordenaba a Danny—. ¡A que no te atreves!
—Sí, a ver si eres capaz —añadió Fred—. ¿Recuerdas lo que nos dijiste sobre los retos, Danny? ¿Que tú siempre los aceptabas?
—Sí. Nos dijiste que tú nunca rechazas un desafío —insistió Alan maliciosamente.
Danny vaciló un momento.
—Hombre, yo…
Hannah sintió en la boca del estómago una intensa sensación de temor. De pronto, al ver a Danny avanzar hacia el buzón tallado a mano del
señor Chesney, tuvo un presentimiento: la sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder.
«Tengo que detenerlos», decidió.
Respiró profundamente y salió de detrás del arbusto.
Empezó a llamarles, pero enseguida se hizo una oscuridad total.
—¡Oye! —gritó.
¿Qué había sucedido?
Su primer pensamiento fue que la farola se había apagado.
Pero entonces Hannah vio justo enfrente dos círculos rojos que brillaban con intensidad.
Dos ojos relucientes rodeados de oscuridad.
Una figura espectral se elevó varios metros ante ella.
Hannah intentó gritar, pero su voz se perdió en la espesa oscuridad.
Intentó correr, pero la figura le bloqueó el paso. Los ojos rojos se habían clavado en los de Hannah.
Y la figura empezó a acercarse. Cada vez más.
«Esta vez me ha atrapado», se dijo Hannah, segura de lo que iba a ocurrir a continuación.