—¡Hannah! ¡Hannah!
El susurro se convirtió en un grito.
—¡Hannah!
Sintió un dolor punzante en el costado e hizo un gran esfuerzo por recuperar el aliento.
—¿Qué quieres? —consiguió gritar—. ¡Déjame en paz! ¡Por favor!
—¡Hannah! ¡Soy yo!
Levantó la cabeza y vio a Danny, de pie frente a ella. Estaba montado a horcajadas en su bicicleta, sujetando fuertemente el manillar y mirándola con el rostro tenso por la preocupación.
—Hannah…, ¿te encuentras bien?
—¡La sombra…! —gritó ella, aturdida.
Danny dejó la bicicleta en el suelo y cruzó rápidamente el césped. Levantó la bicicleta que había quedado encima de Hannah y la colocó junto a la suya. Luego intentó cogerla por las manos.
—¿Estás bien? ¿Puedes levantarte? He visto que te caías. ¿Te has dado contra una piedra o algo así?
—No —dijo Hannah sacudiendo la cabeza en un intento de aclarar sus pensamientos—. La sombra… quería cogerme y…
La expresión del rostro de Danny se llenó de perplejidad.
—¿Qué? ¿Quién dices que intentó cogerte? —preguntó mientras inspeccionaba con la mirada los alrededores y volvía a fijar la vista en Hannah.
—Sabía cómo me llamo —dijo Hannah jadeante—. Me llamaba una y otra vez. Y me seguía.
Danny la examinó frunciendo el entrecejo.
—¿Te has dado un golpe en la cabeza? ¿Estás mareada? Tal vez sería mejor que fuese a buscar ayuda.
—No…, yo…, eh… —Miró fijamente a Danny y añadió—: ¿Tú no le has visto? Iba vestido de negro. Tenía los ojos rojos, brillantes…
Danny negó con la cabeza sin dejar de examinarla con ojos cautelosos.
—Sólo te he visto a ti —respondió él en voz baja—. Ibas pedaleando a toda máquina y te has caído.
—¿No has visto a nadie vestido de negro? ¿Un hombre que me estaba persiguiendo?
Danny volvió a hacer un gesto negativo.
—No había nadie más en la calle, Hannah. Sólo yo.
—Quizá me haya golpeado en la cabeza —murmuró Hannah levantando las manos hasta tocársela.
Danny extendió una mano y dijo:
—¿Puedes levantarte? ¿Estás herida?
—Sí…, creo que sí puedo.
Hannah dejó que él la ayudara a ponerse de pie. Notó que el corazón le seguía palpitando y que le temblaba todo el cuerpo. Entornó los ojos y buscó los jardines de las casas sin apartar la mirada de los amplios círculos de sombra que formaban los viejos árboles del vecindario.
No se veía a nadie.
—¿De verdad que no has visto a nadie? —preguntó ella muy bajito.
Él dijo que no con la cabeza.
—Sólo a ti. Estaba mirando desde allí —dijo señalando el bordillo.
—Pero yo creía que… —repuso Hannah con un hilo de voz. Se dio cuenta de que se estaba sonrojando.
«Qué situación tan molesta —pensó—. Seguro que cree que estoy como una cabra.
»¡A lo mejor lo estoy!», exclamó para sus adentros.
—Ibas muy deprisa —dijo él recogiendo la bicicleta de Hannah—. ¡Y hay tantas sombras entre los árboles! Y como estabas asustada, a lo mejor te has imaginado que veías a un hombre vestido de negro.
—Tal vez —replicó Hannah débilmente.
Pero la verdad es que no era eso lo que creía…
Al día siguiente por la tarde, cuando Hannah corrió hasta el buzón, en el cielo había nubes blancas que, al desplazarse, ocultaban el sol. Se oía ladrar un perro en algún lugar de la manzana.
Levantó la tapa del buzón y miró dentro con ansiedad.
La mano resbaló por la superficie metálica.
No había correo. Nada en absoluto.
Suspiró, decepcionada, y cerró de golpe el buzón. Janey le había prometido que le escribiría todos los días. Llevaba fuera varias semanas y Hannah todavía no había recibido ni siquiera una postal.
Ninguno de sus amigos le había escrito.
Mientras regresaba, caminando con dificultad, Hannah echó un vistazo a la casa de Danny. Las nubes blancas se reflejaban en el cristal del gran ventanal del salón.
Hannah se preguntó si Danny estaría en casa. No le había visto desde la mañana del día anterior, cuando se había caído de la bicicleta.
«El espionaje no está yendo demasiado bien», se dijo suspirando.
Miró de nuevo el ventanal de la fachada y retomó el camino que llevaba a la casa.
«Voy a escribirle a Janey otra vez —decidió—. Tengo que contarle lo de Danny y la horrible figura negra, y las cosas tan extrañas que han estado sucediendo.»
Oyó a los gemelos discutiendo a gritos en el estudio qué vídeo de dibujos animados querían ver. Su madre les estaba sugiriendo que en vez de eso salieran al jardín a jugar.
Hannah se dirigió a toda prisa a su habitación. Cogió papel y bolígrafo.
En el dormitorio hacía un calor sofocante y, además, había dejado una pila de ropa sucia encima del escritorio, así que decidió escribir la carta fuera, en el jardín.
Poco después, se instaló bajo el enorme arce situado en el centro del jardín delantero. El cielo se hallaba cubierto por un manto de nubes altas. El sol intentaba asomar por entre aquella luminosidad blanca. El árbol viejo y frondoso la protegía, ofreciéndole una confortable sombra.
Hannah bostezó. No había dormido bien la noche anterior.
«Tal vez eche una siesta después —pensó—. Pero primero tengo que escribir la carta.»
Apoyó la espalda en el sólido tronco y empezó a escribir.
Querida Janey:
¿Cómo estás? Espero de verdad que te hayas caído en el lago y que te hayas ahogado. Esa sería la única excusa válida para no haberme escrito en todo este tiempo.
¿Cómo has podido abandonarme aquí de ese modo? El próximo verano, sea como fuere, me voy de campamento contigo.
Por aquí están sucediendo cosas muy extrañas. ¿Recuerdas que te hablé de un chico que se ha mudado a la casa de al lado? Se llama Danny Anderson y es bastante mono. Es pelirrojo y pecoso, y tiene los ojos marrones, aunque su mirada resulta un tanto inquietante.
No te rías, Janey…, pero creo que Danny… ¡es un fantasma!
Puedo oír tus carcajadas, pero no me importa. Cuando vuelvas a Greenwood Falls ya tendré pruebas para demostrártelo.
Por favor, no les digas a tus compañeras de cuarto que tu mejor amiga está alucinando totalmente hasta que hayas leído el resto de la carta. Estas son las pruebas que hasta ahora tengo:
1.Danny y su familia aparecieron de repente en la casa de al lado. No les he visto mudarse, a pesar de que he estado en casa cada día. Mis padres tampoco les han visto.
2.Danny dice que va a Maple Avenue, y que el curso que viene estará en octavo, como nosotras. Pero ¿cómo es posible que nunca le hayamos visto? Va con dos chicos que yo nunca había visto antes. Y cuando le pregunté, no conocía a ninguno de mis amigos.
3.A veces desaparece. Hace simplemente pufff… y desaparece. ¡No te rías! Y el otro día se cayó del tejado y aterrizó de pie ¡sin hacer nada de ruido! Te lo digo de verdad, Janey, estoy preocupada.
4.Ayer me persiguió una horrible sombra y me caí de la bicicleta. Y cuando me volví, la sombra había desaparecido y Danny estaba en su lugar. Y…
Oh, oh. Esto empieza a sonar como una auténtica locura. Ojalá estuvieras aquí para poder explicártelo mejor. En una carta todo suena muy tonto. Como si estuviera realmente mal de la azotea o algo parecido.
Sé que te estás riendo de mí. Bueno, puedes seguir.
A lo mejor no echo esta carta. Es que no me apetece que empieces a hacer bromas o que me la recuerdes el resto de mi vida.
Así que ya basta de hablar sobre mí.
¿Cómo lo estáis pasando en el bosque? Espero que te haya mordido una serpiente y que todo el cuerpo se te haya hinchado, y que sea ése el motivo de que no me hayas escrito ni una mísera carta.
Como no sea así, ¡te mataré cuando vuelvas! ¡De verdad!
¡Escríbeme!
Besos,
Hannah
Después de bostezar ruidosamente, Hannah dejó caer el bolígrafo al suelo. Se recostó contra el tronco del árbol y leyó lentamente la carta.
«¿Es demasiado disparatada para mandarla? —se preguntó—. No. Tengo que enviarla. Tengo que contarle a alguien lo que está pasando. Es todo demasiado extraño como para mantenerlo en secreto.»
El sol había conseguido finalmente abrirse camino entre las nubes. Las hojas del árbol donde estaba apoyada proyectaban sombras cambiantes que se reflejaban en la carta y en el regazo de Hannah.
Miró hacia la cegadora luz del sol y… se quedó sin respiración, perpleja al ver una cara que la estaba mirando fijamente.
—¡Danny!
—Hola, Hannah —dijo él quedamente.
Hannah le miró con los ojos entrecerrados. Todo el cuerpo de Danny estaba rodeado por la luz solar y daba la impresión de que resplandecía.
—No…, no te había visto —balbuceó Hannah—. No sabía que estabas ahí. Yo…
—Dame la carta, Hannah —dijo Danny con suavidad, pero insistentemente. Luego extendió una mano para cogerla.
—¿Eh? ¿Qué has dicho?
—Dame la carta —exigió Danny con más firmeza—. Dámela ahora mismo, Hannah.
Ella sujetó la carta con fuerza mirándole fijamente. Tuvo que protegerse los ojos con una mano. El sol resplandeciente parecía brillar a través de su cuerpo.
Danny permanecía flotando en el aire, con una mano extendida.
—La carta. Dámela —le insistió.
—Pero… ¿por qué? —preguntó Hannah con voz trémula.
—No puedo dejar que la mandes —le contestó Danny.
—¿Por qué, Danny? Es mi carta. ¿Por qué no puedo mandársela a mi amiga?
—Porque has descubierto la verdad sobre mí —dijo él—. Y no permitiré de ninguna de las maneras que se lo cuentes a nadie.