Hannah gritó y cerró los ojos.

«Tengo que conseguir ayuda», pensó.

Con el corazón latiéndole vertiginosamente, hizo un esfuerzo y se obligó a abrir los ojos. Luego miró por el suelo en busca de Danny. Pero, para su sorpresa, vio que estaba de pie justo enfrente, con una sonrisa maliciosa dibujada en la cara.

—¿Ehhh? —dijo Hannah con una sofocada exclamación de asombro—. ¿Estás…, estás bien?

Danny asintió sin borrar aquella sonrisa burlona.

«No ha hecho nada de ruido —pensó Hannah mirándole fijamente—. Ha aterrizado sin hacer el menor ruido.»

—¿Te encuentras bien? —preguntó de nuevo, cogiéndole por el hombro.

—Sí, estoy bien —respondió Danny tranquilamente—. Mi apellido es Temerario. Me llamo Danny Temerario Anderson. Así es como mi madre me llama siempre. —A continuación se pasó la pelota de una mano a otra como si tal cosa.

—¡Me has dado un susto de muerte! —dijo Hannah gritando. El miedo que había pasado se estaba convirtiendo poco a poco en rabia—. ¿Por qué has hecho eso?

Él se echó a reír.

—Podías haberte matado —dijo ella.

—Nada de eso —replicó él con suma tranquilidad.

Ella frunció el entrecejo y clavó la mirada en los ojos castaños de Danny.

—¿Y siempre haces cosas como ésa? ¿Te dedicas a caerte de los tejados sólo para asustar a la gente?

Danny amplió aún más la sonrisa, pero no dijo nada. Se alejó unos metros de donde ella estaba y lanzó la pelota de tenis hacia la casa.

Volvió a oírse otro crac.

—Te estabas cayendo de cabeza —dijo Hannah—. ¿Cómo te lo has montado para caer de pie?

Danny rió entre dientes y contestó maliciosamente:

—Magia.

—Pero…, pero…

—¡Hannah! ¡Hannah! —La niña se volvió y vio a su madre, que la estaba llamando desde el porche trasero.

—¿Qué quieres? —preguntó gritando.

Un nuevo crac.

Tengo que salir y tardaré una hora en regresar. ¿ Puedes venir y encargarte de Bill y Herb?

Hannah se volvió hacia Danny.

—Tengo que irme. Hasta luego.

—Hasta luego —dijo él sonriéndole con su cara pecosa.

Otro crac.

Mientras cruzaba el camino corriendo hacia su casa, Hannah oyó el sonido de la pelota al chocar contra la pared de madera de secoya. Y volvió a imaginarse a Danny cayendo de cabeza desde el tejado.

«¿Cómo lo habrá hecho? —se preguntó—. ¿Cómo ha caído de pie tan silenciosamente?»

—Sólo estaré fuera una hora —dijo su madre buscando en el bolso las llaves del coche—. ¿Qué tiempo hace? Parece que va a nublarse y que esta noche lloverá.

«Otra previsión del tiempo», pensó Hannah poniendo los ojos en blanco.

La señora Fairchild encontró las llaves y cerró el bolso.

—No dejes que se maten si puedes evitarlo —dijo.

—Ese era Danny —le dijo Hannah—. El chico nuevo de la casa de al lado. ¿Le has visto?

—No, lo siento —respondió la señora Fairchild al tiempo que se apresuraba a montar en el coche.

—¿No le has visto? —gritó Hannah.

La puerta mosquitera se cerró de golpe.

Bill y Herb aparecieron y tiraron de Hannah hasta obligarla a entrar en su dormitorio.

—¡Toboganes y Escaleras! —dijo Bill en tono exigente.

—Sí, juguemos a Toboganes y Escaleras —repitió Herb.

Hannah puso los ojos en blanco. Odiaba aquel juego. ¡Era tan estúpido!

—De acuerdo —accedió, suspirando. Luego se tendió en la alfombra junto a sus hermanos.

—¡Yupiii! —gritó Bill, feliz, abriendo el tablero de juego—. ¿Vas a jugar?

—Sí, jugaré —dijo Hannah con desgana.

—¿Y podemos hacer trampas? —preguntó Bill.

—¡Sí! ¡Hagamos trampas! —insistió Herb entusiasmado, haciendo muecas.

La cena había terminado y los gemelos se encontraban en el piso de arriba, discutiendo con sus padres quién debía bañarse primero. Ambos odiaban bañarse y siempre luchaban por ser el último.

Hannah ayudó a quitar la mesa y luego se fue al salón. Al dirigirse a la ventana, pensó en Danny.

Tras descorrer las cortinas, apoyó la frente en el frío cristal de la ventana y cruzó el camino con la mirada hasta llegar a la casa de Danny.

El sol había descendido hasta situarse detrás de los árboles. En esos momentos, la casa de Danny se encontraba sumida en profundas y oscuras sombras. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas y persianas.

Hannah cayó en la cuenta de que en realidad nunca había visto a nadie dentro de la casa. Jamás había visto a Danny entrar o salir.

Nunca había visto a nadie salir de la casa.

Hannah se apartó de la ventana mientras le daba vueltas al pensamiento que acababa de tener. Recordó la mañana en que conoció a Danny, después de que él la atropellara en el jardín trasero. Habían estado hablando… y luego él se había desvanecido.

Recordó que le había dado la impresión de que desaparecía al adentrarse en las sombras de la casa, que ella había tenido que forzar mucho la vista para conseguir verle, y que, cuando se cayó del tejado y aterrizó silenciosamente en el suelo, parecía flotar en el aire.

Tan silenciosamente como un fantasma.

«Hannah, ¿qué estás pensando? —se regañó—. ¿Estás inventándote otro cuento de fantasmas?»

De repente se sintió abrumada por las preguntas que empezaban a agolparse en su mente: ¿Cómo era posible que Danny y su familia se hubiesen instalado en la casa de al lado sin que ella se hubiera dado cuenta? ¿Cómo era posible que él asistiese al mismo colegio que Hannah, al mismo curso, y que ella nunca le hubiera visto?

¿Cómo es que ella no conocía sus amigos ni él a los de ella?

«Es todo tan extraño —pensó Hannah—. No me lo estoy imaginando. No me lo estoy inventando.

»¿Y si resulta que Danny es un fantasma de verdad?»

Si al menos tuviese a alguien con quien hablar de Danny. Pero sus amigos estaban todos fuera. Y sus padres seguro que nunca harían caso de una idea tan descabellada.

«Tendré que demostrarlo yo misma —decidió—. Le estudiaré. Seguiré un método científico. Le observaré. Le espiaré.

»Sí, voy a espiarle —decidió finalmente—. Miraré por la ventana de la cocina.»

Salió por el porche trasero y cerró la puerta mosquitera tras de sí.

Hacía una noche cálida y tranquila. En el cielo azul cobalto brillaba un pálido cuarto de luna sobre el jardín trasero.

Hannah cruzó el jardín dando largas y rápidas zancadas, y en ese momento los grillos empezaron a emitir su estridente canto. La casa de Danny aparecía amenazante ante ella, baja y oscura con el cielo como fondo.

La escalera todavía permanecía apoyada contra la pared trasera.

Hannah cruzó el camino que separaba el jardín de su casa del de la casa de Danny. Con el corazón en un puño, avanzó sigilosamente y subió los tres escalones de cemento que daban al porche trasero. La puerta de la cocina estaba cerrada.

Avanzó hasta la puerta, pegó la cara al cristal de la ventana y, al mirar dentro de la cocina…, se quedó sin respiración.