El cartero solía llegar un poco antes de mediodía. Hannah corrió ansiosa hasta el fondo del camino y tiró de la tapa del buzón para abrirlo.
No había ninguna carta para ella. En realidad, no había nada para nadie. Decepcionada, volvió corriendo al dormitorio para escribir una carta de reprimenda a su mejor amiga, Janey Pace.
Querida Janey:
Espero que te lo estés pasando bien en el campamento, pero no demasiado bien, porque has roto tu promesa. Me dijiste que me escribirías todos los días y, hasta ahora, no he recibido ni siquiera una mísera postal.
Estoy tan aburrida que ya no sé qué hacer. No puedes imaginarte lo poco que se puede hacer en Greenwood Falls cuando no hay nadie. ¡Es para morirse!
Veo la tele y leo mucho. ¿Te puedes creer que ya me he leído todos los libros de la lista de lectura para el verano? Papá prometió llevarnos de camping a Miller Woods —¡qué emocionante!—, pero tiene que trabajar todos los fines de semana, así que no creo que nos lleve.
¡Me aburro!
Anoche estaba tan aburrida que salí al jardín con los gemelos, encendí una pequeña hoguera detrás del garaje e hicimos como si estuviéramos en un campamento. Luego les conté varios cuentos de fantasmas espeluznantes.
Ellos no lo quieren reconocer, claro, pero me di cuenta de que se lo pasaban bien. De todas formas, ya sabes cómo me alucinan las historias de fantasmas. Empecé a ver sombras extrañas y cosas moviéndose detrás de los árboles. Supongo que fue muy divertido. Yo me asusté muchísimo.
No te rías, Janey. A ti tampoco te gustan las historias de fantasmas.
La única noticia que te puedo dar es que un chico nuevo se ha mudado a la vieja casa de los Dodson, justo al lado. Se llama Danny y tiene nuestra edad, es pelirrojo y pecoso y me parece bastante mono.
Sólo le he visto una vez. A lo mejor tengo algo más que contarte más adelante.
Pero ahora te toca a ti escribirme. Venga,
Janey, me lo prometiste. ¿Has conocido a muchos chicos guapos en el campamento? ¿Por eso estás tan ocupada que no tienes tiempo para escribirme?
Si no sé nada de ti, espero que se te llene el cuerpo de ortigas, ¡sobre todo en lugares donde no puedas rascarte!
Besos,
Hannah
Hannah dobló la carta y la metió dentro de un sobre. El pequeño escritorio estaba colocado enfrente de la ventana de la habitación. Se inclinó sobre el mueble y vio la casa de al lado.
«¿Será ésa la habitación de Danny?», pensó, mirando hacia el otro lado del camino de entrada. Las cortinas estaban echadas y le impedían ver qué había detrás.
Hannah se puso de pie, se cepilló el cabello y luego bajó con la carta a la puerta principal.
Oyó a su madre regañando a los gemelos en la parte trasera de la casa. Los niños se reían tontamente mientras la señora Fairchild les gritaba. Hannah oyó un fuerte estruendo y luego más risitas tontas.
—¡Voy a salir! —gritó ella abriendo la puerta mosquitera.
Pero pensó que, con tanto jaleo, era posible que no la hubiesen oído.
Hacía una tarde calurosa; ni siquiera soplaba una ligera brisa, y el aire era pesado y húmedo. El padre de Hannah había cortado el césped de la parte delantera el día anterior. Al avanzar por el camino, Hannah percibió el agradable olor que la hierba recién cortada despedía.
Luego dirigió la mirada hacia la casa de Danny. No había señales de vida. La puerta principal estaba cerrada y por el ventanal del salón no se veía a nadie, pues el interior estaba oscuro.
Hannah decidió recorrer a pie las tres manzanas que había hasta el centro de la ciudad y echar la carta en la oficina de Correos.
Suspiró, pensando con tristeza que no tenía otra cosa que hacer. Si iba dando un paseo, al menos mataría algo de tiempo.
La acera estaba cubierta de briznas de hierba cortada, cuyo verdor ya empezaba a adquirir un tono pardusco.
Hannah iba tarareando una canción cuando pasó frente a la casa de ladrillo rojo donde vivía la señora Quilty. Esta se encontraba inclinada en el jardín, arrancando algunas matas de mala hierba.
—Hola, señora Quilty. ¿Cómo está? —dijo Hannah gritando.
La señora Quilty no levantó la cabeza.
«¡Menuda antipática! —pensó Hannah enfadada—. Estoy segura de que me ha oído.»
Hannah cruzó la calle. Se oían los acordes de un piano procedentes de la casa de la esquina. Alguien estaba practicando una pieza de música clásica; se equivocaba una y otra vez en la misma nota y volvía a empezar la pieza.
«Me alegro de que no sean mis vecinos», pensó Hannah sonriendo.
El resto del camino lo hizo canturreando.
La oficina de Correos estaba en un edificio blanco de dos pisos, situado al otro lado de una pequeña plaza, con un asta de la que colgaba una bandera inmóvil debido a la ausencia de viento. En la plaza había un banco, una barbería, una pequeña tienda de comestibles y una gasolinera. Detrás había varios establecimientos más, la heladería Harder y un restaurante llamado Diner.
Dos mujeres salían en ese momento de la tienda de comestibles. A través de la ventana de la barbería, Hannah vio a Ernie, el barbero, sentado en un sillón leyendo una revista.
«Una escena cotidiana de lo más real», pensó meneando la cabeza.
Cruzó la pequeña plaza alfombrada de césped hasta llegar al buzón situado enfrente de la puerta de Correos, y echó la carta. A continuación se volvió para emprender el camino de regreso a casa, pero se detuvo al oír gritar a un hombre, que parecía muy enfadado.
Hannah se percató de que los gritos provenían de la parte trasera de Correos.