Hannah aterrizó sobre los codos y las rodillas. Rápidamente se volvió para ver qué la había golpeado.

Era un chico en bicicleta.

—¡Lo siento! —gritó el muchacho. Luego saltó de la bicicleta y la dejó caer sobre la hierba—. No te he visto.

«Llevo puestos unos pantalones Day-Glo verdes y un top naranja —pensó Hannah—. ¿Por qué no me ha visto?»

Ella se puso en pie y se limpió las manchas de hierba que tenía en las rodillas.

—¡Guau! —susurró mientras le miraba frunciendo el entrecejo.

—Intenté parar —dijo él quedamente.

Hannah advirtió que tenía el cabello de color rojo intenso, casi tanto como las palomitas rebozadas de caramelo, los ojos marrones y la cara llena de pecas.

—¿Por qué ibas corriendo por mi jardín? —preguntó.

—¿Tu jardín? —repuso él al tiempo que la miraba entornando sus ojos oscuros—. ¿Desde cuándo?

—Desde antes de que yo naciera —respondió Hannah bruscamente.

El se quitó una hoja del pelo y le preguntó, señalando la casa:

—¿Vives ahí?

Hannah asintió con la cabeza.

—¿Y tú dónde vives? —inquirió ella mirándose los codos. Comprobó que estaban sucios, pero no magullados.

—Aquí al lado —respondió él volviéndose hacia la casa de madera rojiza, estilo rancho, que se encontraba al otro lado del camino de entrada.

—¿Quéee? —exclamó Hannah reaccionando con sorpresa—. ¡Tú no puedes vivir ahí!

—¿Y por qué no? —preguntó él con insistencia.

—Esa casa está vacía —respondió Hannah, mientras le observaba la cara—. Ha estado vacía desde que se mudaron los Dodson.

—Pues ahora no lo está —dijo él—. Yo vivo en ella con mi madre.

Hannah se preguntó cómo era posible que alguien se hubiese mudado a la casa de al lado sin que ella se diese cuenta.

«Ayer estuve jugando aquí con los gemelos —pensó, mirando fijamente al muchacho—. Estoy segura de que esa casa estaba vacía y a oscuras.»

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Danny. Danny Anderson.

Ella le dijo su nombre.

—Supongo que somos vecinos —dijo—. Tengo doce años. ¿Y tú?

—Yo también. —Después se agachó para examinar la bicicleta y retiró una mata de hierba que se había quedado incrustada entre los radios de la rueda trasera.

—¿Cómo es que no te he visto antes? —preguntó él, receloso.

—¿Y cómo es que no te he visto yo a ti? —replicó ella.

Él se encogió de hombros y esbozó una sonrisa que hizo que apareciesen unas arrugas en el rabillo de sus ojos.

—Entonces, ¿te acabas de mudar? —preguntó Hannah intentando llegar hasta el fondo del misterio.

—¡De eso nada! —exclamó él concentrándose en la bicicleta.

—¿No? ¿Cuánto hace que vives ahí? —preguntó Hannah.

—Algún tiempo.

«¡Eso es imposible! —pensó Hannah—. No puede haberse mudado a la casa de al lado sin que yo me haya dado cuenta.»

Pero antes de que pudiera reaccionar, oyó una voz aguda que la reclamaba desde la casa.

—¡Hannah! ¡Hannah! Herb no me quiere devolver mi Gameboy —dijo Bill de pie en el porche trasero, apoyado contra la puerta mosquitera abierta.

—¿Dónde está mamá? —gritó Hannah a modo de respuesta—. Ella te lo dará.

—Vale.

La puerta mosquitera se cerró de golpe y Bill fue a buscar a la señora Fairchild.

Hannah se volvió de nuevo para seguir hablando con Danny, pero ya había desaparecido.