Los modernismos

De todos los grandes novelistas de nuestro siglo, Broch es probablemente el menos conocido. No es muy difícil saber por qué. En cuanto termina Los sonámbulos se encuentra con Hitler en el poder y la vida cultural alemana aniquilada; cinco años más tarde, abandona Austria y se traslada a América donde permanece hasta su muerte. En esas condiciones, su obra, privada de sus lectores naturales, privada del contacto con una vida literaria normal, ya no puede desempeñar su papel en su tiempo: reunir en torno a ella una comunidad de lectores, seguidores y conocedores, crear escuela, influenciar a otros escritores. Al igual que la obra de Musil y la de Gombrowicz, la de Broch fue descubierta (redescubierta) con gran atraso (y después de la muerte de su autor) por quienes, como el propio Broch, estaban poseídos por la pasión de las formas nuevas, dicho de otro modo, por quienes tenían una orientación «modernista». Pero su modernismo no se parecía al de Broch. No porque fuera más tardío, más avanzado; era diferente por sus raíces, por su actitud con respecto al mundo moderno, por su estética. Esta diferencia causó cierta molestia: Broch (al igual que Musil y Gombrowicz) apareció como un gran innovador pero que no respondia a la imagen corriente y convencional del modernismo (porque, en la segunda mitad de este siglo, hay que contar con el modernismo de las normas codificadas, el modernismo universitario, por decirlo así, titularizado).

Ese modernismo titularizado exige, por ejemplo, la destrucción de la forma novelesca. En la óptica de Broch, las posibilidades de la forma novelesca están lejos de haberse agotado.

El modernismo titularizado exige que la novela se deshaga del artificio del personaje que a fin de cuentas, según él, no es más que una máscara que disimula inútilmente el rostro del autor. En los personajes de Broch, el yo del autor es indetectable.

El modernismo titularizado ha proscrito la noción de totalidad, ese mismo término que Broch, por el contrario, utiliza de buena gana para decir: en la época de la excesiva división del trabajo, de la especialización desenfrenada, la novela es una de las últimas posiciones desde la cual el hombre puede aún mantener relaciones con la vida en su conjunto.

Según el modernismo titularizado entre la novela «moderna» y la novela «tradicional» (siendo esa novela «tradicional» el saco en el que fueron a parar en tropel todas las fases de cuatro siglos de novela) hay una frontera infranqueable. En la óptica de Broch, la novela moderna continúa la misma búsqueda en la que han participado todos los grandes novelistas desde Cervantes.

Detrás del modernismo titularizado hay un residuo ingenuo de creencia escatológica: una Historia acaba y otra (mejor), fundamentada sobre una base totalmente nueva, comienza. En Broch está la conciencia melancólica de una Historia que se acaba en circunstancias profundamente hostiles a la evolución del arte y de la novela en particular.