Pasenow frecuenta a una puta checa, llamada Ruzena, pero sus padres preparan su casamiento con una muchacha de su círculo: Elisabeth. Pasenow no la quiere, sin embargo le atrae. A decir verdad lo que le atrae no es ella, sino todo lo que ella representa para él.
Cuando va a verla por primera vez, las calles, los jardines, las casas de la zona donde vive irradian «una gran seguridad insular»; la casa de Elisabeth lo acoge con su atmósfera feliz, «toda seguridad y dulzura, bajo la égida de la amistad» que, un día, «se transformaría en amor» para que «el amor, a su vez, un día, se diluya en amistad». El valor que Pasenow desea (la seguridad amistosa de una familia) se le presenta antes de que él vea a quien deberá ser (sin saberlo él y en contra de su naturaleza) portadora de ese valor.
Está sentado en la iglesia de su pueblo natal y, con los ojos cerrados, imagina a la Sagrada Familia en una nube plateada con, en medio, la indescriptible belleza de la Virgen María. Cuando niño, se exaltaba ya, en la misma iglesia, ante la misma imagen. Por entonces amaba a una sirvienta polaca que trabajaba en la granja de su padre y, en su ensoñación, la confundía con la Virgen imaginándose sentado en sus hermosas rodillas, las rodillas de la Virgen convertida en sirvienta. Ahora, con los ojos cerrados, ve de nuevo a la Virgen y, de pronto, comprueba que su pelo es rubio. Sí, ¡Maria tiene el pelo de Elisabeth! ¡Queda sorprendido, impresionado! Le parece que, por mediación de este ensueño, el mismo Dios le hace saber que esa mujer a quien no ama es de hecho su auténtico y único amor.
La lógica irracional se funda en el mecanismo de la con-fusión: Pasenow tiene un escaso sentido de la realidad; se le escapa la causa de los acontecimientos; nunca sabrá lo que se oculta tras la mirada de los demás; sin embargo, aunque encubierto irreconocible, a-causal, el mundo exterior no permanece mudo: le habla. Es como en el célebre poema de Baudelaire en el que «los largos ecos… se confunden», en el que «los perfumes, los colores y los sonidos se responden»: una cosa se aproxima a otra, se confunde con ella (Elisabeth se confunde con la Virgen) y de este modo, mediante este acercamiento, se explica.
Esch es amante de lo absoluto. «Sólo se puede amar una vez» es su lema y, puesto que la señora Hentjen le ama, no ha podido amar (según la lógica de Esch) a su primer marido muerto. Este, por lo tanto, ha abusado de ella y no ha podido ser más que un sinvergüenza. Un sinvergüenza como Bertrand. Porque los representantes del mal son intercambiables. Se con-funden. No son sino diversas manifestaciones de la misma esencia. En el momento en que Esch acaricia con los ojos el retrato del señor Hentjen colgado de la pared la idea atraviesa su espiritu: ir inmediatamente a denunciar a Bertrand a la policía porque, si Esch castiga a Bertrand, es como si castigara al primer marido de la señora Hentjen, es como si nos desembarazase, a todos nosotros, de una pequeña porción del mal común.