Dos seres solitarios, melancólicos, un hombre y una mujer, se encuentran en la casa de campo de Lévine. Se gustan el uno al otro y desean, secretamente, unir sus vidas. No esperan más que la oportunidad de encontrarse a solas un momento para decírselo. Por fin, un día, se encuentran sin testigos en un bosque donde han ido a buscar setas. Turbados, guardan silencio, sabiendo que ha llegado el momento y que no deben dejarlo escapar. Después de un largo silencio, la mujer, de pronto, «contra su voluntad, inesperadamente», empieza a hablar de setas. Luego se produce otro silencio, el hombre busca las palabras para su declaración pero, en lugar de hablar de amor, «debido a un impulso inesperado», también él se pone a hablar de setas. En el camino de vuelta siguen hablando de setas, impotentes y desesperados ya que nunca, lo saben muy bien, nunca se hablarán de amor.
Ya de regreso, el hombre se dice que no le ha hablado de amor por culpa de su mujer muerta, cuyo recuerdo no puede traicionar. Pero nosotros sabemos perfectamente: es una falsa razón que él invoca para consolarse. ¿Consolarse? Sí. Pues uno se resigna a perder un amor si existe una razón. Pero no nos perdonaremos nunca el haberlo perdido sin razón alguna.
Este pequeño episodio tan hermoso es como la parábola de una de las mayores proezas de Ana Karenina: la puesta en evidencia del aspecto a-causal, incalculable, hasta misterioso, de la acción humana.
¿Qué es la acción: el eterno interrogante de la novela, su interrogante, por así decirlo, constitutivo? ¿Cómo nace una decisión? ¿Cómo se transforma en acto y cómo los actos se encadenan para convertirse en aventura?
Los antiguos novelistas trataron de abstraer el hilo de una racionalidad límpida de la ajena y caótica materia de la vida; desde su óptica, el móvil racionalmente alcanzable engendra el acto, y éste provoca otro. La aventura es el encadenamiento, luminosamente causal, de los actos.
Werther ama a la mujer de su amigo. No puede traicionar al amigo, no puede renunciar a su amor, por lo tanto, se mata. El suicidio transparente como una ecuación matemática.
Pero ¿por qué se suicida Ana Karenina?
El hombre que en lugar de hablar de amor habla de setas quiere creer que era por causa de su afecto por la esposa desaparecida. Las razones que podemos atribuir al acto de Ana tendrían el mismo valor. Es cierto que la gente le mostraba desprecio, pero ¿no podía acaso despreciarla ella a su vez? No le permitían visitar a su hijo, pero ¿era ésta una situación sin apelación y sin salida? Vronski estaba ya un tanto desencantado, pero, pese a todo, ¿no seguía amándola?
Por otra parte, Ana no ha ido a la estación para matarse. Ha ido a buscar a Vronski. Se tiró bajo el tren sin haber tomado la decisión. Es más bien la decisión la que la toma a ella por sorpresa. Al igual que el hombre que hablaba de setas, Ana actúa «en virtud de un impulso inesperado». Lo cual no quiere decir que su acto esté desprovisto de sentido. Sólo que ese sentido se encuentra más allá de la causalidad racionalmente alcanzable. Tolstoi tuvo que utilizar (por primera vez en la historia de la novela) el monólogo interior casi joyciano para restituir el sutil tejido de los impulsos huidizos, de las sensaciones pasajeras, de las reflexiones fragmentarias, a fin de mostrarnos la evolución suicida del alma de Ana.
Con Ana estamos lejos de Werther, lejos también de Kirilov. Este se mata porque le han llevado a ello intereses muy claramente definidos, intrigas muy nítidamente trazadas. Su acto, aunque, enloquecido, es racional, consciente, meditado, premeditado. El carácter de Kirilov se fundamenta enteramante en su extraña filosofia del suicidio, y su acto no es sino la prolongación perfectamente lógica de sus ideas.
Dostoievski capta la locura de la razón que, en su empecinamiento, quiere llegar hasta el fondo de su lógica. El campo de exploración de Tolstoi se sitúa en el lado opuesto: revela las intervenciones de lo ilógico, de lo irracional. Por eso he hablado de él. La referencia a Tolstoi sitúa a Broch en el contexto de una de las grandes exploraciones de la novela europea: la exploración del papel que lo irracional desempeña en nuestras decisiones, en nuestra vida.