Posibilidad Esch

Los valores provenientes de la época en que la Iglesia dominaba enteramente al hombre se habían quebrantado desde hacía largo tiempo, pero, para Pasenow, su contenido era todavía claro. No dudaba de lo que era su patria, sabía a qué debía ser fel y quién era su Dios.

Ante Esch, los valores velan su rostro. Orden, fidelidad, sacrifcio, estas palabras le son queridas, pero ¿qué representan de hecho? ¿Por qué sacrificarse? ¿Qué orden exigir? Lo ignora.

Si un valor ha perdido su contenido concreto ¿qué queda? Nada más que una forma vacía; un imperativo sin respuesta pero que, con tanta mayor violencia, exige ser oído y obedecido. Cuanto menos sabe Esch lo que quiere con más rabia lo desea.

Esch: fanatismo de la época sin Dios. Puesto que todos los valores se esfuman, todo puede ser considerado valor. La justicia, el orden, los busca a veces en la lucha sindical, otras en la religión, hoy en el poder policial, mañana en el milagro de América adonde sueña emigrar. Podría ser un terrorista y también un terrorista arrepentido que denuncia a sus compañeros, militante de un partido, miembro de una secta y también un kamikaze dispuesto a sacrifcar su vida. Todas las pasiones que reinan en la historia sangrante de nuestro siglo están contenidas, desenmascaradas, diagnosticadas y terriblemente aclaradas en su modesta aventura.

Está a disgusto en su oficina, discute, está cambiado. Así comienza su historia. La causa de todo el desorden que le irrita es, según él, un tal Nentwig, contable. Sabe Dios por qué él precisamente. El caso es que está decidido a ir a denunciarlo a la policía. ¿No es acaso su deber? ¿No les debe este favor a todos los que desean al igual que él la justicia y el orden?

Pero un día, en una taberna, Nentwig, quien no sospecha nada, le invita muy amablemente a su mesa y le ofrece una copa. Esch, desamparado, se esfuerza por recordar la falta de Nentwig pero ésta «era ahora tan extrañamente impalpable y borrosa que Esch tuvo inmediatamente conciencia de lo absurdo de su proyecto y, con un gesto torpe, a pesar de todo algo avergonzado, cogió la copa».

El mundo se divide para Esch en el reino del Bien y el reino del Mal, pero, ¡ay!, el Bien y el Mal son igualmente inidentificables (basta con encontrar a Nentwig y ya no se sabe quién es bueno y quién es malo). En ese carnaval de disfraces que es el mundo, únicamente Bertrand llevará hasta el fin el estigma del Mal en su rostro porque su falta está fuera de toda duda: es homosexual, perturbador del orden divino. Al comienzo de su novela Esch está dispuesto a denunciar a Nentwig, y al final acaba echando en el buzón una denuncia contra Bertrand.