El hermano de Joachim Pasenow murió en un duelo. El padre dice: «Ha caído por el honor». Estas palabras se inscriben para siempre en la memoria de Joachim.
Pero su amigo Bertrand se asombra: ¿cómo en la época de los trenes y de las fábricas pueden dos hombres enfrentarse, rígidos, uno frente al otro, con el brazo extendido, el revólver en la mano?
A lo que Joachim se dice: Bertrand no tiene sentido alguno del honor.
Y Bertrand continúa: los sentimientos resisten a la evolución del tiempo. Son un pozo indestructible de conservadurismo. Un residuo atávico.
La actitud de Joachim Pasenow es la atadura sentimental a los valores heredados, a su residuo atávico.
El motivo del uniforme sirve de introducción al personaje de Pasenow. Antaño, explica el narrador, la Iglesia, como juez supremo, dominó al hombre. El hábito del sacerdote era el signo del poder supraterrenal, mientras que el uniforme de oficial, la toga del magistrado representaban lo profano. A medida que la influencia mágica de la Iglesia se borraba, el uniforme iba reemplazando el hábito sacerdotal y elevándose al nivel del absoluto.
El uniforme es lo que no elegimos, lo que nos es asignado; la certeza de lo universal ante la precariedad de lo individual. Cuando los valores, antaño tan firmes, se cuestionan y con la cabeza gacha se alejan, el que no sabe vivir sin ellos (sin fidelidad, sin familia, sin patria, sin disciplina, sin amor) se arropa en la universaiidad de su uniforme hasta el último botón, como si este uniforme fuese todavía el último vestigio de la trascendencia que puede protegerle del frío del porvenir en el que ya no habrá nada que respetar.
La historia de Pasenow culmina en el transcurso de su noche de bodas. Su mujer, Elisabeth, no le quiere. No ve nada ante sí que no sea el porvenir del no-amor. Él se acuesta al lado de ella sin desnudarse. Esto «había desordenado un poco su uniforme, los faldones caídos dejaban ver el pantalón negro, pero en cuanto Joachim se dio cuenta, los ordenó rápidamente y tapó el pantalón. Había doblado las piernas y, para no tocar la sábana con los zapatos de charol, con mucho esfuerzo mantenía los pies encima de la silla que estaba al lado de la cama».