Saga se despierta porque le entra sangre en los ojos. Parpadea y se tumba de lado. Le arde la sien y la cabeza le está a punto de estallar. Tiene el cuello inflamado y le cuesta respirar.
Con cuidado, se palpa la herida en la sien y gime de dolor. Con la mejilla pegada al suelo, ve que su Glock está debajo del mueble junto a la ventana.
Tiene que cerrar los ojos otra vez, intentar comprender qué ha pasado. «Joona tenía razón —piensa—. Jurek quiere llevarse a Mikael».
No tiene ni idea de cuánto tiempo ha estado inconsciente. La habitación sigue casi a oscuras.
Se pone boca abajo y gime.
—Dios…
Hace un esfuerzo para ponerse a gatas. Los brazos le tiemblan cuando pasa por encima del charco de sangre del hombre muerto y se acerca a la cómoda.
Se estira para coger el arma, pero no llega.
Se tumba y se alarga todo lo que puede, pero sólo alcanza a rozar la pistola con la punta de los dedos. Es imposible. El mareo hace que la estancia entera dé vueltas y Saga tiene que volver a cerrar los ojos.
De pronto ve luz a través de sus ojos entornados. Mira y ve un singular resplandor blanco. Se mueve agitado en el techo. Saga vuelve la cabeza y ve que proviene del parque y que se refleja en los témpanos de hielo que se han formado en el marco de la ventana.
Se incorpora con esfuerzo y, apoyada en la cómoda, se pone de pie y resopla. Un hilo de sangre viscosa le rezuma de la boca. Echa un vistazo por la ventana y ve a David Sylwan acercarse corriendo con una bengala en la mano. El fulgor que desprende se extiende a su alrededor en un círculo de luz intermitente.
Todo lo demás está negro.
David se mueve en la espesa capa de nieve. Sostiene la bengala por delante y la luz ilumina débilmente las cuadras.
Es entonces cuando Saga descubre la espalda de Jurek y el cuchillo en su mano.
Golpea la ventana y trata de abrir las aldabillas. Tira de ellas, pero se han oxidado y no se mueven del sitio.