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Saga abandona la habitación con una sensación de vacío interior.

—Dios mío, dios mío…

Cruza el pasillo corriendo, extrañamente distanciada del shock mientras se acerca a la esclusa de salida. El guardia está sentado al otro lado de la segunda puerta. El cristal blindado lo vuelve borroso y gris.

Saga oculta el cuchillo de pelar en la mano para no asustarlo, intenta respirar tranquila y da los últimos pasos caminando antes de llamar al cristal.

—¡Necesitamos ayuda aquí dentro!

Llama más fuerte, pero el hombre no reacciona, Saga se aparta un poco a un lado y ve que la puerta está abierta.

«Todas las puertas están abiertas», piensa cuando pasa la esclusa.

Justo va a decir algo cuando se da cuenta de que el guardia está muerto. Le han rajado el cuello hasta las vértebras. La cabeza casi parece que está colgando de un palo de escoba. La sangre se ha derramado por todo el cuerpo y se ha acumulado en un gran charco debajo de la silla.

«Vale», se dice y corre por el suelo mojado con el cuchillo en la mano, sube la escalera y cruza la verja abierta.

Tira de la puerta de acceso a la sección de psiquiatría forense número 30. Está cerrada, es plena noche. Llama unas cuantas veces con la mano y luego continúa por el pasillo.

—¡¿Hola?! —grita—. ¿Hay alguien?

El otro zapato del médico está tirado en medio del suelo, bajo la tenue luz de los fluorescentes del techo.

Saga corre e intuye un movimiento a lo lejos, detrás de varias ventanas en distintos ángulos. Es un hombre que está fumando. Lanza la colilla chasqueando los dedos y luego desaparece por la izquierda. Saga corre lo más rápido que puede en dirección a la salida acristalada y el pasaje que lleva al edificio principal del hospital. Dobla la esquina y, de pronto, nota que se le mojan los pies.

Está cegada por la luz y primero le parece que el suelo es negro, pero, después, el olor a sangre se vuelve tan pronunciado que le dan ganas de vomitar.

Es un charco enorme y de él salen huellas de sangre en dirección al vestíbulo.

Avanza como en un sueño y descubre la cabeza del joven médico. Está tirada en el suelo, al lado de una papelera que hay junto a la pared de la derecha.

«Jurek ha intentado hacer canasta, pero ha fallado», piensa, y empieza a respirar demasiado rápido.

Sigue adelante, llega a suelo seco mientras las ideas se arremolinan en su cabeza sin encontrar una base donde apoyarse.

Le cuesta entender que todo eso esté pasando de verdad.

¿Por qué Jurek se tomó su tiempo en planear todo aquello?

«Porque no sólo quiere salir de aquí —se responde Saga—. Quiere vengarse».

De pronto, se oyen unos pasos pesados en el pasaje que lleva al edificio principal. Dos guardias llegan corriendo, con chaleco antibalas, pistolas y ropa negra.

—¡Necesitamos un médico en el módulo de seguridad! —grita Saga.

—Túmbate en el suelo —dice el más joven y se acerca caminando.

—Sólo es una chica —dice el otro.

—Soy policía —dice ella y tira el cuchillo de pelar a un lado.

La hoja tintinea en el suelo de linóleo y el cuchillo cae a los pies de los vigilantes. Éstos lo miran, desabrochan las fundas de sus armas y sacan las pistolas.

—¡Al suelo!

—Me tumbo —dice ella en seguida—, pero tenéis que avisar…

—¡Joder! —grita el guardia más joven cuando ve la cabeza—. Joder, joder…

—Te dispararé —dice el otro con voz insegura.

Saga se agacha con cuidado y pone una rodilla en el suelo, el otro guardia se acerca a toda prisa al mismo tiempo que se quita las esposas del cinturón. El otro vigilante se hace a un lado. Saga alarga los brazos y se pone de pie.

—No te muevas ni un pelo —dice, alterado, el guardia.

Saga cierra los ojos, oye las botas avanzando por el suelo, intuye los movimientos del vigilante y da un paso atrás. El guardia se inclina para esposarle las manos y Saga abre los ojos a la vez que lanza un gancho de derecha. Un chasquido llena el pasaje cuando le acierta en la oreja. Saga da un giro y recibe la cabeza oscilante del guardia con un codazo izquierdo.

Sólo se oye un ruido sordo.

La saliva sale por la boca abierta del hombre.

Los dos golpes son tan fuertes que en una décima de segundo el campo de visión del guardia se reduce a un puntito de luz.

Se le doblan las piernas y no se da cuenta de que Saga le roba el arma. Ha quitado el seguro y ha tenido tiempo de disparar antes de que el hombre se desplome.

Saga dispara dos veces al otro guardia en el centro del chaleco antibalas.

Los tiros resuenan en el pasaje y el vigilante retrocede tambaleándose. Saga se le echa encima y lo desarma golpeándole la pistola con la culata de la suya.

El arma cae en el suelo y se desliza hasta las manchas de sangre.

Saga derriba al segundo guardia de una patada en las piernas y el hombre cae de espaldas con un gemido. El otro consigue tumbarse de lado y se palpa la cara con la mano. Saga se hace con una unidad de radio y se aparta unos pasos.