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Anders Rönn llama suavemente a la puerta de la centralita de vigilancia. My está sentada leyendo la revista Expo delante del gran monitor.

—¿Vienes a darme las buenas noches? —pregunta ella.

Anders le devuelve la sonrisa, se sienta a su lado y ve a Saga entrando en su celda desde la salita de recreo. Jurek ya está tumbado en la cama y la celda de Bernie es un plano negro, por supuesto. My bosteza con descaro y se reclina en la silla de oficina.

Leif aparece en el umbral de la puerta y se toma las últimas gotas de Coca-Cola que quedan en la lata.

—¿Cómo lo prepara el hombre? —pregunta Leif.

—¿Sabe prepararlo? —responde My.

—Una hora pidiendo, suplicando y convenciendo.

Anders sonríe y My suelta una carcajada y deja al descubierto el brillante que tiene en la lengua.

—Van un poco cortos de personal en la 30 esta noche —informa Anders.

—Qué raro que siempre falte personal y haya tanto paro —suspira Leif.

—Les he dicho que podías ir tú —dice Anders.

—Pero aquí tenemos que ser dos como mínimo —replica Leif.

—Sí, pero yo me quedo hasta la una.

—Entonces a la una bajo.

—Bien —admite Anders.

Leif tira la lata a la papelera y se marcha.

Anders se queda un rato en silencio al lado de My. No puede quitarle los ojos de encima a Saga. La paciente camina inquieta de un lado a otro en la celda. Se rodea el cuerpo con los gráciles brazos.

La imagen es tan nítida que le ve el sudor de la espalda.

Anders siente un cosquilleo de deseo. Lo único en lo que puede pensar es en volver a entrar a verla. Esta vez le dará veinte miligramos de Diazepam.

Él decide, es el médico responsable, puede atarla, tumbarla boca abajo en la cama, puede hacer lo que quiera. Ella es psicótica, paranoica, no tiene con quién hablar.

My bosteza de nuevo, estira el cuerpo y dice algo que Anders no oye.

Él mira el reloj. Sólo faltan dos horas para que se apaguen las luces y entonces dejará que My se vaya a dormir otra vez.