Las luces se apagan en el techo. Saga está tumbada de lado en la cama con los ojos abiertos.
«Dios mío, ¿qué iba a hacer?». La angustia le quema por dentro.
Aún le duelen los pies, los tobillos y las rodillas por culpa de las patadas.
No sabe si podría haber salvado a Bernie si hubiese intervenido, quizá sí, quizá Jurek no habría podido detenerla.
Pero no cabe duda de que entonces habría puesto en peligro su propia vida y habría echado al traste todas las posibilidades de salvar a Felicia.
Así que se metió en su celda y empezó a patear la puerta. «Ha sido un acto desesperado y patético», piensa.
Fue dando patadas a la puerta con todas sus fuerzas con la esperanza de que los guardias se preguntaran de dónde salía aquel ruido y por fin miraran los monitores.
Pero no ocurrió nada. No la oían. Tendría que haber golpeado más fuerte.
Está en la cama intentando pensar que los vigilantes han llegado a tiempo, que Bernie se encuentra en la unidad de cuidados intensivos, que su estado es estable.
El resultado depende de la fuerza con la que el lazo apretara las arterias yugulares.
Piensa que a lo mejor Jurek ha hecho un nudo débil, pero sabe que no es así.
Desde que Saga entró en su celda ha estado tumbada en la cama pasando frío. De la cena que ha repartido la chica con piercings sólo ha comido los guisantes y dos bocados de puré de patatas del gratén de pescado.
Saga yace a oscuras y recuerda la cara de Bernie negando con la cabeza con auténtica desolación en los ojos. Jurek se movía como una sombra. Llevó a cabo la ejecución sin ningún tipo de pasión, sólo hizo lo que tenía que hacer, quitó la silla de una patada y luego volvió a su celda sin ninguna prisa.
Saga enciende la lamparita de la cama y se sienta con los pies en el suelo. Luego vuelve la cara hacia la cámara de circuito cerrado del techo, el ojo negro, y espera.
«Joona tenía razón, como de costumbre —piensa—. Él creía que había una mínima posibilidad de que Jurek se le acercara».
El tema es que se había puesto a hablar con ella en un plano tan personal que incluso Joona debía de estar sorprendido.
Saga piensa en cómo rompió las reglas de no hablar de sus padres, de su familia. Sólo espera que los compañeros que la están escuchando no crean que ha perdido el control de la situación. «Fue un intento de profundizar en la conversación», se dice. Era completamente consciente de lo que hacía cuando le contaba al asesino en serie Jurek Walter una de las etapas más duras de su vida.
No se ha olvidado ni una sola vez de lo que Jurek Walter hizo en su día, pero tampoco se ha sentido amenazada por él. «Supongo que me habrá ayudado a infiltrarme», piensa. Le ha tenido más miedo a Bernie. Hasta que Jurek lo ha ahorcado con el cable.
Saga se masajea la nuca con la mano y sigue mirando a la cámara. Debe de llevar así más de una hora.