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Susanne se sube a la cama empujada por la angustia, se pone de cara a la pared y llora mientras intenta taparse la cara con la mano que tiene libre.

—Siéntate, por favor —dice Joona tranquilo.

—No podéis dejarlo, no podéis de…

—Encerraste a tu familia en el sótano porque le tenías miedo a Jurek.

Ella lo mira y da unos pasos por encima de la cama.

—Nadie me escuchaba, pero yo sé que Jurek dice la verdad… He sentido sus fuegos en mi cara…

—Yo habría hecho exactamente lo mismo que tú —admite Joona serio—. Si hubiese creído que de esa manera podía proteger a mi familia de Jurek, habría hecho lo mismo.

Ella se detiene con la mirada confusa y se pasa la mano por la boca.

—Iba a ponerle una inyección de Zypadhera. Le habíamos dado calmantes y estaba tumbado en la cama…, ya no podía moverse. Sven Hoffman abrió la puerta, yo entré y le puse la inyección a Jurek en la nalga… Mientras le colocaba la tirita sólo le dije que se olvidara de lo de la carta, que no pensaba enviarla, no le dije que la había quemado, sólo le dije que…

Se queda callada e intenta tranquilizarse antes de continuar, se tapa la boca un momento y luego baja la mano:

—Jurek abrió los ojos, me miró directamente y empezó a hablar en ruso… No sé cómo sabía que lo iba a entender, nunca le conté que había vivido en San Petersburgo.

Hace otra pausa y niega con la cabeza.

—¿Qué dijo?

—Prometió que rajaría a Ellen y a la pequeña Anja… y que me dejaría escoger quién de las dos moriría desangrada —dice, y sonríe para no derrumbarse—. Los pacientes pueden decir cosas terribles, hay que aguantar un montón de amenazas, pero con Jurek era diferente.

—¿Estás segura de que hablaba en ruso y no en kazajo?

—El kazajo es parecido, pero… Jurek Walter hablaba un ruso sorprendentemente rico, como si fuera un catedrático de la Universidad de Lomonosov.

—Le dijiste que se olvidara de lo de la carta —dice Joona—. ¿Hubo más cartas?

—Sólo la que él contestó.

—O sea, que primero él recibió una carta —dice Joona.

—Me llegó a mí… de un abogado que… se ofreció a revisar sus derechos y posibilidades.

—¿Y tú se la diste a Jurek?

—No sé por qué, pensé que estaba en su derecho, pero él no tiene…

Empieza a llorar y da unos pasos atrás en la blanda cama.

—Intenta recordar qué…

—Quiero a mis hijas, no lo aguanto —gimotea y vuelve a dar vueltas en la cama—. Él les va a hacer daño.

—Sabes que Jurek está encerrado en el módulo de…

—Sólo cuando quiere —lo corta ella y se tambalea—. Los engaña a todos, puede entrar y salir…

—Eso no es cierto, Susanne —la tranquiliza Joona—. Jurek Walter no ha salido del módulo de seguridad ni una sola vez en trece años.

Ella lo mira y luego dice con los labios blancos y agrietados:

—No tienes ni idea. —Casi parece que vaya a echarse a reír—. ¿Verdad que no? —repite ella—. No tienes ni la menor idea.

Parpadea con los ojos secos y levanta una mano temblorosa para apartarse un mechón de la cara.

—Lo vi en el aparcamiento de delante del hospital —dice conteniéndose—. Estaba allí de pie mirándome.

La cama cruje bajo sus pies y Susanne se apoya en la pared. Joona intenta calmarla:

—Entiendo que sus amenazas fueran…

—¡Eres un completo inútil! —grita ella—. He visto tu nombre en el cristal…

Da un paso adelante, resbala en la cama, se golpea la nuca en el borde y se desploma en el suelo.