Cuando estudia la partitura de cinco curvas distintas, Johan Jönson frunce los labios en una mueca que lo hace parecerse a August Strindberg.
—Esto no se puede hacer —murmura.
Con sensibilidad extrema, desplaza las curvas según los tiempos de cada una y alarga algunos picos de onda hasta dejarlos planos.
Prueba a reproducir el loop y la sala se llena de sonidos subacuáticos de lo más singulares. Corinne tiene una mano sobre la boca. Jönson para en seguida, hace algunos cambios más, separa ciertas partes y vuelve a reproducirlo.
Nathan Pollock transpira en la frente.
Los altavoces retumban profundamente y luego se percibe una espiración repartida en débiles letras.
—Escuchad —dice Joona.
Lo que se oye es un suspiro lento generado de forma inconsciente por un pensamiento. Jurek Walter no utiliza las cuerdas vocales, pero mueve los labios y la lengua cuando expulsa el aire.
Johan Jönson desplaza mínimamente una de las curvas y se levanta de la silla con una sonrisa inquieta cuando el loop con el susurro empieza a sonar una y otra vez.
—¿Qué dice? —pregunta Pollock con voz tensa—. Casi parece que diga «Lenin».
—«Leninsk» —sugiere Corinne con los ojos como platos.
—¿El qué? —pregunta Pollock casi gritando.
—Existe una ciudad llamada Leninsk-Kuznetskij —dice ella—, pero como acaba de hablar del lodo rojo, creo que se refiere a la ciudad secreta.
—¿Una ciudad secreta? —murmura Pollock.
—El Cosmódromo de Baikonur es famoso —explica ella—, pero hace cincuenta años la ciudad se llamaba Leninsk y era ultrasecreta.
—Leninsk en Kazajstán —aclara Joona inmóvil—. Jurek tiene un recuerdo de infancia de Leninsk…
Corinne se sienta a la mesa con la espalda erguida, se pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja y explica:
—En aquella época, Kazajstán pertenecía a la Unión Soviética… y estaba lo bastante aislada como para poder construir una ciudad entera sin que el resto del mundo se diera cuenta de nada. Era una auténtica carrera de armamento y se necesitaban bases espaciales y plantas de investigación.
—En cualquier caso, Kazajstán es miembro de la Interpol —dice Pollock.
—Si nos dan el nombre real de Jurek Walter, podemos iniciar el rastreo —explica Joona—. Entonces, la caza habrá empezado…
—Puede que no sea imposible —añade Corinne—. Quiero decir…, ahora tenemos un lugar y una fecha de nacimiento aproximada. Sabemos que llegó a Suecia en 1994. Tenemos fotos suyas, tenemos documentadas las cicatrices de su cuerpo y…
—Incluso tenemos el grupo sanguíneo y el ADN —sonríe Pollock.
—Así que… o la familia de Jurek pertenecía a la población kazaja de la zona o a los investigadores, ingenieros, militares que fueron enviados desde Rusia…
—Voy a recopilar el material —avisa Pollock a toda prisa.
—Yo intentaré ponerme en contacto con el NSC, el servicio de inteligencia de Kazajstán —dice Corinne—. ¿Joona? ¿Quieres que intente…?
Se queda callada y mira desconcertada a Joona. El comisario se levanta despacio, se cruza con su mirada y asiente con la cabeza, coge el abrigo de una silla y se dirige al recibidor.
—¿Adónde vas? —le pregunta Pollock.
—Tengo que hablar con Susanne Hjälm —murmura Joona, y sigue caminando.