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Joona clava una rodilla en el suelo y comprueba rápidamente el estado de Marie. No hay nada que hacer, la pesada carga de la escopeta le ha perforado los pulmones y el corazón y le ha reventado la arteria carótida.

Eliot Sörenstam grita con llanto en la voz a su unidad de radio que tienen que mandar una ambulancia y refuerzos.

—¡Policía! —grita Joona hacia la escalera—. Suelta el arma y…

La escopeta dispara de nuevo desde el sótano, los perdigones atraviesan las tablillas de la escalera y levantan una cascada de astillas.

Joona identifica el ruido metálico que se produce al abrir la escopeta. Se abalanza a la escalera y oye el suspiro de cuando sacan el primer cartucho vacío del cañón.

Joona continúa a grandes zancadas por la escalera con el arma en ristre.

Eliot Sörenstam ha recogido la linterna para darle más luz y el haz ilumina el sótano justo a tiempo para que Joona pueda frenar y evitar ser empalado.

A los pies de la escalera alguien ha apilado las sillas de la cocina para montar una barricada. Las patas levantadas han sido talladas hasta convertirlas en lanzas puntiagudas y les han atado cuchillos de cocina con cinta americana.

Joona apunta con su pesada Colt Combat por encima de la barricada a una sala con mesa de billar.

No se ve a nadie, todo ha vuelto a quedar inmóvil.

La adrenalina en el cuerpo le permite actuar con una calma sorprendente, como si estuviera en una versión nueva y más nítida de la realidad.

Con cuidado, quita el dedo del gatillo y desata el cabo de la cuerda que está atada a la barandilla de la escalera para poder pasar al lado de las sillas.

—¿Qué coño vamos a hacer? —susurra Eliot con pánico en la voz cuando baja a donde está Joona.

—¿Llevas chaleco antibalas?

—Sí.

—Ilumina el sótano —le ordena Joona y empieza a entrar.

En el suelo hay dos cartuchos de escopeta vacíos entre cristales rotos y latas de conservas abiertas. Eliot respira demasiado nervioso y tiene la linterna pegada a la pistola mientras revisa todos los rincones. Allí abajo hace más calor y el ambiente está impregnado de olor a sudor y orina.

El paso está lleno de alambre de espinos a la altura del cuello, por lo que tienen que agacharse. Los cables tintinean a sus espaldas.

De pronto oyen susurros y Joona se detiene y le hace una señal a Eliot. Después de un tictac se oyen pasos.

—Corre, corre —susurra alguien.

Una ola de aire frío alcanza a los dos policías y Joona avanza de prisa mientras el haz nervioso de la linterna de Eliot Sörenstam barre el sótano. A la izquierda vislumbran un cuarto de calderas y en la otra dirección hay una escalera de cemento que sube a una puerta trasera que está abierta.

La nieve entra y cubre los peldaños.

Joona ya ha descubierto la figura escondida cuando la linterna se refleja en el filo del cuchillo.

Joona da un paso más, oye la respiración acelerada que precede a un repentino gemido de tensión.

Una mujer alta con la cara sucia se abalanza sobre él armada con un cuchillo y, en un acto reflejo, Joona apunta la pistola a su estómago.

—¡Cuidado! —grita Eliot.

Se trata de apenas un instante, pero aun así Joona tiene tiempo de abstenerse de disparar. De forma automática, deja que la mujer complete el ataque y da un paso en diagonal hacia adelante justo cuando ella intenta apuñalarlo. Joona le bloquea el brazo, lo agarra, deja que sus hombros acompañen el giro del cuerpo y la golpea con el antebrazo derecho en el lado izquierdo del cuello. El golpe es tan fuerte e inesperado que la mujer sale despedida.

Joona no le suelta el brazo de la mano que sujeta el cuchillo. Se oye un crujido como de piedras en el fondo de un río cuando le parte el codo. La mujer choca contra el suelo y se desgañita de dolor.

El cuchillo cae al suelo de baldosas. Joona lo aparta de una patada y apunta con la pistola al cuarto de calderas.