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La carretera 267 está llena de nieve y el coche levanta una nube blanca a su paso. Joona adelanta a un viejo Volvo y los neumáticos cruzan suavemente la línea de nieve acumulada entre los dos carriles. Pone las largas y la carretera vacía se convierte en un túnel de paredes negras sobre un suelo blanco. Primero pasa por un paisaje de campos de cultivo en los que la nieve ha adquirido un tono azulado y luego el camino se adentra en un bosque denso hasta que la contaminación lumínica de Stäket aparece en el horizonte y el paisaje se abre al lago Mälaren.

¿Qué ha pasado con la familia de la psiquiatra?

Joona reduce la velocidad, gira a la derecha y se mete en un barrio residencial con frutales nevados y jaulas de conejo en los jardines.

El tiempo ha empeorado y la nevada entra desde el agua, inclinada y espesa.

El número 32 de la calle Biskop Nils es una de las últimas casas del barrio, después sólo hay bosque y tierras municipales.

La casa de Susanne Hjälm es una unifamiliar grande, blanca, con pórticos azules y tejado rojo.

Todas las ventanas están a oscuras y la rampa del garaje, cubierta de nieve.

Joona se detiene unos metros más allá de la casa y al mismo tiempo que tira del freno de mano aparece el coche patrulla de la policía local de Upplands-Bro, frena y aparca.

Joona se baja del vehículo, coge el abrigo y la bufanda del asiento trasero y luego se acerca a los compañeros uniformados mientras se abrocha los botones.

—Joona Linna, policía judicial —dice y alarga la mano.

—Eliot Sörenstam.

Eliot va rapado, lleva una tirilla de pelo en la barbilla y tiene los ojos castaños y melancólicos.

La otra agente le estrecha la mano con firmeza y se presenta como Marie Franzén. Tiene una cara alegre y pecosa, cejas rubias y coleta alta.

—Me alegra conocerte en persona —sonríe ella.

—Gracias por venir tan rápido —responde Joona.

—Sólo es porque tengo que ir a casa y hacerle una trenza a Elsa —dice ella amable—. Mañana quiere llevar por fuerza el pelo ondulado a la guardería.

—Entonces tenemos que darnos prisa —responde Joona, y se encamina hacia el jardín oscuro.

—Es broma, no hay problema…, tengo un rizador de emergencia.

—Marie lleva cinco años sola con su niña —explica Eliot—, pero no ha pedido nunca una baja ni ha salido antes del trabajo.

—Muy amable… para ser Capricornio —añade ella con ternura en la voz.

El bosque detrás de la casa protege del viento que entra del lago. Los copos de nieve vuelan sobre las copas de los árboles y luego se balancean hasta posarse en algún punto del barrio residencial. La mayoría de las casas tienen luz en las ventanas, pero la oscuridad de la del número 23 está impregnada de mal augurio.

—Seguro que hay una buena explicación —les dice Joona a los policías—, pero ni el padre ni la madre han ido al trabajo en los últimos meses y las niñas están enfermas.

El seto que hace de frontera con la calle está lleno de nieve y el buzón verde al lado del armario eléctrico se halla repleto de correo y propaganda.

—¿Los servicios sociales están avisados? —pregunta Marie seria.

—Han estado aquí, pero dicen que la familia se encuentra de viaje —responde Joona—. Vamos a llamar, pero es más que probable que tengamos que hacer una ronda para preguntar a los vecinos.

—¿Hay sospechas de crimen? —pregunta Eliot y mira la nieve lisa de la rampa del garaje.

Joona no puede dejar de pensar en Samuel Mendel. Toda su familia desapareció. El hombre de arena se los llevó, tal como había predicho Jurek. Pero al mismo tiempo no encaja. Susanne Hjälm dijo que las niñas estaban enfermas y ella misma firmó el comprobante médico que enviaron a la escuela.