Reidar Frost ha encargado comida de Noodle House y le han entregado el pedido en el vestíbulo del hospital Södersjukhuset. Las bolsas humeantes contienen dumpligs con carne picada y cilantro, rollitos de primavera que huelen a jengibre, noodles de arroz con verduritas troceadas y chili, solomillo de cerdo frito y sopa de pollo.
Como no sabe qué es lo que le gusta a Mikael, ha comprado ocho platos diferentes.
Justo cuando sale del ascensor y entra en el pasillo, empieza a sonar su teléfono.
Reidar deja las bolsas a sus pies, ve que es un número oculto y lo coge en seguida:
—Reidar Frost.
Al principio, la línea está en silencio y luego se oye un carraspeo electrónico.
—¿Quién es? —pregunta él.
Alguien suspira de fondo.
—¿Hola?
Reidar está a punto de colgar cuando alguien susurra:
—¿Papá?
—¿Hola? —repite él—. ¿Quién es?
—Papá, soy yo —susurra una voz extraña y aguda—. Soy Felicia.
El suelo empieza a girar bajo los pies de Reidar.
—¿Felicia?
Ya casi no se puede oír la voz.
—Papá…, tengo tanto miedo, papá…
—¿Dónde estás? ¿Por favor, pequeña…?
De pronto se oye una risita y Reidar siente un escalofrío que le recorre todo el cuerpo.
—Papi, dame veinte millones…
Ahora es una clara voz de hombre la que habla en falsete para hacer la voz más aguda.
—Dame veinte millones y me subiré a tu regazo y…
—¿Sabes algo de mi hija? —pregunta Reidar.
—Eres un escritor tan malo que hace vomitar.
—Sí, lo soy…, pero si sabes algo de…
La llamada se corta y las manos de Reidar tiemblan tanto que no puede buscar el número de la policía en la agenda. Intenta calmarse, piensa que debería llamar y explicar la conversación que acaba de mantener a pesar de saber que no los llevará a ningún sitio, a pesar de que piensen que él se lo ha buscado.