El grupo Athena está completamente quieto mientras escucha la retransmisión en tiempo real desde la salita de recreo. El sonido es malo, llega apagado y contaminado por un fuerte rasgueo.
—¿Va a sonar así todo el rato? —pregunta Pollock.
—Todavía no ha colocado el micrófono. A lo mejor lo lleva en el bolsillo —responde Johan Jönson.
—Esperemos que no la registren.
Vuelven a escuchar la grabación. Oyen el frufrú de la cinturilla del pantalón de Saga, su respiración se mezcla con los pasos en la cinta para correr y el murmullo de la tele. Como si de personas ciegas se tratara, el grupo Athena es llevado por el mundo cerrado del módulo con el oído como única referencia sensorial.
«Obrahiim», dice, de pronto, una voz rasposa.
En un momento, el grupo entero se concentra profundamente. Johan Jönson sube el volumen un poco y activa un filtro para reducir el silbido de la cinta.
«Ahí está —continúa el hombre—. Lo convertiría en mi esclavo, mi esqueleto esclavo».
—Al principio creía que era Jurek —sonríe Corinne.
«Joder, ya te digo —prosigue la voz—. Mira qué labios… Le iba a…».
En silencio, escuchan la cháchara agresiva del otro paciente y oyen que al final el personal entra en escena e interrumpe el desenlace. Tras la intervención, todo queda en silencio un momento. Después el paciente empieza a interrogar a Saga sobre el Karsudden, de forma detallada y sospechosa.
—Se las arregla bien —dice Pollock controlado.
Oyen que Saga termina por abandonar la salita sin haber conseguido colocar el micrófono.
Maldice en voz baja para sí.
Todo está en silencio a su alrededor hasta que suena el zumbido eléctrico de la cerradura de la puerta.
—Por lo menos podemos constatar que la tecnología parece funcionar —dice Pollock.
—Pobre Saga —comenta Corinne entre dientes.
—Debería haber colocado el micro —murmura Johan Jönson.
—Le habrá resultado imposible.
—Pero si la pillan, será…
—No lo harán —interrumpe Corinne.
Sonríe y abre los brazos, repartiendo con el gesto su placentero perfume por toda la sala.
—Ninguna señal de Jurek por el momento —informa Pollock y lanza una breve mirada a Joona.
—¿Y si lo tienen en aislamiento total? Entonces todo esto será en vano —suspira Jönson.
Joona no dice nada, pero piensa que la grabación ha transmitido algo más. Durante unos minutos, le ha parecido sentir casi la presencia física de Jurek. Como si hubiera estado en la salita a pesar de no haber dicho nada.
—Vamos a escucharlo una vez más —dice y mira la hora.
—¿Te tienes que ir? —pregunta Corinne y levanta las pobladas cejas negras.
—Tengo una cita —responde Joona a la sonrisa de su compañera.
—Por fin un poco de romanticismo…