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Saga se tumba en la cama de espaldas a la cámara del techo y quita con cuidado el envoltorio de silicona del micrófono de fibra óptica. Con movimientos discretos, se lo esconde en la cinturilla del pantalón.

De repente, se oye un zumbido eléctrico que proviene de la puerta de la salita de recreo y, acto seguido, el chasquido de la cerradura. Está abierta. Saga se incorpora con el corazón a punto de salírsele por la boca.

Debe colocar el micrófono en un buen sitio cuanto antes. A lo mejor sólo tiene una oportunidad. No puede desaprovecharla. Basta un solo registro corporal para que la descubran.

No sabe qué aspecto tiene la salita de recreo, si los otros pacientes están allí ni si hay cámaras o cuidadores.

A lo mejor la salita no es otra cosa que una trampa en la que Jurek Walter la está esperando.

No, él no tiene forma de saber acerca de su misión.

Saga tira los restos de silicona por el retrete, luego se acerca a la puerta, la entreabre y oye unos golpes rítmicos, las voces alegres de una tele y un silbante ruido agudo.

Recuerda los consejos que le dio Joona y se obliga a volver a la cama y sentarse.

«No te muestres demasiado ansiosa —piensa—. No hagas nada si no tienes una intención clara, un objetivo real».

Por la ranura de la puerta entreabierta oye la música de la tele, el susurro de la cinta para correr y las fuertes pisadas.

Un hombre con voz cortante y estresada habla de vez en cuando, pero no obtiene respuesta.

Los dos pacientes están allí dentro.

Saga sabe que tiene que entrar y colocar el micrófono.

Se levanta, se acerca a la puerta, se queda allí un rato y trata de respirar tranquila.

Percibe un aroma a loción de afeitar.

Se apoya en la manija, respira, abre la puerta de par en par, oye los pasos en la cinta con más claridad y, cabizbaja, da un par de pasos por la salita. No sabe si la están observando, pero en tal caso los deja que se acostumbren a ella antes de levantar la mirada.

En el sofá hay una persona con la mano vendada delante de la tele y la otra está en la cinta para correr caminando a grandes zancadas. El hombre de la cinta está de espaldas a ella, pero, a pesar de sólo verle la parte trasera, Saga está segura de que es Jurek Walter.

Camina dando pesados pasos y el ruido de los rítmicos golpes llena la salita.

El hombre del sofá eructa y traga saliva varias veces, se seca el sudor de las mejillas y empieza a mover la pierna estresado. Ronda los cuarenta, tiene sobrepeso, el pelo ralo, bigote rubio y lleva gafas.

—Obrahiim —murmura con los ojos clavados en la tele.

Bota la pierna y, de repente, señala la pantalla.

—Ahí está —le dice al aire—. Lo convertiría en mi esclavo, mi esqueleto esclavo. Joder, ya te digo… Mira qué labios… Le iba a…

Se queda callado cuando Saga cruza la estancia hasta una esquina y se queda mirando la tele. Están repitiendo el campeonato de Europa de patinaje artístico en Sheffield. Tanto el sonido como la imagen están alterados por el cristal blindado. Saga siente que el hombre del sofá la está mirando, pero ella hace caso omiso.

—Primero le daría de hostias —continúa él dirigiéndose a Saga—. Haría que se cagara de miedo, como una puta…, joder, ya te digo…

Tose, se reclina en el sofá, cierra los ojos como si esperara algún tipo de dolor, se tantea el cuello con la mano y luego se queda quieto resoplando.

Jurek Walter sigue caminando en la cinta dando grandes pasos. Parece más voluminoso y más fuerte de lo que ella se imaginaba. Al lado de la máquina hay una palmera de plástico y las polvorientas hojas se mecen con las vibraciones de los pasos.

Saga pasea la mirada en busca de un lugar donde ocultar el micrófono, a ser posible lejos de la tele para no contaminar las escuchas con voces ajenas. Podría esconderlo detrás del sofá con bastante naturalidad, pero le cuesta creer que Jurek tenga por costumbre sentarse a ver la tele.

El hombre recostado intenta levantarse, pero está a punto de vomitar por el esfuerzo, se lleva la mano a la boca y traga varias veces antes de volver a mirar el televisor.

—Primero las piernas —dice—. Córtalo todo, arráncale la piel, los músculos, los tendones… Los pies no hace falta, así puede caminar en silencio…