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Magdalena Ronander saluda a la corpulenta mujer que le abre la puerta. Tiene unas delgadas patas de gallo y lleva el nombre «Sonja» tatuado en el hombro.

Todas las personas del entorno de Agneta Magnusson fueron interrogadas por la policía trece años atrás. Todas las casas y los pisos fueron inspeccionados, igual que las cabañas de verano, los cobertizos, los trasteros, las casitas de niños, las caravanas, los barcos y los coches.

—Te he llamado antes —dice Magdalena, y le muestra la placa de policía.

—Ya me acuerdo —asiente la mujer—. Bror está esperando en el salón.

Magdalena sigue a la mujer a través de la casa de los años cincuenta. La cocina huele a cebolla frita y hamburguesas. En un salón con cortinas oscuras hay un hombre que va en silla de ruedas.

—¿Eres de la policía? —pregunta con voz seca.

—Sí, es la policía —asiente Magdalena, saca el taburete del piano y se sienta delante del hombre.

—¿No hemos hablado suficiente?

«Hace trece años alguien interrogó a Bror Engström acerca de los sucesos acontecidos en Lill-Jansskogen y en este tiempo ha envejecido», piensa Magdalena.

—Necesito saber más —responde amable.

Bror Engström niega con la cabeza.

—No hay nada más que decir. Todos desaparecieron sin razón. En unos pocos años desaparecieron todos. Mi Agneta y… su hermano y su sobrino… y el último, Jeremy…, mi suegro. Dejó de hablar cuando… cuando desaparecieron, sus hijos y sus nietos.

—Jeremy Magnusson —dice Magdalena.

—Lo quería mucho…, pero echaba tanto de menos a sus hijos…

—Sí —responde Magdalena en voz baja.

Los ojos brumosos de Bror Engström se cierran con el recuerdo.

—Un día se esfumó él también. Después recuperé a mi Agneta. Aunque nunca más volvió a ser ella.

—No —responde Magdalena.

—No —susurra él.

Sabe que Joona visitó infinidad de veces a la mujer en la sección de enfermos crónicos donde la habían ingresado. Nunca recuperó la capacidad de habla y murió hace cuatro años. Sus daños cerebrales eran demasiado severos como para poder comunicarse con ella.

—Creo que debería vender los bosques de Jeremy —dice el hombre—, pero no me atrevo. Para él eran la chispa de la vida. Siempre quería que lo acompañara a la cabaña de caza, nunca teníamos tiempo… y ahora es demasiado tarde.

—¿Dónde está la cabaña? —pregunta ella y saca el teléfono.

—Al norte de la provincia de Dalarna, cerca de la montaña Tranuberget… Supongo que aún conservo los mapas topográficos, a ver si Sonja puede encontrarlos…

La cabaña de caza no consta en la lista de lugares que la científica estuvo examinando. Sólo es una nimiedad, pero Joona ha dicho que no pueden dejar pasar absolutamente nada.