77

Se quedan en silencio y observan la imagen de la salita de recreo. Jurek Walter camina por la cinta con paso firme y Bernie Larsson se desliza lentamente hasta que apoya la nuca en el bajo respaldo del sofá. Se le sube la camisa y su prominente barriga se mueve con la respiración. Tiene la cara sudada, mueve nervioso una pierna y le está hablando al techo.

—¿Qué hace? —pregunta My y mira a los otros dos—. ¿Qué es lo que dice?

—No sé —murmura Anders.

El único ruido que se oye en la centralita de vigilancia es el tictac de un gato de la suerte chino dorado que mueve la pata con energía solar.

Anders vuelve a pensar en el informe que Säter escribió sobre Bernie Larsson. Veintiún años atrás fue condenado a cuidados psiquiátricos por lo que describieron como «violaciones bestiales en serie».

Ahora está hundido en el sofá y le grita algo al techo. Le sale saliva por la boca. Hace gestos espasmódicos y agresivos con las manos y tira al suelo el almohadón que hay al lado.

Jurek Walter hace lo que siempre ha hecho. Con pasos largos, camina diez kilómetros en la cinta, la para, se baja y se dirige hacia su celda.

Bernie le grita algo. Jurek se detiene en el umbral y se vuelve hacia la salita de recreo otra vez.

—¿Qué pasa ahora? —pregunta Anders estresado.

Sven coge rápidamente la radio, llama a dos compañeros y luego sale a toda prisa. Anders se acerca a la pantalla y ve que Sven aparece en una de las ventanitas. Camina por el pasillo, habla con los otros guardias, se detiene delante de la esclusa y estudia la situación.

No ocurre nada.

Jurek se ha quedado en la puerta, entre las dos salas, justo donde su cara queda tapada por una sombra. No se mueve, pero tanto Anders como My ven que está hablando. Bernie está sentado en el sofá y cierra los ojos mientras escucha. Al cabo de un rato su labio inferior comienza a temblar. Toda la escena dura poco más de un minuto, luego Jurek se da la vuelta y se mete en su celda otra vez.

—Al rincón de pensar —murmura My.

En el otro monitor, la cámara capta a Jurek desde el techo. Lentamente, entra en su celda, se sienta en la silla de plástico justo debajo de la cámara de circuito cerrado y se queda mirando fijamente la pared.

Al cabo de un rato Bernie Larsson se levanta del sofá de la salita de recreo. Se pasa la mano unas cuantas veces por la boca y luego se mete en su celda.

En el otro monitor se ve a Bernie Larsson acercándose al lavabo, se inclina y se enjuaga la cara. Se queda quieto mientras el agua resbala por sus mejillas, después se acerca otra vez a la puerta de la salita, pone el pulgar en el interior del marco y cierra la puerta con todas sus fuerzas. La puerta rebota y Bernie cae de rodillas con un alarido de dolor.