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Joona gira suavemente el volante y se mete en el parking Que-Park, coge el ticket, baja la rampa y busca un hueco libre. Se queda sentado en el coche mientras un empleado del gran supermercado que hay arriba recoge los carros que los clientes han abandonado.

Cuando el parking queda vacío de personas, Joona baja del coche y se acerca a una furgoneta negra brillante con lunas tintadas, abre la puerta lateral y toma asiento.

La puerta se cierra sin hacer ruido y Joona saluda brevemente al jefe de la policía criminal, Carlos Eliasson, y al de la policía secreta, Verner Zandén.

—Felicia Kohler-Frost está encerrada en una habitación oscura —empieza Carlos—. Ha estado allí más de diez años con su hermano mayor. Ahora se ha quedado sola. ¿Vamos a dejarla a su suerte? ¿Decir que ha muerto y dejarla allí sentada? Si no está enferma, puede que viva veinte años más.

—Carlos —dice Verner tranquilizador.

—Sé que he perdido la perspectiva —sonríe Carlos, y levanta las manos a modo de disculpa—. Pero esta vez quiero que hagamos todo lo que podamos.

—Necesito un equipo grande —dice Joona—. Si me das cincuenta personas, a lo mejor podemos intentar seguir todas las pistas antiguas, cada una de las desapariciones. Puede que no nos aporte nada, pero es la única posibilidad que tenemos. Mikael no ha visto al cómplice y lo drogaron antes de trasladarlo. No puede decir dónde está la cápsula. Evidentemente, vamos a hablar más con él, pero yo creo que no tiene ni idea de dónde ha estado metido los últimos trece años.

—Pero si Felicia todavía sigue viva, lo más seguro es que continúe en la cápsula —dice Verner con su grave voz de bajo.

—Sí —responde Joona.

—¿Cómo coño vamos a dar con ella? No se puede —niega Carlos—. Nadie conoce el paradero de la cápsula.

—Nadie excepto Jurek Walter —dice Joona.

—A quien no se puede interrogar —recuerda Verner.

—No —responde Joona.

—Sigue psicótico perdido y…

—Nunca lo ha sido —lo interrumpe Joona.

—Yo sólo sé lo que pone en el expediente psiquiátrico —replica Verner—, que es esquizofrénico, psicótico, caótico y muy agresivo.

—Pero sólo porque Jurek quiso que pusieran eso —responde Joona sereno.

—O sea que ¿piensas que está cuerdo? ¿Estás diciendo eso, estás diciendo que está cuerdo? —pregunta Verner—. ¿Qué cojones es esto? Entonces ¿por qué no lo interrogamos?

—Tiene que permanecer en aislamiento —responde Carlos—. La sentencia del tribunal…

—No me jodas que no podemos pasar por alto la sentencia —se queja Verner y estira las largas piernas.

—Podríamos —admite Carlos.

—Y yo tengo a gente muy buena que ha interrogado a sospechosos de terroris…

—Joona es el mejor —se impone Carlos.

—No, no lo soy —protesta Joona.

—Tú fuiste quien rastreó y detuvo a Jurek y el único con quien él habló durante el juicio.

Joona niega con la cabeza y pasea la mirada por el desolado parking a través del cristal tintado.

—Lo he intentado —dice despacio—, pero a Jurek no se lo puede engañar, no es como los demás, él no tiene ansiedad, no necesita compasión, no explica nada.

—¿Te gustaría intentarlo? —pregunta Verner.

—No, no puedo —responde Joona.

—¿Por qué no?

—Porque me da demasiado miedo —contesta sin titubear.

Carlos lo mira preocupado.

—Estás bromeando, ¿verdad? —dice nervioso.

Joona se vuelve y lo mira. Sus ojos son duros y parecen pizarra húmeda.

—No vamos a tenerle miedo a un viejales encerrado —opina Verner, y se rasca la frente con estrés—. Es él quien debería temernos a nosotros. Joder, pero si podemos entrar a saco, echarlo al suelo y hacer que se cague encima, quiero decir, que podemos ponernos muy duros.

—Eso no funcionaría —advierte Joona.

—Pero hay métodos que siempre funcionan —continúa Verner—. Tengo un equipo secreto que estuvo en Guantánamo.

—Esta reunión nunca ha tenido lugar, eso queda claro —se apresura a decir Carlos.

—Me pasa con casi todas mis reuniones —informa Verner con su voz grave, y se inclina hacia adelante—. Mi equipo domina muy bien el submarino y las descargas eléctricas.

—Jurek no le tiene miedo al dolor —responde Joona.

—¿Tu propuesta es que nos rindamos sin más?

—No —contesta Joona y se reclina en el asiento, que cruje en su espalda.

—Pero, entonces, ¿qué quieres que hagamos? —pregunta Verner.

—Si entramos a hablar con Jurek, debemos tener por seguro que nos mentirá. Él llevará el mando de la conversación y cuando sepa lo que queremos de él, nos hará negociar, acabaremos dándole algo y nos arrepentiremos de ello.

Carlos baja la mirada y se rasca irritado la doblez de la rodilla.

—¿Qué nos queda? —pregunta Verner en voz baja.

—No sé si es posible —dice Joona—, pero si pudiéramos infiltrar a un agente en su misma unidad psiquiátrica y hacerlo pasar por un paciente…

—No quiero oír ni una palabra más —lo interrumpe Carlos.

—Tiene que haber alguien lo bastante convincente como para que Jurek Walter se acerque a él —continúa Joona.

—Me cago en la leche —maldice Verner entre dientes.

—Un paciente —susurra Carlos.

—Porque creo que no basta con que sea alguien a quien él pueda utilizar, de quien pueda aprovecharse —dice Joona.

—¿Qué intentas decir?

—Tenemos que encontrar a un agente tan excepcional que despierte la curiosidad de Jurek Walter.